viernes, 5 de octubre de 2007

Carta a un joven poeta V_Rainer María Rilke

Fotografía: Rainer María Rilke





V


Roma, 29 de octubre de 1903




Estimado señor :

Su carta del 29 de agosto la recibí ya en Florencia, y apenas ahora, después de dos meses, le hablo de ella. Le ruego me perdone esta demora, pero es que cuando estoy de viaje no me agrada escribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos imprescindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora que no sea demasiado extraña a mi íntimo sentir.

Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en que aun era la Roma desierta, calurosa y malfamada por sus fiebres. Esta circunstancia, junto con otras dificultades de orden práctico, relativos a nuestra instalación, contribuyó a que nuestro desasosiego pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara la estancia en país extraño, haciéndonos sentir el peso del vivir sin hogar, como en destierro. A esto hay que añadir que Roma, en los primeros días -cuando no se conoce aún-, infunde en los ánimos una melancolía que abruma por ese ambiente de museo, exánime y triste, que aquí se respira. Por la profusión de glorias pasadas que se sacan a relucir y a duras penas se mantienen en pie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también por esa desmedida valoración -que fomentan eruditos y filólogos y remedan los rutinarios visitantes de Italia- de tantas cosas desfiguradas y gastadas, que, en realidad, no son sino restos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser la nuestra.

Por fin, tras varias semanas de brega diaria en actitud defensiva, vuelve uno, si bien algo aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en cualquier otro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generaciones han seguido admirando, y que torpes manos de peones han ido rehaciendo y completando, nada significan, nada son, no tienen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha belleza, porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida infinita vienen afluyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y, en múltiples plazas, saltan y bailan en conchas de piedra blanca, para derramarse y esparcirse luego en anchos y espaciosos estanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche, que aquí es grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los vientos que la orean.

"Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, ideadas éstas por Miguel Ángel a semejanza de las aguas que se deslizan y caen en cascadas de amplio declive, naciendo cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda. Merced a tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos, librándonos de lo mucho que aquí hay de presuntuoso y hablador; ¡y cuánto había!... De este modo aprendemos despacio a discernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno de nuestro amor, y alguna soledad, de la cual podemos participar quedamente.

Aun habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de la más bella estatua ecuestre que nos haya quedado bien conservada del arte romano: la de Marco Aurelio. Pero dentro de pocas semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo, antigua galería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta a la ciudad, a su bullicio y a sus azares. Ahí permaneceré durante todo el invierno, gozando de esa gran quietud, de la cual espero el regalo de algunas horas buenas y fecundas.

Desde allí, donde me será ya más fácil sentirme como en mi propia casa, le escribiré una carta más extensa, y en ella volveré aún a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle -y quizás sea un error el no haberlo hecho antes- que no ha llegado aquí el libro anunciado en su carta, en el cual habían de venir insertos algunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido devuelto desde Worpswede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior? Esta probabilidad sería sin duda la más favorable, y me agradaría saberla confirmada. ¡Ojalá no se trate de una pérdida, que, desafortunadamente, lo sería por cierto nada excepcional, dadas las condiciones que imperan en el servicio de correos italiano!

También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal de usted, lo habría recibido con agrado; y los versos que hayan surgido entretanto, los leeré. siempre, si usted me los confía, y volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañablemente como yo sepa hacerlo.

Con mis mejores deseos y saludos,
Su
Rainer María Rilke

miércoles, 3 de octubre de 2007

Carta a un joven poeta IV_Rainer María Rilke

Fotografía: Rainer María Rilke






IV



Worpswede5, cerca de Bremen, a 16 de julio de 1903

He abandonado París hace unos días, por cierto bastante enfermo y cansado, para acogerme a esta gran llanura norteña, que con su amplitud, su calma y su cielo, ha de devolverme la salud. Pero aquí he venido a caer bajo una lluvia persistente hasta hoy, que es cuando empieza a escampar un poco sobre esta comarca, sin sosiego azotada por los vientos. Aprovecho, estimado señor, este primer momento de claridad, para saludarle.

Mi querido señor Kappus: he dejado mucho tiempo sin respuesta una carta suya. No porque la hubiese olvidado. Al contrario: es una de esas cartas que nos agrada releer cuando volvemos a encontrarlas entre otras, y en ella le reconocí a usted como desde muy cerca. Me refiero a su carta del 2 de mayo, que seguramente recordará. Cuando la leo, como ahora, en medio del gran silencio de estas lejanías, su bella inquietud por la vida me causa una emoción aun más intensa que la que sentí ya en París, donde todo suena de otro modo y acaba por perderse, desvaneciéndose entre el enorme estruendo que allí hace retemblar todas las cosas. Aquí, rodeado de un imponente paisaje batido por los vientos que los mares le envían, siento que a esas preguntas e inquietudes, que por sí mismas y allá en sus profundidades tienen vida propia, nadie puede contestarle. Pues aún los mejores yerran con sus palabras, cuando éstas han de expresar algo en extremo sutil y casi inefable.

Creo, sin embargo, que usted no ha de quedar sin solución si sabe atenerse a unas cosas que se parezcan a éstas en que ahora se recrean mis ojos. Si se atiene a la naturaleza, a lo que hay de sencillo en ella; a lo pequeño que apenas se ve y que tan improvisadamente puede llegar a ser grande, inmenso; si siente este cariño hacia las cosas ínfimas y, con toda sencillez, como quien presta un servicio, trata de ganar la confianza de lo que parece pobre, entonces todo se tornará más fácil, más armonioso, de algún modo más avenible. Tal vez no en el ámbito de la razón, que, asombrada, se queda atrás, pero sí en lo más hondo de su conocimiento, en el constante velar de su alma, en su más íntimo saber.

Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan lejos aún de todo comienzo, yo querría rogarle, como mejor sepa hacerlo, que tenga paciencia frente a todo cuanto en su corazón no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún -y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus preguntas. 6 Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo también. Quizás lleve usted en sí la facultad de crear y de plasmar, que es un modo de vivir privilegiadamente feliz y puro. Edúquese a sí mismo para esto, pero acoja cuanto venga luego, con suma confianza. Y siempre que ello proceda de su propia voluntad o de algún hondo menester, écheselo a cuestas sin renegar de nada.

El sexo es una dura y difícil carga, sí, pero es precisamente duro y difícil 7 cuanto nos ha sido encomendado. Casi todo lo que es serio es también arduo, y todo es serio... Con tal que usted reconozca esto y, por sí mismo, conforme a su peculiar modo de ser y a sus aptitudes, merced a su infancia, a su experiencia y a sus propias fuerzas, llegue a conseguir y a mantener con el sexo una relación del todo propia y personal, libre de la influencia que por lo común ejercen convencionalismos y costumbres, ya no debe temer entonces ni el perderse a sí mismo, ni el hacerse indigno de su más preciado bien.

El goce propio del sexo es una emoción sensual como el simple mirar. O como la mera sensación que colma la lengua mientras saborea una hermosa fruta. Es una experiencia grande, infinita, que nos es regalada. Un conocer del mundo, la plenitud y el esplendor de todo saber... Y lo malo no está en vivir esta experiencia, sino en que casi todos abusen de ella y la malgasten. Empleándola como incentivo y esparcimiento en los momentos de mayor lasitud, en vez de vivirla con recogimiento para alcanzar sublimes culminaciones. También del comer, por cierto, han hecho los hombres otra cosa. Por un lado la miseria, por otro la opulencia excesiva, han empañado la nitidez de este menester. De modo parecido se enturbiaron también los profundos y sencillos menesteres. en virtud de los cuales la vida se renueva. Pero cada individuo, para sí mismo, puede tratar de devolverles su pureza, viviéndolos con límpida sencillez. Si esto no está al alcance de cualquier individuo -porque cada cual depende demasiado de otros-, sí está al alcance del hombre solitario. Puede éste recordar que tanto en las plantas como en los animales, toda belleza es una callada y persistente forma de amor y anhelo. Puede también ver a los animales como ve a las plantas: uniéndose, multiplicándose y creciendo, no por ningún placer ni por ningún sufrimiento físico, sino doblegándose ante necesidades más grandes que el goce y el dolor, más poderosas que toda voluntad y que toda resistencia. ¡Oh, si el hombre pudiese acoger con ánimo más humilde y llevar con mayor seriedad este misterio, del que está llena la tierra hasta en sus cosas más pequeñas! ¡Y lo soportara, sintiendo cuán terrible y agobiante es su peso, en vez de tomarlo a la ligera! ¡Y se inclinara con profunda veneración ante su propia fecundidad, que es una sola! ¡Tanto si parece espiritual como si parece material! Pues también el crear del espíritu arranca del mundo físico. Es de su misma esencia y como una reproducción más sutil, más arrobadora y más perenne del goce carnal.

"La idea de ser creador, de engendrar, de dar forma y vida" nada es sin su amplia, perpetua confirmación y realización en el universo. Nada sin el ascenso que, de mil modos repetido, emana de los animales y de las cosas. Y si su disfrute resulta indeciblemente bello y rico, es sólo porque está pleno de recuerdos heredados de los engendramientos y partos de millones de seres que nos precedieron... En un pensamiento creador reviven miles y miles de noches de amor olvidadas, que lo llenan de nobleza y celsitud. Y los que en las noches se juntan, entrelazados y voluptuosamente mecidos en su amor, llevan a cabo una empresa muy seria, y atesoran dulzuras, hondura y fuerza para el himno de algún poeta venidero, que un día se alzará para cantar inefables delicias. Así llaman al porvenir. Y aun cuando yerren, aun cuando sean ciegos sus abrazos, el porvenir llega. Surge un nuevo ser, y en el ámbito del acaso que ahí parece haberse consumado, despierta la ley en virtud de la cual un germen de vida vigoroso y resistente irrumpe con ímpetu, haciéndose paso hacia el óvulo que, abierto, sale a su encuentro. No se deje engañar por lo que aparezca en la superficie. En las profundidades es donde todo se vuelve ley. Y aquellos que vivan falsa y torpemente ese misterio -son muchísimos-, sólo para sí mismos lo pierden. Pues, con todo, lo retransmiten como un mensaje cerrado, sin llegar a conocerlo. Tampoco debe desconcertarse ante la multiplicidad de los nombres, ni ante la complejidad de las cosas. Quizás haya por encima de todo una gran maternidad como anhelo común... La hermosura de una virgen, es decir, de un ser que -como usted lo define con tan bellas palabras- "no ha dado aún nada de sí", es maternidad que se presiente a sí misma, y se prepara temerosa y anhelante: Y la belleza de la madre es maternidad empeñada en su servidumbre: Y en la mujer anciana perdura una gran remembranza.

Yo creo que también en el hombre hay maternidad. Tanto en su espíritu como en su cuerpo. Pues su modo de engendrar es así mismo una especie de parto. También es parto cuando crea al impulso de una íntima plenitud. Acaso haya entre los sexos mayor grado de parentesco y afinidad que el que se supone comúnmente. Y la gran Renovación del mundo consistirá quizás en que el hombre y la mujer, una vez libres de todo falso sentir y de todo hastío, ya no se buscarán mutuamente como seres opuestos y contrarios, sino como hermanos y allegados. Uniéndose como humanos, para sobrellevar juntos, con seriedad, sencillez y paciencia, el arduo sexo que les ha sido impuesto.

Pero todo cuanto tal vez algún día llegue a ser asequible para muchos, lo puede aprestar ya desde ahora el hombre solitario, edificándolo con sus manos que yerran menos. Por eso, estimado señor, ame su soledad y soporte el sufrimiento que le causa, profiriendo su queja con acentos armoniosos. Si, como dice, siente que están lejos de usted los seres más allegados, es señal de que ya comienza a ensancharse el ámbito en derredor suyo. Y si lo cercano se halla tan lejos, es que la amplitud de su vida ha crecido mucho y alcanza ya las estrellas. Alégrese de su propio crecimiento, en el cual, por cierto, a nadie puede llevarse consigo. Y sea bueno con cuantos se queden rezagados, permaneciendo seguro y tranquilo ante ellos, sin atormentarlos con sus dudas ni asombrarles con su firme confianza en sí mismo, o con su alegría, que ellos no sabrían comprender. Trate de conseguir algún modo de convivencia con ellos. Un algo común, que sea sencillo, modesto, sincero, que no tenga necesidad de alterarse, aunque usted siga transformándose más y más cada día. Ame la vida que en ellos se manifiesta en forma extraña a la suya propia. Y sea indulgente con aquellos que van envejeciendo, y temen la soledad en que usted tanto confía. Evite enconar con nuevos motivos el drama siempre tenso entre padres e hijos, que en los jóvenes consume muchas fuerzas, y en los ancianos corroe ese cariño que siempre obra y da su calor, aun cuando no comprenda... No les pida consejo, ni cuente con su comprensión. Pero tenga fe en un amor que le queda reservado como una herencia, y abrigue la certeza de que hay en este amor una fuerza y también una bendición, de cuyo ámbito no necesita usted salirse para llegar muy lejos. *

Está bien que, por de pronto, desemboque en una carrera que le vuelva independiente y le confiera completa autonomía en todos los sentidos. Aguarde con paciencia hasta poder averiguar si su vida íntima se siente limitada y cohibida por las formas propias de esta profesión. 8 Yo la tengo por muy difícil y llena de exigencias, porque está gravada de muchos y grandes convencionalismos. Y porque en ella hay apenas cabida para una concepción personal de sus cometidos. Pero su soledad, aun en medio de circunstancias extrañas a su modo de ser, le servirá de sostén y de hogar. Y desde ahí podrá usted descubrir todos sus caminos.
Mis mejores votos se hallan prontos a acompañarle, y mi confianza está con usted.

Su
Rainer María Rilke

lunes, 1 de octubre de 2007

Carta a un joven poeta III_Rainer María Rilke

Fotografía: Rainer María Rilke


III



Viareggio, cerca de Pisa (Italia), a 23 de abril de 1903


Me ha causado gran alegría, estimado y distinguido señor, con su carta de Pascua, que me revela lo mucho de bueno que tiene usted. La forma en que me habla del grande y dilecto arte de Jacobsen me demuestra que no estuve desacertado al querer encaminar su vida, con sus múltiples problemas, hacia esa fuente de riqueza y plenitud.

Ante usted abrirase ahora Niels Lyhne, libro lleno de maravillas y de honduras. Cuanto más se lee, más parece que todo está contenido en él: desde el perfume más sutil de la vida, hasta el rico e intenso sabor de sus frutos más grávidos. Ahí no hay nada que no haya sido captado, comprendido, sentido. Nada que no haya sido descubierto y reconocido entre las trémulas resonancias del recuerdo. Ningún suceso vivido, por insignificante que parezca, es tenido en poco. El más pequeño lance, el episodio más nimio, se desarrolla cual si fuese todo un destino. Y hasta el destino mismo es como un tejido amplio y maravilloso, en cuya trama cada hilo es guiado con infinita ternura por una mano cariñosa, y colocado a la vera de otro hilo, para ser sostenido y conllevado por otros mil.

Usted sentirá la dicha de leer este libro por primera vez, e irá adelantándose por entre sus innumerables sorpresas como en un sueño jamás soñado antes. Mas yo puedo asegurarle que siempre se vuelve a pasar con igual asombro a través de tales libros, sin que nunca lleguen a desprenderse de su poder prodigioso, ni pierdan nada del mágico encanto en que por primera vez envolvieron al lector. Es cada vez más intenso el deleite que nos brindan y más honda nuestra gratitud hacia ellos. De algún modo nos volvemos mejores y más sencillos en el mirar; se hace también más profunda nuestra fe en la vida, y en la vida misma llegamos a ser más venturosos, más nobles.

Luego debe leer usted el admirable libro que nos cuenta el destino y los anhelos de María Grubbe, así como las cartas de Jacobsen, las hojas de su diario, los fragmentos. Y, por último, sus versos, que aunque no muy bien traducidos, viven y vibran con resonancias infinitas. Le aconsejaría que cuando usted tuviera alguna oportunidad para ello, comprara la bella edición de las obras completas de Jacobsen, que contiene todo eso. Ha sido publicada una buena traducción en tres tomos por el editor Eugen Diederichs de Leipzig; creo que su precio es de cinco o seis marcos por cada tomo.

Desde luego, con su parecer acerca de Aquí deben florecer rosas, esa obra de incomparable finura y forma, tiene usted sin duda toda la razón contra quien escribió el prólogo. Deseo que desde ahora y aquí mismo quede formulado este ruego: lea lo menos posible trabajos de carácter estético-crítico: o son dictámenes de bandería, que por su rigidez y su falta de vida han llegado a petrificarse y a perder todo sentido, o bien tan sólo hábiles juegos de palabras, en que prevalece hoy una opinión y mañana la contraria. Las obras de arte viven en medio de una soledad infinita, y a nada son menos accesibles como a la crítica. Sólo el amor alcanza a comprenderlas y hacerlas suyas: sólo él puede ser justo para con ellas. Dese siempre la razón a sí mismo y a su propio sentir, frente a todas esas discusiones, glosas o introducciones. Si luego resulta que no está en lo cierto, ya se encargará el natural desarrollo de su vida interna de llevarle paulatinamente y con el tiempo hacia otros criterios. Deje que sus juicios tengan quedamente y sin estorbo alguno su propio desenvolvimiento. Como todo progreso, éste ha de surgir desde dentro, desde lo más profundo, sin ser apremiado ni acelerado por nada. Todo está en llevar algo dentro hasta su conclusión, y luego darlo a luz; dejar que cualquier impresión, cualquier sentimiento en germen, madure por entero en sí mismo, en la oscuridad, en lo indecible, inconsciente e inaccesible al propio entendimiento: hasta quedar perfectamente acabado, esperando con paciencia y profunda humildad la hora del alumbramiento, en que nazca una nueva claridad. Este y no otro es el vivir del artista: lo mismo en el entender que en el crear.

Ahí no cabe medir por el tiempo. Un año no tiene valor y diez años nada son. Ser artista es: no calcular, no contar, sino madurar como el árbol que no apremia su savia, mas permanece tranquilo y confiado bajo las tormentas de la primavera, sin temor a que tras ella tal vez nunca pueda llegar otro verano. A pesar de todo, el verano llega. Pero sólo para quienes sepan tener paciencia, y vivir con ánimo tan tranquilo, sereno, anchuroso, como si ante ellos se extendiera la eternidad. Esto lo aprendo yo cada día. Lo aprendo entre sufrimientos, a los que, por ello, quedo agradecido. ¡La paciencia lo es todo!

Richard Dehmel 4: Con sus libros -dicho sea de paso, también con el hombre- me ocurre esto: En cuanto doy con una de sus bellas páginas, siento siempre temor ante la próxima, que tal vez pueda destruirlo todo y trastrocar lo que es digno de aprecio en algo indigno. Lo ha caracterizado usted muy bien con las palabras "vivir y crear como en celo". Así es: el vivir las cosas como las vive el artista se halla tan increíblemente cerca del mundo sexual, del sufrimiento y del goce que éste entraña, que ambos fenómenos no son, bien mirados, sino distintas formas de un mismo anhelo, de una misma bienandanza. Y si en lugar de celo se pudiera decir "sexo", en el sentido elevado, amplio y puro de este concepto, libre y por encima de todas las sospechas con que haya podido enturbiarlo algún error o prejuicio dogmático, entonces el arte de Dehmel sería grandioso y de infinito valor. Grande es su fuerza poética y tan impetuosa como un impulso instintivo. Lleva en sí ritmos propios, libres de prejuicios y miramientos, y sale brotando de él cual de montañas en erupción.

Sin embargo, no parece que esta fuerza sea siempre del todo sincera, ni esté desprendida de toda afectación. (Pero en ello, por cierto, está una de las pruebas más duras, impuestas al genio creador, que debe permanecer siempre inconsciente de su propia valía, sin sospechar siquiera sus mejores virtudes, so pena de hacerles perder su candor y su pureza). Además, cuando esa fuerza del poeta, atravesando tumultuosamente todo su ser, alcanza los dominios del sexo, ya no encuentra al hombre tan puro como ella lo necesitaría. Pues ahí no hay un mundo sexual del todo maduro, puro, sino un mundo que no es bastante humano, que solo es masculino; que es celo, ebriedad, juicios y orgullos, con que el hombre ha desfigurado y gravado el amor. Por amar meramente como hombre y no como humano, hay en su modo de sentir el sexo algo estrecho, salvaje en apariencia, lleno de rencor y malquerer; algo meramente transitorio y falto de contenido eterno, que rebaja su arte, volviéndolo ambiguo y dudoso. De este arte, que no está sin mácula y lleva marcado el estigma del tiempo y de la pasión, poca cosa podrá subsistir y perdurar. (Esto mismo ocurre con casi todo arte). No obstante, podemos complacernos hondamente en cuanto ahí hay de grande. Sólo hay que procurar no perderse ni volverse partidario de ese mundo dehmeliano, tan lleno de angustias infinitas, confusión y desorden, que dista mucho de los destinos verdaderos. Estos hacen sufrir más que esas tribulaciones pasajeras; en cambio, dan mayor oportunidad para llegar a lo sublime y más valor para alcanzar lo eterno.
En cuanto a mis propios libros, mi mayor gusto sería enviarle todos los que pudieran causarle alguna alegría. Pero soy muy pobre, y mis libros, una vez publicados, ya no me pertenecen. Ni siquiera los puedo comprar para darlos, como a menudo sería mi deseo, a quienes sabrían acogerlos con amor. Por esto le indico en una cuartilla los títulos y los editores de mis libros últimamente publicados -de los más recientes, se entiende, pues entre todos son ya unos doce o trece los que he dado a la imprenta-, y debo, estimado señor, dejar a su voluntad el encargar alguno de ellos, cuando se le presente la ocasión.
Me es grato saber que mis libros están con usted. Adiós.
Su
Rainer Maria Rilke