jueves, 1 de enero de 2009

Inventario_André Cruchaga

Lago de ilopango, El Salvador_Fotografía AC






_________________Inventario


Si pudiésemos escribir epitafios/ Para los vivos/ Y no para los muertos/ Que suben a cuestas/ El silencio/ Nos ahorraríamos papel, / Tinta/ Y pensamientos

Si supiéramos que el amor no es eterno/ Evitaríamos caer en el vacío
Del pozo que dejan los besos/ Cuando se funden/ Con la lluvia/ Hasta secar los pantanos de la boca

Si supiéramos que la vida es transitoria/ Perderíamos el equilibrio
Fácilmente/ Y el suicidio sería/ Una palabra más del alfabeto

Si supiéramos que la neutralidad/Es ciega/ Y que se tiñe de dos fronteras/ No seríamos señuelos/ De la noche ni del día

Si supiéramos que la muerte/ Teje como Penélope/ En vida haríamos con nuestros/ Músculos/ Suficientes maquilas/ Y no pensaríamos tímidamente/ En el desempleo

Si supiéramos que vivir/ Es ir rodando por los aires/ Habría una avalancha de sombras/ En los estadios/ Si supiéramos que el mar
Contabiliza la arena/ Y lanza proyectiles de espuma/ Abriríamos un banco para cobrar el IVA

Si supiéramos que la historia/ Tiene ojos y lengua/ Y una otredad inaudita/ Nos cuidaríamos de usar pasamontañas

Si supiéramos que los caminos/ Son un río que lleva/ Olvidos/ Y que conducen a ninguna parte/ Nos quedaríamos sentados/ Bebiéndonos el mundo

Si supiéramos que el grito/ Infesta las palabras/ Nos quedaríamos contemplando/ Los rostros en silencio

Si supiéramos que el sueño/ Está constituido por cuadros/ sinópticos/ Haríamos de él un algoritmo/ Para medir la distancia/ Entre pobres y ricos

Si supiéramos que “por una mirada un mundo”/ Ya habríamos llenado al planeta/ De miradas/ Para poseerlo en cuerpo entero

Si supiéramos que los árboles/ Miran siempre desde lejos/ Los cortaríamos todos/ Para andarlos/ De corneas y cristalinos

Si supiéramos que una respuesta/ Afirmativa/ Tiene su contraparte
Llegaríamos a la cuenta/ Que la vida/ Siempre tiene dos cauces

Si supiéramos que con los libros/ Siempre se puede viajar/ En primera clase/ No los tendríamos como simples trofeos/
En estanterías y roperos

Si supiéramos que la paz/ Está en nosotros mismos/ No habría necesidad de buscar/ Intermediarios/ Ni acordar armisticios/ Ni redactar tratados de Paz/ Más allá de ciertos lenguajes platónicos en el concierto de las naciones…
© André Cruchaga
El Salvador, Septiembre 15 de 2003.
De: intensa sed, inédito.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Nunca se agotarán las preguntas_David Escobar Galindo

David escobar Galindo, El Salvador





__________Nunca se agotarán las preguntas*



Preguntar es una función fundamental de la vida. Si no tuviéramos el constante impulso de preguntar no seríamos sujetos de aprendizaje cotidiano, ni tampoco existiría la filosofía, que es la pregunta mayor, la que arranca del cuestionamiento sobre el ser. Esa pregunta perpetua es la mejor comprobación de que somos seres fundamentalmente libres, y también seres ilimitadamente creativos. Preguntar es querer saber, pero también querer remozar lo sabido. Y esta última convicción me la alimenta la relectura de un libro póstumo de Pablo Neruda —uno de los ocho libros inéditos que dejó el poeta chileno al morir, allá entre las turbulencia del septiembre golpista de 1973—. Ese libro se llama justamente “Libro de las preguntas”, y se publicó, junto a sus siete compañeros de orfandad, el 29 de enero de 1974, en Buenos Aires, con el sello de la Editorial Losada, que había publicado toda la obra de Pablo. En el orden establecido por el mismo Neruda para sus ocho obras finales, el “Libro de las preguntas” ocupa el sitio número cinco.

Las preguntas de Neruda se manifiestan en pareados —dos versos sin rima, casi todos de nueve sílabas, eneasílabos, una de las formas favoritas del poeta— marcados por el sello a la vez libre y enigmático de la poesía que está en plena posesión de sí misma. El poeta Neruda, a la altura del tiempo en que escribió este libro, es decir, en los primeros tramos de su octava década de vida, ya no tenía nada que esconder. Su relación amorosa —y por ende inequívocamente afectiva, en esa zona de la madurez en la que tienden a convivir sin límites artificiales la armonía y el conflicto—; su relación amorosa con la palabra, digo, podía darse el lujo pleno de la sencillez provocadora y provocativa, y en estas “preguntas” esa es la constante más visible. El poeta pregunta por lo que se le ocurre, como un niño revivido sin reservas; y, al ser un niño, el poeta es más poeta que nunca, pues asume su condición de pensador interrogante sin hacer caso de los límites artificiosos que impone la lógica autoritaria de la “adultez”.

“Si he muerto y no me he dado cuenta/ a quién le pregunto la hora?” “Dónde puede vivir un ciego/ a quien persiguen las abejas?” “Por qué los árboles esconden /el esplendor de sus raíces?” Morir, imaginamos, es una forma eficiente de escapar de la tiranía del tiempo; entonces, el hecho de querer preguntar la hora es indicativo de que todavía no hemos muerto; aquí la pregunta es en verdad una respuesta, de profundidad gratificadora. El ciego no es necesariamente el que no ve: más ciego es el que se niega a verse a sí mismo como depositario de dulzura. El poeta no pregunta, pues, por un sitio para vivir, sino por un sitio para ver lo fundamental, que es el depósito apetecible de sí mismo. Anhelo, angustia y tarea de plenitud. Lo esencial se organiza en los trasfondos del ser. Todos somos tributarios de nuestras raíces, y cuando el poeta se pregunta por qué los árboles las esconden, en realidad se hace una autocuestión.

Y el poeta —o el pensador, que en este caso viene a ser lo mismo— reconoce, además, que en la interioridad más profunda está el verdadero esplendor. Significativo, sobre todo porque tal reconocimiento proviene de un poeta declaradamente materialista, aunque tales declaraciones de principios ideológicos al uso de entonces –está visto, ya en claridad de perspectiva— son de catecismo, no de corazón. Y esto último vale más para 2008 que para 1973, desde luego. Al haber caído el “socialismo real” en 1989 y al estar en vías de demolición en estos días el “neoliberalismo irreal”, volvemos inevitablemente a la raíz de las preguntas esenciales sobre el ser humano, su vida y sus sociedades. El porqué y el cómo del cambio acelerado de los tiempos serían hoy las grandes cuestiones…

Neruda nos dejó un legado de gran caudal, y por eso muchos se asustan y se apartan. Reconocer lo esencial de un poeta, independientemente del volumen de su legado, es la tarea que deja más réditos de descubrimiento. Fue Neruda, siempre, un gran preguntador, aunque con insistente frecuencia se disfrazara de olímpico respondedor. Cosas de su tiempo, marcado por las fantasías ideológicas que parecían estrellas de futuro y que ahora sólo son opacas piedras de museo. Al revisar —y, por ende, al revivir— textos como el “Libro de las preguntas” uno se da cuenta de que la poesía, que como arte es un cuaderno infinito de preguntas abiertas, se ha vuelto más útil que nunca en este mundo en tránsito de globalización, es decir, en trance de interiorización. Por eso me animaba a decir, en un escrito anterior, que esta época, la de la mundialización expansiva, es esencialmente lírica, en contraste con la época anterior, la de la bipolaridad abusiva, que era ostentosamente épica.

Tiempo de preguntas podríamos llamar justamente al presente. En los momentos de transición —y éste es uno de ellos, en el sentido más entrañable de la palabra—, el ánimo cuestionador toma la iniciativa para el reacomodo de lo real. Ahora mismo, nada parece estar a salvo de ser cuestionado, ni siquiera aquellas presuntas verdades consagradas por el imperio de la experiencia, y nadie parece hallarse a resguardo del examen de conciencia, ni siquiera los que tradicionalmente se han vestido con la aureola de lo intangible. Alguien debería animarse a escribir —sobre la huella de Neruda y ya en el aura de esta época— el Libro de las Preguntas del ser humano en trance global. Las preguntas básicas en su nueva atmósfera.

El ayer nunca se agota, el hoy nunca se consuma, el mañana nunca se anticipa. Vivimos en el dominio de Heráclito, que postulaba el “Panta rei” —todo fluye, todo cambia, nada permanece— como clave filosófica del ser, y por ende del vivir. De ahí que nunca podríamos responder de la misma manera las mismas preguntas. Lo permanente es lo más fluido que existe, y en el alma humana se halllan instalados los más finos espejos de la mutación.

David Escobar Galindo


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*”Nunca se agotarán las preguntas”. Artículo del poeta David Escobar Galindo, publicado originalmente en La Prensa Gráfica, el sábado 27 de de diciembre de 2008. El Salvador, América Central