sábado, 27 de febrero de 2010

poemas de ricardo martell caminos


Ricardo Martell Caminos, El Salvador


NÁUFRAGO




Hoy que me queda sólo un mástil muerto
sobre el dolor de envilecida arena,
añoro la onda azul que fue tan buena
y que se evaporó al azul abierto.

Y siento la nostalgia de aquel puerto
donde canté inspirado en una pena
y até mi corazón con fiel cadena
al cruel coral de un sonreír incierto.

¿Dónde encontrar el rumbo hacia el regreso
para llegar hasta el rosado beso
que tuvo la inconstancia de las olas?

Heme aquí sin espacios cardinales,
Sin ángeles, sin rosas, sin puñales,
Para llenarme el pecho de amapolas.





SIN FE, SIN ESPERANZA, SIN AUREOLA





Por la vereda azul que va al ocaso
me voy siguiendo tu angustiada huella.
Muere la luz y la primera estrella
besa el constante ritmo de mi paso

¿Dónde el rosado mármol de tu brazo?
Bajo ¿qué clima estás regando aquella
dulce manera de mirar tan bella?
¿A quién ofreces hoy tu íntimo vaso?

Aunque no pierde frescura mi constancia
aunque en las vueltas del camino siento
que entre los dos se agranda la distancia…

¡Mas, si he de hallar herida la corola,
prefiero regresar sin sol, sin viento,
sin fe, sin esperanza, sin aureola!






CANCIÓN DE LLUVIA Y PÁJARO




Se alegra el corazón oyendo el fino
canto de lluvia nueva en el tejado.
Huele a belfo, a corral y a camino
bajo la tarde azul recién mojado.

Suaves brochazos de un morado-vino
semidiluido en verde-anaranjado
pintan la lejanía donde un trino
florece en el frescor recién brotado.

¡Canción de lluvia y pájaro! Sonrisa
de mirto que sacude blanda brisa
para que sus rocíos tornasolen.

¡Está el alma tan cerca de las cosas,
que viendo revolar las mariposas
se siente el corazón de miel y polen!


De: “Media luz, Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación de El Salvador, 1980.

miércoles, 24 de febrero de 2010

poemas de alberto quiñónez


Alberto Quiñónez, El Salvador






Selección






*****



¿Cómo saber que el ayer está encerrado en el mausoleo del tiempo?
cómo saberlo
si no crecieron alhelíes en las heridas enterradas
si el basalto fulminó la caritativa memoria de las arterias
si el reloj arrastra reminiscencias de soles antaños
¿Cómo saberlo?

Ayer noche nos preocupó la muerte
y bordé con mis venas un camino hacia mi propia alma
que se frustró en la niebla como un famélico estropajo sin nombre
pero ya alguien había hecho un festín con la luz y con la llama
Y me encontré solo
con una multitud que celebraba el nacimiento de mis años de condena
mientras quemaban mis manos
y un bufón contaba la historia de mis dedos pulgares.

Sé que soy culpable
que cierro los ojos para no oírme pronunciar tu nombre
que desciendo a las aguas para lavar la sangre que hice a la medida de tu sangre.

Ahora estoy solo
y en cada amanecer el sol está tejido de tristeza.
No hay desayuno para el hambre de las puertas
No hay camino que nos quite la distancia
No hay palabra que nos traiga de regreso
a la presencia de un inefable corazón que no hemos visto.

Mas qué será dentro de 3 ó 4 días de este corazón muerto hace siglos

La vida sufre el yugo de la vida
con las cadenas del tiempo y el espacio aprisionando la decadencia de su carne
sumergida en los seísmos de una muerte anunciada
y se hunde en un promontorio de infancias muertas
de pequeñas cruces trabajadas a la luz de cerrojos y candados.

Fuimos sólo un sueño
una lastima
el coito gangrénico de algún dios
primera y última conjugación del verbo.









*****





Mi infancia fue la herida concertada por partituras de tempestades brutas
un pesebre golpeado despiadadamente fue testigo
brillaba un sol magro
en un cielo gris de grises nubes
en un cielo gris que perdió su sangre en el primer intento de acallar a la muerte.

Esos días se perdieron entre una multitud de memorias amarillentas
no sé qué le sucedió a las cosas
qué sucedió con la risa
con la voz del aire golpeando las hojas del castaño.
Qué pasó con el canto, con el trino
con las marcas dejadas sobre las huellas del arado
y mi madre que plantó tierra, ojos y tormentos en la tierra
mis manos siemprevivas, siempre lirios intermitentes entrecortados
las grietas vegetativas para el arrepentimiento de los cristales
y los nidos de llagas que se comen entre sí en el epicentro de los miembros.

Olvidé el amor que subió al cadalso de las paternidades del desprecio
de crines desdentadas y profusas comisuras que colgaban de un rostro vuelto sangre de
ceniza
y un altar de ridículas beldades y serenidades tan leves como las costuras de un suspiro
la manera de no querer que la noche venga
y sepulte vivas las alas de una niñez adormecida con el hartazgo de segar todas las
inmolaciones posibles.
Porque a tientas he salvado el rigor de los escaños
las escaleras interminables de una herida interminable
y el extracto de vidrio aun más vidrio
y el extracto de alma con su rostro orinado por el tiempo.







*****





Y vine al mundo
ciego de las venas y las manos
como una fuente donde reverberan manojos de sangre ennegrecida
sin la esperanza de un riñón que pueda enrojecer la sangre.

Hoy he abierto mis alas descarnadas en el pináculo del mundo
y ha sido frustrante caer y no dejar de caer
llegar a un horizonte de oropeles mutilados
saberse nimio junto a la suciedad de las uñas
sentir quillas y nudos en la garganta tibia.
Consolarse a solas
porque el alma está condenada a un silencio más eterno
condenada a no palpar esta ausencia sólo comparable a sí misma
ausencia de la edad y del momento
ausencia de nuestra voz calmando la híspida conciencia.

Nos salva esta manera de estar tristes
este odio mutuo contra los espejos.







*****






En algún día caerá la deshora de mi muerte
mostraré mis ópalos contra barlovento
un cajón saldrá al encuentro de las calles
Al fin ha muerto!
Al fin ha muerto!
Mi madre, compungida, romperá en lágrimas de carne
y mi sangre se irá con el viento
seré menos que luz herida por negros párpados de tiempo.






*****





Me hubiera gustado venir al día con un poco más de suerte
sin importarme el zapato, la congoja y esta manera lapidaria de crecer,
esta hora donde la sed y el cilicio trepanan la carne
y el desaliento se come el amor que queda en cada ser vivo de la ciudad
un tergiverso mar de sed me lanza
fuera, hacia el límite craso de lo concreto
y soy
estéril, fugaz y cognoscible
como un balido de cordero.

Un poco más de suerte
y no la vida
entonces me ocuparía del líquido que arde en el corazón de cieno
trataría de quitar de vuestros hijos el vendaje que la ceguera elaboró sobre sus manos
intentaría no marearte con el acorde de mis músculos que se rompen
que se desligan como tiernas raíces en el hambre ebria de un hombre setecientas veces
ebrio
podría construir en tu regazo la ternura de nuestra primera sangre
y despreciar el cáliz hecho para mí, para la consagración de las desgracias
y la condenación de las constelaciones en su despreciable eternidad quejumbrosa.

Mas no tuvo razón la palabra soñada
no tuvo razón el delirio en consonancia con el sueño
porque no hay suerte
tal es algo aprendido en los interiores de la luz
y yo odio el polvo
(soy parricida)
odio sus miles de brazos que buscan la sensibilidad de mi sangre
su palabra que me designa como heredero de lo cautivo, como hijo suyo,
como herrumbre en el metal de hoces que no siegan,
como liquen en la copiosa hecatombe de las canteras.
Odio el polvo que hace sus nidos en las coyunturas inamovibles de las lámparas
donde mi herida se abre en relámpagos, voluciones y destellos
y se nutre y multiplica en los crematorios de la viña del señor
y muere
resucitando el ayer anciano
al que aun le palpita el corazón grotesco.







****





Y vine al mundo
ciego de las venas y las manos
como una fuente donde reverberan manojos de sangre ennegrecida
sin la esperanza de un riñón que pueda enrojecer la sangre.

Hoy he abierto mis alas descarnadas en el pináculo del mundo
y ha sido frustrante caer y no dejar de caer
llegar a un horizonte de oropeles mutilados
saberse nimio junto a la suciedad de las uñas
sentir quillas y nudos en la garganta tibia.
Consolarse a solas
porque el alma está condenada a un silencio más eterno
condenada a no palpar esta ausencia sólo comparable a sí misma
ausencia de la edad y del momento
ausencia de nuestra voz calmando la híspida conciencia.

Nos salva esta manera de estar tristes
este odio mutuo contra los espejos.

domingo, 21 de febrero de 2010

Un instante para recordar de dónde venimos*-David Escobar Galindo

David Escobar Galindo, El Salvador


Un instante para recordar de dónde venimos*



Por David escobar Galindo




Los salvadoreños venimos de donde asustan, como se dice en términos coloquiales. De múltiples experiencias que asustan. Y estamos aquí, aún necesitados de reconocer y reconocernos el mérito de haber cruzado correntadas bravas y saltado sobre pedreros calcinantes. En los años ochenta del pasado siglo, hizo erupción el más destructor de los volcanes —o polvorines, que en este caso es lo mismo—: la guerra fratricida. Y cuando digo fratricida, y lo vengo diciendo desde hace años, sé que muchos gestos se tuercen, por eso de significar con el calificativo que fue una guerra entre hermanos. Pues sí, lo fue. Y así como la sangre derramada por violencia es la más negra de todas, aunque se la quiera colorear con cualquier tinte de heroísmo, la sangre de origen, es decir, la fuerza de la consanguinidad nacional, acaba por imponer su poder, si las cosas se desenvuelven con la naturalidad que deben tener, como fue nuestro proceso de negociación para la paz, una vez que la guerra —con el dolor visible de los pertinaces guerreros— se agotó a sí misma.
En 1979, los signos del conflicto bélico interno inminente ya estaban en la atmósfera nacional. Eran sensibles para cualquiera que no buscara esconderse en alguno de los distintos mecanismos de negación instalados tradicionalmente en el ambiente. A la luz de esa sensación de inminencia, emprendí un proyecto poético en forma de soneto. Y el primero de ellos fue escrito el 6 de agosto de aquel año: “Igual que en el soneto de Quevedo/ miré los muros de la Patria mía,/ y en lugar de la justa simetría/ sólo hay desorden, crápula, remedo.// Muros en que sus huellas deja el miedo,/ huellas que son la sangre en agonía,/ del que muere atrapado en pleno día/ y del que vive agonizando quedo.// Y ante los muros arde el pensamiento,/ porque no hay más atroz requisitoria/ que la que urge la patria mal vivida./ ¡Con la sed del amor en el aliento/ limpiemos estos muros de su escoria,/ mas no con muerte, no, sino con vida!”
Pero la guerra ya no era de ninguna manera evitable. Varios sonetos después, el del 15 de julio de 1980 dice: “Que entre el aire en las cámaras selladas./ Que el poder del jazmín venza los cactos./ Y sobre tantos cuerpos putrefactos/ se derramen las auras estrelladas.// ¡Manos que hablen con fuerza de miradas!/ Porque es tiempo, país, de humanos pactos:/ de las claras ideas con sus actos,/ del amor con sus manos trasegadas.// ¿O es que ha muerto el calor de la cultura/ con que desde un pasado entumecido/ comulgamos en aire y quemadura?// Ya bastante, país, la sangre ha fluido;/ y si te dejas ser común hechura,/ no aliente vencedor si no hay vencido”. He transcrito este soneto porque quedó ahí mi arraigada convicción de que la mejor solución, siempre, es la solución sin vencedores ni vencidos, como fue la nuestra.
Los primeros sonetos de la serie, bajo el título “Sonetos penitenciales”, fueron publicados en 1979; luego, 15 de ellos en la Revista Estudios, del Centro de Estudios Jurídicos correspondiente a julio-agosto-septiembre de 1980, cuando era presidente del Centro el doctor René Fortín Magaña y Director del Consejo de redacción el doctor Luis Nelson Segovia; la tercera edición se hizo también en 1980; la cuarta en la revista Nivel, de México, en 1981; la quinta, aumentada a 66 sonetos, en 1982. En ésta hay una nota inicial del autor que dice: “Este es un libro obsesivo, visceral y creciente (…) Quedan en él —queden, si acaso— algunas verdades tumultuosas y hurañas, y sobre todo, mi amor hincado y vivo por la tierra volcánica y florida donde se desarrolla —con la torpeza ideológica que caracteriza a este siglo repetitivo y emasculado—un drama de época: un terrible drama de época. Y quede también —si acaso—la esperanza después del drama”. Sí, la esperanza después del drama, que es lo fundamental. Pese a la sordera selectiva que caracteriza siempre en casos como éste al mundo exterior. Quedó dicho en un soneto atípico del 26 de agosto de 1981: “Abran Le Monde/ Oigan la BBC/ Miren 24 Horas/ Ahí están las salpicaduras// sobre las baldosas/ Las cabezas en sacos de yute/ Los niños con ojos/ de yeso// Pero el anónimo heroísmo/ cotidiano/ de los sobrevivientes/ jamás/ será/ noticia.” Y desde luego, la culpa interior y necesariamente interiorizable, lo que en otro lenguaje se llamarían causas estructurales, en un soneto también heterodoxo del 6 de noviembre de 1981: “Caminás, Patria, de la mano de tus sombras./ Los días —de alguna manera hay que llamarlos—/ se han acelerado como locomotoras ofendidas/ que salen aullando por la soledad de los descuajes:// y uno sólo puede subirse a los trenes mutilados/ si se avienta al peligro de la mutilación./ Somos, además, forasteros en el primer conocimiento/ de esta excursión al fondo del aire que creíamos respirar,// y era basura de alma,/ azufre de semejantes,/ llovizna de oscuridad:/ de ahí se desprendían —pavos reales— las sombras,/ espantadas por el fuego vicioso de la ley;/ y entonces me di cuenta de que —¡todos!— te habíamos amarrado los pulgares”.
Y, en el último soneto de la serie, del 17 de abril de 1982, el canto a la sabiduría vital, existencial y trascendental del pueblo salvadoreño, que convirtió los terrores, estragos y angustias de la guerra en palanca para la paz necesaria y construible: “No temas al silencio —te decía—,/ ni al ruido demencial. —No temas: alza/ lo que puedas del lodo que te embalsa,/ y sigue así, adelante, con el día.// No temas —te decía—la osadía,/ ni el oscuro turbión que te descalza;/ la cierta voz no temas, ni la falsa,/ que venas hay, y pese a la sangría.// Te decía: —No temas al acoso,/ no vayas en las sombras a perderte,/ como flor en las manos del tortuoso.// No temas —te decía— al viento fuerte…/ —¡Y vos, país, callando laborioso; /y vos, país, más fuerte que la muerte!
Pues sí, venimos de dónde asustan, y hemos trascendido sustos incontables. Que no se nos olvide esa capacidad de trascendencia, que es la que mejor representa la confianza en el futuro.

Tomado de La Prensa Gráfica. Edición del sábado 21 de noviembre de 2009.