Nora Méndez, El Salvador
NORA MÉNDEZ Y LA TIERRA ANTE SUS OJOS
Nora Méndez, 1969, San Salvador, El Salvador. Poeta, con estudios en Sociología y Comunicaciones, ha incursionado no sólo en el campo de las letras sino también en el campo de la música.
Su poesía ha sido publicada en periódicos, revistas culturales y en las antologías: “Poetics of the Resistence” publicada por la Universidad de Michigan en 1995; “Mujeres en la Literatura Salvadoreña” en 1996 y “Palabras de la Siempre Mujer” en 1999. Posteriormente editó: La estación de los pájaros, 2004; Seis, 2006; Pintura fresca, 2006; Calentura de amor, 2006.
Actualmente cuenta con cuatro poemarios inéditos, de los cuales se selecciona el material que compone este breve recorrido por su poesía y vida: “Atravesarte a Pie Toda la Vida” es una recopilación de los poemas más representativos de esta artista que se niega a participar en certámenes y que disfruta —como ella lo expresa—recitando en plazas, auditórium, colegios y universidades.
Poeta rebelde, revolucionaria y combatiente. “A través de su voz, —dice Manuel Rodas— se expresan latitudes enteras de otras voces, madres, abuelas, padres que hasta en su ausencia brillan, espíritus fraternos que se unieron en el camino”. [1] Este poemario [Seis] está constituido por diecinueve poemas; no tienen título independiente, sino que cada primer verso del poema da pie a su título. En el fondo es poesía íntima, testimonial de su toma de conciencia frente a una realidad convulsa y estrecha. “Ya no asisto a las aulas/—dice— y no hablo a la casa de nadie/ por eso llego hasta tu cama/ porque vos como yo estás enfermo/ porque vos como yo estás muerto/ y dos muertos duermen juntos con cierta prudencia”. [2] sí, la poesía y la literatura en general constituyen otra forma activa y combativa de la realidad en su plural dimensión.
Cuando Nora Méndez evoca, personaliza y humaniza la palabra con toda la carga profunda que le imprime. Su verso llega a lo hondo, precisamente porque parte de la hondura de la vida. Su poesía carece de afeites y afectaciones, canta, escribe sin cosméticos; blande su oficio como un sereno manantial. Deja que fluyan las indumentarias del alfabeto; conversa con los caminos y acompaña a la tierra en ese sonido de corteza de las hojas, la hiende la luz y las campanas de la calle. Así, la poeta, ha cosido con delicadeza sus heridas y sus garras, la bolsa roja donde duerme el perejil le ha contado tantas cosas que la música ha encontrado domicilio en su cabeza…[3] Ojos abiertos en un río de aguas saladas fueron sus días. Pero ella volvió para contarlo. Por eso dice de manera tajante: “Ahora puedo comprenderlo/ no supieron esconder a su cigarra”…Desde luego la poesía de Nora no es el canto ensordecedor de estos insectos, pero sí ese arraigo de penetrar en la tierra con la fuerza seductora de una página en blanco.
Hay indirectamente referentes de sus lecturas y, entre ellas, Roque Dalton y su texto: Taberna y otros lugares, escrito en Praga. Y Alicia en el país de las maravillas o Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll . Veamos: “Ahora sabemos/ que esos días no eran buenos/ algo que quiso contarnos/ aquel borracho que mintió/ un buen poema en la taberna más famosa del mundo/ U Flekú U Fleckú; Alicia sueña, viéndose así misma al otro lado del espejo. Este poemario bien pudiese ser esa metáfora de la segunda parte del libro de Carroll: “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”. [4] La poesía de Nora es un clamor permanente a la luz, acequia donde las sombras se hacen visibles, profundamente visibles como la lágrima que se siente en el beso. Su esencial libertad y radical audacia la hacen peculiar en la poesía contemporánea salvadoreña. Uno entra en su poesía deshojando el alfabeto y así encuentra uno el ritmo y la luz de su palabra. Su poesía a menudo parte de la vida común; luego con su magia propia hace deslumbrar las sutilezas de la condición humana nuestra: entorno, tiempo rabiosamente hostil, ficción autobiográfica.
Pintura fresca, por su parte, cambia el tono del libro anterior; pero la fuerza se reafirma y la contundencia ya no digamos. No obstante ser una poeta joven, destaca su voz prometedora de la nueva poesía salvadoreña, tal la percepción de Miguel Huezo Mixco [5] Ha vivido cárcel y exilio. Esto le dá a mi juicio mayor solvencia a su verso convirtiéndolo en sombra, sol y viento. En la palabra cotidiana ha encontrado su estilo y la constante de sus temas. De repente siento esa atmósfera elegíaca hernandeana en su poesía. Y a propósito de esta valoración, está el poema “Guerra” de Miguel Hernández, que dice: “La vejez de los pueblos. / El corazón sin dueño. / El amor sin objeto. / La hierba, el polvo, el cuervo. / ¿Y la juventud?/ En el ataúd”. [6] La poeta cifró sus esperanzas en las enredaderas de la guerra, ahí sentada junto al roce del viento platicó con Heráclito, “lamiendo el doloroso deseo del mundo”. La poesía de alguien nunca es ajena en esencia a sus vivencias, tampoco es inocua cuando se abre a lo real. “El artista dueño de su instrumento, de una actitud que es su instrumento, …introduce en su obra los sentimientos e ideas que se propone”. Con ello quiero decir que ante una temática en particular, como insumo de lo real, la poeta es dueña de sus ideas y sentimientos; y no presa de las mismas, aunque el mundo, hoy más que nunca nos parezca un campo de batalla y consecuentemente, de masacre.
Da pie, Pintura fresca con el “poema desconectado”. Y dice: “Este es el año después de la guerra/ los periódicos anuncian/ amnistías, acuerdos/ referéndum…Pero nosotros [los que fueron combatientes] los invariables/ seguimos sitiados en nuestras casas/ llamando al número de los amos todopoderosos/ que ostentan el cheque de cada quincena… Press one for English… La Cacerola me grita que el gas se acaba/ los recibos se acumulan en racimos de hojas/ y yo sigo intentando parecerme a un ser humano…Si conoce el número de extensión/ márquelo en este momento… hemos vendido nuestra alma al Ridy Bank/ a la Amnesican Express/ y a la sucursal del hambre no llegan/ ni las plegarias del Papa ni los dividendos/ del Vaticano y las transnacionales…[7] Ciertamente, los doce años de la Guerra Civil Salvadoreña, ni los Acuerdos de Paz, sirvieron para construir una sociedad salvadoreña más justa; por el contrario, seguimos siendo el despojo de quienes detentan el poder político y económico. Con todo “el acto de escribir presupone una constante renovación o mutilación continua”. Cada etapa histórica, cada edad, cada poema, lleva consigo esto y más. Nora Méndez lo sabe —y esa experiencia sacrificial del combate— la ha llevado al poema y al libro como cristalización de su experiencia vital. El poema constituye su casa: la edifica por cuanto es la acumulación de la experiencia, la síntesis de su búsqueda y de encontrarse, supongo, con rostros y memorias. Están aquí, presentes, en la poesía de Nora, los recuerdos múltiples de su vida, imágenes truncadas, dolorosas a menudo no sólo de su etapa de colegiala, sino de esa salida suya hacia los brazos nada diáfanos de la guerra.
De ahí que, en el poema Holocausto [8] la poeta nos afirme al final del mismo que “Los vagones del genocidio/ somos/ adentro va detenida el alma mientras el amo/ ese tirano maldito/ viaja disfrazado en nuestra billetera/ es contado como amigo,/ atesorado en nuestras casas,/ a diario en nuestros sueños/ y nos delata/ los pobres carecemos de su gracia/ no accedemos a su fe/ ¡nos vamos coloreado!/ sólo el blanco y el negro/ para que usted sepa”. León Felipe dirá, por su parte, muchísimos años antes: “¡Qué pena si esta vida tuviera/ —esta vida nuestra—/ mil años de existencia!/ ¿Quién la haría hasta el fin llevadera?/ ¿Quién la soportaría toda sin protesta?/ ¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra/ al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?/ Los mismos hombres, las mismas guerras,/ los mismos tiranos,/ las mismas cadenas,/ los mismos farsantes,/ las mismas sectas/ ¡Y los mismos, los mismos poetas!... ¡Qué pena, concluye León Felipe, que sea así todo siempre…[9] Hierve el océano de su herida, misma que no cauterizó durante la lucha, sino que se fue haciendo cada vez más profunda. Herraduras, plomo y calaveras negras por doquier. Horizonte de espinas “tiritando en la incertidumbre” y no “casita de chocolate, donde las abejas se vuelven musgo.
Calentura de amor, está constituido por apenas nueve poemas. Y advierto: No es un poemario o, por lo menos, no es lo que cualquiera a simple vista pueda imaginar: erotismo, desbordamiento del deseo genital. Es más una poesía insinuante, es decir, cómplice, en la medida que el lector tiene que hacer sus elucubraciones. Quizá sea el menos testimonial en el sentido de los dos anteriores. Pero la poeta es así: juguetona, hiriente, sutilmente irónica. Jamás se toma en serio, por eso el texto en su conjunto no termina siendo un drama de las artes amorosas, sino una manera del poder creativo de sus evocaciones. Calentura de amor bien puede ser el concepto que englobe todo su periplo y templanza de y hacia la vida. Porque nadie —más allá de cualquier “romanticismo”, — se avienta al galope de la lucha dejándolo todo, sin que haya un sentimiento de pleno arraigo al compromiso. Pero Nora “es un ave de la tierra y vuela”. Es sobreviviente de la bomba y el fusil. Es el sentir y vivir salida de la ceniza.
Tenemos finalmente, La estación de los pájaros,[10] dividido en tres partes con un total de 55 poemas. Yo, simplemente le llamaría poesía varia. La poeta, otrora Eliseo Diego, se solaza en el acto de nombrar de nuevo las cosas: las persianas, los viajes a través de la ventana, la noche celeste de las palabras en un mundo erosionado por la historia. Nunca ha sido fácil para el poeta dar fe de los reveses del tiempo, ni de los ojos arrancados a la cordura para parecer cuerdo o, a la locura para manifestar la cordura necesaria en un mundo que lentamente agoniza.
¿De dónde viene entonces la poesía de Nora Méndez, cuyo discurso no es romántico, ni tiene esa efusión sentimental del claroscuro? Viene de ese ponderar y decantar tiempo y espacio. Nora ha besado los labios helados de la intemperie y los barrotes y sobre ese gran poema de la vida, “…en la luz de los mecheros entreveía/… el desastre de la página del decapitado/ y el peso de los astros en su cabeza”. Más que de desgastamiento, la lucha ha sido estoica pese a los vientos, a todos los vientos huracanados. Antes y después. Hoy, las pomadas del verso son insuficientes para detener o no sentir el cardo en las aceras y los alimentos sin bocas sanas, porque boca y labios se han agrietado en las camisas de fuerza de la noche. Su poesía, toda, suda como el arco iris en la plenitud de las paredes.
André Cruchaga,
Barataria, 01.I.2009
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[1] Fragmento del comentario que Manuel Rodas hace en la contracarátula al
libro “Seis, 2006, publicado por la Secretaría de Arte y Cultura de la
Universidad de El Salvador.
[2] De los días sin lluvia y huracanes.
[3]Paráfrasis del poema “Llena de dolor”
[4] Una flor enaltecida, fragmento de dicho poema.
[5] Huezo
Mixco, Miguel. Comentario
en contraportada del libro. Véase más sobre este escritor en Arte
poética-Rostros y versos
[6] Antología preparada por Elías Nahmad, Editorial letras vivas, México, 2004.
Pág. 141
[7] Fragmento, poema desconectado.
[8] poema dos de Pintura fresca
[9] Antología preparada por Elías Nahmad, Editorial letras vivas, México, 2004.
Pág. 185.[10] Méndez, Nora. La estación de los pájaros, col.
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