Ilustración: Antonio Gamero, visto por Manuel José Arce y Valladares
Nada he perdido porque nada a la vida traje,
Y me siento feliz de haber nacido pobre,
Porque el rico no puede
Parir con gran dolor las cosas grandes
Y luchar en la lucha de los hombres.
Feliz de haber mordido el corazón del vicio
Y de haber sido siempre un inconforme.
Yo nunca he sido esclavo de la monotonía
Ni de la rigidez perenne de las torres.
Abomino del rictus
Que fatiga la muerta sonrisa de las momias,
Y me arrastra el ejemplo de los seres
Que hallan pequeño el mundo para sus incursiones.
No puedo conformarme
Con que haya junto a mí tantos patanes
Que, en cambio de codearse con mi angustia,
Debieran estar ya en los mudalares.
Yo quisiera ser de algo muy etéreo,
De algo que no se pueda contener en los frascos
Igual que una loción o una sardina,
De algo que nadie toque con sus groseras manos:
Que pueda ir libremente de la calma a la tromba,
Del bullicio al silencio,
De la virtud al vicio,
De la piedra a la rosa,
Del más grande pecado al arrepentimiento,
Del rojo fuego al agua,
Del lodo al mineral, y de la urbe
A la verde quietud de la montaña.
Yo quisiera estar hecho de la esencia de Dios
Que pasa por el lodo sin mancharse,
Que, sin pecar, la vida de los hombres suprime,
Que desata la guerra y no es Atila,
Ni es nazi, ni fascista, ni rojo bolchevique.
¡Mentira!, yo no puedo resignarme
A ser hombre vulgar como los otros;
Y voy, en mi pequeña y angustiada existencia,
Buscando días nuevos, nuevas noches,
Nuevos mares de fuego en qué abrazarme.
Buscando nuevas luchas para no ser jumento
Que se aburre de hacer el mismo viaje.
Y clamo porque todo el mundo sepa
Que soy un inconforme,
Y que, amigo del vicio y las virtudes,
Soy hecho, mitad Dios y mitad hombre!
El hombre inconforme
Nada he perdido porque nada a la vida traje,
Y me siento feliz de haber nacido pobre,
Porque el rico no puede
Parir con gran dolor las cosas grandes
Y luchar en la lucha de los hombres.
Feliz de haber mordido el corazón del vicio
Y de haber sido siempre un inconforme.
Yo nunca he sido esclavo de la monotonía
Ni de la rigidez perenne de las torres.
Abomino del rictus
Que fatiga la muerta sonrisa de las momias,
Y me arrastra el ejemplo de los seres
Que hallan pequeño el mundo para sus incursiones.
No puedo conformarme
Con que haya junto a mí tantos patanes
Que, en cambio de codearse con mi angustia,
Debieran estar ya en los mudalares.
Yo quisiera ser de algo muy etéreo,
De algo que no se pueda contener en los frascos
Igual que una loción o una sardina,
De algo que nadie toque con sus groseras manos:
Que pueda ir libremente de la calma a la tromba,
Del bullicio al silencio,
De la virtud al vicio,
De la piedra a la rosa,
Del más grande pecado al arrepentimiento,
Del rojo fuego al agua,
Del lodo al mineral, y de la urbe
A la verde quietud de la montaña.
Yo quisiera estar hecho de la esencia de Dios
Que pasa por el lodo sin mancharse,
Que, sin pecar, la vida de los hombres suprime,
Que desata la guerra y no es Atila,
Ni es nazi, ni fascista, ni rojo bolchevique.
¡Mentira!, yo no puedo resignarme
A ser hombre vulgar como los otros;
Y voy, en mi pequeña y angustiada existencia,
Buscando días nuevos, nuevas noches,
Nuevos mares de fuego en qué abrazarme.
Buscando nuevas luchas para no ser jumento
Que se aburre de hacer el mismo viaje.
Y clamo porque todo el mundo sepa
Que soy un inconforme,
Y que, amigo del vicio y las virtudes,
Soy hecho, mitad Dios y mitad hombre!
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