martes, 19 de agosto de 2008

Lo que fue dictando el fuego a la palabra_André Cruchaga

Maylén Domínguez Mondeja, Cuba





Lo que fue dictando el fuego a la palabra




“Ya hablé de las ciudades,
Puedo imaginar la edad de algunas casas,”…
MAYLÉN DOMÍNGUEZ MONDEJA




Cuando Maylén Domínguez Mondeja, (Cienfuegos, Cuba, 1973) me envió sus primeros poemas quedé impresionado por su gran altura poética, hondo lirismo y manejo del lenguaje. “Pulcritud, madurez” y pasión con que escribe son en Maylén su “magno fuego”. En estos días me ha hecho llegar tres libros suyos: “De lo que fue dictando el fuego”, 2004; “Noche magna”, 2006; y “Queredlas cual las hacéis” (Antología de jóvenes poetisas cubanas del siglo XXI), en coautoría con Noel Castillo González, 2007.

Ya desde su entrada nos asombra con ese título tan sugestivo. Como en su tiempo también nos asombró Sor Juana Inés de la Cruz, a quien de seguro esta poeta de Cienfuegos ha leído largas noches y días de luminoso sol caribeño. El poemario “De lo que fue dictando el fuego”, 2004, en su mayoría es un reconocimiento desde su palabra y genuino sentir, a diversas personales que han hecho historia por su contribución a las sociedades a las cuales han pertenecido, pero también porque su estro ha incidido y contribuido al desarrollo de nuestro continente, ya a través del canto, la poesía o las luchas sociales. Así tenemos alusiones al poeta Otto René Castillo y su amada Karen, la historia de Laura Estrella joven embarazada y secuestrada en Argentina y asumido el dolor de ella, de su madre (Abuelas de la Plaza de Mayo), desde la individualidad de Maylén: “Los besos cercenados,/ los pechos como arena que el vendaval asuela…/ ¿Qué oculto polvo seré cuando amanezca en/ llanto de mi hijo,/ qué voz predicará en su noche?/ Ahora que mi vientre tramaba una caricia,/puedo crujir de espanto,/ callo donde hace el odio su potestad terrible.” (Laura Estrella, pág.15).

La historia —nos dice Maylén— es una caprichosa llaga/ arrinconada en la orfandad del pecho,/ todo lo puede cambiar.”… Y es cierto, la historia hace y deshace, alucina con sus credos y se quiebra, es agua entrañable y cansancio cuando los procesos se agotan, desenreda, rueda y sangra, su aliento es una escuela de manos. “¿Vuelve todo a vivirse bajo la piel del polvo”/ ¿Cómo será en lo oscuro tu trémula figura/ palpando la ceniza de mi clamor profundo?” (Manuela Sáenz, pag.20). Cada verso contenido en este libro es un testimonio-homenaje vivo de amor, genuino amor casi filial a otras personas materializado a través de la palabra. “A veces una palabra puede incendiar lo frágil”, a veces no se puede nombrar la tristeza, ni dejar sin tiempo el pulso de la vida.

Hace años, estaba joven todavía cuando leí algo de aquel personaje mítico de “La Pasionaria”(Dolores Ibárruri), Maylén me la ha recordado ahora en los siguientes versos: “Dolores fue un temblor en el diciembre duro,/ estremeciendo el suelo agreste de Gayarta./ …/¿Qué llanto baja entonces al polvo enrarecido,/ qué sueños,/ cuando el fuego de esa pasión/ no alcanza?”(Poema III, pág.29). El poemario: “De lo que fue dictando el fuego”, culmina con el apartado: “Marías que se van”: interesante porque la sección la inicia con un poema donde hace alusión a María Magdalena de señales bíblicas conocidas en los Evangelios y vida de Jesús, hasta culminar con el poema: “palabras con María Dulce Loynaz, donde encuentro profunda tristeza y un paisaje de alas grises, permeadas por la sal de las tórridas fragancias: “Qué bien, Dulce María,/ me asentaría una angustia varada en/ lontananza./ inexorablemente/ el musgo me ha roído,/ el mismo en que procuro inclinarme hacia otra/ vida/ como quien al fin no encuentra en el agua algún/ remanso”. (Palabras con Dulce María Loynaz, pág. 58).

Por su parte “Noche Magna”, 2006, es un poemario personal, donde saltan los desasosiegos propios de un poeta. Poemario íntimo, pulcro, sin facilismo de palabras, sobrio, sincero. Esperanza, erotismo, soledad, nostalgias son la tónica de los poemas contenidos aquí. Maylén estampa su sombra en el espejo de cada palabra para revelar lo que hay detrás de umbrales y puertas. El viento celeste de la isla suelta sus hilos y, como un portento de la sangre heredada, hace el fuego. Entonces el tiempo y el cielo se desvelan; “su batir de alas”, desemboca al límite “inquebrantable de la madera”.

Esperanza transida con un dejo de dolor; pero esperanza al fin. La poeta aparece casi desvaída en la cantera de sus sueños: “A ratos logro rumiarte una esperanza,/ confiarme suave a esos días,/ para ese Día decirte:/ puedo vivir mi soledad dócil,/ mi noche a salvo de todos los estíos,/ mi Noche Magna”. Más adelante, con un epígrafe de Jorge Boccanera: ¿Qué haré con este corazón desordenado y triste…?, da inicio a su “entrada la tarde”. El título de esta sección del poemario de inmediato nos invita y sumerge en el tiempo, pero también en ese: entrada la tarde donde el día, la luz se va perdiendo y viene la noche con sus sombras, con su penumbra, con su melena de resplandores yertos y gastadas rosas. Viene también la zozobra, los ahogos y desahogos de la lluvia en el cuerpo: “Cómo lograrte sin mitigar los dones/ que me aprisionan al centro de la Ínsula,/ cómo negarte./ …Entrabas a la tarde/ e ignoraré en qué predio encallaban tus palabras./…Ignorarás, Amigo,/ esta tristeza insular,/ tremebunda./ Y he de seguir nombrando tu vida, aunque no espere./ Lo puedo presentir en la estación que alargan/ los pájaros tardíos,”…

La poeta anda y desanda los temblores de la carne, las puertas indecibles de la noche, su cuerpo y su alma, elevadas a la trementina, al encuentro desposado de las enredaderas. “Me apegaba al rescoldo de tu cuerpo,/ ansiaba verte otra vez,/ como aquel día,/ atravesando una diminuta calle, viniendo a mí.” Y nos continua diciendo: “Una quisiera adorar como se adora,/ sin más pretexto que ese besar naciendo,/… Sin embargo nos damos cuenta que en el amor también existe la penumbra; lo que a menudo en un principio es balcón con golondrinas, pronto se torna vitral sangrante, ojos lánguidos y mirada penumbrosa. Cruelmente tras el amor viene el desamor, tras la renunciación hace acto de presencia la memoria a menudo para entibiar aquellas escenas que por un momento nos parecieron mágicas. “No niegues —dice la poeta— aquel modo inocente de sabernos,/ como no puedo curar yo el sordo abismo/ de tanta ausencia.” ¡Vaya si no! Lo que el gozo nos ofrece, después es grito desgarrador tras las cortinas del alma. Por eso la vida es un teatro con múltiples balcones: Lo que al parecer es, deja de serlo como un barco que se aleja en la saliva del horizonte.

Maylén ha escrito poemas desgarradores. ¿Qué es el ser humano sin divisa? ¿Qué se es si dentro de un concierto de gaviotas, el alma tirita en la silenciosa red de sus alas solitarias? La poeta, tendida, desnuda en su propio peso, con un dejo de temblorosos cerillos, soporta lo posible y el acaso del sueño: “Si tuviera un país para ofrecerte,/ si lograra domesticar el alma que te idealiza en la honda noche/ donde apenas consigo ser la extensión de tu beso, / que me ciñe./…/ si yo tuviera una luz,/ un sitio claro/ donde aliviarte el cuerpo./…/ ¡Ah, que tú escapes de este dolor/…” La angustia a menudo nos aniquila; pero la poeta transida de humanidad, sólo desea que ese dolor con ella, no se transfiera al otro. Pese a mí, es darle vida al alma del otro cumpliendo con un acto de ternura y altruismo plenos. Duelen los inviernos sin cauce, morir sin encontrar la gracia de cuanto en el sueño se diluye como una luz extraña. “Qué espanto en este mundo fatal,/ sin poseerte./ en mí cae la noche/ y el tiempo,/ todo el tiempo”… Sin duda es fatal en la hondura del sentimiento, saber que ese sentimiento denso, pulido y oreado con las manos, ensombrece en las pupilas feroces de los acantilados.

Luego le siguen: “nocturnas digresiones” y “donde nada me ensombrezca”. En ambos subtítulos, Maylén ha incluido una serie de poemas entre los que destacan: “Inventario” y “la tarde simple”. En inventario, que no es otra cosa que hacer ese recuento necesario del camino andado, nos dice: “He emprendido muchas veces el camino de retorno a Casa/ —zona imprecisa en mis vagas mutaciones,/ leve en su sangre,/ deshecha, confiscada—,/ donde la demasiada sombra/ forma otras paredes con la muerte.”… La poeta sale a la calle como cualquier otro mortal, pero allí hay de todo: lunas oscuras y soles apagados, enfurecidas risas y aceras aullando hasta los tuétanos. Cuando esas realidades se han asimilado, cuando hay decepciones, y las puertas uno se las encuentra cerradas, se piensa en el retorno, en el lar que protege. En todo exterior o intemperie uno es vulnerable a: la pesadumbre, los desarraigos, la demencia, los fatalismos, la utopía y la sed…

Y convengo en el cierre de este poemario con Maylén en que uno deja tantas esperanzas prendidas en los muros del tiempo; hay verdades sencillas que dan felicidad: “una ternura/ puede alegrarlo todo.”…y puede sin duda alguna aliviarnos los desgarramientos que dormitan en las estaciones de nuestros sueños.


André Cruchaga,
Barataria, 17.VIII.2008
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