miércoles, 6 de mayo de 2009

TRENES DE POSGUERRA -José Mas

Río Lempa. Fotografía tomada de: El Salvador impresionante





____TRENES DE POSGUERRA____




Las tapias de las estaciones conservaban
la memoria gangrenada y los tímpanos rotos
de la pólvora injusta.

Eran tiempos de pertinaz sequía
y aguaceros de sangre que no amainaban nunca.
Se racionaban el pan y la confianza;
el miedo, sin embargo, era un mastín
entrenado para saltarles al cuello, en plena noche,
a los sobrevivientes discapacitados
de la derrota y su expolio.

El dictador cabía en el pitido agudo
-y sin duda, grotesco-
de un tren de vía estrecha.

Pero era inmensa la elasticidad
de sus zarpas de tigre, al acecho constante
entre los interminables matorrales de las oficinas,
para desgarrar a la presa,
aunque se escondiera días y años
bajo las durmientes de las vías muertas,
o en la palanca insomne del guardagujas.

Las iglesias doblaban a rebato
contra la vida y sus pocos placeres,
mientras llenaban nuestros sueños
de la infinita quemadura
de una cerilla eterna.

Muchos ricos
y algunos pobres que merecían su pobreza,
compraban con dinero sonante y quemante
parcelitas de cielo donde bostezar a gusto
entre un humo de incienso y de jaculatorias.

Y en las taquillas de las sacristías
-que siempre olían a furgón de cola-
reservaban su billete de ida y sin retorno.

Un domingo, a bordo de un asmático
tren de cercanías,
me escapé del internado escolar
de concentración.

Durante días y aun durante meses,
me protegió el hollín, fundido
con mi piel como un tatuaje
de denuncias, recelos, bigotes de abogados,
sotanas cochambrosas y silbatos
de despistados policías.

Una mañana de octubre,
en un tren de largo recorrido,
que acercaba nuestra común provincia
a la inevitable corte,
te hallé.

Tu voz delgada y misteriosa
traía resonancias de un patio ensimismado,
donde el murmullo de una fuente
vestía de un sopor de anillos y toquillas
tu paulatina soledad.

Mi silencio de tren averiado se imbricó
en tu silencio, que empezaba
a desperezarse en mariposas
o en pañuelos de bienvenida.

Mi brazo se injertó a tu brazo,
de mis labios colgaste tu risa
y en el dominio del terror parado
edificamos nuestra estación de besos,
que aún necesitaba de trasbordos.

Durante mucho tiempo todavía,
los besos vivirían en andenes soñados,
pues temíamos, al darlos,
escuchar el silbido de la delación
o sentir el veloz traqueteo
del convoy de la culpa,
aplastándonos.

Porque según las ordenanzas militares
(y también las canónicas)
el amor era subversivo,
pues su deleite exento destrozaba
la perfecta telaraña de la familia.

Hubo un golpe de suerte,
o un cambio de agujas, no lo sé:
pero una tarde
en el vagón vacío de un tren que parecía
hacer su recorrido de memoria,
inauguré tu túnel, mientras tú
inaugurabas todos mis derrumbes.
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