lunes, 2 de agosto de 2010

JAIME ICHO KOZAK Y SUS MANOS FORASTERAS

Portada: "Ojo Estelar" de Miguel Óscar Menassa








JAIME KOZAK Y SUS MANOS FORASTERAS






[Comentario]







A finales de julio de este año, he recibo la más reciente obra poética publicada por el poeta argentino-español, Jaime Icho Kozak. Se trata del libro intitulado: MANOS FORASTERAS, editado en la colección Poesía, por la Editorial Grupo Cero, afincada en Madrid, España. El libro en cuestión está divido en tres partes: El diablo hocicudo, No sabía que era tu nombre, y Manos forasteras.

El poeta Icho Kozak, es poeta de lo onírico. Construye el poema desde la insondable tempestad de la sangre. Imagen e metáfora se asoman al nosotros inquietante, a la palabra sin soslayo de las tempestades humanas. Así, ya en el primer poema, el poeta nos dice: “Dientes chirriando en las puertas del tiempo/ con la mirada cubierta de líquenes/ y leporinos velos con sienes restallantes,/ pateando de soslayo la muerte”. El poeta, al igual que las demás personas tiene la capacidad de comunicarse a través de este universo de símbolos. El poema como construcción, obra creada, es la revelación íntima del poeta; pero además es apelativa y sígnica.

Diversos motivos subyacen en la obra del poeta: la nostalgia por la patria, la angustia, el tiempo y su espectral fugacidad; para lo cual, recurre a la imagen de la luciérnaga y al cenit; indaga, además en esa fuente inagotable del amor que otros poetas, de aquí y allá, a lo largo de centurias han cantado, sublimado y exteriorizado como parte de la vivencia del alma humana.

El poeta, en su actitud de hablante poético, “lenguaje lírico”, emplea diferentes figuras, objetos hechos situaciones, como recurso comparativo para hacer más entrañable la relación poesía vida. De pronto, en uno de sus poemas salta la espectral imagen del lobo, tal como viene de Thomas Hobbes, en cuanto expresión, pues la poesía de Icho Kozak no tiene nada que ver con el atomismo.

“En amplios espectros —nos dice el poeta—/ cada vez más cercanos,/ juegan, tranquilamente,/ un mano a mano/ entre sombras y mi garganta”. Poema: Mis nietos. El poeta es, pues, un ser del asombro. Va tocado siempre por la humedad de los arroyos. Y luego en diáfanos renglones, el miedo en el filo de las lámparas. Por eso, expresa: “Sensible al miedo/ hasta estupores linfáticos,/ es la fascinación/ de encuentros previstos,/ mapas plurales,/ no agotan mis deseos erráticos,/ memorias del mundo.”

La fugacidad apremia al poeta, ya jugando los hilos sutiles del azar, ya entre espejos quebrados. Lo cierto es que “Con pies indulgentes,/ me sumerjo/ en la pasión que alimenta velocidades de crucero”. Lo cual nos quiere decir que el poeta es consciente de este despojo de la fugacidad.


André Cruchaga
Barataria, 02.VIII. 2010

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