viernes, 21 de febrero de 2014

“Lectura Analítica de “SIETE HISTORIAS DE CUSCATLÁN”, Primer Lugar en la Rama de Poesía de los Quintos Juegos Florales Centroamericanos, León, Nicaragua, 2006. Poética del Salvadoreño Luis Melgar Brizuela.

Alfonso Velis Tobar,
poeta, narrador, ensayista y crítico salvadoreño.




ENSAYO




“Lectura Analítica  de  “SIETE HISTORIAS DE CUSCATLÁN”, Primer  Lugar en la Rama de Poesía de los Quintos Juegos Florales Centroamericanos, León, Nicaragua, 2006.  Poética del Salvadoreño Luis Melgar Brizuela.



Por Alfonso Velis Tobar
MA. Carleton University
Canadá- El Salvador.



          Aquí desde el corazón de América,  nuestra hermosa  tierra El Salvador,  diminuto país, que  debido a sus álgidos problemas sociales de injusticia social,  lo convierten en una tierra llena de violencia. Esta es la visión del  mundo que refleja el corpus poético de “Siete Historias de Cuscatlán”, del poeta salvadoreño  Luis Melgar Brizuela, que resultó ganadora del Primer  Lugar en la Rama de Poesía de los Quintos Juegos Florales Centroamericanos, celebrado en la tierra de Rubén Darío, León, Nicaragua en 2006.  El Salvador, conocido en la época Precolombina como “CUSCATLAN”, que significa “Tierra de preseas o lugar de joyas y collares”, según la Toponimia Náhuatl. País de  bellísimos paisajes, volcanes,  sierras y montañas. Cuscatlán es leyenda y realidad contrastante, “donde “el hombre es decididamente alegre o inconmensurablemente triste –como dice el poeta  Pedro Geofroy Rivas-, bondadoso hasta el candor o cruel hasta el sadismo o la locura, opresor implacable u oprimido sin esperanzas”.   Toda esta situación se  apodera con dolor y esperanza del espíritu del poeta Brizuela quien refleja un espacio referencial en torno a la cruenta guerra  civil entre los años de 1970 a 1992 en El Salvador. 
          Desde el plano extraliterario, es  la relación individuos y nación,  podemos afirmar,  que la literatura, la poesía (exigencia indispensable del alma), donde la idea de patria prevalece como reflejo de lo que históricamente acontece en ella, desde más de cinco siglos atrás. El autor sintetiza desde la conquista misma en relación  a los problemas sociales,  la constante lucha de clases que hasta hoy se vive, la crisis de identidad del país, y junto al manoseo constante del imperialismo. Historias prohibidas, ocultadas por el poder y el odio con la idiotez política que nos ha gobernado. Somos testigos del espanto,  la psicosis del terror, los estados de sitio y  ley marcial,  experiencia de  zozobra constante entre los designios de la vida y la muerte y de infelicidad insegura que la dictadura militar implantó durante esa época revolucionaria en el país.  Donde también tenemos héroes y mártires que han entregado sus vidas al luchar por la justicia social,  por la democracia, el respeto a los Derechos humanos y por el rescate histórico de nuestra Nacionalidad Salvadoreña. Entre  el entorno de nuestra vida cultural estas historias exploran temas que desmitifican la realidad,   una realidad violenta, sangrante,  entonces  por ello “La marea de la patria subió tanto / que el barco de la patria empezó a zozobrar” [1]  a naufragar  en un creciente enfrentamiento de lucha de clases y con esa marea de desestabilización económica y desintegración social en que estamos inmersos hasta el presente. Para aclarar mi juicio, oigamos  a Brizuela que en su historia primera: “Y decretaron muerte a los profetas”,  expresa su sentir: “hubo en este país un incendio de odios y de luchas de clases y de clases de lucha que durante doce años (1979-1992) hicieron una pira de cadáveres setenta veces siete por miles y  millones de lagrimas, exilios, de derrumbes, desfloración de prados y cosechas y aldeas arrasadas”.  Entre estas dolorosas historias identificamos la postura moral de personajes que se jugaron la vida alzando su voz y  que ya tienen que ver con la historia del pueblo que se escribe: “Entonces la voz de unos profetas se expandió / como regueros de luz / diciendo a los impíos / ¡Negociad el poder y devolvedle al pobre / el derecho a la mesa y a la escuela”,  la realidad  objetiva está presente,   pues la masacre de los Jesuitas de la UCA y dos humildes  domésticas, masacre en el alma mater, ejecutada cínicamente bajo  tutela militar de la Fuerza Armada, caso conocido a nivel internacional. Asesinatos  ocurridos en los meros días de la Ofensiva de Noviembre 1989  entre  los fuegos la guerra civil: “Así que llegaron a la casa de paz / de seis esclarecidos sacerdotes y a la de dos empleadas domesticas / varios hombres soldados a la exacta medida / de sus nombres de guerra: Satanás, Pilijay, Maldito, Salvaje, / Lagarto. Acorralado. / Soldaditos de plomo / con nombres del reino de la noche”.  Subrayo con énfasis esta historia (un tanto prosaica) pero de un valor conceptual,  testimonial por su denuncia: “Así fue como un noviembre de huracanes / la sangre de seis mártires profetas / - seis hombres que en verdad / eran siervos del Hombre-Quetzalcóatl, / también llamado el Cristo- / vino con el vino de Dios / a mojar esta tierra de dolor y esperanza / para que el día de mañana escribiéramos bien / el sueño de la patria”.
       Y así en su recuento van apareciendo otros mártires que simbolizan los miles de muertos masacrados por  aquel régimen fascista que con asesoría militar del Imperialismo, atizó con más fuego y sangre, con dólares de muerte (engendrando corrupción) haciendo  la guerra al pueblo,  pueblo que se tuvo que armar, se organizó y quien por condición moral  supo también declarar la guerra al enemigo, creando el heroico frente Farabundo Martí que supo luchar hasta última hora de 1992  por la liberación nacional.  La segunda historia “Un Profeta Mayor Alzo su muerte”,  se refiere  al caso del crimen que encendió la mecha de la revolución de los 80s, el asesinato de Monseñor “Oscar Arnulfo Romero”, que conmovió al mundo entero, ocurrido el 24 de marzo de 1980 en la Capilla de la Divina Providencia en San Salvador. Ejecutado con la autoría intelectual de los sátrapa de la oligarquía, los militares y  la complicidad de los Judas y Pilatos de la  misma Iglesia Católica Salvadoreña, que  en  su división interna,  habían obispos a favor de los conservadores ricos (Aparicio y Quintanilla), donde también otros tomaron  la “Teología de la liberación” (el jesuita Rutilio Grande, obispo Rivera y Damas, Monseñor Romero y más valientes sacerdotes que cayeron,  buscando por vías cristianas,  el mejor  bienestar de los pobres: “Cuando la guerra que les cuento comenzaba a ponerse / color de Apocalipsis, / convirtiendo su báculo en micrófono / salió al atrio el obispo mayor, / de nombre Oscar Mestizo / y con palabra como espada de fuego / se enfrento a las fieras de turno / a los dragones del mercado libre / a los lobos de la fuerza armada / a las víboras de la prensa amarilla / a los Herodes del gobierno / y a los Poncio – Pilatos de la Embajada y el Pentágono”.  Todos  fueron como lobos y hienas que se lanzaron contra aquel cordero de Dios inmolándolo con el martirio. Monseñor Romero voz de los sin voz.
       El texto tercero “Historia de un rico bueno llamado Enrique”,  alusión al patriota Enrique Álvarez Córdoba, un patriarcas más de la Oligarquía salvadoreña, con la diferencia, que fue un rico justo,  sin ambiciones de poder. Oligarca que supo acatar el precepto bíblico de Cristo: es más fácil, que un camello pase por el ojo de una aguja y no un rico entre al reino de los cielos. Pero Quique Álvarez Córdoba supo con humanismo de conciencia proletaria, quien a pesar de haber sido alimentado con cuchara de oro,  supo romper ese precepto,  fue  “un hombre muy rico de esta tierra que logró pasar el ojo de la aguja atravesando el llanto de los pobres”, como dice el poeta,  por ello fue sentenciado a muerte por los mismos patriarcas del dinero, quienes siempre quieren manejar los destinos de este sufrido país: “Era un hombre de familia oligárquica / señor de latifundios y ganados / y se llamaba Enrique”. --A quien como dice el poeta-- “el hambre de los pobres le punzaba los ojos / y el dolor de los niños le encarrujaba el alma”.
        En la cuarta historia “Tuvimos ¡Ohuaya! Un poeta profeta”, se relaciona al caso del asesinato del poeta salvadoreño Roque Dalton García (1935-1975), conocido como militante de la revolución salvadoreña, ejemplo de intelectual revolucionario en Latinoamérica.  Asesinato debido a la actitud retrograda de uno de los primeros grupos clandestinos de ultraizquierda (ERP) que en la década de los 70s pregonó la muerte (craso error como han manifestado años después sus asesinos), un poeta muy solidario con la Revolución Cubana, un hombre visionario, que rompió los cánones, orientando la brújula de la poesía salvadoreña contemporánea del siglo XX a niveles latinoamericanos,  a nuevas formas estéticas,  ideológicas,  en el uso del lenguaje y la metáfora,  con actitud avasalladora  y en una época difícil que le tocaría enfrentar.  Poeta que supo crear  una poesía con lucidez, con desenfado y con espontaneidad coloquial,  dando dolores de cabeza contra los depredadores del mal,  la opresión, la injusticia y con el sueño socialista; es decir dar su vida por la causa proletaria, como el único camino de salvación,  realizando su militancia política con honestidad y postura moral dentro de una realidad compleja, de riesgos, de valentía política que lo lleva a sufrir  cárcel y exilios durante los 60s por el régimen militar del coronel José María Lemus, porque hasta hoy sus  “Sus poemas fueron piedras de escándalo / racimos de la ira / manzanas de la guerra; / porque asumió con gozo y con coraje el decir la verdad/ ante los torreones del poder y el miedo”. Ese fue Roque Dalton García “el pregonero poeta de la guerra/ que regreso a luchar / después de tanto exilio y tantos sueños”. Roque Dalton al  igual que el poeta Alfonso Hernández (1948-1988)  que cayó combatiendo, soñando un futuro luminoso para la patria, ellos son patriotas que  no se entierran nunca: “en mayo lo mataron,  equivocadamente / un día  de la madre dejaron su cuerpo sin sembrarlo/ sobre la madre tierra. Sus huesos y sus versos / no cupieron en una tumba: / se fueron expandiendo con sed de enredaderas/ con vocación de ramos, / por los cuatro costados de este país que tanto amó / regándolo con libros y con sangre”.
         No olvidemos que en nuestro análisis partimos del texto literario,  una poesía exteriorista, de verso libre, y en algunos instantes  lirico, escrita a la manera de crónicas poéticas.  Fuentes que  vamos  interpretando desde  un espacio referencial, la patria. En este caso debemos partir del contexto social, cultural, económico y político  que enmarcan los textos  poéticos de Brizuela dentro de un marco histórico real. Temática  histórica  del pasado que tiene que ver con las luchas del presente en los 80s, como lo muestra el texto quinto “Oración-Elegía por 1932”, se refiere a  sucesos que se producen dentro del marco de la lucha de clases que lleva al pueblo a un levantamiento insurreccional de indígenas, obreros campesinos,  acaecido en 1932, dejando según los analistas, un doloroso saldo de 30 mil muertos, masacrados en el occidente del país, a manos del criminal régimen del General Maximiliano Martínez(1898-1966), quien mandó por esa época a fusilar a Farabundo Martí ( 1893-1932),  conocido líder que encabezó, junto a otros tal levantamiento, Farabundo Martí es símbolo hasta hoy de la revolución salvadoreña.  Martínez  asesinó  a otros patriotas,  impuso una dictadura militar de 13 años en el poder sembrando silencio. Brizuela en su arrebato lirico,  pero pensado con lógica, estilo ritual en rasgos de poesía indigenista, aclama a los Dioses míticos Pipiles Quetzalcóatl, Ometeotl y Tezcatlipoca, el del Espejo Humeante y al  Justo Juez de la Noche, bajo  esta invocación: “El general y sus tropas de asalto dieron timón atrás / al barco de la patria / por los esteros del miedo / dorando los mares del imperio. / Fue cuando el crac mundial de las finanzas / en virtud del desorden con que rigen el mundo / los hijos del negro Tezcatlipoca, / el del Espejo Humeante”. / (…) “Por eso te pido Ometeotl Eterno / ten compasión del indio y de la india que aun / no ven su aurora / que aun andan mendigos por las calles del tiempo / con su prosapia a cuestas / añorando la tierra de preseas / donde bajo el azul de un cielo de cobalto / el venado cruzaba los montes y los ríos”.  
         Las historia seis y siete, respectivamente “Un Mitote llamado Independencia” y “Tierra de Cacahuatales, Tierra de Bálsamos”,  marca la historia de un país colonizado, alude el final de la Monarquía Española,  por el movimiento emancipador  de Independencia de 1821 en Centroamérica, quien durante el sometimiento colonial fuera gobernada por peninsulares, encomenderos  y criollos pudientes.  Quienes,  alzaron su voz anticolonial en un momento, motivo de persecución, cárcel y sentencias. Pero fueron Criollos que por sus mismos intereses creados apoyaron la independencia. Claro algunos de estos “próceres” (entre ellos algunos curas cristianos y civiles), tenían  buenas intenciones,  como Pedro Pablo Castillo,  a favor de la causa popular y de las comunidades indígenas; otros pensaban en sus bienes hereditarios, el poder, luego manejar los recursos de la patria:  “Los criollos de la América Central / nacidos de españoles y herederos/ de tres siglos de corona real / plantaron en sus sienes para entonces / el gorro frigio de la emancipación: / empuñaron antorchas para hacer su camino / y proclamaron suya desde entonces / la cintura de Abbia-Yala (América)” (…)  “si los criollos de blanca tez y herencia colonial decían: / ¡Libertad, Igualdad, Independencia!/ los indios y mestizos aplaudían mirando, / agitando las enormes raíces de miseria y despojo”. Fue la oligarquía criolla, para decirlo así,  los que soñaron la “Independencia” en su provecho, el pueblo trabajador siguió lo mismo sin su independencia, siempre históricamente sometido a los amos mayores, luchas que tienen que ver, con las presentes luchas del pueblo. Pues una vez decretada la independencia los criollos hicieron de las suyas para mantener sus privilegios, se olvidaron de los sectores proletarios,  manteniéndonos en sumisión, represión, marginación social, cultural,  miseria y explotación hasta los perennes días: “Pero he aquí que la sequia continuo de frente y de perfil / en el rancho, en la milpa: los señores del mando, / doctores de la ley, patrones del añil y del bálsamo,/ no curaron la herida / de los trescientos años de saqueo y mentira / antes bien mantuvieron con hambre y reprimidos / a los hijos del maíz y del barro / les recetaron viejos impuestos con discursos nuevos / negociaron su pompa y su esplendor con el país del Norte, / alianza de la que el pobre – pobre no comería ni un rábano”. Esta misma historia  refiere  los despojos de la burguesía criolla,  en  el arrebato de las tierras indígenas, al declarar el Supremo gobierno de turno (de Mariano Prado),  la famosa “Ley de Extinción de los Ejidos Comunales”,  acción que ocasionó un grito de protesta y un furioso levantamiento de los pueblos indígenas, Santiago y San Juan Nonualco, acaudillados por el indio Anastasio Aquino en 1833, quien se rebeló contra los  terratenientes criollos, añilera por entonces,  quien se autorizaba con descarado derecho la usurpación inaudita de las tierras indígenas, con el fin de introducir  por ambición de riqueza, el café (“grano de oro”)  y convertirse con el tiempo, en oligarquía cafetalera e industrial:  “Así fue poco más tarde, en 1833, / de los montes del centro de su tierra humillada / bajaron los Nonualcos, / los nietos del jaguar y del quetzal / en rebelión bravía / a luchar por su raza y por su historia/ bajo el mandato de Anastasio Aquino / el rey de los nonualcos, / repudiando los símbolos antiguos y los nuevos / del gran depredador, / del siempre engarzador de mentiras.”  
           Aquí en este  terruño de Cuscatlán se da la vida por una idea donde la tragedia histórica aflora sentimientos por la patria que se ama intensamente, historia vilipendiada desde un pasado que nos pertenece, arrebatado con la cruz  y la espada, con el saqueo e implantación de una cultura colonizadora (y hoy neo colonizadora) desde la invasión misma de la Conquista Española a Goathemala y Cuscatlán desde 1524 en Centroamérica, por el Clan de los Alvarado y otros que en nombre de la corona  impusieron un sistema obsoleto,  feudalislista, manejado con el tiempo por los nuevos amos  de hoy,  cómplices de la dependencia económica,  del grado de norteamericanización y la dolarización que padecemos.  Esta séptima crónica poética  reza con sentimiento trágico: “Era un 8 de junio de 1524 cuando por occidente, / por la mar del sur. / Llegaron más o menos 300 blancos / y unos 5000 indios a ellos sometidos. Vinieron en son de guerra a la comarca/ de muy variadas preseas / al señorío de Tecpan Izalco / y al señorío de Cuscatlán, / donde crecían con bendición de Tlálot / los balsamares y los cacahuatales / saturando de aromas el trajinar de los nativos.”
                  En conclusión estas son Siete Historias de las tantas historias prohibidas que cuentan del calvario de sangre y despotismo institucional que ha vivido nuestra patria hasta el presente. “Siete Historias de Cuscatlán”,  de Luis Melgar Brizuela, obedecen a esa visión de crear una “POESIA DE RESISTENCIA”,  dentro de una cultura popular,  bajo una toma de conciencia social siempre de participación liberadora. Aquí se manifiesta el reflejo de una literatura  de carácter  “subversivo”, desde las trincheras de la poesía misma en una “cultura de resistencia”,  que según las nuevas teorías de la estética materialista caracterizan “un espacio de conflictos ideológicos y políticos entre dominantes estructuras de poder[1] (Grabes, 131), en Centroamérica en particular aquí en El Salvador, Guatemala y Nicaragua, focos de beligerancia política juzgados desde los 50s, región inmersa en perennes conflictos sociopolíticos, donde predomina como espejo de  nuestro tiempo  una literatura de protesta (poesía, narrativa) de testimonio que no está exenta, ni es indiferente, aun después de la posguerra,  a la crisis social que  hoy enfrentamos en otra dimensión histórica,  contra nuevos patriarcas del poder y su gloria de privilegios y sus corrupciones de turno. Y aunque todo tiene su precio estipulado, honores, conciencia de morir, y por el precio de la felicidad de otros venga tantas veces esa muerte dolorosa. Uno de esos pudiste haber sido tú entre “setenta veces siete que por miles murieron”, como dice Brizuela,  aquellos que  heroicamente cayeron para que otros sigamos viviendo. Nuestros muertos guardan un espíritu épico del pasado en sus memorables vidas que ofrecieron y que serán siempre semillas de floración para mañana.AVT/03/2012




[1]- Según concepto teórico del escritor alemán Grabes, Herbert, citado por Werner Mackenbach en su “Introducción” a “Intersecciones y “Transgresiones: propuesta para una historiografía literaria centroamericana” F&GEditores, Guatemala, 2008)
Alfonsovelistobar@gmail.com / Coordinador, fundador, Taller Literario “Alfonso Hernández”,  poeta mártir de la revolución salvadoreña. Canadá, El Salvador, Centroamérica. Marzo, 2012.



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