sábado, 20 de junio de 2015

ANDRÉ CRUCHAGA, UN ESCRITOR UNIVERSAL

Cuaderno de ceniza, André Cruchaga



ANDRÉ CRUCHAGA,
UN ESCRITOR UNIVERSAL



Ricardo Llopesa





A
ndré Cruchaga es el escritor salvadoreño más universal. Nacido en 1957, en el departamento de Chalatenango, su obra ha sido traducida al francés, el griego, el holandés, el rumano, el portugués, el vasco y el catalán. La dimensión de su personalidad es similar a su obra, amplia, rica, de gran aliento y resonancia, que inició en 1992, con “Alegoría de la palabra”, hasta dos libros suyos que me han llegado recientemente, titulados “Cuaderno de Ceniza” y “Viaje póstumo”.
            La obra de Cruchaga ha despertado mi interés desde aquellos días cuando me tocó analizar “Blasfemia del subsuelo”, un libro donde el poeta persigue el poema total, ese verso que persigue alcanzar el todo, a través de la palabra y el ritmo. No es fácil. Los caminos actuales de la poesía son muchos, pero tenemos que avanzar por donde comenzaron los juglares y sumar lo que lograron las vanguardias. Aunar, en lugar de separar, para convertir el poema en lo que tiene de latino y de moderno.
            “Cuaderno de ceniza” lo integran 37 poemas que vienen traducidos al rumano por Alice Valeria Micu, Elena Liliana Popescu, Elisabeta Botaan y Andrei Langa. A este respecto no puedo opinar por desconocer el idioma, pero sí puedo decir que los traductores tuvieron que trabajar tanto como el poeta, porque se trata de versos largos, que rozan el límite de lo prosaico, donde reside precisamente el mérito de la poesía total, porque ofrece un verso nuevo en ritmo y contenido. Y, por tanto, en este punto debe diferenciarse de la prosa. La poesía latinoamericana ha sabido explorar esta frontera de la poesía desde el modernismo. Sirvan de ejemplo los primeros versos del libro, para comprender la energía vital que canta el poeta:

                        ¿Qué nos queda, pues, del techo y del día? ¾La urgida desazón
                        de la lágrima, la torpe mordida de la vehemencia, el aire viciado
                        de las manos, el camino incierto del palpito.

Buenos versos éstos, fragmentados para perseguir el ritmo y los giros que dan alegría al contenido, en beneficio del arte de elaborar la palabra. En rumano el libro se llama “Tablou de cenusâ”, un título bonito para un canto elegíaco de altura.


Viaje póstumo, André Cruchaga

            Con mejor conocimiento, puedo decir que la traducción al catalán de Pere Besó, del libro “Viaje póstumo”, no sólo me gusta, porque el catalán es una lengua elegante para el ritmo la precisión. Tiene algo mágico, a tal punto que el catalán nació con un libro de poesías y el modernismo catalán dio lo mejor de España, a pesar de Juan Ramón Jiménez, que los críticos españoles nos lo quieren vender por modernista, cuando en realidad todos sus rasgos fueron  posmodernistas.
            De nuevo Cruchaga se lanza a la aventura del verso largo, como quien tiene mucho que decir y se siente obligado a dejar atrás la técnica de la síntesis para optar por el verso intenso, denso, nuevo y distinto al verso tradicional. El léxico es rico. Esto hace que el poema se convierta en torrencial, para disfrute de los buenos lectores de poesía. El libro alcanza las doscientas páginas, el cómputo que la vieja tradición decimonónica exigía para dejar de ser folleto. Es decir, se trata de una obra perfectamente acabada en su conjunto, que viene a confirmar la autenticidad de una voz centroamericana que se proyecta como una realidad.




Postscriptum, André Cruchaga

D
ice Elisabeta Botan que “André Cruchaga es uno de los poetas que viven con claridad la conciencia”. Yo diría con ella que la poesía de Cruchaga es la conciencia de su tiempo. Su poesía representa la fugacidad de la existencia, la fuga del vivir cotidiano en las cosas, en el cielo, en el vuelo del pájaro. Es la mirada que rapta lo efímero para quedar petrificada en las palabras. Ese destino de su poesía bien podría ser otro, pero el poeta eligió el ritmo del universo para plasmar la mirada. Esa que nace del ojo, y otra que nace de la conciencia.
            El compromiso de todo poeta es dejar testimonio de su tiempo, de la época que le toca vivir. El conflicto de la realidad es un conflicto interior del poeta. Roque Dalton tuvo el genio de percibir la transformación que vivió El Salvador en los años de la guerrilla y, mucho antes, en los albores del modernismo, Francisco Gavidia percibió los cambios que se avecinaban, descubriendo la fragmentación del verso alejandrino francés. En ambos casos, la visión del poeta es la del iluminado que percibe el espíritu que le ha tocado vivir. Ahora, en otro tiempo, nuevo porque las claves son distintas, la poesía de Cruchaga pretende aprehender el maremagnum que vivimos, donde todo parece confuso, pero no lo es. La poesía de Cruchaga es esa interpretación de nuestra época. Es la poesía en estado caótico, pero donde todo está ordenado, como el caos urbano de la ciudad.
            Los poemas de “Balcón del vértigo” siguen la técnica del verso largo y libre, intenso y vertiginoso a imagen y semejanza de nuestras vidas. Aunque Cruchaga está clasificado entre los poetas surrealistas contemporáneos, pienso que la poesía de Cruchaga parece surrealista, porque sus poemas están escritos desde la mirada del hombre moderno que rompe las huellas gramaticales del pasado, convirtiendo la escritura en zigzagueante y hasta irracional, porque es una interpretación del razonamiento moderno. Decía Lemmonier, durante los años locos de la bohemia francesa del fin de siglo, que sólo era posible alcanzar la reforma de la poesía utilizando palabras nuevas. Darío siguió ese camino, por eso sus palabras tienen un brillo diferente a sus contemporáneos. Pienso que la poesía de nuestro tiempo sólo se explica a través del atropello de las palabras, con la finalidad de alterar la semántica de la idea, que es la esencia del caos ordenado que vivimos.
            Vivimos el imperio de lo efímero, para decirlo con palabras de Lipovetsky. Es la cultura de la fragmentación y lo esporádico, de lo que pasa como el viento, con el día, como el calendario. La cultura es una negación de la cultura, porque el poeta está en busca de su propio presente. Cruchaga, en “Balcón del Vértigo” se hace eco de este vivir agitado en un mundo convulsionado, donde todo da la sensación de vértigo. Caminar a la hora del mercado por cualquier calle salvadoreña produce, irremediablemente, esa sensación de caos absoluto, que es el vértigo. No me voy muy lejos. Tomo de ejemplo los primeros versos del primer poema, titulado “Señuelo del dintel”, donde dice:

            Con mis ojos de autista juego eternamente a la respiración
            de los instantes. Los dos colores del arco iris musitan
            en mi herida, ―Así veo los cuervos sobre el tapete de las nubes.

            No necesitamos más para comprender que su poesía se construye con un material muy distinto a la tradición. Pareciera que la poesía de Cruchaga no tuviera precedentes en su país, si tenemos en cuenta que el abrazo del modernismo fue un apretón tan fuerte que duró mucho tiempo, como dijo Anderson Imbert.


Balcón del vértigo, Dpi, André Cruchaga


            Yo pienso que el poeta escribe un libro en su vida, que es la suma de todos. Eso me ocurre cada vez que entro en las páginas de un nuevo libro de Cruchaga, como es el caso de “Postscriptum”, que junto al antes citado data de 2014. Por supuesto, que me refiero a la forma y el estilo, que son el mayor logro del poeta. Y Cruchaga es poeta.



Ricardo Llopesa,
Miembro Correspondiente de la Academia Nicaragüense de la Lengua
Instituto de Estudios Modernistas, Valencia, España


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