jueves, 5 de octubre de 2017

OFICIO PARA SONÁMBULOS

Gregorio Muelas Bermúdez






PRÓLOGO



OFICIO PARA SONÁMBULOS
PRÓLOGO



Corta la vida o larga, todo
lo que vivimos se reduce
a un gris residuo en la memoria.
Ida Vitale



La poesía de André Cruchaga es un apasionante viaje iniciático por las calles más intrincadas y oscuras del alma humana, unas calles humedecidas por el relente de la melancolía, porque el paisaje de fondo que se vislumbra en sus poemas no es más, ni menos, que un reflejo bruñido de nuestro interior más torturado. Un fondo, por otro lado, plagado de contrastes, al que el poeta salvadoreño  ha sabido aplicar la forma idónea, el poema en prosa.

André Cruchaga hace poesía del conocido aserto de José Saramago, según el cual el Nobel portugués decía escribir para desasosegar, es decir, para incomodar la sensibilidad del lector con la intención de poner en crisis el sustrato de su conciencia. Para ello, el autor recurre a un lenguaje incisivo a la par que efectista para provocar ese despabilamiento capaz de abstraer al individuo del conformismo más inocuo y vacío. Porque la vida duele y somos herida abierta, André Cruchaga indaga en sus extremos con el poder que le otorga la palabra encendida.

A priori no resulta sencilla la lectura de los versos de Cruchaga, que es capaz de llevar el lenguaje al más alto nivel de inventiva, llegando a asumir los presupuestos surrealistas. Así las metáforas, tan deslumbrantes como crípticas, se suceden e hilvanan de un modo muy singular. Sin duda, André Cruchaga exhibe un estilo propio, sin parangón en el ámbito latinoamericano actual, que gracias a su innegable calidad estética, forjada en el yunque del culteranismo más ecléctico y vanguardista, con más espacios de sombra que de luz, y merced al ritmo subterráneo de su escritura, ha conseguido trasponer fronteras, tanto físicas como idiomáticas, así sus libros han visto la luz en Estados Unidos, México y Cuba, y sus versos se han vertido a diversas lenguas, como el francés, el inglés, por Grace B. Castro H., el euskera, el catalán, de la mano de Pere Bessó, y el rumano, gracias, entre otros, a Elisabeta Botan y Andrei Langa. Un cosmopolitismo que dice mucho del eco y alcance de su obra.

Y es que a André Cruchaga ninguna palabra le es ajena, ninguna se resiste a formar parte de su discurso, un discurso, por otro lado, que fluye torrencial y cadencioso, como expresión cifrada de un pensamiento crítico. De ahí que su léxico sea asombrosamente amplio, con un uso eficaz de la sinestesia, el clímax y otras figuras retóricas, dispuestas al servicio del ideario poético de su autor, siempre fiel a su estética, de la que se desprende una reflexión sobre el sufrimiento y la angustia. Podríamos tachar a su poesía de existencialista y sería insuficiente para definir una propuesta que en verdad supera cualquier etiqueta, todas parecen exiguas para abarcar los múltiples matices de unos poemas de esencia onírica.

Una extensa cita de Joan Brossa, referente del poeta, a modo de proemio (conviene nombrar a otros autores, como Efraín Huerta, Vicente Huidobro, Ida Vitale o José Martí, o los franceses Jacques Prévert, Louis Aragon o Paul Éluard, a los que el poeta cita entre sus páginas y que permiten reconocer algunas de sus influencias) abre paso al “Litoral” de versos que transitan por las calles de un libro complejo, metafísico, que es un dechado de significantes y significados. Si antes se hacía alusión al culteranismo, ahora se podría hablar de un conceptismo barnizado por el influjo de la vanguardia. André Cruchaga bebe de muchas aguas para calmar su ansia, pero es su enorme capacidad dialéctica y la plasticidad de las imágenes que crea las principales características de un estilo tan elocuente como preciso.

Los ochenta y tres poemas que integran este libro se erigen en otras tantas maneras de interpretar el mundo, el mundo propio del poeta, que, con su decir particular, único, enuncia la estrecha relación o permanente vínculo que hace de las cosas un flujo continuo. No es de extrañar que estos poemas no se agoten en una sola lectura pues exigen del lector una atención metódica, solo así, tras sucesivas lecturas, podrá advertir los numerosos senderos que se bifurcan, la multiplicidad de matices y aristas, el tono de denuncia que vierte en su poesía.

Nos hallamos ante poemas que se estratifican en diversas voces, expresadas en letra normal y en cursiva y habitualmente marcadas por paréntesis, guiones o corchetes. Ciertamente no existe mejor forma de enunciar este vehemente discurso contra la intolerancia. Pero si algo caracteriza el estilo de Cruchaga es el particular tratamiento que hace de los temas que le preocupan: la muerte, porque el poeta sabe “de antemano que toda la carne va a dar a la tierra”, como “tardío colofón de epitafios”; la angustia, o el miedo. Cualquier poema, extraído al azar, es un paradigma, tal es la inquietud del poeta por descifrar la verdadera raíz del sufrimiento.

Otro de los grandes logros de la poesía de André Cruchaga es su capacidad para hacer concreto lo abstracto a través de la creación de imágenes de un gran poder sugeridor y una asombrosa fisicidad, cuya interpretación coadyuva a contrarrestar los efectos deshumanizadores del gran capital. Sin duda, nos hallamos ante una poesía que no pretende dejar indiferente a nadie, pues el oficio del poeta debe ser alertar al lector u oyente sobre las presumibles consecuencias de un mundo que navega a la deriva y que amenaza con arrastrar al hombre en su vorágine, pues éste, libre de su albedrío, se devana en trivialidades propias de un incipiente estado de sonambulismo.


Gregorio Muelas Bermúdez
Catarroja, Valencia, abril de 2017

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