sábado, 4 de febrero de 2023

DE LAS PRECARIEDADES DE UN PAÍS LLAMADO ANDRÉ CRUCHAGA

 

Precariedades, André Cruchaga.
Editorialo Dos Islas


DE LAS PRECARIEDADES DE UN PAÍS

LLAMADO ANDRÉ CRUCHAGA

 

 

Hace más de una década que sigo muy de cerca la poesía del poeta salvadoreño André Cruchaga. Incluso ya he escrito un prólogo para su libro Travesía de la muerte, poemario que proclamaba inscrito en el surrealismo por la manera de desarrollar los temas y la imaginería onírica; pero con técnicas que el propio autor ha ido hilvanando a lo largo de su extensa producción poética.

El surrealismo trata los temas tabús y, entre ellos, la muerte que encontramos en el libro citado y en otros poemarios. Pero en este Precariedades que vamos a abordar la intención de André es bien distinta. Ya lo dice desde el título: «voy a tratar las cuestiones precarias que asolan a mi país».  El poema «Resinas» a mi entender resume desde el principio toda una declaración de intenciones que se desarrollarán a lo largo de este poemario que Cruchaga titula Precariedades:

 

Por si fuera poco, mi oficio no tiene que ver solo

con las palabras y las alas rotas de las mortajas,

sino con ese desvarío de la trementina en pleno bosque.

 

El oficio del poeta André Cruchaga va más allá de la simple estética y ahonda en la ética. Eso sí, sin ignorar los hallazgos expresivos de tantos años y renunciando a cualquier programa político prefijado. De esta manera, se mantiene en la avant garde. De hecho André Bretón define el surrealismo como un movimiento que se alimenta del inconsciente, de la libertad y del amor, sin tener, en principio, un interés estético o moral en sus producciones.

Y hablando de Precariedades, el Diccionario de la RAE establece que la palabra  hace referencia a la situación que viven los trabajadores sujetos a unas condiciones de trabajo por debajo del límite considerado como normal, especialmente cuando los ingresos económicos que se perciben por el trabajo no cubren las necesidades básicas de una persona. Por otra parte, dadas las tremendas crisis económicas y sociales en Europa y el empobrecimiento acelerado de la clase media se afirma que ha surgido una nueva clase social a la que se denomina el precariado. ¿Y qué ocurre, entonces en Centroamérica? No es exactamente a lo que alude el poeta André Cruchaga, sino extiende el significado a ese vivir en precario de toda la población de su país, aunque, eso sí, no hace ninguna alusión a lugares concretos de El Salvador. También se refiere a ese país interior entre el subconsciente y el duermevela.

Así pues, André Cruchaga indaga, ya no en un subconsciente en abstracto, sino en uno colectivo de todo un país; claro está, partiendo del propio de un sujeto lírico que no se deja caer en consignas partidistas, sino que con una expresión irreemplazable, llega a hacer que los poemas consecuentes rocen la llamada poesía comprometida.

En El Salvador, se han tenido poetas de esta índole. Ejemplo de ello es la denominada «Generación Comprometida» que por los años cincuenta inició con poetas latinoamericanos exiliados en el país, como Miguel Ángel Asturias. El seguimiento en el tiempo por poetas como Ítalo López Vallecillos y un segundo grupo que tuvo origen en la Facultad de Derecho de la Universidad de El Salvador con poetas como Roque Dalton, entre otros. La generación comprometida en sus diferentes momentos ha tenido gran influencia en otros grupos literarios en el tiempo, tanto para ahondar en la realidad salvadoreña, como por su interés de renovar la estética y progreso literario. Y, según mi criterio, André Cruchaga es un digno representante. Veamos el poema «Precariedades» que le da título al conjunto:

 

Como el libro de la noche, las precariedades juntas echadas a la tierra de la respiración. Nos duele la piel frente a la turbiedad de las aguas amoratadas por el vértigo. Entre las viejas consignas del alma la boca de cartones y el filo amarillo de las sombras. Siempre hay frío en esta soledad de la sangre, mientras un pez de hierro sostiene las compuertas. Aquí, el cascajo que se siente en los calcañales y entre las manos: se llora por el sinfín cuando ya se han marchitado los ojos.

 

Después de la lectura de este poema me viene a la memoria lo que nos dijo Isaac de Vega, narrador canario miembro del llamado movimiento Fetasiano, una aportación de Canarias a ese realismo mágico hispanoamericano. Le preguntábamos por un cuadro que su amigo Rafael Arozarena le había regalado el día anterior y estaba apoyado a la pared y sin colgar de la alcayata. Con cierta técnica indigenista representaba a un mexicano vestido de blanco apoyado en un muro blanco parduzco. El personaje sesteaba, cubierto su rostro con el típico sombrero charro. El mundo alrededor en llamas. Ante nuestra pregunta don Isaac nos respondió sin que aparentemente viniera a cuento que le gustaría estar en una cárcel para ver mejor la realidad. Se llora sin fin cuando ya se han marchitado los ojos, dice Cruchaga. Y cómo también concluye en el poema antes citado «Si algo pervive en el poema, es la trinchera de claridad/ hacia el prójimo encadenado al calvario del hambre». Ni Isaac de Vega ni Cruchaga hablan de abandono sino de ese cerrar los ojos para ver rilkeano. Cada uno a su manera asumen el mito de la caverna de Platón para observar un mundo caótico. Dice, precisamente nuestro poeta en «Indagación de la caverna» que

 

En dicho claustro el cruce de sueños como un cántaro

dolorido; sube la palabra y desvela su hipnosis

y la hoja de supersticiones,

y la sucesión de infusiones del tiempo.

 

En la novela Fetasa de Isaac de Vega se preconiza una suerte de viaje a la semilla tan como Carpentier o Scott Fitzgerald: no la muerte, sino un des-nacer. En André Cruchaga es la muerte y las causas de estas los leitmotiv de su poemario Precariedades. «Mañana, tal vez, —sobre la piedra del féretro—, el adiós nos muerda con su último resplandor», apunta en el poema «Siempre intemperie».

En «Lenguajes oscuros» André habla de la dificultad de expresar esa realidad que vive, carente de toda humanidad. Esto le afecta no solo al ánimo y al asombro sino a su manera de expresarla. Decía Wittgenstein de la imposibilidad de expresar la realidad, lo mismo Juan de Yepes respecto a la comunicación con Dios. Tanto el poeta místico como Cruchaga optan, por caminos opuestos, por esos lenguajes oscuros para comunicar esas incertidumbres.

 

Hay lenguajes más oscuros que las ventanas al pie del humo.

Uno se acostumbra a beber tanta indigencia alrededor

de los prostíbulos, entretanto se desnuda lo irrisorio; y lo banal,

adquiere categoría de canasta básica.

 

Más adelante, en el poema «Estertor del follaje» dice que

 

En la oscuridad de la escritura,

el susurro y el aullido de algún perro a lo lejos.

 

En la poesía de André Cruchaga (en toda) siempre están presentes esos andamios del absoluto, cuya metáfora tiene como referente el instinto. El instinto de vivir y el instinto de escribir. El poeta no se mueve por una serie de conocimientos previos sino por una experiencia de vivir y también de leer. El poeta argentino Roberto Juarroz decía en una larga entrevista que el poeta ha de guiarse por la intuición (instinto) para construir el poema y el mencionado Juan de Yepes que sin bien saberlo haciéndolo bien. Desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX los grandes poetas se reafirman en cuando a una verdad referente a la escritura poética: el instinto, la intuición son lo mismo. Y esto lo sabe muy bien nuestro poeta Cruchaga. No hay programas políticos, ni incitación a la rebelión ante el horror, como en los miembros de esa generación de los cincuenta. La muerte, el temor, la barbarie, el silencio, la incertidumbre la injusticia son más que suficientes y más eficaces ante las conciencias de los lectores.  Un lugar en donde Nada es en los diminutos peces de la garganta, nada reptar contra la ponzoña; el insomnio se prolonga como una lenta serpiente y es feroz el imán roto de su himno […] Un lugar donde los pájaros, el cielo azul del cielo siempre babean: ¿esperanza, esperanza continuamente frustrada? Como dice Cruchaga al final del poemario:

 

sin ningún imaginario, sin algo que les cubra su silencio.

esta tormenta de medianoche que embrutece,

al final me quedo con esa sensación de trote o de fracaso.

 

Nadie podría expresarlo mejor que el propio poeta, desde un exilio de la página interior y el furor de la página en blanco en donde funda un país llamado André Cruchaga en contra de ese otro país que su arte poética denuncia y muestra desde lo más hondo del espíritu humano, con desgarro y sapiencia.

Precariedades es un libro de extensión media, compuesto por unos 128 poemas (yo diría fragmentos). En el poemario se alternan poemas en verso libre con otros en prosa poética, sin que ello altere lo más mínimo el ritmo del conjunto. El ritmo y el tono se logran en virtud de varios elementos propios de la poética de André Cruchaga: la progresión ascendente y descendente de las imágenes, muchas de ellas de hechura onírica; la técnica contrapuntística del paréntesis y palabras en cursiva que hacen la función de otras voces, aparte de la del sujeto lírico.

 Ahora les toca a ustedes poner sobre la mesa de la lectura sus propias precariedades.

 

 

Por Antonio Arroyo Silva

Gáldar, 28 de diciembre de 2022.


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