Miren Eukene Lizeaga, País Vasco
Oso aventurarme
Mas, ¿Cómo perseveras,
Oh vida, no viviendo donde vives,
Y haciendo porque mueras,
Las flechas que recibes,
De lo que del Amado en ti concibes?
SAN JUAN DE LA CRUZ
Oso asomarme por entre los libres huecos de estos barrotes, que son mi prisión
Prisión, cegada por los colores de una flor y el tacto de un agradable calor, que se truncan en una ciudad de sepulturas, cuando se asume el molde de la adultez, que nos define ante una abierta ventana, donde lo único material son los barrotes y su tangible dureza.
Materia, que mis temerosos dedos recorren palmo a palmo, con la lentitud de los años que nos distraen mientras actúan, para, en un momento cualquiera, arañarnos con su punzante herrumbre de tiempo, la que continúan palpando mis ya no inocentes dedos.
Por eso se abandonan en ese otro espacio con la despreocupación de un infante, donde nada tocan y nada las toca, sienten y osan, inventar vidas, pintar estampas entre las estrellas, fundir la mirada con el vacío, revolver utopías, en esa invisible ligereza donde habita el Misterio, donde el Basar recibe guiños de libertad.
Y aunque la sensata cordura lo niegue, porque se siente perdida más allá de lo que ve y toca, no logra controlar este brazo que se extiende al cielo.
Oso aventurarme
Mas, ¿Cómo perseveras,
Oh vida, no viviendo donde vives,
Y haciendo porque mueras,
Las flechas que recibes,
De lo que del Amado en ti concibes?
SAN JUAN DE LA CRUZ
Oso asomarme por entre los libres huecos de estos barrotes, que son mi prisión
Prisión, cegada por los colores de una flor y el tacto de un agradable calor, que se truncan en una ciudad de sepulturas, cuando se asume el molde de la adultez, que nos define ante una abierta ventana, donde lo único material son los barrotes y su tangible dureza.
Materia, que mis temerosos dedos recorren palmo a palmo, con la lentitud de los años que nos distraen mientras actúan, para, en un momento cualquiera, arañarnos con su punzante herrumbre de tiempo, la que continúan palpando mis ya no inocentes dedos.
Por eso se abandonan en ese otro espacio con la despreocupación de un infante, donde nada tocan y nada las toca, sienten y osan, inventar vidas, pintar estampas entre las estrellas, fundir la mirada con el vacío, revolver utopías, en esa invisible ligereza donde habita el Misterio, donde el Basar recibe guiños de libertad.
Y aunque la sensata cordura lo niegue, porque se siente perdida más allá de lo que ve y toca, no logra controlar este brazo que se extiende al cielo.
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Poeta, Traductora y narradora.
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