domingo, 14 de septiembre de 2008

La senda sin rumbo_Miren Eukene Lizeaga

Ilustración: Senda






_____________La senda sin rumbo

Obligó a su cuerpo a sentarse en la cama, para asegurarse de que algo bien sólido lo sustentaba. Quería volver pronto a la realidad, por muy ingrata que fuera, la pesadilla que aún lo dominaba lo retenía dentro de su inespecífico terror.

Todavía sentía en sus manos el olor a tierra mojada encogiéndose bajo su presión. Haciéndose pequeña hasta desaparecer y obligarle a escalar el racimo de negros nubarrones que parecían ofrecer nuevas sendas para sus pies. ¡Estaban tan cerca!, tan a su alcance estas montañas de redondeadas crestas gris azulado, que se rindió al convite, descalzo, y acariciando, casi, si acogida.

Pero una vez dentro supo que en este otro espacio todo era desconocido. Supo que nunca alcanzaría las, tan ansiadas, últimas crestas. Sus pies se hundieron y solo veía el color del viento repartiendo sobre su cuerpo gamas de grises que nunca había visto. En su caída intentó alzar los brazos por aferrarse a algo, ni eso pudo, porque a sus brazos, como al resto de su cuerpo, los guiaba una fuerza que no era la suya. Era una desesperación sabedora que había alguna salida, pero no la conocía. Así, en este moverse sin caminar a ningún lado, se encontró tumbado y boca abajo. Lo supo porque frente a él se erguían afilados picos cubiertos de nieve y temió que la voluntad que lo regía permitiera su brusca caída. Pero no fue así, sino que suave como la serpiente que se desliza sobre tierra, recorrió él también las gélidas agujas.

En lo que creyó ser su primera inhalación, desde que estaba en aquella senda sin rumbo, sin dirección ni sentido, sintió que no era tan solo la suya, porque la vio en la redondez de la cresta que integraba su ahora redondeado y gris azulado cuerpo. Fue corta la conquista, porque la exhalación se mudó en son de lluvia, y su cuerpo, fragmentado ahora entre las transparentes gotas, alcanzó una velocidad, que él, solo podía atribuir a los huracanes. Luego todo fue blanco, blanco el suelo que se acercaba, blancos sus pies, sus manos, y sus ojos, mezclados entre los miles de copos que danzaban entre el cielo y la tierra.

Ahora que estaba totalmente despierto, pensó que no fue tan cruel su sueño, porque le había dejado un poso de esperanza, siempre había alguna salida, aunque aún no la conociera. Inmóvil de nuevo en la cama, esperó la llegada de la enfermera, hoy iba a estrenar su nueva silla de ruedas.
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