sábado, 22 de mayo de 2010

roque, de ayer a hoy-david escobar galindo

David Escobar Galindo, El Salvador
Archivo de André Cruchaga








Roque, de ayer a hoy *







Releo a Roque Dalton. La relectura es un hábito nutritivo y aleccionador. En este caso, siento al poeta en posesión plena de sí mismo, porque su palabra surge de la intimidad más profunda. Es poesía intimista, en sentido esencial.






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El tiempo es una travesía, personal y comunitaria. Todos vamos en ella, como en una procesión sin fin; al menos, sin fin conocible de antemano, ni en el vivir ni en su posteridad. El poeta no es la excepción: más bien es la confirmación emblemática de la regla. Emblemática porque representa —no sólo él, como trajinante de símbolos, pero sí él en la primera línea del oficio simbólico— el pasar y el quedar que son las dos formas evolutivas del ser por excelencia. El poeta pasa, porque la vida es razón en movimiento; el poeta queda, porque la vida es a la vez pasión de permanencia.

Hablamos hoy de Roque Dalton, a cuya vida y a cuya obra nos hemos asomado periódicamente, en distintas luces y sombras, desde el pasado posible más remoto. Esa sola periodicidad asumida indica que el personaje es de los que perduran, más allá de los vaivenes del juicio que el devenir va imponiendo de manera inexorable, según él.

Mi primera imagen de Roque no tiene —aparentemente— nada que ver con la poesía. Yo soy un niño de 5 años y él es un adolescente de 14. Roque llega a mi casa en el Pasaje Rovira, allá sobre la Calle de Mejicanos, frente a la boca de la Calle 5 de Noviembre, a recibir su clase de inglés con mi abuela, doña Lillian. Es un muchachito serio y de apariencia endeble. Eso sí: la mirada parece concentrar todo su ser.

El Pasaje Rovira es justamente eso: un pasaje. Las casas en fila hacia adentro, a la izquierda del pasaje, y a la derecha un muro, que separa de otras casas más grandes. En la primera de las casas del pasaje, la que da a la Calle de Mejicanos, y la única que tiene jardín, vive doña Margarita Rovira, la dueña; en la siguiente, la poetisa Berta Funes Peraza, con su madre, doña Emilia; en la que sigue, María de los Ángeles de Castillo, actriz, con su marido; en la inmediata, Mercedes y Lydia Galindo, mis tías abuelas; en la otra, Salvador Castillo, su esposa Elia y su hija Chepita; después, nosotros, mi abuela, mi tío Reynaldo y yo; y al tope, el doctor Lázaro Mendoza, padre de Olga, que se casó con el barón Wilhelm von Hundelshausen, cónsul alemán en nuestro país en tiempo del Tercer Reich, y que unos años después de la guerra se estableció definitivamente entre nosotros, para desarrollar una importante carrera empresarial. Las casas del Pasaje eran pequeñitas, y más aún para la época. Frente al Pasaje, la naciente Calle 5 de Noviembre hacía dos esquinas: en la de la izquierda estaba la tienda La Royal, con su ala verde que daba a la acera, de la Niña María García, la madre de Roque; y en la de la derecha, la cantina El Avión. Doy estos datos para graficar el tipo de vecindario en el que vivimos Roque y yo.

Poco después, nosotros nos trasladamos del Pasaje Rovira a la casa 215 de la 23 Calle Oriente, una cuadra más adelante. Roque siguió en La Royal. Dejó de recibir clases de inglés, pero yo continué por mucho tiempo yendo a que la Niña María me pusiera inyecciones de reconstituyentes, de los de entonces. Veía a Roque allí, de vez en cuando, y sólo intercambiábamos saludos. La diferencia de edad se marca más a esas alturas de la vida. La Niña María, mujer noble y dedicada a sobrevivir con tranquila dignidad, estaba siempre atenta, sonriente y diligente.

Como mi abuela iba a menudo a La Royal —la tienda era la mejor surtida de la zona, más que la de las señoritas Padilla, que se hallaba a la par, y que La Única, ubicada en la cuadra anterior—, porque además se llevaba muy bien con la Niña María, ya que ambas eran mujeres esforzadas y discretas, estábamos al tanto de los respectivos sucesos familiares. Un día supe que Roque se iba a Chile, a seguir estudios de Derecho.

No estuvo Roque mucho tiempo en Chile, pero allá entró en contacto con una realidad cultural multicolor. Se conectó con el pensamiento de izquierda, por entonces en auge latinoamericano. Y esa sería su línea. ¿Pasión ideológica? Estoy seguro de que mucho más que eso. En Roque el fondo anímico era lo más fuerte, como en todo poeta de veras. Por el recorrido vital y por el testimonio de la escritura, a mí no me cabe duda de que Roque Dalton era hombre de fe, hombre necesitado de fe, pese a los desplantes burlones. Y no podía ser fe religiosa, porque su experiencia en el Colegio jesuita Externado de San José resultó más bien traumática. Aquél era entonces un colegio exclusivo y muy tradicional. Roque fue admitido, pero como no era hijo de matrimonio —lo cual no significa nada en la dimensión de lo humano— estaba en una especie de absurdo limbo social. Tuvo que haberle sido muy difícil, sobre todo en la interioridad. La fe a la que Roque se abocaría sería laica, y en aquellos años la fe laica más pujante y avasalladora era el marxismo-leninismo.

Roque nunca fue un poeta panfletario: fue un poeta creyente. Y por eso mismo su relación con las estructuras burocráticas de la izquierda vino a ser tan conflictiva. No por temperamento, sino por fidelidad. Esto llevó a Roque a confiar hasta en los recursos desesperados, que pueden resumirse en aquella afirmación contenida en uno de sus libros estelares, “Taberna…”: “Lo único que sí puedo decirte es que/ la única organización pura que/ va quedando en el mundo de los hombres/ es la guerrilla”. “Pureza” que no tuvo empacho en acribillar salvajemente al poeta, en una siniestra secuencia aún no aclarada.

Releo a Roque Dalton. La relectura es un hábito nutritivo y aleccionador. En este caso, siento al poeta en posesión plena de sí mismo, porque su palabra surge de la intimidad más profunda. Es poesía intimista, en sentido esencial. No importa que los símbolos externos sean ya hojarasca de época: lo importante es que los símbolos internos mantienen vivas sus raíces. El tiempo va poniendo todas las cosas en su sitio. Roque, como buen apasionado, también fue injusto, y bastan dos nombres para demostrarlo: Alberto Masferrer y Hugo Lindo. Pero eso ya también es anécdota. Lo real, lo verdadero es que todos ellos, los auténticos, Roque incluido, siguen y seguirán aquí, por encima de las naturales veleidades del gusto y del disgusto.

David Escobar Galindo / Columnista de LA PRENSA GRÁFICA. Notable escritor. Director de la Academia Salvadoreñade la Lengua.
* Este artículo ha sido tomado de la sección OPINIÓN de La Prensa Gráfica de El Salvador, publicado el día Sábado, 22 mayo 2010.

2 comentarios:

  1. Justo homenaje a un poeta mártir del escritor David Escobar Galindo.

    Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,

    Frank.

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  2. Gracias, amigo mío, por dejar aquí su huella indeleble.

    André Cruchaga

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