lunes, 1 de agosto de 2011

“Un Sábado después de la guerra”- ALFONSO VELIS TOBAR


Alfonso Velis Tobar, El Salvador-Canadá


“Un Sábado después de la guerra”







Taller Literario
“Alfonso Hernández”
El Salvador- London, ON. Canadá





“Un Sábado después de la guerra”



Capitulo Primero



Desde el patio de mi casa


En este patio de mi casa cuando yo era niño me trae muchos recuerdos. Ahora todo ha cambiado, hasta este patio que nada más ayer fue muy hermoso, hoy está desolado y triste sin aquel jardín cubierto con flores de margaritas, gladiolas, claveles, cartuchos, crisantemos, Rosas blancas y amarillas, begonias, flores de Izote, ante la presencia de una amplia casa que poco a poco con las intemperies del tiempo mismo se ha venido desvencijando, con sus mapas de moho en las paredes. Todo en la vida desaparece, se termina para el olvido eterno o la historia. Y todo se renueva, cambia, se transforma o desaparece, todo termina con la muerte y no sé, si para gozar de la otra, si es que la hay, la otra vida en el más allá de nuestra existencia humana...

Así se quedaba Alfonso Garibaldi, como ido, como cuando a uno le dicen, que se le ha ido el pájaro o la piscucha, quien era muy contemplativo de todos los detalles y pormenores de la cotidianidad, niño de entonces, muy vivaz. La verdad que para Alfonso “Garibaldi” todo había cambiado, más después de la sangrienta guerra revolucionaria a muerte que el pueblo salvadoreño ha vivido durante estos recientes largos doce años, entre los 80s y los 90s. Entre esta sierra de montañas, a cien kilómetros de la capital Alfonso Garibaldi se quedaba y estaba meditando en el patio. Sabía que allá en la capital ahora hay mucha algarabía nacional, congregaciones de toda la comunidad internacional. Se celebra en el pueblo el fin de la guerra con la firma de los Acuerdos de Paz en Chapultepec, México, 1992. Revolución que la hizo el pueblo, consciente para ver si así mejoraba la situación tan jodida, en la que siempre el pueblo salvadoreño ha vivido, ha sufrido con el engaño, la muerte, la opresión de gobiernos corruptos, la represión militar al pueblo a lo largo de toda su historia.

La guerra nos trajo esperanzas, aunque nos trajo un encuentro triste o doloroso con el alba de todas las mañanas. Y aunque nos traerá quizás más esa desintegración e injusticia social más profunda. Los buenos resultados se verán después y será historia de la postguerra. Pero las futuras generaciones deben saber que se luchó por la esperanza y por el pan. Por la paz y la justicia social, la democracia y el respeto a los Derechos Humanos. Hay en las calles mucho movimiento, miles de banderas de la “resistencias del pueblo”, hay gran alegría, regocijo de gentes que marchan con vivas y consignas, marimbas en las esquinas, música revolucionaria, borracheras recordando a los héroes, danzas, canciones revolucionarias en honor a los héroes caídos en la lucha, poesía, mucha poesía en la calle, las canciones populares, hay mucho rojo y negro lleno de banderas del Frente Farabundo Martí, se menciona a los curas revolucionarios que tomaron el fusil y se fueron para el monte. Y se mencionen todos sus héroes caídos en la lucha y ya no lo vieron sus ojos.

La cultura popular manifestándose muy alegremente por las calles que revientan de gente y de mucha algarabía, discursos políticos, predominan las grandes pancartas en manos de los obreros con mensajes de esperanza, hay bastante poesía en las esquinas, pancartas colgantes, en las paredes y en los muros. Y en algunas se ve la figura de Farabundo Martí en una pañoleta de un compa que viene de la guerra y sobrevivió a ella durante doce años de derramamientos de sangre, de emboscadas, guindas y sobreviviendo entre los “tatúes”, los triunfos y dolores con la muerte y sus asombros. Esos sí que algunos tienen también vidas de gato. ¡Qué alegría!.. Emergieron de nuevo los rostros, saliendo a flote, que hace doce años se fueron a la lucha a la montaña o en la ciudad para vivir clandestinamente haciendo la guerra al enemigo, por la liberación nacional. Como si los peces hubieran salido del agua. Ahora se cree que sí habrá más respeto a la dignidad humana. ¡ Eso se espera, justicia, respeto a la vida humana! y no se le mate porque pide sus derechos, para sentir que vivimos en un país civilizado, con ánimos de prosperar en todo sentido y con la esperanza de vivir en paz, con felicidad, para hacer de este querido pueblo, una sociedad más justa y más humana. Sin dictadores militares ni retrógrados vende patrias, explotadores, corruptos, estafadores de la voluntad del pueblo y formadores de los escuadrones de la muerte que sembraron pánico, odios, tristezas y lágrimas de dolor como siempre. Aunque hay que salvar del olvido, por lo menos sus nombres de los buenos militares que se fueron con el pueblo, quienes con huevos en un momento dado de la historia, se pasaron del Ejército Nacional y se fueron al Ejército Guerrillero, a esos se debe registrar en la historia, ejemplos de militares patriotas y ejemplos para los militares asesinos, necesitamos depurar más el Ejército Nacional, enjuiciar a los asesinos de tantos crímenes impunes en el pasado, militares de escritorio, matadores, algunos como jamones del Diablo, que todavía allí se encuentran. Pero los militares patriotas tuvieron huevos y moral para hacerlo y ahí están guardados sus nombres en la historia misma. Así todo esto pensaba Alfonso “Garibaldi” y ese había sido su pseudónimo clandestino durante los días de la guerra, colaborando para la Resistencia Nacional junto con su esposa.

Ahora lejos de la algarabía de la capital, desde su patio miraba todo, la situación ya no le parecía lo mismo, ahora que había regresado desde su obligado exilio desde Canadá, un lejano y bello país del norte que lo recibió muy generoso con todo para su familia, en todo caso Alfonso Garibaldi, pensaba, que la revolución lo necesitaba vivo y no muerto, desde donde quiera, colaboraba de una u otra manera a la revolución integrándose a una red de solidaridad internacional a favor del pueblo y con otros compas del exterior siempre estuvieron trabajando en apoyo a la lucha revolucionaria, representante del Frente allá en Canadá, bello país pero lleno de nieve, de hielo, de fríos intensos calando hasta los huesos durante los crudos inviernos, que como que congelaran con melancolía tu espíritu, montañas de nieve, los árboles, las calles, en contraposición, a aquellos calores tan intensos del verano, en Julio y Agosto, queman más, aquellos calores del verano a mas de 40 grados y que te desesperan, pero Alfonso amaba más el calor que la nieve, derramando a mares los sudores del tiempo y la nostalgia de recordar en el exterior lo tropical de su país ausente que se lleva en el corazón y en el alma. Todo es alegría en este día, en la capital se oye esa música, esos bailes hasta en el amanecer, encuentros y abrazos a viejos amigos, poetas guerrilleros, cantando, haciendo honor a héroes y los combates, fotos del Che Guevara y Farabundo Martí y Sandino, Miguel Mármol, Roque Dalton, Lil Milagro Ramírez, Alfonso Hernández, algunos ya no lo vieron para contarlo, y en las calles y en las paredes los retratos alusivos a Chafick Handal, la Cdt Ana María o Cayetano, a él, le gustaba que le dijeran, el “Ho Chi Ming de América”. Todos los líderes que han hecho posible el manejo de esta revolución durante todos estos años de guerra a muerte, en mí querida patria El Salvador. El “Pulgarcito de América” como tan tiernamente le llamara la inmortal poetisa chilena Gabriela Mistral. Se recuerdan en las pancartas los versos escritos de Roque Dalton que penden de la multitud: “Llegue a la revolución a través de la poesía”...

En aquellos instantes todo eso pensaba Alfonso y había caído como en trance, parecía desdoblarse en sí mismo en el tiempo y los recuerdos, como si el tiempo mágicamente regresara y empezara segundo a segundo a recordar su vida platicando por si solo en voz alta. Se recuerda a sus tres años en este patio de su casa, se recuerda aun ya viejo que de niño este patio era su lugar favorito para imaginar sus incansables juegos y correrías por todos sus rincones de la casa. Siguiendo a su mamá la “niña Margarita”, Alfonso Garibaldi, corría como una gacela en aquel ancho patio lleno de vegetación, como venadito silvestre corría agarrado, prendido de sus faldas, pues es su mamá a quien idolatra con el alma, como todos los hijos que soñamos en la memoria de las almas a su mamá. Y ella, quien imitando en el patio, el canto de los gallos y las gallinas, aparecía por lo general como a eso de las cinco de la tarde y en las mañanas como a las seis y media, se levantaba muy temprano; y lo bien que su mamá imitaba el canto de los animales, el del gallo lo hacía más arrogante en su acento y el cacareo de las gallinas, a veces cambiaba de otro ton a son, cuando llamaba los polletones; y a los pollitos los llamaba con mucha ternura, como si fueran niños en sus arrullos. Aquella dulce mamá, hablaba a los pollitos, bajo un tono muy delicado, un tono rítmico musical, cantando, llevando arroz en las bolsas de su decorado delantal de manta blanca, la delicada voz que tenía su mamá, a quien Alfonso esta imaginando y viene en sus recuerdos de estos momentos en el patio frente a su casa vieja y hermosa que se ve y se la imaginaba, con sus característicos y eternos lentes, tirando desde su blanco delantal el maicillo, el arroz y el maíz desgranado por su abuelito paapa Manuel. Patio donde las parvadas de palomas del palomar de la niña Clarita Rivas, la vecina de al otro lado del cerco y las bandadas de negros Clarineros, como la noche misma, bajan por cientos y cientos que casi oscurecen con la sombra proyectada de sus cuerpos volando en el patio, bajan en bandadas al centro del patio para picotear frescos alimentos granos y tantos otros bichos que abundan en este fresco patio de la casa, que son la comidilla del día de las gallinas, los patos, el pishishi traído de la lagunita o de la Barra de Santiago o de aquí por estos rumbos de Apaneca en Ahuachapán, en la mera sierra, entre las montañas y las colinas, y los valles verdes llenos de cafetales en flor; grandes fincones que pertenecen a familias oligarcas de este país, pero toman Apaneca como su paraíso de todos sus bacanales burgueses, como los Cristiani, los Borja Nathan, los Magaña Borja, los Mancia, los pocos oligarcas originarios de por aquí de Apaneca y que todo lo quieren manejar a su manera y no le dan nada al pueblo, Alfonso Garibaldi como ido de nuevo empieza a recordar, quedándose atónito, ido en sí mismo, porque Alfonso “Garibaldi” niño es muy amante de estar pensando siempre, imaginando cosas ilusorias a su edad, la fantasía de sus recuerdos y entonces se queda, como hablando solo, como “loquito”, le diría la gente si lo observaran que además de la sagacidad que tiene para todo, también es muy soñador y lo travieso que es, como siempre, así lo considera, su mamá en comparación de los otros hermanos y primos de su camada querida. Luego se quedaba monologando solo y hasta haciendo gestos con las manos:

Me veo ayer de niño en este patio casi como en una película que pasa en segundos, me veo correteando a lo largo y ancho con mi caballito de madera que Beto Zétino “El Patarisca”, maravilloso campesino que tiene que ver mucho en el transcurso de mi vida, quien con mucho cariño me lo había confeccionado con una vara de café y en cuyo extremo un molde de cartón con una cara de caballo muy arrogante, muy bien dibujada, un caballo retinto, al que yo me imaginaba piafando y dando saltos por todo el patio de la casa o camino del cerrón de Oro, del cerrito Texizalt, de la Huerta o de la finquita de Nejapa, camino a la laguna Verde. Mi caballito era muy brioso, le llamaba “Relámpago”, por lo arisco que era, yo lo imaginaba más veloz que la luz y al ruido de los cuetes saltaba relinchaba, pataleaba, retozaba, cuando se le acercaban los camiones o cuando oía las notas marciales de la banda musical de Sonsonate y la “Marcha de Gerardo Barrios”, hasta pedos marciales le salían y la gente gozaba la broma del caballo, chorrera de pedos le salían a propósito sobre todo cuando miraba a esos “culeros” de la policía de los choriceros, de la Guardia Nacional o la “Chichera” de la Policía de Hacienda, mi caballo, como que le tenía odios a esa clase de uniformes con botones dorados, que no son pieza buena, que en vez de cuidar atemorizan a la gente con su presencia; mi caballo se volvía así como bailarín, saltarín e inquietos relinchos, moviéndose de un lado para otro muy coqueto de su pecho, lo estiraba o lo sacaba muy arrogante mascando el freno con sus boca. Desde muy pequeñito los caballos fueron mi gran pasión, al grado que a manera que fui creciendo siempre me soñaba galopando con ellos y tuve tiempos de emoción montando buenos caballos y casi me escapo a matar o quedar todo desquebrajado más de alguna vez y admito que varias veces me pelé hasta el culo cuando los montaba a nancas o en pleno pelo camino de la lagunita de las Ninfas o de la gran laguna Verde en el mero corazón alto de la cadena de montañas que rodean como una corona de cordilleras y valles floridos, de cafetales, bosques y maizales a este pueblito de Apaneca con sus siete calles empedradas, que se mira desde aquí de lo alto de la cumbre, allá por donde don Fausto Valdivieso, ese que dicen que tenia pacto con el Diablo. Hacia esas montañas galopaba mientras el viento chocaba contra mi cara y los árboles parecían correr junto a mí, a lo largo de la sierra montañosa poblada de pinares, grandes árboles de bellotas y tempisques. Pero también los caballos me recuerdan a mi primo Luis Tobar, el “Canecho”, cariñosamente le llamaban de apodo, no sé porque le decían así, y quien, y eran dos Canechos y los dos se llamaban “Luis”, pero Luis mi primo era muy diferente, compartíamos con mucho entusiasmo muchas convivencias de nuestra juventud y hermandad familiar, que hasta verga nos dábamos; yo a propósito me dejaba pijiar de él para que me ganara, porque así era feliz, que él creyera que me ganaba, hoy me da risa querido primo, que me estás oyendo, recordando, así como nos queríamos como hermanos de sangre, que vivimos la vida en los instantes de nuestra infancia y juventud; y las aventuras de jóvenes pendencieros, parranderos, bochincheros, jugadores del tahúr y de las hermosas serenatas a las novias; y que hubo un tiempo que éramos busca pleitos y los juegos de pelota en el Camino del Paso allá por el cementerio o camino a los Ángeles para ir a jugar Futbol con los de Pretoria, o en el campo de futbol cuando ellos perdían hasta el machete nos ofrecían, corríamos por esos grandes fincones de los Borja y los Salaverria, eran tan fanáticos que ya con el aguardiente te podían volar hasta la cabeza. O del futbol en el campo del “niño Nushito” y los grandes agarrones con Armando Rivas, Marcial Gallardo, Armando Flores, hermano de Arturo, que le decían de apodo “Ñucurina”, Por eso les digo que cuando vienen a mi mente aquellos años, y me recuerdo del sueño a los caballos, hasta para ir a traer a Santiaguito, vestido de General en la peregrinación cada ano a Chalchuapa, galopando de felicidad con ellos, entonces venga la imagen del primo Luis, curiosamente; y solo compartía muy alegres días con mis primos Tobares Cuellar y los Mata Tobar y el primo filosofo Ricardo Matamoros, alias “Makiavelo”, junto con Julio Padilla, eran nuestros ruiseñores de las noches con la guitarra en la mano, y Chobeto Guerra, otro amigo de farra y cantor, bajo aquellos vientos frescos, bien a verga, dando serenatas a las cipotas. El primo Luis y mi otro primo Julio Tobar y “el negrito” Pedro Ruiz, destazador y corralero de don Napo Márquez con quienes todas las tardes después de la escuela, nos íbamos al “Camino del Paso” allá por el barrio de “la Bolsa” pastoreando las vacas, los terneros y vacas lecheras de mi tío Luis Tobar, hermanito de mi mamá, solo por parte de paapa Nancho Tobar, el tío Luis a quien yo quería mucho, me prestaba caballos y monturas, galopábamos con Luis, a veces bajo los chaparrones, hasta allá por la finca del “Chilamate”, esas grandes finconas de la niña Paz Borja, abuela de uno de mis gratos amigos queridos el gran Chobeto Guerra, “El Bundolo”, cariñosamente le decían, nos íbamos cabalgando a lo largo de aquel boscoso y barroso camino a todo trote, a veces debajo de los grandes cachimbazos de agua que bajaban como rio abajo de las nubes y corrían por colinas y quebradas de los Zapotes; ahí merito donde dice Beto Zetino, que le salió un día la Siguanaba, entre las hondonadas de los valles, las cuestas, las bajadas, las colinas y los chilamatales, junto a los tapavientos que vestían los verdes cafetales.

A veces habían tardes bajo plenos rayos del sol o tardes oscuras de neblinas que flotaban sobre los montes bajo aquellos grandes aguaceros, que parecía un diluvio de hasta siete días sin parar, tormentas vociferando rayos y truenos que rugían sobre el pueblo, mientras las caudalosas correntadas de agua llenaban las calles como ríos embravecidos que arrastraban muchas cositas por las calles empedradas de nuestro bello pueblito, que visto desde la lagunita o el cerrito cuando no lo habían poblado de cafetales, aquellos recuerdos de dejarnos ir de deslizón desde arriba debajo de la cruz y volver a regresar y repetir una y una vez más. Sudando hoy por hoy los recuerdos de todos los niños mis amigos del pueblo que vienen a la mente, aquí vamos todos los del pueblo yendo al cerrito a deslizarnos en palmeras de coco. Si hablamos de las lluvias, cuando aquí en este pueblito dice a llover, que lo aguante solo San Nicolás porque se vienen unos grandes temporales donde el agua corre a cantaros por las calles, corriendo el agua de extremo a extremo. En la calle y en el patio cantando las rondas “Que llueva que llueva la virgen de la cueva”. La gente que tenía que poner grandes bancos de madera para pasar de este al otro lado de la calle porque hasta las aceras se cubrían de agua. Apaneca es el pueblito de los diluvios de quince días lloviendo noche y día que parece que no se termina nunca de llover y llover siempre llover, aunque también hay tardes de hermosos soles y juegos de pelota en las calles y los campos aledaños al pueblo donde a veces voy y me junto con la barriada a volar barriletes que tan voladores los podía hacer mi compañero de cuarto grado Abel Calderón.

Al menos desde que tengo recuerdos, en este patio de mi casa de infancia, allá en aquella esquina cerca del árbol de “anono” que ya murió y que por cierto eran muy ricas, dulces sus anonas ya maduras, junto a los izotales siempre vi amarrados, un caballo, una o dos vacas con sus terneritos que papá tenía para ir a las finquitas de café y para que nos dieran la leche que diariamente tomábamos. Mi caballo un día se llamaba “Relámpago”, otro día “Jasan”, “Negro’, ‘lucero’, “Chispa” “Ventarrón” y otro y otro día ‘Rayo’, ‘Tormenta”, ‘Centella’, ‘Silencio”, “Estrella”, hermano, en fin cada día le cambiaba nombre y lo comparaba a los caballos de Alejandro el Grande, al del Cid, Rocinante de Don Quijote, o de Alejandro Magno quien a los veinte años había conquistado casi todo Europa montado en aquel negro caballo Árabe, llamado Bucéfalo o como el Babieca del Cid Campeador luchando contra los moros en España, allá por 1115. Mi caballo como yo le llamara cada día el parecía entender cuál era su nombre de cada día, porque siempre estaba presto a obedecer mi orden, pues lo “maiceaba” bien, pues bien me lo imaginaba saltando de una montaña a otra, rompiendo cercas, baches, hondonadas y ojos de agua, en fin en mi fantasía que vivía en mis años de infancia, me lo imaginaba a mi caballo sobre una larga calle corriendo sobre una nube que yo mismo en mi imaginación inventaba con subidas y bajadas hacia el cielo, con sus altos y bajas colinas de cirros, luego me paraba súbitamente en dos patas, imitando relinchos como lo hacia el Llanero Solitario y Toro el indio su fiel amigo, que lo seguía. para emprender de nuevo al trote como lo hacía Roy Roger y Gene Autry o Tarzan de la Selva montando las cebras de la jungla de África, como en las películas o las tiras cómicas, los “paquines”, las historietas, que me prestaba mi primo Tulito Mata y Miguel Rodríguez, y con mi caballo bayo vivía espantando así en el patio hasta los chuchos, las gallinas con su bandada de pollitos y los patos con su manadita de patitos chapoteando agua y merodeando granos de maíz o rascando la tierra por todos los rincones en los alrededores de la casa, atrapando gusanitos, orugas y lombrices de las cuevitas húmedas de fresca tierra en la que tristemente estoy parado en estos momentos.

A esa inocente edad de tres años Garibaldi, miraba que la niña Margarita Tobar, quien es una señora muy querida y apreciada en el barrio, por su buen corazón, con la gente pobre de estos alrededores del barrio, la niña “Margarita”, le dicen también la niña “Yita”, toda una dama del pueblo, a quien toda la gente muy cariñosa, y es muy apreciada en el vecindario del pueblo por su buen corazón con la gente pobre de este vecindario, lo mismo don Toño Velis, su esposo, la niña ‘Yita’ cuenta que Alfonso Garibaldi era muy inquieto, “perverso”, un niño tremendo, atrevido, buscador siempre del peligro. No pensaba, no escatimaba según las consecuencias, no había momento que su mamá, quien lo adoraba tanto, estuvieran buscándole o llamándole la atención o vigilando sus pasos para ver si hacía más de alguna travesura no debida y en medio también como niño que era, de aquellas inocentes fantasías y adversidades de su vida. Añorando los dulces de leche, cuando se juntaba con el otro primo Ismael Castaneda y juntos andaban siempre, ya vigiando las cipotas, visitando a la Xenia, Gladis, a quien amaba tanto, también él jodiendo, hurgando en las alacenas los chocolates, el pan de dulce de la niña Trine Morales, los pastelitos de carne, las empanadas de leche, de esas que dan en los desayunos, junto con los sabrosos tamales, cuando se celebran la Primera Comunión, las Pirujas de Chico Chino, las tortas de guineo de don Rafael Castaneda, las tortas de miel y las “leche burras” que hacía su tía Chabela Castaneda, dulces envueltos en papel de china de todos los colores, que eran hasta de chuparse los dedos y que dilataban un montonazo de tiempo para que uno nunca se las terminara de chupar en su boca muy jugosa. Su tía Chabela y los primos Ismael y Héctor, aunque convivía más con Ismael, Héctor era mayor y tenía su propia camada el “Pichirilo”, Toñito Velis, Chepito Santana, Tin Guerra, Carlos Saz, Ricardo Mendoza, primo que le dicen el “Chonte”, el “chele” Hugo Mata, Lito Rivas el curita arrepentido, porque al llegar la birriondera dejo la sotana, aunque con quien más convivía Garibaldi, en sus vivencias más cercanas de su casa, era siempre con Ismael y otros del barrio, como el “Negro Oscar”, el primo Julio Tobar, René Cadenas, Orlando Menjivar, todos del barrio, pero era con su primo Ismael inseparables, desde el barrio, la escuela, del colegio, ambos y casi todos de la misma edad.

Mamá solía decir esta común expresión acerca de mi: “que yo era el puro caite de Judas y que no tenía ningún juicio, quien lo aguanta, tanto que me fastidia y hay que andar encima, encima de él, porque al ratito anda viendo que picardías y travesuras hace o ver qué cosas inventa, un muchachito muy tremendo pero eso si un chipote de buen corazón y a veces que jode hasta las cosas y todo anda trasteando, quizás va a ser investigador en el futuro” y le gusta solo jugar a las guerras y de peleas bruscas que hasta desnarizado y chorreando sangre aparecía de vez en cuando.

También ya cuando supo Alfonso Garibaldi comer mucho, pues comía quizás como tres en uno, su madre solía exclamar: “Que muchachito cómo come! ¡Como si tuviera hambre canina, come como los diablos, no se llena pero ni con los aldabones del infierno...Dios me guarde que cipotio”! y su mamá no se quejaba por la comida, ésta abundaba en casa, ella quería que también “Toñito el primogénito” para todos, el hijo santo comiera igual, pues había que rogarlo y verguiarlo para comer, por ello era muy delgado y ñequecito como fideo, humilde hasta en el hablar, pero no humilde pendejo como se dice, sino jodión, inteligente y muy pero muy religioso, cristiano de verdad que mejor hubiera sido cura, escritor de artículos muy espirituales y morales, vivaz, buen futbolista cuando venía del seminario a pasar vacaciones y tenía que por huevos ir ayudarle o servirle de acolito y en los rosarios al cura Cea, ¿ por qué nó? fue cura mejor, ese era su camino, así le decía Monseñor Romero en una carta que le había mandado y aunque Uds. no me crean. Toñito Velis, sí que es un alma de Dios, desde muy niño muy devoto de Cristo y hasta hoy que lo sigue siendo, en cambio Alfonso Garibaldi, aunque tampoco era el diablo mismo, no le importaba la religión, tenia desconfianza del mismo cura Cea y a quien trataba de no acercarse mucho, Alfonso era muy fornido, vozarrón, saltarín de caballos, peleonero, comelón, bochinchero y jugador del barrio con otros vecinos, cuando ya salió a la calle y no se dejaba joder por otros vecinos del barrio, por eso su madre hacía la broma que de tanto que comía y no se enfermaba había que emparentarlo con el famoso “Tragaldabas” del pueblo, era como dicen un barril sin fondo, y ya después en el futuro seria como otro ladrillo seco, cuando se hartaría cerveza, pues Alfonso Garibaldi comía y comía pero jamás se llenaba. “Come por libras y caga por arrobas”, decía en son de bromas la tía Mary, la sirvienta de años y casi actuaba con ellos, y los cuidaba como su otra Mamá para todos ellos, los había visto nacer y crecer. . Y como siempre encontraba a Alfonso merodeando la cocina a ver qué hallaba y qué comer y ella exclamaba:

__“¡Y Dios mío, a este muchachito hay que emparentarlo con el mismito Gargantúa o Pantagruel! Su madre gozaba y a grandes carcajadas se llenaba de mucha gracia cuando miraba que comía y comía, así como jugaba y jugaba, o permanecía horas enteras leyendo en el jardín las poesía de Alfredito Espino, ese poeta bello pero naco y llorón al cantarle tan líricamente a la naturaleza, al campo, al cantarle bucólicamente con mucha ternura y color musical, entonces su madre caía en la cocina y casi como por encanto la cocina se llenaba de sabores, de alegrías de olores a guisos que su mamá preparaba, una maestra de los platos de la comida cotidiana, gracias de su paladar gustoso y parabienes en la mesa alimentando aquella bandada de pollos, todos en familia gozaban con esa algarabía de los cipotes que eran entonces...

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