Portada del libro de reciente publicación "Les Roses de
Lancelot",
presentado en Mislata el 20
de abril de 2012.
EL PÁJARO DE LAS MANOS LLENAS
[Comentario
al libro: LES ROSES DE LANCELOT de Pere Bessó]
Por André Cruchaga
Este maravilloso libro de Pere
Bessó, Les Roses de Lancelot (Alupa editorial, Mislata, Valencia, 2012), reúne
de manera singular la poesía escrita por él durante los años dos mil seis, dos
mil siete. Y tal como el caballero de Lancelot ou le Chevalier de la charrette,
Pere nos poetiza su experiencia humana, ineludible por lo demás para quien
concienzudamente trabaja la palabra. Aquí hay un caballero que nos rapta la
atención desde la primera cópula del verso, convirtiéndose en el Lancelot
moderno, el poeta de la rebeldía y el transgresionismo, no el sumiso, aunque
guardando el decoro hacia los alcances del resuello herido. Así descubre y
reinventa esa extraña maravilla de las rosas junto a otros nombres ocultos,
inocentes y cercanos a las campanas.
Poeta de larga data. Amigo sin par. Poeta
comprometido políticamente con la historia, conocedor de plazas y calles,
tierno en su pecho rebelde, amante de la libertad y la esperanza, genuino y
solidario, poeta de inigualable temperancia, riguroso y entregado, inquietante
y meticuloso. Pere Bessó no tiene límites: es como un río, un carpintero con su
garlopa, el ebanista que sabe fregar sus instrumentos con el calostro que va
emergiendo de la memoria. Ante cada destello de la palabra, el alelí o el
jengibre o el cierzo, el matorral o un blues que nos acerca a esa atmósfera de
desnudez y tristeza. El poeta es así, asciende y se reinventa en los juegos de
la desnudez y el hambre.
Pere Bessó tiene el talante de un juglar.
Un intelectual visceral, consciente del devenir de la propia experiencia
humana. Conocedor de esa larga estela que nos han dejado las vanguardias, sobre
de España y de los movimientos periféricos. Su poesía nos revela las relaciones
profundas con el lenguaje: retador, fecundo, por propia voluntad. Les Roses de
Lancelot, representa unitariamente el sentimiento de Pere, sin fragmentaciones
y con buen tino su convicción poética, sus ideas o realidades a fin de cuentas.
Por esas cosas del destino, y por la feliz
mediación del poeta argentino Aldo Luis Novelli, Pere y yo, empezamos a
intercambiarnos poemas. Y así dentro de una atmósfera de cotidianidad, va y
viene la lectura de poesía, la traducción, el comentario. La poesía, pues, nos
ha hermanado y a mí, particularmente, me ha enriquecido. “Al anochecer de esta
noche alta —dice el poeta— nadie hay bajo el árbol del bullicio.” Y agrega: “como
una hojita a punto de caer: un mirlo despellejado vive en la niebla.” Profundo
es entonces el silencio, densa la soledad al punto de rozar sus sueños con esas
otras otredades, las del poeta en vilo ante la inmensidad del cincel plegado a
la brisa o al pájaro muerto del tejado de los sueños.
¿Qué nos queda del poema? ¿Qué inquietudes
mueven al poeta? Sé que las respuestas pueden ser diversas. El lenguaje es el
claustro del poeta y la añoranza: “Es tiempo de confiar la palabra,/ de dibujar
el canto de los pájaros de la isla más umbría,/ de escuchar la mirada del niño
viejo que prodiga la esperanza/ en otros tiempos soñados,/ de abordar el río
melancólico de verdor que se aleja de los ríos”… El lenguaje es visceral y
orgánico, materia racional e irracional: “El alba significa que el ser es
perfectible,/ y puede girar tu mirada arbitraria,/ desnudar la piel de ceniza
del hombre”…
Les Roses de Lancelot, constituye, pues,
un libro carnal y espiritual, soberbio, mapa acaso que el poeta ha
confeccionado como aquellos que elaboraban navegantes intrépidos en busca de
mares, tierras, doncellas, etc. Poemas engarzados en la memoria y la realidad,
libro como la epidermis blanca de la rosa en los largos caminos absorbidos por
los fuegos circundantes al poeta: “Hay gente aquí, —nos dice el poeta— que
camina toda la noche./ Al amanecer, se alza la bruma de los pequeños canales
del sollozo/ para esconder los barcos cuando descargan en el puerto,/ una larga meada que parecida al hastío se
alarga.”
La poesía siempre ha sido “la vigilia del
espíritu”, la sangre reflejada en el espejo, el cobijo y el surco por donde
corre la semilla de la poesía: conciencia a fin de cuentas de esa herida
profunda que lleva el poeta consigo y que como pájaro lo hace alzar el vuelo.
Pere, escribe al filo de la daga, consciente de los derroteros que nos da la
luz, pero también la oscuridad. Su arte poética es como el agua injuriada del
sexo, la orquídea de la virgen negra y el “Tumulto de la carne,/ de la tierra,
y del agua, y del aire.” Pere Bessó, hiende con bisturí en mano, esas
mediatintas del recato de nuestra posmodernidad, se burla, bajo las aguas
oníricas y tectónicas de la palabra: “ voluntad, no obstante, cada corazón el
centro de toda cosa,/ cada gusano devuelve el destino de la manzana al ramaje
del árbol/ al caer dentro de la manzana a tierra,/ dejándole los huevos,/ la
seda,/ el día perfecto.”
La herida del poeta, de todo poeta no
cicatriza mientras sábana y abismo es de todos los días. El poeta lo sabe
cuando “golpea de par en par la puerta de su intimidad,” y aunque los ojos no
sangren ya de tanto sangrar, la mirada siempre tropieza con lo torvo y aun con
la carne ajada del más allá y aun con “el tiempo prisionero de su pecaminosa
silla.” Pere Bessó, es un ciervo
durmiendo a los pies de la poesía, a su sombra; en su poesía revolotean no sólo
el mirlo sino todos los pájaros, es un árbol viviente, tal como lo dice el Panchatranta.
Anillos indóciles juntan el karma, la mirada pendular de las hélices de lo
inhóspito. En su poesía, “La rama más cercana cruje insistentemente y se
rasguña, como la memoria en la ventana del despacho de Janet Moore.” Desde la lectura de Safo hasta llegar a las
pequeñas cosas, Pere Bessó, no da tregua en desovillar las viejas sombras
luminosas de la gravedad. El poeta nos avienta en cada poema, bocanadas de luz,
como en “La caída de Sodoma”: “Su pecado no fue pecado./ No hubo en eso nada de
sexo: demasiada manteca de cerdo en el desayuno/ o demasiado poco tiempo
gateando por el piso/ antes de ir a la
cama.” Pere, maneja muy bien el doble sentido, la ironía en el poema, sabe que
así el aliento del incauto tropieza con mayores posibilidades en el asfalto.
Les Roses de Lancelot, nos anuncia, nos
dice que hay tránsito de un guerrero y tanto “Al sur del sur o al norte de
ninguna parte/ el mundo gira como de costumbre/ y alguien tira colas de
langosta/ entre cisnes de oro y peces de plata/ mientras el agua se hierve en
ondas subacuáticas”… “Afuera, en el patio,/ tejiendo una duda que colgase/ del
árbol del sueño,/ suena,/ remedo de mujer,/ el salto de agua de la peña del
águila.” En lo posible, el poeta
corporeiza de manera sistemática las texturas y las contexturas de su garganta
asolada, la poesía que a fin de cuentas canta y decanta en maceradas sombras,
la sombra del alma del poeta. Andando el libro, nos damos cuenta de las
reiteradas evocaciones del poeta, o en todo caso, las insinuaciones hacia los
rescoldos del sofoco que en muchos casos se torna telúrico y entrañable.
Al poeta,
sin duda alguna, lo zarandean los cuadriláteros de la herrumbre, las tajadas de
ceniza del horizonte, ese dolor incesante de la última bocanada, la muerte como
un callejón irreversible. En su poema “Visita al cementerio”, expresa que está en
la tierra muelle de la noche absoluta con la garganta asolada de exequias. Llegados
ahí, se abre lo inminente. Nada se afirma en el bajorrelieve de los párpados,
ni en las pupilas; cada quien se anula vertiginosamente, cada quien, ahoga sus
pensamientos en la noche para hacer más patéticas las telarañas de las
cavilaciones, a menos que ésta sea otra forma de leer los párrafos
inconclusos de los periódicos en la deshora del extravío.
El tiempo y la tragedia es la misma a
los días de la semana: nada ha cambiado desde que se coleccionan cosméticos.
Nada ha cambiado en los agujeros de la sed, salvo las sábanas colgadas del aire
en las manos, las horas ciegas de los mástiles, el motín de sombras como
ferretería del tiempo en el epígrafe de la levedad, el delantal de la nostalgia
como una fotografía para coleccionistas y los labios ahogándose en los
termómetros de la fiebre de circo de la pólvora china ante la espuma enredada
en los zapatos. Siempre la intuición ha sido un arma insustituible: advierte
sin miramientos los días oscuros devorando los harapos; al final, toca asistir
al funeral del propio calendario con la diligencia necesaria para que no haya
demora y se apague por fin la llama que cuelga del paladar; ahora, el poeta,
regresa a la almohada de siempre: la intemperie con sus soledades, que a fin de
cuentas no hay mejor lugar para avivar la voz entre los árboles: lo imaginado y
los visto siempre han sido un abismo, al igual que la falsa sabiduría del zodíaco, quizás como
todo lo inminente, las sombras “La
cámara empapada de sudor donde el amor yace/ levitó como un falso milagro de
buenas nuevas.”
“Y más lejos todavía”, el poeta: “Dormido,
una mano suavemente enraizada, como si acabase de atrapar un pájaro, el pez
vendido de la ingle, su rosa exangüe, como lo llamado que después gotea, como
si se estimase el sedoso peso del pétalo, el peso del mundo debajo de las
piernas.” A menudo, Pere Bessó, se deja guiar por ese automatismo acumulativo
propio de la poesía surrealista; en ocasiones, lúdico cuando aborda el tema del
erotismo, tan singular en el poeta. Y desde la metáfora, su metáfora que se
aparta de los convencionalismos. En Pere Bessó, la sorpresa y la creación están
garantizadas: “Sólo el desazonado de la hoguera se engrandece/ en el
encuentro,/ en la esperanza del dulce cauterio:/ acepta el fuego,/ acepta de
buen grado sacrificio grande,/ el parvo honor de la ceniza.” Sí, al roce de la
fruta, distribuye los fósforos del hervor y el fervor cóncavo de los goznes.
El poeta, domador de trenes, hace gala
de la suprarrealidad que lo habita y circunda, sorpresa en la distorsión de la
espacialidad y temporalidad. Así, “La casa abandonada se vuelve la proa de lo
arbitrario. Los pájaros han sido dibujados en los muros como copas de papel de color con
flores a la manera del Aduanero, usando los motivos ya existentes de una
tapicería antigua; aquí y allá se descubre la ternura inusitada de una pluma
reposada en los sueños espumosos de un copo de nieve de la memoria. Al medio la
majestad indemne de la higuera.” La poesía de Pere Bessó, cava en dos mundos
convergentes, “la duda como como forma del conocimiento y el grito de ser libre
y pleno”, la muerte como existencialidad-realidad del tiempo en curso. El pubis
de la ventana que prolonga el paladar hacia horizontes de vacíos y estampillas.
Pere Bessó, es consciente de las
dimensiones del poema, más allá de André Bretón y otros poetas que él conoce
muy desde dentro, su poesía tiene un alto efecto por su dominio de la
arbitrariedad poética, lo aparentemente ilógico, como: “El eunuco de la rosa
del tiempo/ se apoya en el muro con un poco de comida/ y una garrafa de vino
casi vacía”, o “el sueño como un niño que dibuja el deseo, el velo de la luz
extinguida, las estampas con las cuitas del pacto borrado, pero sólo por la
presencia efímera de las palabras heridas.” Luego, el poeta, dentro mundo
polifónico, advierte, le advierte al o la interlocutora: “Y dirás que la paz no
vale este amor/ que va de tierra en tierra plantando sus rosas en secreto,/
inmensa la noche como el cuerpo que se diluye al descarte de la lejía en la
palma de la mano.”
En su poesía, siempre hay un choque y una
intersección de yuxtaposiciones, es decir, las imágenes y metáforas son tales
que entrecruzan el sentido de la linealidad, así logra que el poema tenga
múltiples significaciones. “Ah, cómo persiste aquel ruido en el aire movedizo y
caldo en gañir el columpio de la memoria. Y yo volvía entonces, ebrio de tiempo
de verano, cansado de todo aquello, de haber sido, yo, el muchacho osado y
vivo, y tú, la mujer escondida, descarriado de haberte llevado todo el día a la
espalda…” Para decirnos, después, que “La vida no se puede inventar sino a
favor del amor primero, (alude a La invenció de l’amor de Daniel Filipo) refractándose
hasta el agudo del grito, sosteniendo lo insondable. La imposible nota de un
adagio incesante. Lengua de fuego purificando el espíritu. Ánima del tocar.
Subversión de las frías neuronas por las incandescencias del poema.” Al poeta,
sólo le es necesaria la palabra. La palabra cerca al poema mismo despojada de
su semántica adjetival. Pere Bessó es un caudal de luminosas efervescencias y
asume la condición de ser uno en el poema, condición que le permite azuzar
constantemente su espíritu, su alma, dirán otros, hasta hacer de la materia del
poema su más cotidiana y profunda indagación. Su poesía transita entre
símbolos, entre lenguas de fuego para purificar su espíritu, muelle al fin para
subvertir la mesura del tiempo.
Sucesivamente, Pere Bessó, nos entrega
en Les Roses de Lancelot, contrario a los purismos en la poesía, una poesía
desasosegada, de angustia existencial y ansias por vertebrar las aguas del
océano y así deshilar botones y ojales: milagros de sastrería, le abre un hoyo
al alba, un destino de sal y antibióticos, de diademas y misiles, de
solemnidades expulsadas del paraíso. Es, pues, una rosa abierta frente al
gusano sórdido de pétalo y polen. “Fortaleza
de las cenizas sabiendo que lo inexpugnable/ es menos cuestión de piedra o de
tejas de barro al sol/ que de la repetición de la memoria,/ hogaza,/ monotonía
del dedo que señala/ y se obstina en tentar el regreso de la lluvia”…
La poesía de Pere Bessó, la contenida en
este libro Les Roses de Lancelot, y la
otra, es precisa en su actitud perseverante, hay certezas y testimonios,
aprehensiones sin dramatismos. “De alguna manera, —nos confía el poeta— soy el
sueño de un mozo viejo,/ la pasión del soldadito de plomo hundido en el ataúd
de la rosa piadosa,/ la memoria selectiva de la araña hembra,/ cuando la
figurilla ebúrnea baila el tema de Purcell,”…
En el intertexto del poema “Las razones del transterrado” el poeta nos
agrega: “[La diáspora y migración de la gente,/ pensamiento y discurso en relación
con la sexualidad/ y transformación de la identidad en general,/ el sujeto de
este taller./ Nos aproximaremos a través del debate de las representaciones/ y
las experiencias de los deseos migrantes…]” Su poesía, pues, no puede separarse
de esa ingente necesidad de cosmovisión frente a la gran metáfora y al acto
creador que siempre supone un ecosistema de encrucijadas, el marco propio del
poeta desde el cual, hondo, trasunta los espectros de su andadura.
De este libro, Les Roses de Lancelot, podemos decir categóricamente con palabras del
mismo poeta que “nunca hubo pájaro feliz ni ave carroñera,/ ningún árbol de
conciencia que nos diera la vuelta,/ ni siquiera la llave,/ la llave de los
sentidos que nos rebailara como una trompa ./ Acaso tampoco hay nadie aquí,/
embebida la lámpara de las últimas luces postradas,/ fuera del corral,/ en
campo abierto,/ donde los pasos cortos de la memoria no hacen ruido.” Acaso
porque el otoño desgarra los nombres y el aullido se hace camino sobre el césped.
“Sigue corriendo por las orillas” de este libro, la creciente “comisura de la
boca.” Las rosas y las pistolas y el tributo de Anaxágoras a la mala sombra que
arrastra hacia el fondo de lo oscuro. La visión de la poética de Pere Bessó, es
en esencia, la celebración de la diversidad, entendiendo como tal lo moderno y
lo posmoderno como entidades forjadoras de una expresión y una identidad. Su
fuerza poética radica en la expresión de búsqueda, decantada por su madurez de
humanista, poesía que trasciende el destino del hombre. Dicho ésto, los
anaqueles de la alacena quedan limpios para el próximo poema y para el próximo
libro. Así sea.
Barataria,
11 de diciembre de 2012.
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