Carátula de Absolute amazement/ Absoluto asombro,
de Irma Lanzas, Published by RENEW, International, NJ, USA.
LA POESÍA, UN ASOMBRO ABSOLUTO
[Comentario al libro de Irma Lanzas: ABSOLUTO
ASOMBRO]
André Cruchaga
Yo no supe dónde estaba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
SAN JUAN DE LA CRUZ
(Coplas
hechas sobre un éxtasis de harta contemplación)
Por
intermedio del poeta René Chacón, he
recibido el más reciente libro de la doctora Irma Lanzas, en edición bilingüe: Absolute Amazement/ Absoluto Asombro,
Poesía Mística para el Siglo XXI, publicado por RENEW International. De
inmediato capta mi atención, la nota que acompaña al libro: “Es un libro con una temática al parecer, pero solo al parecer,
lejana a los intereses de una sociedad regida por la prisa, la tiranía del
Internet, los celulares, y tantas otras cosas, pero que más que nunca está
sedienta de un contacto con la fuerza que fundamente su propio ser. Como podrá
ver con su sensibilidad de poeta, —acota—
a través de esta poesía simplemente comparto la posibilidad que tenemos
de vivir al máximo en las pequeñas cosas de la vida cotidiana.” Y tiene
razón, vivimos un tiempo de continuos
vahos y vértigos, con pocas posibilidades para la reflexión sobre nuestras
vidas y la de los demás. Vivimos a menudo, genuflexos, oscuros en la techumbre
del alma, astillados por la germinación de los pañuelos, con la incertidumbre
que propicia el hollín en su avalancha postrera.
Pero, ¿por qué la doctora Irma Lanzas,
nos entrega ahora una poesía que se sale de la corriente de agua de nuestros
tiempos? ¿Por qué poesía mística? Quizá ante la mirada torva de la
cotidianidad, el alma busca y se busca y entre surcos y andamios andados, ella
—la poeta— nos plasma en su libro, precisamente esto: una reflexión desde la
claridad interior del mundo que ella concibe en una tierra de esperanza. Poesía
que nos invita a vivir en la tierra, no en la bruma; descubrir, mostrarnos las
espigas de la luz es su afán pero a partir de ese aplomo de la experiencia
vívida junto al trepidante deleite del rocío.
El libro se abre, formalmente, con un
texto del Cantar de los Cantares: “Yo
dormía,/ pero mi corazón estaba despierto./ oí la voz de mi amado que me
llamaba.” Pero de ¿dónde la viene a la poeta esta entrega hacia Dios? Irma Lanzas, es evangelizadora. Tiene un
doctorado en filosofía por la Universidad de Bolonia, y una maestría en
teología por la Universidad de Saint John en Nueva York. También tiene estudios
posdoctorales en la Universidad de Madrid y la Sorbona de País. Además, ha
ejercido la docencia. Enseñó teología en la Universidad de Saint Elizabeth,
Morristown, Nueva Jersey. Irma Lanzas es “una mujer de profunda fe, una
misionera que ha pasado la mayor parte de su vida difundiendo la Palabra de
Dios entre los pobres, con amor y pasión.” Como vemos, aquí está, en gran
medida la razón de este libro: mostrarnos el camino que ella ha transitado,
camino claro está, nada fácil. Su poesía es el producto de ese camino:
cualquier lector desprevenido puede golpearse, irse de bruces, pues sólo quien
conoce las profundidades, es capaz de alumbrarnos con la sencillez que
caracteriza a esta mujer. Ella ha sabido como nadie, hospedar la fecundidad del
amor en su alma y, así, es como propaga el esplendor.
Justo en el primer poema (Irma Lanzas es
impecable en el uso de las formas clásicas de versificación) “Me has seducido” y como techo una cita
de Jeremías, expresa: “Fue música tu voz
que rumorosa/ vibró en todo mi ser como campana./ Me derretí en tu entraña
luminosa/ cual gota de rocío en la mañana.” Y continúa así en el primer
terceto: “Me hallaste en soledad, nido deshecho,/ sutil te me entregaste en un
murmullo/ y yo te apretuje contra mi pecho.” La experiencia de Irma Lanzas
con Dios es crucial pues implica una toma de conciencia, un despertar, Dios
resplandeciente en lo interior y exterior, personificado, íntimo en su
búsqueda, a menudo mordiendo las entrañas porque su fuego quema desde el
aliento hasta la herida espesa del Gólgota que cotidianamente nos toca vivir.
Para
entender el libro y, sobre todo para comprender la dimensión de poesía mística
para el Siglo XXI, es necesario recordar o hacer una acotación fundamental:
¿Poesía devota o poesía mística? Pues aunque los conceptos están ligados, la
dimensión es diferente. La poesía mística se diferencia de la poesía devota en
el modo de relacionarse con Dios. Los versos religiosos hablan acerca de Dios,
en cambio, los versos místicos hablan con Dios: el místico escucha en su alma a
Dios, por tanto, la poesía mística es el fruto de la materialización de esta
voz. Es así como, la excelencia de esta poesía consiste en: "darnos
un vago sabor de lo infinito, aun cuando lo envuelve en formas y alegorías
terrestres" más aún en ella encontramos la belleza infinita que
se revela, pues "Dios solo comunica ciertos visos entre-oscuros de
su divina hermosura, que hacen codiciar y desfallecer al alma con
el deseo de lo restante". Justo
en este hablar con Dios, Irma
Lanzas, en “Cuando llega la noche”, dice: “Te oigo vibrar en la sustancia/
del universo entero/ porque me has escogido/ para que escuche tu gravidez.” (…)
En ti también/ todo se transforma/ y ahora soy luna/ bañada de flor/ plantada
en tu silencio.” Lo cual la poeta, con estos versos no sólo nos refiere el
encuentro, sino la transformación que ha tenido con ese encuentro. Dialoga con
él en atinada consonancia, es decir una armonía tal que sólo hay diafanidad,
pese a las aguas de la realidad que nos sumen en abismos. Pero la poeta es
consciente, muy consciente del mar que la habita, de la hogaza de albor que la
sosiega.
Ya
don Ramón Menéndez Pidal, (España) distingue a
la poesía mística de la poesía sagrada, devota, ascética y moral. Plantea que no basta la devoción y el
fervor para hacer poesía mística. Esta, aspira a la posesión de Dios por unión
de amor, y procede como si Dios y el alma estuviesen solos en el mundo: “¡Oh
lámparas de fuego,/ —nos dirá San Juan de la Cruz, en “canciones que
hace el alma en la íntima unión con Dios— en cuyos resplandores/ las profundas
cavernas del sentido,/ que estaba oscuro y ciego, con extraños primores/ calor
y luz junto a su Querido!” La
poeta dirá por su parte, en el poema “Barrilete que tiembla”: Tu ternura me
llena/ y se instala en mis ojos/ mientras me envuelves nuevamente/ en tu
caricia intemporal. (…) Apenas logro hacer/ un esbozo impreciso/ del estupor en
contemplarte/ circulando en mí misma,/ del absoluto asombro/ que hace de mi
corazón/ un barrilete que tiembla/ mientras se encumbra/ en esa ráfaga
poderosa/ que es tu amor.”
Tal como lo expresa,
Camilo Valverde Mudarra, (Artículo aparecido en Mundo cultural hispano) Mística, pues, etimológicamente, sugiere la
vida espiritual secreta, íntima, no ordinaria. Se produce, al entablarse una
profunda relación sobrenatural, a la que Dios eleva a la criatura sobre las
limitaciones de su naturaleza y le provee el conocimiento de un estadio superior
inalcanzable por el mero concurso del esfuerzo humano; el logro de
tal unión definitiva supone recorrer un camino que ha de sufrir diferentes
etapas, las llamadas "vías": la vía purgativa consiste en
"purgar", limpiar el alma de las cosas ajenas a Dios, mediante la
oración y meditación en actitud ascética de renuncia y rechazo a lo corporal,
gracias al proceso de purificación, incluso, con el castigo de la carne; de
ahí, el alma llega a la vía iluminativa en que se ve alumbrada por la Pasión y
Redención de Cristo, ante la contemplación de los bienes espirituales eternos;
y pasa luego, a la vía unitiva, en la que consigue y se sumerge en la total
comunión con Dios, en el "matrimonio espiritual". Esta última, es
propiamente la mística; las anteriores, purgativa e iluminativa, son prácticas
del ascetismo.
La experiencia mística, —puntualiza
Valverde Mudarra—en ese estadio de trascendencia, conlleva un desprendimiento
del vivir corriente y la repulsa del mundo real, un despegue de la
cotidianidad, por hallarse instalado en el plano de arriba, en la esfera del
valor absoluto, envuelto en la avenencia y la concordia del Ser Supremo y la
criatura. Tal ese ese grado de avenencia, que la poeta Irma lanzas, en
“Añoranza”, nos deja sentir esa comunicación unívoca y unidireccional. Veamos: “Cuando
a veces creo haber perdido ese contacto tan estrecho con Dios al que amo con
todo mi ser, con toda mi alma, con toda mi mente, me quedo habitando en un
desierto, anhelándolo, con una profunda sed. Lo busco entonces en cada rincón
de mis días, y aunque sé que Él me ama siento que está escondido y le pido que
regrese con la intensidad acostumbrada para que me devuelva mi plenitud. Soy
entonces una solitaria enamorada que habla con los ríos, con las piedras, con
la luna y los pájaros para contarles la historia de un alma que busca de esa
manera al Dios que ama.”
Sin duda, la poeta se
solaza con esos “extraños” primores. Y sólo cuando está con él respira el
sosiego y ese “amor herido” que la guía.
Valverde Mudarra, agrega en este punto: “El sentimiento místico mana en
la interioridad y en el sufrimiento, se aviene a la serenidad y a la
contemplación, vive de la renuncia, ayuno de artificios, lejano al afán
consumista, al agobio del fragor desenfrenado, al hipnotismo del impulso visual
de los medios de comunicación y ajeno al plasticismo sojuzgante del lucro
publicitario; desconoce el vacío cultural moderno, anegado con su raquítica
formación, en el fenómeno de la secularización globalizada, inmerso en la
descristianización ramplona, en el relativismo y el hedonismo, en que la vida
espiritual y el cultivo del espíritu está en desuso, por concepciones rebajadas
y la ingenua materialidad, que orilla la religión en la irrelevancia social; la
poesía mística entraña un acicate de la conciencia, una insistente advertencia
de que los valores humanos se hallan en el repliegue interior, en el encuentro
con Dios y en el vínculo con el hombre.”
En razón de lo anterior,
Irma Lanzas, hilvana el orden de la conciencia, y de manera sencilla, pero
sobrehumana y calcinante, nos dice en “Tengo envidia de la primavera”, lo
siguiente: “Tengo envidia de la primavera./ cada nueva estación/ los bulbos
enterrados/ se olvidan del invierno/ que los tuvo sometidos./ se hinchan, se
rompen,/ y con dolor de parto/ explotan en un río de flores./ Yo, en cambio,/
estoy entumecida,/ encerrada en la concha/ que yo misma endurezco cada día.”
La poeta es un ser que se goza con las cosas elementales y deja traslucir esa
perplejidad de comunión haciendo del despojo una voz resucitada. Es un alma
contrita, un alma encarnada en el arcano
divino: asume como viaje inefable “esa transparencia íntima”, a tal
punto que a ratos, le pide el aroma de
su esencia y el amor encendido en “poderosa florescencia”. Y agrega: “así
“Como está la semilla en subsuelo/ quiero estar sumergida en tu regazo/ y me
nutras con agua de tu cielo/ porque cuando tu voz vuelve a ser mía/ y me
aprietas la vida con tu abrazo/ me hago paz, me hago luz, me hago alegría.”
En la experiencia de la
poeta, “El poema resulta del fresco y rico manantial de vida interior,
plenamente entroncada en Dios, Nuestro Padre, a través de la vía unitiva de la
contemplación y del gozo; pero, surge no de un “motu pronto”, requiere también
un esfuerzo de elaboración, aunque, tal vez, fluya por cauces remansados más
feraces que los concernientes a las otras expresiones poéticas.” Así, en el
poema “Ven”, se deja ver, leer esta vía unitiva: “Cuando pedí tu luz/
simplemente dijiste:/ quédate inmóvil/ sin decir nada,/ sin pedir nada,/ sin
ofrecer nada./ Ven a mi soledad,/ ven a la oscuridad de mi silencio/ sólo ámame
y espera.” Sin duda, este libro de
Irma Lanzas, constituye ese huerto donde se puede alzar el vuelo sin dolencias,
pues todo él es montaña de asombro, asombro absoluto en el corazón que arde
tras el gozo unitivo de la contemplación.
Contra todo lo adverso que pueda tener la realidad, siempre hay
resquicios para colmar la conciencia y con serena lumbre llenar los vacíos.
Aquí sembrado en el filo que lo hospeda, este soneto a sorbo trocado por el
alma profunda:
NO ALCANZO A COMPRENDER
No alcanzo a comprender cómo pudiste
perdonar al que a ti quiso venderte
y en el umbral horrible de tu muerte
una oración de amor por el dijiste.
Cómo haces para amar al que traiciona
y adopta tristemente, siendo humano,
la mórbida textura del gusano
y a ti con menosprecio te abandona.
Enséñame a querer a tu manera
y contagiada al fin de tu locura
perdone yo también antes que muera.
Que si no logro yo ser quien perdone
y entregue mi dolor hecho ternura
seré yo quien ahora te traicione.
Barataria, 12 de diciembre de 2012
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