sábado, 6 de septiembre de 2008

Tarde en Manhattan:Una ciudad posible_André Cruchaga

Karla Coreas, El Salvador-USA (Firma autógrafos durante

la presentación de su libro: Tarde en Manhattan





Tarde en Manhattan: una ciudad posible


Cada poeta tiene sin duda una ciudad posible: quizá la de los sueños, quizá la de la vida cotidiana; quizá la que construye, en fin, con sus anhelos, la que va inventando tras los poros de la historia personal, al ritmo jubiloso de los días. Así se nos entrega Karla Coreas, [El Salvador, 1972] con su libro de poemas “Tarde en Manhattan, Urpi editores, 2008.

El poeta Luis Pérez Boitel, en el prólogo del mismo, nos enuncia cabalmente el tono del libro: “es un diario de viaje, una oración como salvoconducto por la distancia que tenemos entre nosotros, y frente a nosotros; llegar de un cielo a otro es realmente difícil, equidistante para un hombre común. La autora de estas páginas nos resuelve cualquier situación que nos aísle y nos golpee, pensar en su ciudad natal y ver que hay un mismo cielo a este lado del mundo, quizá sea la pregunta más palpable que reconozca el lector entre un poema y otro.” [Prólogo, pág.8]

El libro de Karla da inicio con un epígrafe de Alfonso Chase, que a su vez es una interrogante: “¿Qué puedo hacer si me he perdido en tu silencio/ y me respondes con el eco del viento y de las hojas?” Entre un poema y otro, la memoria va desatando recuerdos, como su “Fotografía con ausencia” o el mismo poema que da pie al libro: “Tarde en Manhattan”, donde “un farol —dice la poeta— sacude la arena de mis ojos”. Transitando por esas calles la atisba no sólo “la mirada gélida de los faroles”, sino la ternura engañosa de “la medianoche de esa ciudad”.

Hace años, bastantes años para ser exacto, llegó a mis manos a través de la Cooperación española, un libro muy hermoso que leí de un solo tirón (421 páginas ). Ese libro se intitula: “De amar y andar, de Jaime Delgado, Ediciones de Cultura Hispánica, 1977. Dicho libro comienza de la siguiente manera: “El conocido poema de Pablo Neruda —de cuyo primer verso tomo el título de esta obra— afirma que los libros nacen de [tanto amar y andar]. Ello quiere decir que el gran poeta chileno sabía bien que la creación artística no es hija solamente de la inspiración, sino también de la experiencia, de lo que el hombre vive y existe. Un largo camino amoroso, hecho al andar —según estableció don Antonio Machado—y amando lo que se anda, constituye la materia sobre la cual actúa la imaginación creadora, el gesto que permite alcanzar la alta cima del arte.”

Traigo a cuentas lo anterior, precisamente porque “Tarde en Manhattan” es eso: un libro amoroso y memorioso del andar, sea por “las noches de marzo”, como se camina la vida, sin que nadie convoque nombres. En estos tiempos, modernos o postmodernos, la poeta delira frente a las mariposas que posan su vuelo en las vitrinas, y no hay nada más sorprendente en ese paisaje urbano que queriéndolas asir, con todo y su respiración fría, los colores sigan intactos. Su delirio es una orquesta de indescriptible sed.

Ana Rossetti, en su poema “A QUIEN, NO OBSTANTE TAN DELICIOSOS PLACERES DEBO”, dice: “Y esa tan transparente neblina que su lengua/ extendió sobre mí…” expresa cabalmente el sentir y palpitar de la autora de “Tarde en Manhattan”. Hay poemas donde dibuja emociones grises que luego las desvía —no se queda en ellas— hacia ese escudo húmedo del pecho. La poesía de Karla, no es poesía grandilocuente ni está afectada por el hollín de lo ininteligible. Ella va destejiendo con naturalidad y pródigamente las sábanas de la emoción que son en esencia las que cuentan en la palabra. A la poeta “se le van abriendo las costuras de la memoria” sin argucias; y así florece su cuerpo y su fervor estremecido.

Esa bitácora del día a día la lleva a pensar y a sentir el verano nupcial en el West Side. Esta parte del libro la comienza con un verso de Roque Dalton. “Inútil todo lo demás. Te amo”. Es un verso contundente para todo ese caudal de emociones, para todo eso que está por venir que es precisamente el triunfo, la consumación de eso que se ama y que es parte de los desasosiegos del ser anhelado. Pero antes, la poeta ha estado en trance: ella escribe poemas de ausencia, de anhelos, de esperanza.

Entre sombras y encuentros hay un dejo de oscuros secretos propios del sentir humano; la poeta pareciera que respira las enredaderas de la melancolía como esos pájaros solitarios que entre las ramas esconden la ternura o, en todo caso, la resguardan. “Voy al encuentro de hoy” es ese estar atenta a los afanes tangibles, sin dejarse amilanar, porque qué otra cosa es vivir en ciudades tan inmensas, aunque allí ella quiera andar el mundo sin prisa —ese mundo amoroso con el amado— para conquistar aquel reino que uno siempre presupone de “húmedas planicies” y fuegos.

Entre los raros desasosiegos y las fotografías, la poeta dialogo consigo misma: de su pecho pareciera que nace la incertidumbre. Entre presencias y ausencias, el amor ejerce su piedra de locura. A veces la inseguridad abrasa las sienes y asciende hasta el vaho del horizonte sin que se pueda negar al pájaro roto del ensimismamiento. Luego, como recobrando la lucidez o sensatez que demanda la vida emerge la aceptación de ese otro ser, indispensable por lo demás para hacer un largo recorrido por las aguas del mar que no es otra cosa, sino las aguas de su alma, su ser interior.

Bien podría seguir con estas divagaciones respecto al libro que hoy nos entrega la poeta Karla Coreas: “Tarde en Manhattan”. Libro lleno de tiempo y pasión como deben ser los libros de poesía. Libro donde lejos de salir del amor se entra a él con la convicción y la gracia de una poeta conocedora de sus derroteros. Ella invoca, descubre, celebra esa fiesta de las mareas en estibor; luego pone en la mesa y abre las ventanas para que todas las palabras le rocen los poros. En cada verso deja sentir sus recuerdos, recuerdos que a veces la muerden o la estremecen porque “el olvido no existe”. Sin embargo para el cabal sentido del libro me quedo aquí, consciente que no soy versado en estos menesteres, sino mas bien en desdichas como bien lo anotó en su momento Cervantes.
Barataria, 05.IX.2008.
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viernes, 5 de septiembre de 2008

El poema:Memoria y tradición_André Cruchaga

André Cruchaga, El Salvador




El poema: Memoria y tradición de la palabra



El verso, dulce consuelo,
Nace alado del dolor.
JOSÉ MARTÍ



Dificil tarea es tratar que las palabras sean siempre luciérnagas fosforescentes, y llevadas al papel no dejen de sorprendernos y picoteen el alma de los lectores con su asombro. ...La poesía es como el viento, o como el fuego, o como el mar, acotaba en su momento José Hierro. Nunca la poesía, ha estado ajena a los hilos que mueven el alma del poeta, jadea en los espectros interiores de la conciencia, se hace de tiempo, humedad y sombras. La poesía es la poesía muy a pesar de los propios interiorismos o exteriorismos del poeta. Donde la noche pulula, donde el cáliz de la lluvia suelta su risa ahí está la poesía.

¿Qué requisitos —me pregunta el poeta Piero De Vicari— debe tener un poema para ser considerado bueno? De momento resulta complejo responder a esa interrogante, porque va más allá de la retórica y las normas de la preceptiva. Hay poemas métricamente correctos y son un ataúd; por el contrario, existen poemas como enredaderas que pierden al lector en brisas de niebla sin ese fuego necesario que desnude el alma, que lo desvele de su carne: son zarzales donde no se pueden hurgar los días. En este sentido, y como tampoco la finalidad de estas digresiones es hablar de normas, las obviaré dado que para eso están los estudiosos de tal menester y los libros de preceptiva literaria.

Si las épocas cambian, también los gustos, la forma de hacer las cosas, de percibirlas y transmitirlas. Siempre ha habido afán en este sentido: qué poemas o qué poética es mejor que otra; o peor aún, qué poeta es mejor que otro. Uno nunca lo sabe o logra entender porque ello se mueve dentro del gran espectro de la relatividad. Sin duda los marcos referenciales, la cultura de cada lector juega papel importante para efectuar este tipo de cataciones. Tradicionalmente a un buen sector de personas les encantará la poesía rimada de corte clásico: llámese soneto, lira, himno, oda, romance, lira, redondilla, décima, etc; no tanto por la forma, sino por los efectos musicales que produce. Algunas veces —digo con énfasis, sólo algunas veces— los poemas con esta arquitectura caen en la pedantería del sonsonete.

Un poema gusta o no gusta. Esto es una realidad. Hay poetas que trascienden por un poema y también es verdad. Qué hay entonces en su interior, en ese camino de palabras donde las alucinaciones son patentes, qué hay en las aguas del poema para provocar, mover, los pájaros tirirantes del alfabeto y el misterio inquietante de la vida y los sueños. Es sencillo. Un poema se hace con piedras y viento, con ecos y ríos y sueños. Un poema se hace de tiempo, ternura y campanas. Un poema se hace del andar, de los platos rotos de la mesa, de la intemperie de la carne como un caudal de río… Encarna, a fin de cuentas, lo vital, la problemática del ser humano, lo idílico, transmitido en sentido revelador.

El arte del poema tiene que ver con el arte de la escritura: es la individualidad, esencia misma de la poesía. Esto me recuerda la “Teoría del duende” de García Lorca. “El buen poema es en sí mismo hermosura y no se presta a la despreocupación. La inspiración llega de la mano del trabajo. Podrá uno sentirse inspirado en un momento dado por cualquier circunstancia, pero ese numen es necesario expresarlo con palabras y es entonces cuando surge el problema: cómo plasmar sobre el papel un sentimiento que nos conmueve.” Un arte tan delicado como la construcción del poema demanda del poeta una buena dosis de dedicación y de conocimiento literario. Tanto el verso libre como el medido requieren de unos elementos mínimos: cadencia, ritmo interno y musicalidad implícita en cada verso.

En nuestra literatura tenemos poetas de inconfundible tesitura, entre ellos está Walt Whitman, “el poeta norteamericano rebelde a toda forma, que canta en lenguaje tierno y lleno de matices de lunas las cosas del cielo y las maravillas de la naturaleza, y celebra con desnudez primaveral y a veces con osadías paradisíacas las fuerzas rudas y carnales que actúan en la tierra, y pinta muy rojas las cosas rojas, y muy lánguidas las cosas lánguidas” [...]. (La Opinión Nacional, 28 de diciembre de 1881 - OC, XXIII, p. 128) Op. Cit. Andrés Olaizola.

Si bien hay diversos gustos, simpatías y antipatías frente a poéticas o autores determinados, lo cierto es que el punto central para que guste o no un poema y trascienda entre los lectores, es aquel que evidencia una auténtica construcción de la emoción, “donde la palabra cumple con su función de portadora de sentido”, o, como lo deja entrever Ángel Rama: “universo sobre el que se aplica la tarea descubridora, transformadora y creadora del hombre”, Op. Cit. Ioana Gruia. Otras veces el poema gusta por el manejo desaforado del verso y su clara oposición a las instituciones: llámese a esto academia, muy de moda ciertamente en tiempos de convulsión política, pero que después al pasar las coyunturas, bajan sus aguas termales. Evidentemente estamos en una situación muy compleja: hay poemas que gustan por la naturalidad, la sencillez, la brevedad caso de la poesía oriental, pero que muy bien se ha cultivado en Occidente. Tenemos para el caso lo que se ha dado en llamar la “poesía visual” la cual parece tener muchos cultores hoy en día. El valor propio de un poema también está en la novedad, en la armonía interior del texto. El poema es la sombra del poeta, reflejo ensimismado del espejo, libélula que roza las alas de la brisa.

Un poema se construye con palabras y emociones: toda exterioridad debe culminar en una experiencia sensible, “crear un poema significa reformular objetivamente la emoción”, para hacerla transferible y digerible al lector. La voz que habla en el poema es la voz de uno, pero es la de los demás, experiencias y emociones posibles del poeta y del lector. Un poema para el poeta constituye siempre una experiencia única que emerge de su conciencia y va hacia el otro en comunicación con ella y con el destinatario. En este sentido los aspectos, criterios, cualidades de un poema están en correspondencia con el gusto del destinatario; de lo que dice aquel hacia el otro en simbiosis plena. Resulta interesante al respecto recordar a Neruda. Él decía: "Si me preguntan qué es mi poesía debo decirles no sé; pero si le preguntan a mi poesía, ella les dirá quién soy yo". Es oportuno recordar para el caso también al poeta Huidobro —con sus años me sigue pareciendo el poeta más joven del planeta— él decía que “la verdad artística empieza allí donde termina la verdad de la vida.” Y esto es así porque el poema es el poeta, la eternidad de la noche, el eclipse de los días, el espejo de los sueños haciéndose palabra. Es a través de la palabra que se logra emoción, luz y oscuridad en imágenes y las correspondientes configuraciones del alma en sucesivos símbolos. La experiencia del poeta es percibida intuitivamente hacia los planos visibles de la interpretación. Poesía, en palabras de Juan Ramón Jiménez es “instinto cultivado”. “Un poema debe ser algo inhabitual, pero hecho a base de cosas que manejamos constantemente, de cosas que están cerca de nuestro pecho, pues si el poema inhabitual también se halla construido a base de elementos inhabituales, nos asombrará más que emocionarnos.”(Huidobro, Manifiestos)

Feijoo en “Cartas eruditas y curiosas”, acota que “el constitutivo esencial de la poesía” ha de buscarse «en el entusiasmo”; mas se trata del entusiasmo que se da en un «hombre de un gusto racional”. Esta idea ya la había expresado Feijoo en forma más sugestiva en el tomo primero del Teatro crítico universal, en el discurso titulado Paralelo de las lenguas castellana y francesa, “Quien quiere que los poetas sean muy cuerdos, quiere que no haya poetas. El furor es el alma de la poesía. El rapto de la mente es el vuelo de la pluma”. Op. Cit. “La actualidad de las reglas” de Russell P. Sebold.

En definitiva el valor de un poema, ya por su trascendencia para que guste o no, reside en la indisolubilidad del sentimiento y la razón. “Hay que sentir profundamente la idea, pensar con agudeza el sentimiento.” De otra manera no creo en el gran poema ni en el misterio poético, ni en la luz honda de las aguas que en el interior palpitan con sus dedos de heridas y estertor. El poema que gusta es porque se siente hondo, profundo en el alma: despierta el galope de las raíces, descarga ramas de trementina, incendia el tiempo sigilosamente, abre las esquirlas del sueño, dice en fin, el infinito que el otro sueña. Pensemos un momento en los “Sonetos de la muerte” de doña Gabriela Mistral: ahí está el sentimiento descarnado, en su más alta expresión. En otra vertiente, el “Poema 20” de Neruda, “Poema de Amor” de Roque Dalton. En los tres casos, —porque desde luego hay más—la trascendencia es indiscutible por cuanto cada poema expresa el sentimiento humano. Quién que es no ha tenido la experiencia de la muerte cerca, las desazones del amor o el compromiso político con la Patria y sus avatares, con su propia identidad?

Melville Cane en el libro “Making a poem” (1953) expresa: “Tengo la audacia... de escribir sencillamente, no para la presente hora, sino para la posteridad... El peligro yace en unas alusiones y un lenguaje que una generación futura no pueda comprender... Con igual cuidado hay que vencer una afición al vocabulario que está pasado de moda”… (Russell P. Sebold). El poema también es modernidad. Los temas pueden ser los mismos, pero tratados con el sol de cada amanecer. De lo contrario se cae en el desuso, lo arcaico y pasado de moda. Las aguas del instante no son las mismas, ni los senderos callan con las mismas sombras “cuando se pone el sol”.

Concluyo este periplo con Gabriela Mistral y Vicente Huidobro: Creo en mi corazón, el que yo exprimo/ para teñir el lienzo de la vida.... Que el verso sea —decía Huidobro— como una llave/ Que abra mil puertas./ Una hoja cae; algo pasa volando;/ Cuanto miren los ojos creado sea,/ Y el alma del oyente quede temblando. (Arte poética, Vicente Huidobro). Aquí está la clave de toda la trascendencia del poema. Hay que desnudar gota a gota y sin anestesia los espejos de la propia materia. Todo hecho externo, para el poeta debe terminar en una experiencia sensible, que a su vez evoque emociones susceptibles de ser aprehendidas por los lectores.

Barataria, 28/29/30.VII.2008
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