domingo, 28 de febrero de 2021

RITUS Entre lo real y lo imaginario

 

Sepulcro de la tierra, Andrè Cruchaga.




RITUS

Entre lo real y lo imaginario

 (O el poema como pausa, como arte de la dilación)

 

 

 

Lloramos entre los rascacielos
como nuestros antepasados
lloraban entre las palmeras de África
porque estamos solos,
es de noche,
y tenemos miedo.

L. Hughes

 

 

 

El poeta inicia Sepulcro de la Tierra usando los “cifrados” de un  hombre que afirma que la escritura “automática” es un viaje de lo superficial a lo profundo de las cosas. Un hombre que dice haber encontrado el ansiado estallido del yo. Un hombre que reza: “…Sol serpiente ojo fascinador ojo mío… …Mi deseo un azar de tigres sorprendidos en los azufres…   ...la tibieza mil veces feroz de la locura aullante y de la muerte”. Un hombre que busca donde sea necesario buscar, que  viaja de lo interior a lo exterior, del presente a lo ya vivido. Un escritor que se toma el tiempo y reconstruye su mirada interrogando a ese mundo que le tocó transitar y sufrir. Un hombre que viabiliza y asume el asombro que resulta del redescubrimiento de sus ritos ancestrales. Que teje sus hallazgos identitarios, fraguando la reconquista de su geografía y su cultura, propiciando el reseteo de la conciencia para reiniciar constantemente la formulación de sus posibles y liberadores universos poéticos, aunque para ello tuviese que apropiarse de los lenguajes estéticos de la Vanguardia.

 Quiero pensar y debo pensar que el poeta Cruchaga con su epigrafía inicial nos invita a construir una suerte de metáfora, al mismo tiempo que nos alerta y/o nos suguiere algunas de las claves para abordar su poesía. 

  Un autor como André Cruchaga es un escritor cincelado en la cultura de la Modernidad, entendida esta como unidad espacio temporal, donde se proveía eventualidad y se daba cabida al cambio, al mañana; donde existía la posibilidad de futuro y donde los acontecimientos pasados proporcionaban sentido y estructura a lo pendiente. Pero también Cruchaga es un autor que ineludiblemente está obligado a operar desde la Pos-modernidad y tal vez, solo tal vez –sea ese su calvario–. Y esto, probablemente sea así, porque Cruchaga es una criatura facultada para la recordación, y de tal hado, condenada a transitar –si no a naufragar– un tiempo sin tiempo, sin sentido histórico que al parecer no da orden ni continuidad a los sucesos.  

 Ante el terror diario, siempre se están escribiendo los mismos epitafios. / No cesa la avidez de los ungüentos, / ni los jirones de humedad en los zapatos, ni la arcilla de gemidos / sobre la hoja que pavimenta el traspatio del aliento. Antes solo era la carcoma / y vasta lluvia: siempre hay bestias confundidas por doquier

 El que ve y no quiere ver porque duele, el que no quiere ver pero ve, porque es ineludible. El que conmemora sin querer conmemorar. El que mira hacia adelante, pero con todos sus sentidos apuntando hacia atrás. André Cruchaga es un viandante que no deja de rastrear, parafraseando a Chul Han: los viejos aromas del ayer.

 ….Uno agarra, —a veces—, pedacitos del calendario para endulzarnos...

 ….En la carcoma defectuosa de los líquenes, nos estremece la destrucción del rostro y el castillo de naipes con recuerdos desvanecidos. / Hay deseos de encapuchar tantos olvidos. /  Deseos de párpados desinfectados,/ altas voces de la culpa vaciadas en el grito

 No poco se ha escrito sobre este inagotable autor, sobre sus hallazgos e irrefrenables dinámicas creativas, y esto, ciertamente nos hace difícil tributar en algo al análisis de su obra. He mencionado alguna vez que sus aportes son un expediente riguroso, excepcional y, si se quiere, insólito en tanto son el resultado de una voz sui géneris que, a contra pelo, ha forjado con sus scindere otras rutas de indagación. También lo he llamado “UN VIEJO TOPO” que testarudamente ha estado atareado en escindir, diseccionar y desbastar la palabra, el símbolo y sus significantes.

No es tarea fácil abordar a un autor que se empecina en desdoblar al lenguaje, que se empeña en la fractalización de las palabras como procedimiento para fracturar el significado y perturbar los sentidos, exponiendo al lector a un viaje “rizoma y barroco” de ramificaciones infinitas y vías muertas. Digo barroco por su exuberancia, aunque debería decir neobarroco, para intentar aproximarnos con mayor precisión a las configuraciones modernas de un laberinto escritural donde el descifrador transita por corredores que se interconectan entre sí, pero en donde los senderos o caminos no configuran una lógica de circuito cerrado que le lleve de nuevo al punto de partida. Sino más bien, a una disposición multidireccional y polifónica que propone un inestable equilibrio de ilusión y desilusión, duda y descifración, posibilidad e  imposibilidad.

 Ante tanto rastrojo, enhebro mis pupilas en la tierra amortajada del tórax….

 Por lo general, insisten y coinciden los observadores de su obra en analizarla y darle sentido orgánico desde ciertos constructos teóricos y bajo la luz de posibles y recurrentes influencias, por lo cual no será extraño, sino más bien habitual, encontrarnos con términos tales como: distopía, fractus, sinestesia, entropía. Categorías de algún modo encuadradas en las aristas de movimientos como el surrealismo, creacionismo, absurdísimo, entre otras vanguardias.

También concuerdan los entendidos en ubicar el aliento y/o la atmósfera de su propuesta bajo el influjo filosófico del existencialismo, y probablemente sea así. Sin embargo, tendría que desconfiar un poco cuando no se precisa entre las distintas vertientes del existencialismo, tales como la corriente atea de Jaspers, Marcel y Buber, y la deísta de Heidegger, Beauvoir o Camus. Dicho esto, no seré yo quien desconozca y refute estas exploraciones y referencialidades que como toda forma de aproximación son válidas, son arrimos serios y sin duda algunas bien fundamentados. Eso sí, bajo ciertos y normalizados o al menos, habituales códigos de lectura. Sin embargo, he de reconocer que efectivamente la obra de André Cruchaga y en particular esta colección bajo el título Sepulcro de la Tierra  se caracteriza por exponer o al menos propiciar lo que podríamos señalar como «situations extrêmes» , y estas entendidas a modo de ciertas disyuntivas a la que la criatura humana se enfrenta como el absurdo de la vida, el desasosiego que forja y dispone la árida cotidiana, el deterioro de la biota inmediata o, en última instancia, la muerte como muro, como pared que cierra el espacio, «muro de las lamentaciones», símbolo que remite al sentimiento de caverna del mundo, al inmanentisino, a la imposibilidad de transir.

 …(De pronto, pienso en los ladridos de las sombras y en el ruido encerrado de todas las noches al punto de decapitarme. / Confieso mis ojos desenterrados de los candados sin saciar el hambre.

Confieso mis bostezos sobre el maullido de los ruidos)…

 …(en el escapulario del sollozo ese simulado tren de las palabras el bautizo agolpado en mi pecho las semanas desclavadas de su dureza o el pestañeo alto de los muros aquella sombra el espejo y también el río de su sangre después de todo el viaje de los ojos queda en la memoria lo que fue la duración del asombro —vos frente al tiempo añadiendo hirsutas tristezas o sosegados fríos)…

 Tengo que reconocer que mis primeras exploraciones de los trabajos poéticos de Cruchaga fueron motivadas substancialmente por mi interés por indagar sobre lo que podríamos llamar el “surrealismo latinoamericano”, y por el rastreo de exponentes centroamericanos de valía y trascendencia de esta singular expresión y sus derivaciones. Y en efecto, en esos recorridos hallé en sus escritos rasgos esenciales que podrían ubicar a este autor en esta modalidad escritural. Y, por qué no decirlo, tropecé también con ciertas reminiscencias o fragancia de los viejos movimientos de “Vanguardia”, con evocaciones de aquellas búsquedas que intentaban generar sistemas escriturales autónomos y autosuficientes, que procuraban re-delinear la “realidad” desde acercamientos más abarcadores, proponiéndose descubrir las zonas ocultas de lo real como procedimiento para  aprehender y representar todos aquellos elementos que le configuran y, de algún modo, instalar una nueva comprensión y sensibilidad de la –realidad– y sus manifestaciones.

No es este el momento de profundizar en esta vertiente de análisis. No nos lo permite el  limitado espacio de un prólogo para estas divagaciones. Además, ya se ha escrito con mucha claridad sobre estas aristas. Bastará con acudir al absoluto prólogo que José Siles G. nos proporciona a propósito de la colección de textos agrupados por Cruchaga bajo el título “Vacío habitado”, donde se explora y clarifica algunas de las influencias, hallazgos, ecos y resonancias en la poética del  autor salvadoreño.

Como he insinuado al inicio, Cruchaga es un escritor que opera y construye su arsenal poético desde la “Mnemósine”, el autor se nos propone, o al menos yo lo percibo, como una suerte de tempus-nauta. Un viajero que ejercita la memoria y adiestra la contemplación, y donde el acto de recordar es el viaje, y el recogimiento y la contemplación es un acto ritual que posibilita la captura, el dimensionamiento y la significación de los instantes, entendidos estos como eslabones que estructuran lo duradero y dan sentido de permanencia al ahora.

Cruchaga es un cazador de relámpagos que usa el ritual como técnica para simbolizar y sujetar los acontecimientos. Intenta construir mediante el uso desbordado de la repetición asideros al “tempspara que este no se diluya en meras suscepciones de instantes y caiga en el vacío.

 Para cruzar el desvarío del polvo, hay que recoger, primero, los vestigios

del granito y mirar hacia lo invisible del tiempo

 

—(De aquel umbral y sus vestimentas, solo el tren de la memoria endurecida de moscas, solo el escupitajo disuelto en las aceras. / Alrededor de mi olfato, los kilómetros de ronquidos del recuerdo.)…

…(A veces, solo es cuestión de pensar en las estaciones y los ferrocarriles, en la rama que se deshoja en los ojos, en la carne que tiembla frente a calendarios yertos, en las palabras que nunca dije porque les faltaban ojos e intérpretes, y relojes para medir todas las urgencias.)…

 Sus construcciones y juegos ligústicos invitan a la demora y para ello el autor apela a la travesura simbólica como forma de disolver el nexo lógico que habitualmente opera entre el significante y el significado. Hay una premeditada intención de dislocar e inmaterializar aquello que de materia tenga el símbolo, mediante la activación de un juego acústico y rítmico que desquicia y/o propone otros niveles de percepción, obligando al lector a cerrar los ojos para intentar enfrentarse un bombardeo de imágenes imposibles, a pausarse, a detenerse para inquirir o a menos intuir algunas de las  resonancias o posibles vínculos que chispean en las conexiones de la red sináptica, para intentar aprehender, –al menos visualmente–, las simetrías ocultas que sugiere el texto.   

En tenso recorrido, la almohada empapa de espejos mis arrugas. Uno tiene que zurcir incesantemente todas las edades desnudas del reloj

…(En medio de la ranura del candado sabemos que existe una vegetación flotante, un río de alas cárdenas, unos desembarcos sumergidos de caracoles, un oloroso delirio de humanidad plena.)…

Parafraseando a Kierkegaard,          la repetición y el recuerdo, el recuerdo y la repetición como un mismo movimiento en el juego –no dialéctico– de los contrarios. El viaje al pasado mediante la memoria y la repetición como ritual para la recordación hacia adelante.

Leer y desmontar a Cruchaga puede ser discordante y paradójico. Es una invitación a desprenderse de lo lineal como código de lectura, pero sin perder la percepción de lo que sucede durante el desplazamiento entre un punto a otro en el tiempo, pues es lo que permite capturar esas pausas que  enhebran hechos mediados por la duración. También es una posibilidad abierta para incursionar en un pausado, pero a la vez veloz y simultáneo viaje de ida y vuelta. Una oportunidad para el desplazamiento progresivo y regresivo mediante el  “revivir”, “reencontrar”, “reiniciar”, “recapitular” “retomar” o  “repetir”  hacia el futuro desde el  aquí y ahora, mediante el yo y pasado.   

Uno lleva la memoria de un funeral tras otro, sin que hayan cicatrizado las dilataciones: húmedos todavía los arbustos del sinfín, no vuelven las inocencias, ni los milagros, ni siquiera las palabras, ellas se traspapelan en las lecturas remendadas de la extrañeza

La poesía propuesta por Cruchaga no es lectura para “leyentes gandules”, sino para descifradores. E insistiendo en Søren: ”Quien espera siempre lo nuevo pasa por alto lo que ya existe”. Cruchaga es un poeta que a first glance genera desconcierto y dislocación en los lectores livianos, y tal vez sea por esto que con cierta asiduidad encontramos indolentes opiniones que ubican a la obra del autor en la “ruptura” –entendida esta como simple mudanza paradigmática–. Ya he sugerido que el poeta no disimula su correlación con ciertas maneras y expresiones de las Vanguardias que son asumidas por muchos como momentos de “rompimiento”, como situaciones de cambio, como forma de negación de la tradición anterior, pero en donde la ilusión de lo nuevo termina siendo variaciones de lo mismo.   

No me arriesgo y prefiero calibrar los hallazgos del bardo como una poética instalada desde la tradición, y con esto quiero decir, inscrita en las búsquedas de los grandes temas de la literatura universal.  Y aquí, a mi ver, es donde el poeta nos ofrece, si se me permite el oxímoron: un aire fresco con aroma de ayer. Y como ya he dicho en otros momentos: una poesía novedosa, sin atisbos de ligamen pero ligada, llena de novedades tremendamente viejas…

 ….La vida, ayer como hoy, es un chorro de desamparos entre paréntesis; / no se encienden las señales, sino los cascos de hedor y asfixia, /el grito sin tregua como un caballo de ecos tendido sobre las vértebras. / Me resisto a los andamios del asco y tal, Miguel Hernández, /sólo quiero quedarme con la Esperanza, /con su llamita de agua encendida, / y su rosa de júbilo, así sea sobre la piedra y los nudos / que trascienden al cardo. / Me niego a ser mamífero en la soñolienta pizarra de los zopilotes.

De un lado, los dientes y su arista de pórtico nutrido; / de otro, / los maniquíes y sus cartílagos de poliéster / y los altares de oración, la ruta cercana a los disturbios del hambre, / en punitivas voces de antropofagia, / o en lechosos evangelios que subliman la súplica…

 En donde algunos ven ruptura, veo continuidad y evolución estilística, como lo siguiere Salazar Torres “….Rupturas las ha habido de distintos modos, ha existido siempre en el trayecto estilístico de las poéticas. Esa breve brecha que, autores y académicos han nominado, sin par y genuina, es tan solo un momento de disidencia de la tradición, un cisma que proporciona, a final de cuentas, continuidad a su tiempo: la tradición es un presente continúo…”

En el caso de Cruchaga, lo reconfortante y novedoso de su propuesta estética proviene de una postura contemplativa e indagatoria ante las nuevas configuraciones donde se desarrolla y acontece la vida, el Ser y el mundo del ahora. Sus creaciones poéticas son dispositivos dilatorios, módulos de desaceleración, diseñados para enfrentar la dispersión y atomización del tiempo para recomponer los andamiajes y/o mecanismos que posibilitan dar orden y sentido al devenir, el suceder y la trascendencia. Sus trabajos son códigos para reconfigurar las formas de relacionamiento de lo humano con el Todo.

 …(Voces de aquí y de allá lentas y lustrosas sillas en mi aliento / camino de sombras en el costado /  lentos caballos con tambor de sombras  / cascos de hollín en el ápice de un relincho /  bocas terribles frente al gruñido de mis tripas / lentos tiempos acribillándome el olfato / cada vez es inevitable el óxido de las semanas / las puertas sofocantes de la hilaridad /  las ventanas rotas de los poros / los muchos megáfonos del viento / esta desproporción de los verdugos en mis coyunturas…)…

 Sugiero al lector poner distancia de lo epigonal en la estilística de este autor, en tanto,  los recursos y procedimientos arquitectónicos para dar estructura al poema no han variado ni variaran en sus aspectos composicionales –al menos que reparemos de algún modo los códigos de lectura en boga y la minusvalía teórica de la literatura–.  Por supuesto que hay un uso de viejos recursos; la asimetría semántica del significante, los quiebres de sentido, la disonancia, la polifonía, la polisemia, el sentido inverso de la metáfora, la sinonimia, el despliegue lingüístico, entre otros.  Y estos recursos, son los que son, ¿y qué?

Lo diferente en Cruchaga radica en su potente y extraño sentido de simbolización, en su portentoso acervo idiomático, en su notable flexibilidad creativa. Hay en este autor  incontenibles manifestaciones del Eros como impulsos de vida y una sorprendente capacidad para la activación imaginaria, que es, desde donde el poeta salvadoreño teje uno y todos los mundos posibles e imposibles, interiores y cósmicos.

 …Me conmueven los objetos perdidos dentro de la almohada, la encogida de hombros cuando atardece, el pájaro rimado de la mueca…

 …Abro la tumba ciega de mi pecho / el mar roto de mis alas  / la tierra ardida de mi sombra /  la arquitectura de mis huesos  / los miedos silentes del hollín en el candil /  —alguien comerá con mi esqueleto esta noche  un siglo de guacales rotos en mis párpados / un río atajado en mis ojeras unos nombres enredados en mi saliva que jamás pude olvidar…

 También hay en Cruchaga un posicionamiento filosófico ante la angustia. Postura derivada, quizás, de lo que el poeta presiente e intuye al estar experimentando un presente sin rumbo que ha entronizado una cultura de negación de la muerte, en un sistema donde la incomunicación colectiva es aniquilada para dar cabida a seres que operan únicamente desde el yo, y donde la vida parece no trascurrir, sino más bien, simular un presente absoluto. Nada comienza y nada termina. Todos los momentos son iguales. 

 …procuro dormir en el ojo del sinfín esta tierra sumida en la agonía acaso exhausta identidad con los tiempos imprecisos alguna vez después de transitar la madera quiero dibujar la monotonía y escupir en los demonios de saliva que perviven en medio de la hojarasca…

 …pesadillas de siglos flotando en la conciencia formas del aliento cargadas de gotas desprendidas del sinfín…

 En Sepulcro de la Tierra encontramos condensados todos los recursos acostumbrados por el poeta, –no podría ser de otra forma–, pues hablamos de un autor que ha llegado  al afianzamiento de su estilística, a la consolidación semántica y arquitectónica de sus procedimientos composicionales que constituyen su vigente y particular voz poética. Su acervo instrumental y el domino del mismo lo posibilita, sin duda alguna, a desplegar su inventiva, su imaginación y a soltar las rienda de sus obsesivas búsquedas. Bastará con sumergirse en los diversos tópicos abordados por el poeta en propuestas como “Cuervos Imposible”, “Vacio habitado” o “Ecología del manicomio” para entender lo que he denominado como pensamiento flexible.  Pero, ¿qué es lo que busca el poeta en Sepulcro de la Tierra?,  y más importante aún, ¿cuáles son sus hallazgos? Esto necesariamente será algo que cada lector descifrará enfrentándose a la lectura de esta colección de 141 artefactos.  

Sepulcro de la Tierra es un canto que alude al desencanto. Hay entre su líneas desesperanza y aturdimiento, cansancio y hastío, dolor por los síntomas de la vida en descomposición, desilusión de país, impotencia y desesperanza. Sepulcro de la Tierra es una propuesta pesimista, sí, pero quizás no del todo desesperanzadora. En lo particular, parto de que cuando hablamos de poesía, hablamos de mensajes cognitivos. Lo que nos lleva a profundizar en procesos mentales –lenguaje / percepción / memoria–. El acercamiento semiótico de lo funerario obliga a situarse en la necrópolis –cuidad de muertos- país como monumento fúnebre. El poeta ve, siente, formula y grita ante lo que ve. Cuando una sociedad no arregla sus problemas, los problemas no se arreglan. Distorsionado a Rozitchner diríamos que cuando la sociedad no sabe qué hacer, la poesía se manifiesta y crea. André Cruchaga es un pensador de la muerte. Pienso entonces en Heidegger, pienso en los versos de Hölderlin que su hijo pronunciara sobre su tumba.

¿Quién y qué en medio del infierno, no es infierno? ¿Cómo distinguir entre lo real y lo alucinatorio? Cruchaga es un poeta que viaja entre el ayer y el ahora, entre la vigilia y el sueño, un sonámbulo consciente y “dilatante” que se levanta para construir pausas en el tiempo y enhebrar sucesos.

Evoco a Ítalo Calvino: “Se sabe que el infierno existe, se sabe que formamos parte de él”. Si perdemos la esperanza al menos nos queda la pasión, esa fuerza que nos impulsa a descubrir”.

 

 

 

Melvyn Aguilar

9 de enero de 2012

Latitud: 13.69, 

Longitud: -89.19 13° 41′ 24″ Norte, 89° 11′ 24″ Oeste