lunes, 24 de junio de 2024

“Los Hijos de Caín” o EL REGRESO DE LAS CENIZAS -de Hautefeuille al Montparnasse-

 

Carátula de Cadáver Baudelaire

“Los Hijos de Caín”

o EL REGRESO DE LAS CENIZAS

-de Hautefeuille al Montparnasse-

 

 

 

… ¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!...

 

…De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena,

¿Qué importa si, tornas —hada con ojos de terciopelo,

ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina! —

el universo menos horrible y los instantes menos pesados?...

CHARLES BAUDELAIRE

 

Que no sea el poema carne dada a los gusanos, que no sea el poeta caro data vermibus. Tengo enfrente “Cadáver Baudelaire”. Habrá entonces que recurrir a la necroscopia como recurso, como único procedimiento posible para retornar de las cenizas a la carne corrompida, y, de esta, a la belleza.

 No será fácil este recorrido por la congoja y la pesadumbre, este cruento vaticinio, –si no inventario– de la descomposición manifiestas. Hay podredumbre en la atmósfera. Ante la peste, el poeta estrecha sus fosas nasales, dilata y afina sus pupilas –la pesadilla es evidente e inevitable–.

 Nunca es posible sostenerse en las vértebras del caos, sin que la lucidez se abra al vacío

 Ante el insomnio, solo queda la posibilidad de cartografiar las oníricas evidencias de una decadencia en marcha. El poeta nos propone una ventana terrible, en donde, pese a todo, crecen pacientemente los jazmines de la ternura.

Veo al poeta, lo imagino en cualquiera de los dos posibles lados del rosetón, aferrado a su taburete, divagando en el infinito y sacando de sus pulmones a las criaturas alucinadas por Ernst. Intentando aliviar los espasmos que provocan las utopías perversas. Dialogando consigo mismo, –no con Dios– sobre lo que pudo ser un paraíso que trasnochó en [mundo-ciudad-país] ahora, en franco deterioro, en declive.

 el país es este opio de tedio, un mundo infame para respirar, un corazón

 con la dulzura de lo fúnebre

 Cruchaga es un autor abundante y fecundo, pasional, frenético y distópico. Un poeta contundente y feroz que nos tiene acostumbrados a durísimos registros forjados desde su presente y su memoria. Poesía reflexiva y desgarradora, fiel al recuento de lo que acontece en sus paisajes y entornos próximos.  La mirada en André Cruchaga es siempre una poética franca y doliente que no rehúye a las evidencias del exterior, que no esquiva los cataclismos internos, las sacudidas que acontecen en su espíritu.

 …A lo largo de todas estas calles, se advierten los milímetros de miedo…

Parece que la lluvia zozobra en medio de pañuelos fríos / parece que las paredes no detienen este drama onírico / recuerdo los litorales rotos de los malos engendros / tampoco sé si es el mismo ardor de los tejados a lo largo de las semanas…

Recorrer al poeta y sus cantos es disponerse a viajar por: Espejos funerarios y sus antípodas, hacer una pausa en Estación Huidobro, franquear Lejanías Rotas y precariedades, ir al Umbral de la sospecha o al Vacío habitado, disponerse recorrer Camino disperso y el Viaje cósmico, adentrarse en Motel o en la Ecología del manicomio, observar Cuervos imposibles y entregarse al Oficio del descreimiento y a la Metáfora del desconcierto, escalar la Noción de la extrañeza o descender al Sepulcro de la tierra.    

 Ya en este último título “Sepulcro de la tierra[i]” el poeta da asomo a un […canto que alude al desencanto...] […Hay en sus líneas desesperanza y aturdimiento, cansancio y hastío, dolor por los síntomas de la vida en descomposición, desilusión de país[ii]] En esta nueva propuesta que ha decidido bautizar Cadáver Baudelaire, el poeta condensa todo su arsenal simbólico y sus recursos escriturales para edificar, en 87 fragmentos (poemas), un colosal y sórdido verismo continuado. El poemario es un todo fraccionado, pero hábilmente entretejido, que opera como una suerte de inventario de la decadencia donde el autor sintetiza las visiones y percepciones históricas por las que ha pasado su país y de las que sin duda ha sido testigo. Esta nueva pieza lirica constituye una atenta y dolorosa auscultación de un periodo específico que comprende seis años (2016 - 2022), un recuento de las evidencias y los cambios que padece la patria del poeta. 

En un breve mensaje que recientemente ha llegado a mi buzón de voz el autor de Cadáver Baudelaire me comparte:

 […es un poemario excepcionalmente escrito y trabajado durante todos esos años, mismo que acoge y recoge las visiones y percepciones históricas por las que ha pasado el país. Supongo que ahí está el aire y el existir de un país enfermo, sus goces falsos y sus cansancios sociales que lo han llevado a una tempestad poco convaleciente…]

Fragmento a fragmento el autor de Cadáver Baudelaire construye un sólido y pulido mosaico que sostiene el discurso poiēmatikós, mismo, que opera como una suerte de sustrato o sedimento (socioideológico) desde el cual, poco a poco, el autor va levantando un intrincado andamiaje de visiones, personajes, accidentes, intersticios, y LOCUS –en tanto pequeños lugares en los que  acontecen eventos y dinamismos sociales, –si se quiere cotidianos e inadvertidos–, que de algún modo son reflejo o resultante de vidas inquietas y apesadumbradas. Eventos sobrevenidos en microgeografías donde la “cosa-humana” interactúa, escenifica y expresa –muchas de las veces en silencio– sus convulsiones. Criaturas que, sin saberlo, atienden y ejecutan una partitura invisible, que, sin embargo, es la que dicta y direcciona sus vidas. Sutilmente, el autor nos habla de la fragmentación, el automatismo y la enajenación del espíritu humano. Nos delinea, bosqueja, revela y evidencia escenarios y circunstancias que lentamente han arrastrado a un “territorio-país”, –el suyo– y el de sus prójimos, a un estado de metástasis donde el “corpus social «vivus Mortuus»no es capaz de percibir su propio cadáver.

Nadie se inmuta. Una manera de hacerlo es vaciar el silencio en una piedra; al otro lado de la calle se superponen las obscenidades del viento. Uno sabe que morir, es otra forma de rebelarse, una especie de ajustar cuentas ante lo que nos tortura

 En el mundo galopan bocas y miserias de niebla. Hay aves de rapiña, también, en la sal de la almohada, en la injusticia y el odio de este país donde todo es sombra y fila de gritos…

…Uno no puede fiarse de los espejos de los mingitorios, ni de ajos sostenidos en la viga del tabanco, ni del espantapájaros alrededor de la decrepitud. En fin, no se puede fiar del historial de la realidad y los deseos: la razón es solo otro cadáver, entre tantos cadáveres que se van acumulando la ponzoña…


Con una ferviente paciencia de artesano, el hablante lírico (el yo) en actitud carmínica observa y recuerda, recuerda y construye, construye y expresa las pesquisas y evidencias recogidas en una suerte de String of beads, donde como en un rosario, el lector puede palpar y reconocer las causas y los efectos de la putrefacción.

Cadáver Baudelaire de André Cruchaga comporta un sesudo ejercicio escritural, donde es ostensible la intención de contravenir las posibilidades del código. Es patente el propósito del autor por intentar una reelaboración en el ámbito del lenguaje de la “experiencia vital”, para transformarla en una experiencia esencialmente literaria. De algún modo estamos frente a un ejercicio de transgresión del lenguaje, donde Cruchaga, pese a intentar y procurar un giro estilístico, mezclando en esta ocasión de modo distinto sus recursos habituales, no abandona del todo su particular y usual forma de enfrentar el texto y disponer su arquitectura.

No son poco los lectores y críticos literarios que han reconocido en el autor salvadoreño el uso continuo de todo el arsenal escritural que caracterizó a las vanguardias: la asimetría semántica, el contra sentido, la polifonía y la polisemia, la dialéctica, la inversión de la metáfora[iii]. En el prólogo propuesto para el libro Lejanías Rotas, el escritor Alfonso Fajardo acusa al poeta de Autodefinirse como poeta surrealista, –aspecto que no comparto del todo–, pues, aunque Cruchaga está hondamente influenciado por los registros del surrealismo, no percibo que sea la intención del bardo autoproclamarse como poeta surrealista. Pero en todo caso, sí son acertados algunos de los aspectos que menciona el poeta Fajardo: “…Cruchaga le imprime al lenguaje todas las técnicas de la vanguardia del siglo XX, la escritura automática, lo onírico, lo maravilloso, la imagen visionaria, el oxímoron” ... En la misma línea de análisis, el académico español José Siles González va más allá en el prólogo de Vacío habitado, y ahonda con elegante claridad en estos entrelazamientos, extendiendo su análisis a categorías como la estética pan-sensorial, la sinestesia y la utilización del recurso fractal. Advirtiéndonos, además, a los lectores:

 

“…Pero más allá del lenguaje fractal, los avances de la ciencia cuántica, el creacionismo o la sinestesia empleada por diferentes ismos … … tal vez lo crucial en la poesía de Cruchaga radique en algo que es mucho más elemental y compartido por el universo poético: la falta de sentido de la vida[iv]

 

Y aquí probablemente Siles González, sin aún saberlo, proyecta e intuye las claves y los signos ocultos que darán sustento y permitirán vislumbrar los detonantes, las búsquedas, los delirios y las obcecaciones que dieciséis años después se erguirán como un laberinto vertical escheresco bajo el sugestivo título de Cadáver Baudelaire.

Cruchaga es un poeta que entiende, al igual que Charles Pierre que “…La poesía, en sus alcances más amplios, hace referencia a la ’operación de la imaginación‛ que consiste en transformar la naturaleza en una obra de arte…”[v]  Probablemente de ahí se derive la necesidad del autor salvadoreño por ser un “constructor creativo” que exprime y fuerza las posibilidades del lenguaje, llevándolas en apariencia, al dislate. Sin embargo, lo que como lectores podemos percibir como sinsentidos en algunos segmentos de los poemas propuestos en Cadáver Baudelaire, – los cuales el autor en, todos los casos, destaca utilizando la cursiva– son en realidad fragmentos que operan como mecanismos, y/o recursos, al que el autor deliberadamente recurre en un exacerbado intento por comprehendere –a sabiendas– de que el lenguaje no siempre es suficiente para desmontar las causas del sufrimiento latente y la angustia irremediablemente instalada en el día a día de la criatura humana, de la cual el poeta,  como no podría ser de otra manera, se sabe parte.

Cruchaga sufre su terruño. Siente en carne propia la agonía que sobrelleva su tribu ante las constantes ondulaciones de la historia-país. Va al pasado y busca. Regresa al presente y calibra. Disecciona lo ya muerto, y su imaginación poética, muy a su pesar, atisba, modela, propone y conjetura un turbio, confuso y, por tanto, incomprensible futuro.

Cruchaga padece la postmodernidad del siglo XX prolongada y condensada en el siglo XXI, probablemente de igual forma como Baudelaire padeció lo suyo, enfrentándose a las dislocaciones propias de una época de muchos cambios políticos, sociales, económicos y tecnológicos que marcaron profundamente a los individuos  de la naciente “modernidad” del siglo XIX, caracterizada esta por una sociedad desarticulada por los efectos propios de la segunda fase de la revolución industrial, en donde lo que se inhalaba era el cambio constante,  la incertidumbre y  el temor, eso que Marshall Berman define en “Todo lo solido se desvanece en el aire”, refiriéndose a la experiencia histórica como una experiencia vital de los individuos frente a la permuta. Circunstancias también recogidas y expresadas, sin duda alguna, por los artistas, escritores y los filósofos de esa época, en cuyas obras reflexionaban sobre los síntomas del impacto producido por estas nuevas vivencias.

El autor de Cadáver Baudelaire sufre su propio Spleen, eso que en Charles Pierre se simplifica en “el fracaso del poeta” ante un mundo en decadencia, que en Cruchaga es desesperanza y frustración, desasosiego expresado en protesta y rebeldía. 

 

“…Uno vive a secas esa doble cara de los relámpagos. Cada cual llega a conocer las arrugas de la ceniza, las palabras fruncidas detrás de cada mueca flamante. Nos hundimos en calles que nos desprecian y en alianzas de espuma. El sesgo alza sus absolutos, sobre esa el mañana que no deja de ser un absurdo...”.

“…Después de todo, con las palabras procuro aliviar la asfixia que nos deja la magulladura de los que ascienden o descienden a lo siniestro. Un prostíbulo es lo menos abyecto a mis ojos y entendimiento: allí son los ideales rotos; lo inmundo, de pronto, lo encontramos en los absolutos del poder…”.

 

André Cruchaga es un poeta atónito frente a los espeluznantes imanes del abismo, un vate siempre en vértigo, consternado por la inevitable irradiación de una caída inminente.

El autor de Cadáver Baudelaire padece su propia sífilis de espíritu y contagiado de pesimismo ante la impotencia de no poder expresar racionalmente –la mueca y remedo de país–, en que ha acaecido su patria, busca su flor azul. Recurre al simbolismo y al automatismo escritural como única forma de sobrellevar la pérdida de la cordura.

 Cruchaga construye una relación íntima con el dandi parisiense, se identifica con: “…esa alma que busca en el fondo de sí mismo un secreto, un conocimiento que escapa al común de los mortales, un conocimiento de sí que no puede ser transmitido sin horror y que condena al poeta a la soledad y a la incomprensión, a la misantropía y al dolor más incomunicable e irreparable, por tanto, irredimible…”[vi]

 

Por eso mismo André Cruchaga canta lo que canta. Sus coros surgen de ese conflicto pertinaz entre el poeta y la realidad

 

“…Hoy la tierra es salobre junto con sus muertos y deudos. Son así los mendrugos y las hambres embalsamadas, la tinta sobre el delirio del huerto. Son así las estaciones donde se ha construido el miedo. Son así las revelaciones de la historia en nuestras costillas. Es así de lóbrego el paisaje del país…”.

 

La grandeza humana decía Pascal, equivale a la conciencia que tiene uno de su miseria.

 Hay en Cruchaga la angustia de la que nos habla Kierkegaard trasmutado en el Vigilante de Copenhague.  Hay también algo de la Náusea de Jean-Paul en el poeta salvadoreño y de esa guía, que permite al dasein encontrar una vía para el ser sí mismo, de la que nos habla Heidegger. Cruchaga es un poeta existencial. Un ser condenado a viajar constantemente del presente al pasado, intentando mediante la memoria y la observación descifrar las causas de ese abominable futuro que intuye. Una criatura que sabe le fue negado el paraíso y que, excluido del mismo, ha sido forzado a un viaje interminable. De -Hautefeuille al Montparnasse- que es como decir, del pasado al presente, del barrio que lo vio nacer a la fría lápida como última morada que significa el futuro. Ahí mismo, mausoleo donde yace olvidado bajo la sombra de su padre, el frío y ya putrefacto cadáver de Baudelaire.

 

Melvyn Aguilar/Desde el Zoo

San Salvador /El Salvador

7 /1/ 2024



[i] Sepulcro de la tierra/André Cruchaga—San Salvador, El Sav: Teseo ediciones.2021.

[ii] RICTUS, entre lo real y lo imaginario o el poema como pausa, como arte de la dilatación / Prólogo Sepulcro de la tierra/ pág.15  

[iii] bid.: pág.13

[iv] Vacío habitado de André Cruchaga o la poesía como búsqueda de un lenguaje aprehensor del sentido sin sentido de la existencia / San Salvador, El Sav: Teseo ediciones.2020 / pág.7.

[v] La modernidad y las vanguardias como aventura y descubrimiento de lo nuevo / Juan Carlos Orejudo Pedrosa / Universidad Autónoma de Zacatecas, México / FILHA, vol. 18, núm. 28, pp. 1-26, 2023.

[vi] bid. : pág.2


miércoles, 31 de enero de 2024

Invención de la Espera o Tejiendo expectativas y ausencias mientras pasa el tiempo

 

Carátula del libro «Invención de la espera» 2024


Invención de la Espera o Tejiendo expectativas y ausencias mientras pasa el tiempo

 

José Siles

Catedrático de la Universidad de Alicante. Facultad de Ciencias de la Salud. Alicante, España

 

 

El poeta salvadoreño André Cruchaga (Nueva Concepción, Chalatenango: 1957), cuya singladura por el mundo de la poesía se inició allá por la década de los noventa compatibilizando su faceta lírica -que acabaría convirtiéndose en algo fundamental en su vida- con su actividad docente y la gestión en instituciones educativas; ha sido capaz de dar a luz una vasta e impresionante obra cuyos ecos han trascendido fronteras geográficas, lingüísticas y culturales (sus poemarios han sido editados en diferentes países de distintos idiomas y variopintas culturas). Entre su amplia producción poética se pueden destacar: “Alegoría de la palabra” (1992), “Visión de la muerte” (1994), “Enigma del tiempo” (1996), “Roja Vigilia” (1997), “Rumor de pájaros” (2002),” Oscuridad sin fecha” (2006), “Pie en tierra” (2007), “Caminos cerrados” (2009), “Viajar de la Ceniza” (2010), “Cielorraso” (2017), “Vacío habitado” (2020), “Estación Huidobro” (2021),  “Lejanías rotas” (2022), “Noción de la extrañeza: Antología poética (1988-2018)” (2022),  “Metáfora del desconcierto”(2023), “Camino disperso” (2023), etc.

A estas alturas tengo claro que Cruchaga es uno de los autores más prolíficos que conozco (su amplia obra lo corrobora), pero, además, el salvadoreño acostumbra a dotar a sus poemas con una hondura poco habitual en el panorama poético actual y que en alguna ocasión he llegado a calificar de “radical”[1]. Su originalidad, tan natural que deslumbra casi sin querer, confiere a sus versos (y a su prosa poética) la trascendencia desnuda en sí misma, sin abanderamientos tendenciosos ni artificios baldíos, de los grandes escritores que no necesitan mutilar la realidad para hacer más fácil la comprensión de las contradicciones de la vida. Así, en su dilatada obra, nos damos de bruces con poemarios que, respondiendo a diferentes temáticas, mantienen con atino y severa pertinencia el rumbo de una nave lírica cuyo patrón tiene claras las coordenadas que tiene que seguir para alcanzar siempre el mismo destino, un puerto conocido de antemano solo en el plano onírico, pero revelado durante el proceso de escritura que ha dado lugar a tantos vástagos poéticos. De ahí la necesidad de escribir de Cruchaga: no puede vivir sin reiniciar, una y otra vez, el mismo periplo que le ha de llevar siempre a la misma dársena, un fondeadero donde pueda, al fin, anclar su existencia navegante.

He tenido la inmensa suerte de leer con profusión a Cruchaga. Sus poemas, casi siempre escorados a la prosa poética, jamás me han dejado indiferente y a estas alturas he de confesar que mi creciente interés por su obra estaba vinculado al hecho de que me resultara imposible quedarme impasible ante la lectura de una poesía en la que me sentía como en mi propia casa; sí, una lectura que reflejaba en gran medida lo que yo siempre he intuido que constituye la esencia de la poesía. Tal vez por este seguimiento contumaz de la obra de un poeta como Cruchaga al que he calificado en otras ocasiones como referente de la poesía “humanista sensorial”, y tras diferentes interpretaciones sobre la misma, creo que por fin, con la lectura de “Invención de la Espera”, he llegado a descubrir, al menos en parte, la nucleogénesis que constituye su proceso creativo. Pero vayamos en primer lugar al sugestivo título de este nuevo poemario.

La espera —su invención— como título que preludia una temática, supone un reto a la imaginación de los lectores: ¿Qué es la espera y qué o a quién se espera? El irlandés Samuel Becket (secretario de James Joyce) a mediados del siglo XX, escribió Esperando a Godot, un personaje que nunca llega a presentarse mientras sí que hay otros personajes que lo esperan con más o menos paciencia, a la vez que se agranda la sombra de una ausencia (lo que no acaba de llegar) (Becket, 2015). No se sabe para que lo esperan ni parece importar, pero mientras el tiempo pasa, la espera -y por tanto la ausencia- va adquiriendo protagonismo y, al mismo tiempo, perdiendo sentido. Cruchaga propone la Invención de la espera para que esperemos algo, tal vez aguardando la llegada de la felicidad, el amor, un amigo, la enfermedad o la muerte (que sería el final de la mencionada espera). Analizando algunos de los poemas integrados en Invención de la espera podemos hallar algunas pistas sobre el enfoque del autor respecto a la espera.

En He abierto los ojos, la espera es sumamente incómoda y se evidencia a través de la autocontemplación: “(…) Es torpe el frío frente al espejo degollado de la espera (…)” (Cruchaga, 2024.114); por otro lado, en Todo pasa, Cruchaga parece advertirnos sobre la futilidad de toda espera: “(…) La vida supone una espera desheredada (…)” (Cruchaga, 2024, 115); Asimismo, en Casi comedia este pasado, se nos advierte de las bajezas y pobreza de la espera:” (…)  la espera, al cabo, es infame embriaguez, indigencia (…)”.  (Cruchaga, 2024, 118); por último, en Infructuosidad, el poeta nos previene de que, en realidad, todos somos víctimas de la espera: “(…) De alguna manera fuimos «víctima de la angustia, del que espera de súbito que todo se haga luminoso» (…)” (Cruchaga, 2024, 125). En definitiva, Cruchaga nos dice que hay que abrir los ojos para percatarse de que todo pasa, todo…menos la espera.

En reseñas previas sobre su obra he sostenido que el cruchaguismo se caracteriza por el mantenimiento de unas constantes o líneas maestras que se manifiestan, por un lado,  en cuanto a recursos propiamente literarios: la sinestesia (polisensualismo), la metáfora, el simbolismo, la sensorialidad transversal, etcétera; y, por otro lado,  persistencias derivadas de su particularismo literario que incidían en el anclaje de su poesía en diferentes caladeros estéticos[2]: creacionismo (Ahí están sus reiteradas referencias a Huidobro e incluso su poemario titulado “Estación Huidobro”)  o ultraísmo (aunque no de forma epidérmica, pero en el sustrato de la obra cruchaguiana aparecen vetas borgianas y, sobre todo, urgencias por innovar para erradicar cualquier obstáculo que se interponga en el advenimiento del futuro y en la sensorialidad poética empleando la metáfora como arma principal), surrealismo (la propia sinestesia es una declaración de surrealismo en cuanto hace hablar materia inerte y subleva el orden y organización funcional de los sentidos, tal como ciertos ecos de la etapa surrealista de Alexandre que se dejan translucir en parte de la obra cruchaguiana), absurdismo (al igual que sucede con Huidobro, César Vallejo es otro gran referente en la poesía cruchaguiana que fluye sin pausa entre la angustia y el absurdo) (Matas Moreno, 2007). Podríamos seguir estableciendo diferentes vínculos con otras tendencias, pero resultaría redundante y poco práctico porque con lo expuesto hasta ahora es suficiente para obtener una imagen o impresión de la complejidad y magnitud de la obra de André Cruchaga; además, en esta poesía el autor respira una libertad hermenéutica tan abierta al holismo experiencial y sensorial (el todo del poema no es equivalente a la suma de sus versos) que resultaría casi imposible que el sugestionado lector no se “contaminara” y acabara identificando paralelismos y perpendicularismos entre la obra cruchaguiana y diferentes (y tal vez aparentemente incompatibles)  coordenadas estéticas.

Volviendo a la nucleogénesis, al análisis de la motivación esencial de André Cruchaga, aquello que le impulsa a escribir de la manera que lo hace, creo estar en condiciones de lanzar algunas hipótesis que, aunque no descabelladas, sí que emanan tanto de mi subjetividad, una subjetividad socializada,  habitus o conjunto de esquemas generativos a partir de los cuales puedo percibir, sentir  y actuar en una realidad dada tal como es el caso del mundo representado en la poesía cruchaguiana y particularmente en “Invención de la Espera” (Bordieu, 2012). A nuestro entender, son tres las líneas maestras sobre las que se vertebra la obra y el auténtico leitmotiv de André Cruchaga: las limitaciones perceptivas del ser humano, las limitaciones y potencialidades del lenguaje para interpretar y describir la realidad, y, por último, las dificultades para entender de forma clara y definitiva el sentido de la vida.

ü La percepción de la realidad como primera limitación del ser humano

Cruchaga también percibe, siente y actúa según su propia subjetividad, una subjetividad consciente de la incapacidad del ser humano para percibir el mundo en su enredada integridad, dado que estamos limitados a un reducido catálogo de posibilidades sensitivas: colores, sabores, olores, tactos y sonidos. En “Invención de la Espera” (2024) (por supuesto, también en su obra anterior), Cruchaga vuelve a insistir en la necesidad de pulverizar las limitaciones sensoriales mediante el recurso poético:

Sobre el olfato:

En Eventualidades nos damos de bruces con un poema donde las parábolas   tienen cierta fragancia: “(…) Nada inventamos después del hedor del aroma de las parábolas (…)” (Cruchaga, 2024, 87); Asimismo, en Única conquista, el lector se encuentra con el dolor que le provoca al poeta la inodora naturaleza de los recuerdos  “(…) y ya no hay sed en el pecho, ni olor en el recuerdo (…)”(Cruchaga, 2024, 31).

Respecto a la vista:

 En el poema que da lugar al título del poemario: Invención de la Espera, el poeta refleja la necesidad de percibir visualmente el alma en toda su magnitud: “(…) Para darle sentido a la propia defunción, intento sin vaciar mis ojos, otras maneras de ver el absoluto de su alma (…)” (Cruchaga, 2024, 7).

En Petición, Cruchaga deja constancia de su anhelo de visualizar la sangre tras la batalla y los temblores del mañana: “(…) luz para ver el hilo de sangre de la batalla, el temblor de mañana (…)” (Cruchaga, 2024, 91).

En el poema En la distancia: el poeta barrunta que solo se ve lo que no se puede ver: “(…) supongo que solo nos quedan los ojos para ver la penumbra (…).” (Cruchaga, 2024, 117).

Acerca del Tacto:

En el poema Ventana de entresueño el poeta ahonda en la sensualidad sinestésica: “(…) Hay días en los que mis pies no tocan el alba (…)” (Cruchaga, 2024, 71).

Asimismo, en Eventualidades, el autor expresa sus sospechas sobre la veracidad de lo que se percibe a través de los sentidos: “(…) Acaso clamor en el falso tacto de los sentidos (…)” (Cruchaga, 2024, 87).

Mientras en Viajeros impertinentes y Un Hombre camina, Cruchaga se centra en el tacto para volver al recurso polisensorial: “(…) A través del ramaje de la ropa sudada, el pecho toca la cabeza del lenguaje desvelado (…)” (Cruchaga, 2024, 131);  “(…)A mi alrededor pasan los ciegos con el aroma de un flor en sus manos y tocan la felicidad de mi tristeza(…)”. (Cruchaga, 2024, 74).

Sobre el oído:

En los poemas Certezas y Juego extraño el poeta retorna de nuevo al abordaje sinestésico combinado con dosis ajustadas de absurdismo: “(…) Un túnel sordo oye mis cansancios, la piedra con la que tropiezo, la falsa sonrisa con la que espera el alma (…)” (Cruchaga, 2023, 20); “(…) El rastro que dejan las máscaras de agua y que usted oye (…)” (Cruchaga, 2024, 28).

En Semblante de la ira, el poeta se lamenta y revuelve ante el acechante cerco que la existencia, en forma de enfermedad, depresión, infortunio, va estrechando, tal vez, en torno a una joven a la que correspondería vivir una fase de esplendor: “(…)  Jamás entendí el río de sombras en su joven carne, ni qué moría en su pecho, al escuchar el ojo de agua tibio en su ingle (…)”. (Cruchaga, 2024, 44).

En torno al sabor:

En el poema Solo este tiempo, el autor se queja levemente respecto a la fugacidad de la vida y el tiempo que se nos pasa dejándonos un sabor a fruta inmadura que repercute en el lenguaje: “(…) En realidad no hay otro tiempo sino este que se escapa y nos deja un sabor tetelque en las palabras. Un sabor de sintaxis desfigurada (…)”(Cruchaga, 2024, 85).

 

ü Las limitaciones y potencialidades del lenguaje para interpretar y describir la realidad: el reto asumido por André Cruchaga

Es lógico pensar que, si no se dispone de capacidades perceptivas para interpretar la verdad, la realidad (Lyotard, 2000)[3], el lenguaje, que es el principal instrumento mediante el que el hombre fue catalogando el entorno a su alcance perceptivo para poder pasar del caos (desorden) al cosmos (orden), también estará afectado por esas limitaciones.  Ante esta situación de impotencia, la poesía en general y la lírica de André Cruchaga en particular, empoderan al lenguaje revistiéndolo con una fuerza que trasciende lo perceptivo: la imaginación creativa y el mundo onírico como medios para superar las limitaciones sensoriales, aunque sea mediante quiméricos espejismos surgidos de una inspiración creativa febril donde el instinto, la hermenéutica desnuda de dogmas y la genialidad conforman el triángulo de una transgresión presentida.

Para Siles, Cruchaga, consciente de que el lenguaje es dependiente de las percepciones, de los sentidos, se revela contra las limitaciones transitivas del lenguaje explorando formas expresivas que superan la capacidad de lo sensorial (Siles, 2019). De ahí la importancia del polisensualismo, la sinestesia y de enfoques poéticos como: absurdismo, creacionismo, ultraísmo, surrealismo, etc. Uno de los recursos esenciales para la poesía cruchaguiana ante las restricciones del lenguaje es el empleo de metáforas que hacen fluir las palabras y dinamizan las expresiones mediante idas y venidas de una a otra parte explorando el universo poético para establecer puntos de balance comparativo, una especie de cotejo que evidencia el carácter proteico de su obra. En invención de la Espera se pueden encontrar diferentes referencias a la labor infructuosa del lenguaje:

La zozobra lingüística -en cuanto a su incapacidad para superar las limitaciones del tinglado perceptivo- también es productiva en este caso para Cruchaga: Así, En Ebriedad del ahogo, vemos como: “(…) Se abren al polvo los miembros absortos. Vómito que nunca deja mancha. Desprendidos trozos del cuerpo (…)” (Cruchaga, 2024, 25).  Mientras en Solo tengo presente: “(…) Todo me habla desde el lenguaje arrancado a los muertos (…)” (Cruchaga, 2024, 35); o en Búsqueda del olvido  “(…) la lluvia del oprobio elevada a lenguaje (…)” (Cruchaga, 2024, 43). En Cábala irreal dota a los pájaros de lenguaje y sentimientos “(…) Entonces valen la pena los pájaros sobre el estanque de la rosa. Vale la almohada en su lenguaje de ternura (…) (Cruchaga, 2024, 77). En Instantes del sopor, Cruchaga explicita la ineptitud rancia del lenguaje: “(…) Y claro, resultó insuficiente el lenguaje de los peces, confuso, para discurrir en esta lenta espera, lacerada por el moho (…)” (Cruchaga, 2024, 100).

Otra de las estrategias del poeta para superar las limitaciones del lenguaje y las contradicciones existenciales estriba en el uso de la dialéctica. Así, por ejemplo, podemos observar en Invención de la Espera como proliferan expresiones contrapuestas que despiertan sentimientos que tienen su parte de yin y su porción de yang. Uno de los ejemplos de esta dialéctica poética la encontramos en dos poemas que tratan sobre el olvido: Búsqueda del olvido y Resistencia al olvido.

En el pensamiento de Nietzsche hay una valoración del olvido que se refiere a una reflexión sobre los seres vivos y su funcionamiento: el olvido es una condición para el buen funcionamiento de la vida en tanto el peso del recuerdo puede transformarse en algo aplastante (Nietzsche, 1999). Borges en su “Funes el Memorioso” describe la vida de una persona que está tan atribulada por los recuerdos (lo recuerda absolutamente todo) y que no tiene tiempo en todo el día para nada, ni siquiera para dormir, sólo puede dedicarse al ejercicio evocatorio (Borges, 1988). Cruchaga, poeta cuya vida andará colmada de evocaciones, se siente atraído por la memoria y la necesidad de recordar…al menos tanto como por la desmemoria y el salvífico recurso a la amnesia y al olvido. Es este, el del olvido o la evocación, un tema especialmente delicado para los poetas. El poeta salvadoreño afronta el olvido de una forma dialéctica en “Invención de la Espera”, tal como se ha señalado anteriormente, nos topamos con dos poemas complementarios que sintetizan la sustancia de un cruce: Búsqueda del olvido y Resistencia al olvido.

En Búsqueda del olvido, Cruchaga explora la sensación de querer olvidar y dejar atrás ciertos recuerdos o experiencias dolorosas. El poeta expresa su anhelo por encontrar pequeños fragmentos de memoria que sean inalterables, como muros que puedan protegerlo del frío emocional. El verso "esa suerte de plegaria en la sangre cuando ya fenece" muestra la búsqueda de consuelo o alivio en momentos de desesperanza. El deseo de una mirada y la imagen del "trompo de girasol maullando sobre el pasto de los ojos" sugieren la necesidad de conexión y afecto en medio de la desolación. El poema continúa describiendo la sensación de quedarse en los rincones de algún bostezo, lo que podría significar una sensación de estancamiento o monotonía. Los "recovecos de espina de mi casa" y los "estrépitos de gato en celo" crean una imagen de cierto desasosiego.

Búsqueda del olvido: Alguien desde el olvido, añora pedacitos imperturbables/ de memoria, muros abruptos para preservar o detener el frío, /esa suerte de plegaria en la sangre cuando ya fenece/ el aire en el umbral de la puerta y solo queda el deseo/ de una mirada, el trompo de girasol maullando sobre el pasto de los ojos (…) /  Después solo me quedo en los rincones de algún bostezo:/nada nuevo en los recovecos de espina de mi casa/ y sus estrépitos de gato en celo (…)” (Cruchaga, 2024, 45).

En Resistencia al olvido, el poema presenta una actitud de entereza ante el olvido. La referencia a la resistencia de rodillas sugiere un esfuerzo constante por no dejar que los recuerdos se desvanezcan por completo. La noche en ascenso y la claridad extraña del desencanto evocan sentimientos de desilusión y confusión. El poema continúa con una imagen de agua confundida y meses desbocados, lo cual podría simbolizar el paso del tiempo y la sensación de estar atrapado en una corriente caótica.

Resistencia al olvido: “(…) De rodillas aquella resistencia al olvido/ La noche en ascenso, como la claridad extraña del desencanto, /como el agua confundida de los meses desbocados:/aterido me pierdo en los vagones del ansia/de una esperanza de aullidos, /en vagones de ojeras que cuelgan, lánguidos, /de un grito de garlopas fruto del viento enloquecido (…)” (Cruchaga, 2024, 9).

Ambos poemas exploran la temática del olvido y la búsqueda de consuelo o resistencia frente a la pérdida de recuerdos o experiencias significativas. Presentan imágenes evocadoras y emotivas para transmitir la complejidad de estos sentimientos. Tal vez la obra de Dalí “Los relojes Blandos o La persistencia de la memoria” (1931) expresa de alguna forma la dialéctica poética de Cruchaga sobre la memoria y el olvido mediante la pintura metafórica: Mientras que los relojes se derriten, no perduran (el olvido); el paisaje marino, la rama de olivo o el mueble sí resisten el paso del tiempo (la persistencia del recuerdo).

Pero el lenguaje no solo tiene limitaciones, también posee potencialidades; es decir recursos que son desarrollables en determinadas condiciones para superar, por ejemplo, la caducidad del lenguaje científico ante nuevos hallazgos como el fenómeno cuántico o la inteligencia artificial. El lenguaje poético tiene potencial para superar el lenguaje científico dada su funcionalidad no pragmática, sino estética y se mueve como pez en el agua con la eclosión del absurdo dado que como señala Cohen (1973) se trata del absurdo creador de un sentido diferente, extraño que rompe la cadena causal y juguetea incesantemente con lo ilimitado. En el mismo sentido se expresa Michel Houellebecq (2006) afirmando que el lenguaje poético es un recurso especialmente pertinente que supera al lenguaje científico para describir conceptos abstractos y complejos.

En la poesía de Cruchaga encontramos desarrollada esa potencialidad del lenguaje poético que le permite que sus poemas siempre vayan más allá de lo predeterminado como lógico. Así, en el poema Levedad, Cruchaga nos avisa de la proteica naturaleza del lenguaje que es, simultáneamente, esclerosis de la palabra y torbellino avasallador: “(…) Lo que tenemos en las palabras es una especie de esclerosis como fuerza plural de un torbellino avasallador. A ratos somos solo un enloquecido minuto de la muerte, ese polvillo del lenguaje que se enreda en los dedos y que nos opaca los pensamientos (…)” (Cruchaga, 2024, 88); o el poeta confiesa su esfuerzo por transgredir las limitaciones del lenguaje en Instantes del Sopor: “(…) Uno tiene que inventar ventanas para desarmar la niebla en los ojos (…) Y claro, resultó insuficiente el lenguaje de los peces, confuso, para discurrir en esta lenta espera, lacerada por el moho (…)” (Cruchaga, 2024, 100).

 

 

ü La dificultad para entender de forma clara y definitiva el sentido de la vida.

 

Por último, vamos a tratar una temática universal en el mundo de la poesía: el sentido de la vida. Ya Heidegger recurrió a la poesía para lamerse las heridas provocadas por su hiriente afirmación sobre lo absurdo de la vida en El ser y el tiempo: “El hombre es un ser arrojado a la vida para la muerte”; lo que provoca una desesperanza  lacerante que quizás solo tiene remedio mediante los meta-relatos religiosos y,  sobre todo, a través del absurdismo e incluso el creacionismo poético (Siles y Solano, 2007).  

André Cruchaga comparte con Heidegger esta preocupación existencial (lo ha testimoniado a lo largo de su obra poética) y en Invención de la Espera, como no podía ser menos[4], presta gran atención a la muerte, pues es este un tema recurrente que nunca ha rehuido y sobre el que ha mostrado siempre gran interés; así en Campana sumergida: “(…) Alguien desde su muerte desdeña la ternura, mientras muerde la cueva de larvas de la mudez (…)” (Cruchaga, 2024,8), describe como la muerte despoja de sentimientos y voz al difunto. Asimismo, en Al punto de la nada, el poeta explora las posibilidades del descanso o el nirvana que nos regala la muerte: “(…)  No quiero esta eternidad de abismo,/ni la reiteración de la fosa./No el miedo a la noche que empieza a hacerse negra,/no al frío amargo que se posa sobre el césped o la piedra,/no a los ojos abatidos,  arrodillados en el vacío de lo desandado,/no al silencio hundido en las manos./No a este césped de oscuridad que cubre el cuerpo./Aquí el preludio de un pájaro sin alas, al punto de la nada./Una muerte infinita que se recuesta en el pecho./Una fosforescencia negra que rompe de tajo los relámpagos (…). (Cruchaga, 2024, 14).

En Porción de mi sangre el poeta confiesa que la espera de su fin ocupa buena parte de su vida y su pensamiento: “(…) Ayer y ahora, la espera viva de la muerte. Sus huesos. / El retrato cerrado sobre la carne helada de las fechas. / La espera sombría en este cuarto donde los perros cada día, /estrenan su aullido, o su inalterable servidumbre (…)” (Cruchaga, 2024, 26). Por último, para no prolongar más este apartado dedicado a la preocupación más universal del ser humano: el paso de la existencia a la nada, el poeta salvadoreño nos presenta en Después de todo, una visión panorámica desde el féretro: “(…) Permanezco con mi garganta raída de llagas. / Pienso en laúd abisal de huesos en lo profundo de la muerte de una lágrima. / Bajo la tierra estaremos rotos en la asfixia de un féretro (…)” (Cruchaga, 2024,111).

Como conclusiones tras la lectura de este nuevo poemario, lo primero que se puede afirmar es la pertenencia o parentesco de “Invención de la espera” con la obra anterior de André Cruchaga, pues se mantienen los aspectos más significativos que distinguen la poesía del poeta salvadoreño. Estos pilares sobre los que se erigen los poemas cruchaguianos responden a unas características estilísticas y temáticas que el autor domina con una genialidad que puede llegar a resultar desconcertante para quien no esté familiarizado con su obra. Una obra que no nos atrevemos a incluir exclusivamente en una sola tendencia, pues Cruchaga dinamiza su poesía de tal forma que lo mismo encontramos en el sótano de sus poemas yacimientos de corte surrealista, que estratos de puro absurdismo o creacionismo. En todo caso, la poesía de André Cruchaga es transgresora y su lenguaje mantiene una rebeldía que lo aleja de los remansos donde fluyen la poesía autocomplaciente y los estereotipos fijados por las diferentes tendencias o modas poéticas cómodamente establecidas y reconocidas.

Sí podemos constatar, además, que la poesía que Cruchaga nos presenta en “Invención de la Espera” es dialéctica (pues está cómoda, o aparenta estarlo, con las contradicciones), sinestésica (dota a los sentidos de un cierto caos ordenado) proteica (su dinamismo confiere una vivacidad vertiginosa a los poemas), metafórica (el autor reincide en el empleo generoso de las comparaciones), y, por supuesto, simbólica (pues los poemas cruchaguianos respiran símbolos).

En definitiva, en Invención de la espera Cruchaga trata sin condescendencia la condición humana y las complejidades de las relaciones interpersonales. Sus versos exploran la fragilidad de la vida, el paso del tiempo y la búsqueda de significado en un mundo efímero y casi siempre perdido en la confusión. Se trata de una exploración que recorre el paisaje donde se ubican los temas más universales y existenciales. Además, la musicalidad y el ritmo de la poesía de Cruchaga son notables. Sus versos fluyen con armonía y cadencia, creando una experiencia poética que va más allá del significado literal de las palabras y que, sin duda, provocará resonancias emocionales en los conmovidos lectores que vayan a tener la fortuna de leer este poemario.

 

 

 

REFERENCIAS

Becket, S. (2015). Esperando a Godot. Barcelona: Austral.

Bordieu, P. (2012). La distinción: Criterio y bases sociales del gusto. Madrid: Taurus.

Borges, J.L. (1988). Funes el memorioso. Buenos Aires: Arcadia.

Vallejo, C. (1973).  Obra poética completa. La Habana: : Casa de las Américas.César Vallejo, 2ª ed. México/Madrid/Buenos Aires: Siglo veintiuno.

Cohen, J. (1973). Estructura del lenguaje poético. Madrid: Gredos.

Cohen, J. (1982). El lenguaje de la poesía. Madrid: Gredos.

Cruchaga, A. (2014). Viaje póstumo/ Viatge pòstum. El Salvador: Imprenta Rilcadone.

Cruchaga, A. (2020) Vacío habitado. El Salvador: Teseo.

Cruchaga, A. (2024) Invención de la espera. Miami (USA): Editorial Dos Islas.

Houellebecq, M. (2006). El mundo como supermercado. Madrid: Anagrama.

Lemaítre, J. Monique (2001), Viaje a Trilce. México: Plaza y Valdés.

Lyotard, J.F. (2000). La condición posmoderna. Madrid: Cátedra.

Matas Moreno, J.Mª. (2007). César Vallejo entre la angustia y el absurdo. Salina: revista de lletres, 21, 127-136.

Meo Zilio, Giovanni (2002), Estilo y poesía en César Vallejo. Lima: Universidad Ricardo

Nietzsche, F. (1999).  Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida. Madrid:  Biblioteca Nueva.

Siles González, J. (2015). Viaje Póstumo/ Viatge pòstum (Reseña). Cultura de los Cuidados, 19, (41), 171-172. Disponible en: http://dx.doi.org/10.14198/cuid.2015.41.21

Siles, J. & Solano, C. (2007). El origen fenomenológico del “cuidado” y la importancia del concepto de tiempo en la historia de la enfermería, Cultura de los Cuidados, 21, 19-27. https://doi.org/10.14198/cuid.2007.21.04.

Siles, J. (2017). Cruchaga,Cielorraso, la poesía sinestésica de André Cruchaga [Cruchaga, André (2017). Cielorraso. Colección Palabra de Alto Riesgo. El Salvador: Editorial Otoniel Guevara]. Cultura de los Cuidados, 21(48), 245-246. Recuperado de http://dx.doi.org/10.14198/cuid.2017.48.27

Siles, J. (2019). Reseña de “Vacío habitado de André Cruchaga o la poesía como búsqueda de un lenguaje aprehensor del sentido/ sin sentido de la existencia”. Cultura de los Cuidados, 23(55), 305-312.  Recuperado de http://dx.doi.org/10.14198/cuid.2018.54.27

Vallejo, César (1975), Obra poética completa.  La Habana: Casa de las Américas.



[1] “(…) Una radicalidad (de raíz, de profundidad, de ignota trascendencia) que confiere un gran calado al conjunto de la obra. Efectivamente, leyendo cualquiera de estos poemas al azar, el lector podrá confirmar tras su detenida lectura la persistencia de una estética que trasciende y aglutina la diversidad temática en cualquiera de ellos. Tal como afirmamos cuando escribimos la reseña de Cielorraso: “(…) Cruchaga no se ampara en la supuesta sencillez del fenómeno sujeto de su acción poética, sino que su indagación profundiza en las raíces siguiendo todas las vías posibles del ser poético…,ser que observa, siente, huele, ama, odia, toca, disfruta, sufre y, sobre todo, respeta la esencia del sentimiento (Siles, 2019).

[2] “(…) Etiquetar a los poetas según las características de sus obras no es tarea sencilla y, muchas veces resulta artificioso, pero en el caso que nos ocupa es aún una tarea mucho más ardua. También es posible escudriñar las influencias de otros poetas y otros movimientos: modernismo, surrealismo, creacionismo, ultraísmo, etc. En este sentido, Cruchaga admira y ha leído a muchos poetas y seguramente tendrá influencias de muchos de ellos, pero es difícil que se reflejen en su poesía de forma evidente. Vicente Huidobro es uno de los poetas cuya influencia sí se puede atisbar nítidamente en el trabajo de Cruchaga. Huidobro equiparaba el arte poético al ejercicio divino pues éste rezumaba la libertad y la pulsión creadora (…)” (Siles, 2019, 307).

[3] El posmodernismo que ha hecho caer a la ciencia en un relativismo radical rechazando no solo los grandes mitos, religiones y fábulas que explicaban los grandes misterios para mantener al hombre con una mínima dosis de certidumbre sobre la tierra: cosmogénesis, antropogénesis, enfermedad, dolor, guerra, muerte, vida, etcétera (Lyotard, 2000); sino que también, desde estos presupuestos posmodernistas,  se refutan los logros científicos colocando a la ciencia en el núcleo de la impotencia del ser humano para observar e interpretar la verdad. Ante esta fragmentación y disipación cultural y científica, el lenguaje, además de sufrir las limitaciones derivadas de las sesgadas capacidades perceptivas, debe asumir la descomposición abocado al relativismo posmodernista.

 [4] En “Vacío habitado” encontramos múltiples referencias a la muerte: “Así, en “Féretros” el poeta vislumbra con el sosiego de los sabios cautos la irreversible llegada del porvenir: “Siempre me ha cautivado la madera al poniente de mis zapatos. /En el callejón sin salida de la tumba, /las honras fúnebres del océano. /Y la turbiedad de los espejos (…)” (Cruchaga, 2020: 54).

En “Cada día la muerte”: “Sube a la memoria el prensapapel de los ataúdes. / Todo está escrito, allí, después de todo en la respiración (…)” (Cruchaga, 2020); se aprecia la preexistencia del final desde el primer aliento vital, pero no como un drama, sino más bien como la constatación de una realidad que todo el mundo necesita soslayar para seguir su camino con cierta higiene diaria (Siles, 2019).