martes, 11 de abril de 2023

ANDRÉ CRUCHAGA EN LA RUTA DE TYRESIAS

 

Camino disperso, André Cruchaga.
Prólogo Miguel Veyrat, Sevilla, España.


ANDRÉ CRUCHAGA EN LA RUTA DE TYRESIAS

 

               Aún en caminos dispersos y con el habla no olvidada, el poeta André Cruchaga siempre vivirá la lejanía del Crepúsculo (con mayúscula), la densidad de los mares y la bruma que aparta con las manos para compartir, traduciéndolo, el espesor de los despojos que inflama nuestra desnudez. Con este techo comienza el último libro del profesor y poeta nacido en El Salvador, patria también de los grandes poetas Roque Dalton, Claribel Alegría, Dina Posada o Alberto Masferrer, entre otros muchos que poblaron y pueblan este país donde en la época precolombina existía un importante núcleo indígena conocido como el Señorío de Cuscatlán, que en lengua Náhuat significa ‘lugar de joyas’ o ‘lugar de collares’. Patria de poetas, en suma.

              Joyas arrancadas del suelo de su país nos ofrece André Cruchaga en su puro castellano a pesar de su apellido vasco y su amor por la lengua catalana —su obra es frecuentemente vertida por Pere Bessó—, a la que se añade el francés materno situado en la grafía de su nombre de pila. Este poeta que a menudo sueña con ser Ulises, en realidad escribe como un mar furioso con vocación de catarata que le envuelve, arrebata y sumerge entre la semántica de sus espumas. Las espumas entre las que irremediablemente —como en un destino irreversible nos envuelven—, son sus versos arrebatados por una furia que se debe al instinto irremediablemente humano de autodestrucción, aunque en realidad busque siempre una salida, tal como aquel Ulises maldecido por el anciano Tiresias que sufrió la condena de no regresar jamás a Ítaca, navegando sin rumbo fijo por los ijares de un mar que bulle en carne humana.

              Al leerlo —hace algunos años que sigo su escritura— juro que siempre sobresale en medio de la angustia desnuda ofrecida por sus versos, la calidad del gran profesor de lenguaje obligado a empuñar el arado gramatical impuesto por el deber de la lengua escrita, para romper los pellones de sílabas de arcilla que siente su corazón, sito en la periferia del amor, por los costados del alba a la que cuesta llegar para respirar sin ahogarse uno. Y así volando, buscar una salida.

              André, gran lector desde niño, ha acumulado cientos de sinapsis de neuronas en su lóbulo central que le hacen u obligan a manar metáforas en cascada, lo cual es una fuente de delicias para los sentidos del que lee. Y él lo dice y confiesa a su modo y manera mientras acumula citas de Joyce, de Rimbaud, de Lautréamont, René Char, María Zambrano…   

Apilados en el pecho los espejos rojos del último viento que despierta en medio de las hojas de tinta del cuaderno de los muertos: allí, el barro acumulado en la ternura de las infancias descalzas, la mesa con sus estragos de ojos, salpicada de asfixias. Recuerdo la última noche disuelta en mis manos, mientras asusta el hilo de insomnios en el vacío de los párpados. Al reloj le sucede este silencio, torpe, terrible y ambiguo y los temores de una espera infructuosa.

Mas El poema, al cabo es un suicidio contra el silencio. Y con tal convicción embiste hacia sus senderos de mar, escapando de los límites del confín antes de que huyan de su mirada, para encontrarse fraternalmente con Wittgenstein entre himnos de espuma, en la Dovela Central del Universo… Porque sabe que la escritura recoge el habla desde sus orígenes más remotos para establecer monólogos que giran, luchan y se escuchan o mueren con los vientos sin límite alguno para sembrar de nuevos quejidos a los úteros que hagan latir vida entre sus células. Porque también cree que a veces toda una vida cabe en una sola página de fiebres o en cualquier resoplido de funeraria. Mas A merced de tanto morirme empiezo a soñar con el alba.

Se trata de que en el alba surge, suceda cuanto suceda aquí abajo, aquella luz que a pesar de todo habrán de ratificar solamente las palabras de la madre. Como dejé dicho en mi libro “Fuga Desnuda”: Ahora vamos más adentro todavía, para dudar creciendo: ¿Cómo podría fecundarse un Logos, realizada la seducción del silencio, como matriz para alumbrar poesía?, ¿quizás dividiendo bien el Logos, repartiéndolo por tus entrañas, según la fórmula inmortal de Empédocles? Yo recojo ahora tales pensamientos como brillante flor de cardo entre la grama de este «Camino Disperso», cuyos retazos de estrellas musicales son tan inmunes al paso del tiempo como dispuestos a recomponerse en orden silábico, abandonando ya toda dispersión desde la boca a la pluma del poeta.

Y directamente desde ella, recojan estas burbujas de saliva: Para vivir, algún día, tal vez no sean necesarios los paraguas amortajados del invierno, ni la sangre doliéndome en cada latido, ni un quirófano como una carpintería necesaria. En los brazos abiertos también caben caminos dispersos, sean duros o adustos. Y caben en tu mente, lector. En tu mente, ya transformada traspasada por la fuerza descomunal de la poesía. Aprende a no temer al miedo y recuerda las palabras de Rilke: «Deja que todo suceda: la belleza y el espanto» pues en el último libro de André Cruchaga todo puede suceder. Vaya por último mi abrazo agradecido por el poema «Sangra la herida», que ha tenido la delicadeza de dedicarme.

 

Miguel Veyrat, Sevilla 2023.

Poeta, periodista y traductor español.