José Siles
Catedrático
de la Universidad de Alicante. Facultad de Ciencias de la Salud. Alicante,
España
El
poeta salvadoreño André Cruchaga (Nueva Concepción, Chalatenango: 1957), cuya
singladura por el mundo de la poesía se inició allá por la década de los
noventa compatibilizando su faceta lírica -que acabaría convirtiéndose en algo
fundamental en su vida- con su actividad docente y la gestión en instituciones
educativas; ha sido capaz de dar a luz una vasta e impresionante obra cuyos
ecos han trascendido fronteras geográficas, lingüísticas y culturales (sus
poemarios han sido editados en diferentes países de distintos idiomas y
variopintas culturas). Entre su amplia producción poética se pueden destacar: “Alegoría
de la palabra” (1992), “Visión de la muerte” (1994), “Enigma del tiempo”
(1996), “Roja Vigilia” (1997), “Rumor de pájaros” (2002),” Oscuridad sin fecha”
(2006), “Pie en tierra” (2007), “Caminos cerrados” (2009), “Viajar de la
Ceniza” (2010), “Cielorraso” (2017), “Vacío habitado” (2020), “Estación
Huidobro” (2021), “Lejanías rotas”
(2022), “Noción de la extrañeza: Antología poética (1988-2018)” (2022), “Metáfora del desconcierto”(2023), “Camino
disperso” (2023), etc.
A
estas alturas tengo claro que Cruchaga es uno de los autores más prolíficos que
conozco (su amplia obra lo corrobora), pero, además, el salvadoreño acostumbra
a dotar a sus poemas con una hondura poco habitual en el panorama poético
actual y que en alguna ocasión he llegado a calificar de “radical”.
Su originalidad, tan natural que deslumbra casi sin querer, confiere a sus
versos (y a su prosa poética) la trascendencia desnuda en sí misma, sin
abanderamientos tendenciosos ni artificios baldíos, de los grandes escritores
que no necesitan mutilar la realidad para hacer más fácil la comprensión de las
contradicciones de la vida. Así, en su dilatada obra, nos damos de bruces con
poemarios que, respondiendo a diferentes temáticas, mantienen con atino y
severa pertinencia el rumbo de una nave lírica cuyo patrón tiene claras las
coordenadas que tiene que seguir para alcanzar siempre el mismo destino, un
puerto conocido de antemano solo en el plano onírico, pero revelado durante el
proceso de escritura que ha dado lugar a tantos vástagos poéticos. De ahí la
necesidad de escribir de Cruchaga: no puede vivir sin reiniciar, una y otra
vez, el mismo periplo que le ha de llevar siempre a la misma dársena, un
fondeadero donde pueda, al fin, anclar su existencia navegante.
He
tenido la inmensa suerte de leer con profusión a Cruchaga. Sus poemas, casi
siempre escorados a la prosa poética, jamás me han dejado indiferente y a estas
alturas he de confesar que mi creciente interés por su obra estaba vinculado al
hecho de que me resultara imposible quedarme impasible ante la lectura de una
poesía en la que me sentía como en mi propia casa; sí, una lectura que
reflejaba en gran medida lo que yo siempre he intuido que constituye la esencia
de la poesía. Tal vez por este seguimiento contumaz de la obra de un poeta como
Cruchaga al que he calificado en otras ocasiones como referente de la poesía “humanista
sensorial”, y tras diferentes interpretaciones sobre la misma, creo que por
fin, con la lectura de “Invención de la Espera”, he llegado a descubrir, al
menos en parte, la nucleogénesis que constituye su proceso creativo. Pero
vayamos en primer lugar al sugestivo título de este nuevo poemario.
La
espera —su invención— como título que preludia una temática, supone un reto a
la imaginación de los lectores: ¿Qué es la espera y qué o a quién se espera? El
irlandés Samuel Becket (secretario de James Joyce) a mediados del siglo XX, escribió Esperando
a Godot, un personaje que nunca llega a presentarse mientras sí que hay
otros personajes que lo esperan con más o menos paciencia, a la vez que se
agranda la sombra de una ausencia (lo que no acaba de llegar) (Becket, 2015).
No se sabe para que lo esperan ni parece importar, pero mientras el tiempo pasa,
la espera -y por tanto la ausencia- va adquiriendo protagonismo y, al mismo
tiempo, perdiendo sentido. Cruchaga propone la Invención de la espera
para que esperemos algo, tal vez aguardando la llegada de la felicidad, el
amor, un amigo, la enfermedad o la muerte (que sería el final de la mencionada
espera). Analizando algunos de los poemas integrados en Invención de la
espera podemos hallar algunas pistas sobre el enfoque del autor respecto a
la espera.
En
He abierto los ojos, la espera es sumamente incómoda y se evidencia a
través de la autocontemplación: “(…) Es torpe el frío frente al espejo
degollado de la espera (…)” (Cruchaga, 2024.114); por otro lado, en Todo
pasa, Cruchaga parece advertirnos sobre la futilidad de toda espera: “(…) La
vida supone una espera desheredada (…)” (Cruchaga, 2024, 115); Asimismo, en Casi
comedia este pasado, se nos advierte de las bajezas y pobreza de la espera:”
(…) la espera, al cabo, es infame
embriaguez, indigencia (…)”. (Cruchaga,
2024, 118); por último, en Infructuosidad, el poeta nos previene de que,
en realidad, todos somos víctimas de la espera: “(…) De alguna manera fuimos
«víctima de la angustia, del que espera de súbito que todo se haga luminoso» (…)”
(Cruchaga, 2024, 125). En definitiva, Cruchaga nos dice que hay que abrir los
ojos para percatarse de que todo pasa, todo…menos la espera.
En
reseñas previas sobre su obra he sostenido que el cruchaguismo se caracteriza
por el mantenimiento de unas constantes o líneas maestras que se manifiestan,
por un lado, en cuanto a recursos
propiamente literarios: la sinestesia (polisensualismo), la metáfora, el
simbolismo, la sensorialidad transversal, etcétera; y, por otro lado, persistencias derivadas de su particularismo
literario que incidían en el anclaje de su poesía en diferentes caladeros
estéticos:
creacionismo (Ahí están sus reiteradas referencias a Huidobro e incluso su
poemario titulado “Estación Huidobro”) o
ultraísmo (aunque no de forma epidérmica, pero en el sustrato de la obra
cruchaguiana aparecen vetas borgianas y, sobre todo, urgencias por innovar para
erradicar cualquier obstáculo que se interponga en el advenimiento del futuro y
en la sensorialidad poética empleando la metáfora como arma principal), surrealismo
(la propia sinestesia es una declaración de surrealismo en cuanto hace hablar
materia inerte y subleva el orden y organización funcional de los sentidos, tal
como ciertos ecos de la etapa surrealista de Alexandre que se dejan translucir
en parte de la obra cruchaguiana), absurdismo (al igual que sucede con
Huidobro, César Vallejo es otro gran referente en la poesía cruchaguiana que
fluye sin pausa entre la angustia y el absurdo) (Matas Moreno, 2007). Podríamos
seguir estableciendo diferentes vínculos con otras tendencias, pero resultaría
redundante y poco práctico porque con lo expuesto hasta ahora es suficiente
para obtener una imagen o impresión de la complejidad y magnitud de la obra de
André Cruchaga; además, en esta poesía el autor respira una libertad
hermenéutica tan abierta al holismo experiencial y sensorial (el todo del poema
no es equivalente a la suma de sus versos) que resultaría casi imposible que el
sugestionado lector no se “contaminara” y acabara identificando paralelismos y perpendicularismos
entre la obra cruchaguiana y diferentes (y tal vez aparentemente
incompatibles) coordenadas estéticas.
Volviendo
a la nucleogénesis, al análisis de la motivación esencial de André Cruchaga,
aquello que le impulsa a escribir de la manera que lo hace, creo estar en
condiciones de lanzar algunas hipótesis que, aunque no descabelladas, sí que
emanan tanto de mi subjetividad, una subjetividad socializada, habitus o conjunto de esquemas generativos a
partir de los cuales puedo percibir, sentir
y actuar en una realidad dada tal como es el caso del mundo representado
en la poesía cruchaguiana y particularmente en “Invención de la Espera”
(Bordieu, 2012). A nuestro entender, son tres las líneas maestras sobre las que
se vertebra la obra y el auténtico leitmotiv de André Cruchaga: las
limitaciones perceptivas del ser humano, las limitaciones y potencialidades del
lenguaje para interpretar y describir la realidad, y, por último, las
dificultades para entender de forma clara y definitiva el sentido de la vida.
ü La
percepción de la realidad como primera limitación del ser humano
Cruchaga
también percibe, siente y actúa según su propia subjetividad, una subjetividad
consciente de la incapacidad del ser humano para percibir el mundo en su
enredada integridad, dado que estamos limitados a un reducido catálogo de
posibilidades sensitivas: colores, sabores, olores, tactos y sonidos. En
“Invención de la Espera” (2024) (por supuesto, también en su obra anterior),
Cruchaga vuelve a insistir en la necesidad de pulverizar las limitaciones
sensoriales mediante el recurso poético:
Sobre
el olfato:
En
Eventualidades nos damos de bruces con un poema donde las parábolas tienen
cierta fragancia: “(…) Nada inventamos después del hedor del aroma de las
parábolas (…)” (Cruchaga, 2024, 87); Asimismo, en Única conquista, el
lector se encuentra con el dolor que le provoca al poeta la inodora naturaleza
de los recuerdos “(…) y ya no hay sed en
el pecho, ni olor en el recuerdo (…)”(Cruchaga, 2024, 31).
Respecto
a la vista:
En el poema que da lugar al título del
poemario: Invención de la Espera, el poeta refleja la necesidad de
percibir visualmente el alma en toda su magnitud: “(…) Para darle sentido a la
propia defunción, intento sin vaciar mis ojos, otras maneras de ver el absoluto
de su alma (…)” (Cruchaga, 2024, 7).
En
Petición, Cruchaga deja constancia de su anhelo de visualizar la sangre
tras la batalla y los temblores del mañana: “(…) luz para ver el hilo de sangre
de la batalla, el temblor de mañana (…)” (Cruchaga, 2024, 91).
En
el poema En la distancia: el poeta barrunta que solo se ve lo que no se
puede ver: “(…) supongo que solo nos quedan los ojos para ver la penumbra (…).”
(Cruchaga, 2024, 117).
Acerca
del Tacto:
En
el poema Ventana de entresueño el poeta ahonda en la sensualidad
sinestésica: “(…) Hay días en los que mis pies no tocan el alba (…)” (Cruchaga,
2024, 71).
Asimismo,
en Eventualidades, el autor expresa sus sospechas sobre la
veracidad de lo que se percibe a través de los sentidos: “(…) Acaso clamor en
el falso tacto de los sentidos (…)” (Cruchaga, 2024, 87).
Mientras
en Viajeros impertinentes y Un Hombre camina, Cruchaga se centra
en el tacto para volver al recurso polisensorial: “(…) A través del ramaje de
la ropa sudada, el pecho toca la cabeza del lenguaje desvelado (…)” (Cruchaga,
2024, 131); “(…)A mi alrededor pasan los
ciegos con el aroma de un flor en sus manos y tocan la felicidad de mi
tristeza(…)”. (Cruchaga, 2024, 74).
Sobre
el oído:
En
los poemas Certezas y Juego extraño el poeta retorna de nuevo al
abordaje sinestésico combinado con dosis ajustadas de absurdismo: “(…) Un túnel
sordo oye mis cansancios, la piedra con la que tropiezo, la falsa sonrisa con
la que espera el alma (…)” (Cruchaga, 2023, 20); “(…) El rastro que dejan las
máscaras de agua y que usted oye (…)” (Cruchaga, 2024, 28).
En
Semblante de la ira, el poeta se lamenta y revuelve ante el acechante
cerco que la existencia, en forma de enfermedad, depresión, infortunio, va
estrechando, tal vez, en torno a una joven a la que correspondería vivir una
fase de esplendor: “(…) Jamás entendí el
río de sombras en su joven carne, ni qué moría en su pecho, al escuchar el ojo
de agua tibio en su ingle (…)”. (Cruchaga, 2024, 44).
En
torno al sabor:
En
el poema Solo este tiempo, el autor se queja levemente respecto a la
fugacidad de la vida y el tiempo que se nos pasa dejándonos un sabor a fruta
inmadura que repercute en el lenguaje: “(…) En realidad no hay otro tiempo sino
este que se escapa y nos deja un sabor tetelque en las palabras. Un sabor de
sintaxis desfigurada (…)”(Cruchaga, 2024, 85).
ü Las
limitaciones y potencialidades del lenguaje para interpretar y describir la
realidad: el reto asumido por André Cruchaga
Es
lógico pensar que, si no se dispone de capacidades perceptivas para interpretar
la verdad, la realidad (Lyotard, 2000),
el lenguaje, que es el principal instrumento mediante el que el hombre fue
catalogando el entorno a su alcance perceptivo para poder pasar del caos
(desorden) al cosmos (orden), también estará afectado por esas
limitaciones. Ante esta situación de
impotencia, la poesía en general y la lírica de André Cruchaga en particular,
empoderan al lenguaje revistiéndolo con una fuerza que trasciende lo
perceptivo: la imaginación creativa y el mundo onírico como medios para superar
las limitaciones sensoriales, aunque sea mediante quiméricos espejismos
surgidos de una inspiración creativa febril donde el instinto, la hermenéutica
desnuda de dogmas y la genialidad conforman el triángulo de una transgresión
presentida.
Para
Siles, Cruchaga, consciente de que el lenguaje es dependiente de las
percepciones, de los sentidos, se revela contra las limitaciones transitivas
del lenguaje explorando formas expresivas que superan la capacidad de lo
sensorial (Siles, 2019). De ahí la importancia del polisensualismo, la
sinestesia y de enfoques poéticos como: absurdismo, creacionismo, ultraísmo,
surrealismo, etc. Uno de los recursos esenciales para la poesía cruchaguiana ante
las restricciones del lenguaje es el empleo de metáforas que hacen fluir las
palabras y dinamizan las expresiones mediante idas y venidas de una a otra
parte explorando el universo poético para establecer puntos de balance
comparativo, una especie de cotejo que evidencia el carácter proteico de su
obra. En invención de la Espera se pueden encontrar diferentes
referencias a la labor infructuosa del lenguaje:
La
zozobra lingüística -en cuanto a su incapacidad para superar las limitaciones
del tinglado perceptivo- también es productiva en este caso para Cruchaga: Así,
En Ebriedad del ahogo, vemos como: “(…) Se abren al polvo los miembros
absortos. Vómito que nunca deja mancha. Desprendidos trozos del cuerpo (…)” (Cruchaga,
2024, 25). Mientras en Solo tengo
presente: “(…) Todo me
habla desde el lenguaje arrancado a los muertos (…)” (Cruchaga, 2024, 35); o en
Búsqueda del olvido “(…) la
lluvia del oprobio elevada a lenguaje (…)” (Cruchaga, 2024, 43). En Cábala irreal dota a los pájaros de
lenguaje y sentimientos “(…)
Entonces valen la pena los pájaros sobre el estanque de la rosa. Vale la
almohada en su lenguaje de ternura (…) (Cruchaga, 2024, 77). En Instantes
del sopor, Cruchaga explicita la ineptitud rancia del lenguaje: “(…) Y claro,
resultó insuficiente el lenguaje de los peces, confuso, para discurrir en esta
lenta espera, lacerada por el moho (…)” (Cruchaga, 2024, 100).
Otra
de las estrategias del poeta para superar las limitaciones del lenguaje y las
contradicciones existenciales estriba en el uso de la dialéctica. Así, por
ejemplo, podemos observar en Invención de la Espera como proliferan
expresiones contrapuestas que despiertan sentimientos que tienen su parte de yin
y su porción de yang. Uno de los ejemplos de esta dialéctica poética la
encontramos en dos poemas que tratan sobre el olvido: Búsqueda del olvido y
Resistencia al olvido.
En
el pensamiento de Nietzsche hay una valoración del olvido que se refiere a una
reflexión sobre los seres vivos y su funcionamiento: el olvido es una condición
para el buen funcionamiento de la vida en tanto el peso del recuerdo puede
transformarse en algo aplastante (Nietzsche, 1999). Borges en su “Funes el
Memorioso” describe la vida de una persona que está tan atribulada por los
recuerdos (lo recuerda absolutamente todo) y que no tiene tiempo en todo el día
para nada, ni siquiera para dormir, sólo puede dedicarse al ejercicio
evocatorio (Borges, 1988). Cruchaga, poeta cuya vida andará colmada de
evocaciones, se siente atraído por la memoria y la necesidad de recordar…al
menos tanto como por la desmemoria y el salvífico recurso a la amnesia y al
olvido. Es este, el del olvido o la evocación, un tema especialmente delicado
para los poetas. El poeta salvadoreño afronta el olvido de una forma dialéctica
en “Invención de la Espera”, tal como se ha señalado anteriormente, nos topamos
con dos poemas complementarios que sintetizan la sustancia de un cruce:
Búsqueda del olvido y Resistencia al olvido.
En
Búsqueda del olvido, Cruchaga explora
la sensación de querer olvidar y dejar atrás ciertos recuerdos o experiencias
dolorosas. El poeta expresa su anhelo por encontrar pequeños fragmentos de
memoria que sean inalterables, como muros que puedan protegerlo del frío
emocional. El verso "esa suerte de plegaria en la sangre cuando ya
fenece" muestra la búsqueda de consuelo o alivio en momentos de
desesperanza. El deseo de una mirada y la imagen del "trompo de girasol
maullando sobre el pasto de los ojos" sugieren la necesidad de conexión y
afecto en medio de la desolación. El poema continúa describiendo la sensación
de quedarse en los rincones de algún bostezo, lo que podría significar una
sensación de estancamiento o monotonía. Los "recovecos de espina de mi
casa" y los "estrépitos de gato en celo" crean una imagen de
cierto desasosiego.
Búsqueda del olvido: Alguien
desde el olvido, añora pedacitos imperturbables/ de memoria, muros abruptos
para preservar o detener el frío, /esa suerte de plegaria en la sangre cuando
ya fenece/ el aire en el umbral de la puerta y solo queda el deseo/ de una
mirada, el trompo de girasol maullando sobre el pasto de los ojos (…) / Después solo me quedo en los rincones de
algún bostezo:/nada nuevo en los recovecos de espina de mi casa/ y sus
estrépitos de gato en celo (…)” (Cruchaga, 2024, 45).
En
Resistencia al olvido, el poema
presenta una actitud de entereza ante el olvido. La referencia a la resistencia
de rodillas sugiere un esfuerzo constante por no dejar que los recuerdos se
desvanezcan por completo. La noche en ascenso y la claridad extraña del
desencanto evocan sentimientos de desilusión y confusión. El poema continúa con
una imagen de agua confundida y meses desbocados, lo cual podría simbolizar el
paso del tiempo y la sensación de estar atrapado en una corriente caótica.
Resistencia al olvido: “(…) De
rodillas aquella resistencia al olvido/ La noche en ascenso, como la claridad
extraña del desencanto, /como el agua confundida de los meses
desbocados:/aterido me pierdo en los vagones del ansia/de una esperanza de aullidos,
/en vagones de ojeras que cuelgan, lánguidos, /de un grito de garlopas fruto
del viento enloquecido (…)” (Cruchaga, 2024, 9).
Ambos
poemas exploran la temática del olvido y la búsqueda de consuelo o resistencia
frente a la pérdida de recuerdos o experiencias significativas. Presentan
imágenes evocadoras y emotivas para transmitir la complejidad de estos
sentimientos. Tal vez la obra de Dalí “Los relojes Blandos o La persistencia de
la memoria” (1931) expresa de alguna forma la dialéctica poética de Cruchaga
sobre la memoria y el olvido mediante la pintura metafórica: Mientras que los
relojes se derriten, no perduran (el olvido); el paisaje marino, la rama de
olivo o el mueble sí resisten el paso del tiempo (la persistencia del
recuerdo).
Pero
el lenguaje no solo tiene limitaciones, también posee potencialidades; es decir
recursos que son desarrollables en determinadas condiciones para superar, por
ejemplo, la caducidad del lenguaje científico ante nuevos hallazgos como el
fenómeno cuántico o la inteligencia artificial. El lenguaje poético tiene potencial para
superar el lenguaje científico dada su funcionalidad no pragmática, sino estética
y se mueve como pez en el agua con la eclosión del absurdo dado que como señala
Cohen (1973) se trata del absurdo creador de un sentido diferente, extraño que
rompe la cadena causal y juguetea incesantemente con lo ilimitado. En el mismo
sentido se expresa Michel Houellebecq (2006) afirmando que el lenguaje poético
es un recurso especialmente pertinente que supera al lenguaje científico para
describir conceptos abstractos y complejos.
En
la poesía de Cruchaga encontramos desarrollada esa potencialidad del lenguaje
poético que le permite que sus poemas siempre vayan más allá de lo
predeterminado como lógico. Así, en el poema Levedad, Cruchaga nos avisa de la proteica naturaleza del lenguaje
que es, simultáneamente, esclerosis de la palabra y torbellino avasallador: “(…)
Lo que tenemos en las palabras
es una especie de esclerosis como fuerza plural de un torbellino avasallador. A
ratos somos solo un enloquecido minuto de la muerte, ese polvillo del lenguaje
que se enreda en los dedos y que nos opaca los pensamientos (…)” (Cruchaga, 2024,
88); o el poeta confiesa su esfuerzo por transgredir las limitaciones del
lenguaje en Instantes del Sopor: “(…)
Uno tiene que inventar ventanas para desarmar la niebla en los ojos (…) Y
claro, resultó insuficiente el lenguaje de los peces, confuso, para discurrir
en esta lenta espera, lacerada por el moho (…)” (Cruchaga, 2024, 100).
ü La dificultad para entender de forma clara y definitiva
el sentido de la vida.
Por
último, vamos a tratar una temática universal en el mundo de la poesía: el
sentido de la vida. Ya Heidegger recurrió a la poesía para lamerse las heridas
provocadas por su hiriente afirmación sobre lo absurdo de la vida en El ser y el tiempo: “El hombre es un ser
arrojado a la vida para la muerte”; lo que provoca una desesperanza lacerante que quizás solo tiene remedio
mediante los meta-relatos religiosos y,
sobre todo, a través del absurdismo e incluso el creacionismo poético
(Siles y Solano, 2007).
André
Cruchaga comparte con Heidegger esta preocupación existencial (lo ha
testimoniado a lo largo de su obra poética) y en Invención de la Espera, como no podía ser menos,
presta gran atención a la muerte, pues es este un tema recurrente que nunca ha
rehuido y sobre el que ha mostrado siempre gran interés; así en Campana sumergida: “(…) Alguien desde su
muerte desdeña la ternura, mientras muerde la cueva de larvas de la mudez (…)”
(Cruchaga, 2024,8), describe como la muerte despoja de sentimientos y voz al
difunto. Asimismo, en Al punto de la nada,
el poeta explora las posibilidades del descanso o el nirvana que nos regala
la muerte: “(…) No quiero esta eternidad
de abismo,/ni la reiteración de la fosa./No el miedo a la noche que empieza a
hacerse negra,/no al frío amargo que se posa sobre el césped o la piedra,/no a
los ojos abatidos, arrodillados en el
vacío de lo desandado,/no al silencio hundido en las manos./No a este césped de
oscuridad que cubre el cuerpo./Aquí el preludio de un pájaro sin alas, al punto
de la nada./Una muerte infinita que se recuesta en el pecho./Una fosforescencia
negra que rompe de tajo los relámpagos (…). (Cruchaga, 2024, 14).
En
Porción de mi sangre el poeta
confiesa que la espera de su fin ocupa buena parte de su vida y su pensamiento:
“(…) Ayer y ahora, la espera viva de la muerte. Sus huesos. / El retrato
cerrado sobre la carne helada de las fechas. / La espera sombría en este cuarto
donde los perros cada día, /estrenan su aullido, o su inalterable servidumbre
(…)” (Cruchaga, 2024, 26). Por último, para no prolongar más este apartado
dedicado a la preocupación más universal del ser humano: el paso de la
existencia a la nada, el poeta salvadoreño nos presenta en Después de todo, una visión panorámica desde el féretro: “(…) Permanezco
con mi garganta raída de llagas. / Pienso en laúd abisal de huesos en lo
profundo de la muerte de una lágrima. / Bajo la tierra estaremos rotos en la
asfixia de un féretro (…)” (Cruchaga, 2024,111).
Como
conclusiones tras la lectura de este nuevo poemario, lo primero que se puede
afirmar es la pertenencia o parentesco de “Invención de la espera” con la obra
anterior de André Cruchaga, pues se mantienen los aspectos más significativos
que distinguen la poesía del poeta salvadoreño. Estos pilares sobre los que se
erigen los poemas cruchaguianos responden a unas características estilísticas y
temáticas que el autor domina con una genialidad que puede llegar a resultar
desconcertante para quien no esté familiarizado con su obra. Una obra que no
nos atrevemos a incluir exclusivamente en una sola tendencia, pues Cruchaga
dinamiza su poesía de tal forma que lo mismo encontramos en el sótano de sus
poemas yacimientos de corte surrealista, que estratos de puro absurdismo o
creacionismo. En todo caso, la poesía de André Cruchaga es transgresora y su
lenguaje mantiene una rebeldía que lo aleja de los remansos donde fluyen la
poesía autocomplaciente y los estereotipos fijados por las diferentes
tendencias o modas poéticas cómodamente establecidas y reconocidas.
Sí
podemos constatar, además, que la poesía que Cruchaga nos presenta en
“Invención de la Espera” es dialéctica (pues está cómoda, o aparenta estarlo,
con las contradicciones), sinestésica (dota a los sentidos de un cierto caos
ordenado) proteica (su dinamismo confiere una vivacidad vertiginosa a los
poemas), metafórica (el autor reincide en el empleo generoso de las
comparaciones), y, por supuesto, simbólica (pues los poemas cruchaguianos
respiran símbolos).
En
definitiva, en Invención de la espera Cruchaga trata sin condescendencia la
condición humana y las complejidades de las relaciones interpersonales. Sus
versos exploran la fragilidad de la vida, el paso del tiempo y la búsqueda de
significado en un mundo efímero y casi siempre perdido en la confusión. Se
trata de una exploración que recorre el paisaje donde se ubican los temas más
universales y existenciales. Además, la musicalidad y el ritmo de la poesía de
Cruchaga son notables. Sus versos fluyen con armonía y cadencia, creando una
experiencia poética que va más allá del significado literal de las palabras y
que, sin duda, provocará resonancias emocionales en los conmovidos lectores que
vayan a tener la fortuna de leer este poemario.
REFERENCIAS
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El posmodernismo
que ha hecho caer a la ciencia en un relativismo radical rechazando no solo los
grandes mitos, religiones y fábulas que explicaban los grandes misterios para
mantener al hombre con una mínima dosis de certidumbre sobre la tierra:
cosmogénesis, antropogénesis, enfermedad, dolor, guerra, muerte, vida, etcétera
(Lyotard, 2000); sino que también, desde estos presupuestos
posmodernistas, se refutan los logros
científicos colocando a la ciencia en el núcleo de la impotencia del ser humano
para observar e interpretar la verdad. Ante esta fragmentación y disipación
cultural y científica, el lenguaje, además de sufrir las limitaciones derivadas
de las sesgadas capacidades perceptivas, debe asumir la descomposición abocado
al relativismo posmodernista.