lunes, 11 de agosto de 2008

Aventura erótica y erosiva en la poesía

André Cruchaga, El Salvador.






Aventura erótica y erosiva en la poesía
de (Dina Posada, Carmen Gozález Huguet y Aleyda Quevedo Rojas)



Por André Cruchaga


Rasgo habitual del mundo erótico es la aventura mediante la cual el/la poeta cree liberarse del hastío del código moral que la sociedad impone. Surgen en este mundo, típicamente desaforado, permisivo, ojos transidos por la seducción de una poética que vaya más allá del amor como un manifestación meramente sentimental, que abandona su bienestar tedioso para correr la juerga del amor lascivo. Hoy en día no nos resulta extraño que mujeres y hombres vuelquen su quehacer literario hacia la poesía erótica como forma de liberar el yo interno. Desde luego que esta poesía erótica predominante en todas las épocas, no es necesariamente el adulterio (tal vez sea un desencanto de la vida íntima o un anhelo en el plano de la realización), o pura rebelión del descontento o la inconformidad, siendo el poema esa vía a través del cual el afán y el deseo se resuelven.

Parto de un hecho que no el único, pues hay poesía de esta naturaleza antes de…pero en mi caso quiero partir de lo siguiente: el desvarío de don Quijote en cuyas múltiples aventuras está la conquista de Dulcinea u Oriana la desposada por Amadís de Gaula. Como punto de partida me interesa (ya después cada quien haga sus elucubraciones) la referencia que hace en el capítulo I: —¡Oh pricesa Dulcinea, señora de este cautivo corazón! …Plégaos, (acordaros) señora, de este vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece”… Es amor ansiado, deseado que a menudo hace desfallecer a quien lo padece. Claro está que este erotismo es sutil, a la usanza de la época. Luego hay a lo largo del libro otras alusiones más incisivas.

En la poesía erótica el poeta usualmente saca de sus dientes el instinto. Hay ansias de unión entre hombre y mujer o viceversa, pese a cualquier código. Poetas y poetisas levantan jardines de deseos y construyen atardeceres de aguas ardientes. Neruda es un caso típico, quizá el más conocido y difundido. Al respecto Volodia Teitelboim al referirse al erotismo de Pablo Neruda (Chile, 1904) dice: “El poeta se convirtió en secretario de los amantes. Multitud de enamorados se apropian de sus versos y pretenden que son suyos, a fin de conquistar a Dulcinea.””Su pecho como un fuego de dos llamas/ ardía en dos regiones levantado,/ y en doble río llegaba a sus pies,/ grandes y claros”.Ángela adónica, pág.40, Residencia en la tierra, Seix Barral. “Es como un huracán de gelatina,/ como una catarata de espermas y medusas./ Veo correr un arco iris turbio./ Veo pasar sus aguas a través de los huesos”.Agua sexual, Op. Cit, Pág. 113.

También Gonzalo Rojas (Chile, 1997) es otro ejemplo típico de la poesía erótica, aunque con un tono distinto a la de Neruda o a la de las tres poetisas que abordaré más adelante. En “Pareja Humana, dice: “Hartazgo y orgasmo son dos pétalos en español de un mismo lirio tronchado/ cuando la piel y vértebras, olfato y frenesí tristemente tiritan/ en su blancura última, dos pétalos de nieve/ y lava, dos espléndidos cuerpos deseosos/ y cautelosos, asustados por el asombro, ligeramente heridos/en la luz sanguinaria de los desnudos:/un volcán/que empieza lentamente a hundirse… Así el amor es el flujo espontáneo de unas venas/ encendidas por el hambre de no morir, así la muerte: la eternidad así del beso, el instante/ concupiscente, la pureza de los locos,/ así el así de todo después del paraíso:/—Dios, ábrenos de una vez”. (Rojas, Gonzalo. Metamorfosis de lo mismos, Visor, pág. 220). Erotismo y divinidad se juntan en una sola argamasa. Asombro y lava como realidad del vértigo. Vacío donde el mundo sólo existe en dos seres buscando el aire, el vuelo, el encanto carnal, hondo de dos lascivos espejos. El poeta juega con las palabras. ¿Qué hago yo —dice el poeta Rojas— que no soy Freud en ese abismo? Abismo será, pero gozoso abismo donde feroz se apaciguan las tormentas y los sesos se pierden en la lluvia.

Poesía erótica hubo y habrá siempre. Cambian, sin lugar a dudas, los lenguajes: imagen, metáfora, símbolos dominantes de cada época. Los valores que la sociedad sustenta en un momento determinado son cruciales. Hay momentos que la poesía erótica es irreverencia frente a, o ante las prohiciones que la sociedad misma hace desde la familia. No siempre es fácil delimitar lo que es poesía erótica y su proximidad a la pornografía. Los temas son variados y van desde la sodomía, pasando por el onanismo hasta el elogio del falo. Lo interesante es que existan cultoras y cultores que a través de la palabra trepen las escaleras de la brisa con el lienzo fragoroso de la pluma. “Un poeta elevado, escribiendo sobre asuntos de Venus, elegirá un tratamiento sentimental de la materia, una descripción de los juegos amatorios por medio de metáforas, símbolos u otras figuras retóricas, o la presentación descarnada de escenas sexuales. Estas tres posibilidades, traducibles en la práctica en literatura amorosa, erótica y pornográfica, muestran tres modos de plasmar un contenido significativo idéntico, contenido que desembocará en uno de esos tres resultados según el interés del escritor por producir un efecto u otro en sus lectores, pero que históricamente no se ha visto influido en nuestra literatura por la clase social o el estamento del autor (y baste pensar en el rey Alfonso X). Lo único cierto es que un escritor de baja cultura no tiene a su disposición los tres registros, y que éstos, de todos modos, no son, la mayoría de las veces, delimitables con rigurosidad filosófica.” ( Huertas Cabrera, Carlos. La erótica como forma de la trangresión social, España).

En este contexto es importante traer a colación el material de tres mujeres, valiosísimas. Dina Posada, (El Salvador, 1946). Fina cultora del verso. Su poesía es una lluvia empapada de peces, repta el horizonte hasta alcanzar las estrellas, voz que se libera en la materia del sueño. Veamos que nos dice: “El vaho se come los alientos/ el paladar mete en fuga latidos/ mi lengua dilatada se desnace/ picando los bordes de la vida / tu trance llevando mi pulso/ gravita en mi tiempo colmado.” (Orgasmo IV). Poeta irreverente, desnuda las puertas azules de la carne y estremece la raíz del espasmo, hasta despertar en la cadencia sempiterna del suspiro. Ajeno a mis pensamientos/ huiste a un casto silencio/ Hoy/que sedienta mi sangre te busca/ ni a golpes ni a ruegos/ te insinúas/ enajenado prosigues/ riguroso y oprimido y largamente oscuro/ como pasillo de convento desolado/ Tú/ ángel de dura delicia/ apático orgasmo rebelde/ erizado temblor/ pólvora vulnerable/ regresa a mí/ y aniquílame. (Plegaria del orgasmo) Dina sabe transitar felizmente por estas enredaderas. Mujer culta y por lo mismo con vasto dominio del ejercicio poético. Ella escribe y deslía la madeja del cuerpo, abre el ejército de las palabras y reconoce la tierra de las pupilas en su estallido de ráfaga amorosa.

Su propuesta es sugerente a través de los títulos de los poemas. El orgasmo como plenitud del cuerpo y la mente: es la asunción de cuerpo. Mira desde el interior, observa y transmite significados. Nada es comparable con la vivencia plena y eso sólo lo dan esos ramajes mágicos de los efluvios, la delicia articulada, espléndida, consciente de la propia corporeidad. Hay esa constante invocación al espectral espejo de la silueta, a que la entraña arda en júbilo y el manantial del suspiro transmita su sangre estival.

Carmen González Huguet, (El Salvador, 1958). Ha sabido construir la geometría del gozo desde la “Locuramor” de su herida existencial. "Explora mis panales, mi recinto/ secreto donde oculta miel destila./ El tiempo su madeja fiel deshila/ confiado a los fervores del instinto./ Bebe el beso que el dulce labio afila,/ devora la epidermis del jacinto:/ el deseo saciado, nunca extinto,/ desde tu tersa torre me vigila./ Tus manos, tu mirada, tu dulzura/ desbordan en el vértigo del fuego/ donde en olvido la razón se quema./ Coróneme el rocío y su luz pura/ en el instante eterno en que me entrego/ doblando su fervor en su diadema." (Del libro: Ausencia). Carmen recorre en el poema sutilmente el cuerpo, aquí y allá para descubrir y reconocer los hilos luminosos del cuerpo, el suspiro porfiado y agolpado de la ventana que espera que el rayo entre benigno con fuego líquido. En sus poemas la brasa del amor quema, es luz insosegada, azotada por sus ramas en las sienes. “Íntimo fuego del que soy destello:/ A brasa fiel mi boca se condena/ Para mirar arder tu fino cuello.” (Carmen González Huget, op. cit).

Carmen juega más a lo amoroso. Está, me parece, más cerca de la poesía amorosa de Delmira Agustini. Y aunque su lenguaje levanta fuego, el vaso no alcanza a llenarse. La angustia socava todo goce, aunque dedos y lengua hagan lo suyo alrededor de la isla donde uno enloquece. Eso no quita, desde luego, que en su poesía flameen los ecos del deseo y la herida misteriosa sea un prolongado picoteo de pájaros. Amada y amado sueñan en los destellos del fuego y ascienden desnudos hacia un arroyo de lujurioso deseo.

En los últimos días he conocido a una poetisa joven. Se trata de Aleyda Quevedo Rojas, (Ecuador, 1972). Aleyda tiene una conciencia plena de la poesía y transita, por supuesto por esos límites infinitos de la materia desnuda sobre la montura del alma abriéndose a reveladores arco iris. Pero su poesía es todavía más atrevida, más incendiaria y galopante. “Estoy condenada/a amar a un ojo gris/ a punto de quemarme/ quemarme la lengua/ con la saliva bendita por tus dedos/ que hechizan mi espacio/ cada vez que humedeces el goce / Es imposible no sepultarme/ en esta angustia/ de no verte pegado a mi almohada/ Visto de negro/ porque me siento poseída/por tu sombra/ alrededor de mi sexo / Tu sexo haciendo circuito/ con este tejido difuso/ donde he aprendido/ a susurrar acertijos/ que son tu nombre/de grillo húmedo/”… (Fragmento del poema: Estoy condenada). En otro poema, no menos intenso, Aleyda nos dice: “Mirabas abstraído el sagrario de mis placeres. Donde el cisne/ blanquísimo del deseo esconde la virginidad de su cuello. ¡Cómo lo recuerdo! / Como una loca…!/ Fue sobre el diván de rojo terciopelo. En una tarde doliente de marzo. / De pronto,/ Se mustiaron tus ojos enfermos de histerismo…/ Enloquecida con el ansia del primer encuentro: vago, cariñoso, divino, / te di el humilde dolor de mis lágrimas./ Sandor, mi cuerpo se deshoja en tus pupilas ingrávidas”… (Poema: Y Fue sobre un diván).

En mi poesía—acota Aleyda— el erotismo es omnipresente. En el mundo Eros mueve civilizaciones. Escribir poesía erótica ha sido una necesidad que aún no se agota.

Esta necesidad, la asumí como la relación íntima entre erotismo y sexualidad. Pero hay fronteras divisorias, que a veces, parecen confundirse: el sexo es un acto y el erotismo es fantasía pura. El erotismo es invención inagotable. La imaginación es el mejor vehículo del erotismo, desde que el mundo es mundo, y desde que publiqué mi primer libro, titulado: “Cambio en los climas del corazón”, editado en 1989, de este poemario, el poema 7: “Los jadeos/ Empañando/ Eléctricamente/ la puerta cerrada/ Laten/ Nalgas/ y forman arcos/ Una repentina/ Calma/ Reposa/ sobre las cabelleras/ Pulsan/ sus sexos/ húmedos y tibios/ Otra vez/ los jadeos/ los arcos perfectos de las nalgas/ El cansancio/ que produce/ la agitada posición/ Y la calma/ Final/ que abre la puerta.”(Quevedo Rojas, Aleyda. La poesía en mi vida, Jornal de poesía)

“En acerca de la masturbación y el sol de la dificultad”, expresa: “Hay algo de obsceno y lascivo en la palabra masturbación, esto es lo que siempre me ha atraído. Como el sol de la dificultad en la literatura, en la poesía. Como el confuso pensamiento de un escritor de cuentos, encuentro caos y atracción en la masturbación. Turbarse más de lo permitido. Más allá de la imaginación, sin límites. Perturbarse mucho más allá de los bordes emocionales y físicos. Pronunciar y sentir las palabras más desaforadas, desvergonzadas y feroces. Auto turbarse activando el mundo de lo sensorial, recorriendo el cuerpo por mano propia. Ejercer la libertad de auto proporcionarse placer y goce, en soledad”…Dicho esto, con sus propias palabras, la poesía de Aleyda no requiere de sábanas, sino de ese feroz desgarramiento de los cuerpos en el fuego puro. Las palabras y las consonantes son un jadeo de permanente eclosión. Es poesía de oleaje, de imantación turbulenta, sin duda un diluvio quemando los relámpagos del cuerpo.

Aleyda. Carmen, Dina ennoblecen esta vertiente de la poesía. Saben despertar la luminosidad y dejar los pupitres, a no ser que ellos se conviertan en otra araucaria para hacer crecer la música ciega de los labios o esos dientes de envolvente desnudez. El amor erótico no se siente aquí porque duela, sino porque suelta sus colibríes de enredadera hipnótica.

En este orden de ideas y en palabras de Gonzalo Soberano, por ejemplo, “la segunda mitad del siglo XIX, época de restauraciones, creciente democratización del trato social, extendida incredulidad religiosa, positivismo dogmático e irracionalismo naciente en oposición a él, época de aclimatación de la burguesía a los placeres del lujo y de progreso uniformador, época en fin tan constrictora de las aspiraciones plenarias del amor, adquiere vigencia una nueva sensibilidad erótica para la cual el incentivo primordial consiste en combatir el aburrimiento con los resplandores de la aventura. La exquisitez, la rareza, la anomalía entran, a fin de siglo, a formar parte de la sensibilidad artística y de la sensibilidad erótica.”

Un brazo desnudo, una pantorrilla, unas medias o unas faldas ajustadas resultan detalles propicios para un funcionamiento erótico. El poema erótico provoca en el lector “una extraña sensación de placer mórbido debido al desafío permanente del lenguaje que reviste los fantasmas, en una guerrilla permanente contra los distintos tabúes levantados alrededor de la sexualidad y de su «libre» ejercicio y el sabroso y doloroso espectáculo de la frustración y de la esperanza, renovada de acabar algún día con ella.”

Jean Franco en “Cuerpos en pedazos, dice: “El imaginario del cuerpo, por supuesto, ha pasado por muchas transformaciones. Sor Juana, cuya obra ha sido magistralmente editada y comentada por Margo, imaginaba el cuerpo no sólo según un orden jerárquico sino también como una fábrica bien administrada, en la cual la «científica oficina», el pulmón-fuelle y los humores cálidos trabajan «en arterial concierto». Sin embargo hace tiempo el cuerpo ha cesado de ser una imagen de la armonía y la unidad de la persona, o garante de la individualidad, para convertirse en fragmentos mercantilizables.”Esto desde luego lo podemos ver más que en la literatura en revistas donde modelos y actrices muestran sus gracias hasta hacer explotar los sentidos

"La frontera entre erotismo y pornografía sólo se puede definir en términos estéticos. Toda literatura que se refiere al placer sexual y que alcanza un determinado coeficiente estético puede ser llamada literatura erótica. Si se queda por debajo de ese mínimo que da categoría de obra artística a un texto, es pornografía. Si la materia importa más que la expresión, un texto podrá ser clínico o sociológico, pero no tendrá valor literario. El erotismo es un enriquecimiento del acto sexual y de todo lo que lo rodea gracias a la cultura, gracias a la forma estética. Lo erótico consiste en dotar al acto sexual de un decorado, de una teatralidad para, sin escamotear el placer y el sexo, añadirle una dimensión artística.

Ese tipo de literatura alcanzó su apogeo en el siglo XVIII. Los de ese siglo son grandes textos eróticos que a la vez son grandes textos artísticos. A esto habría que añadirle que en ellos hay una carga crítica que hoy se ha perdido. Los autores de esa época creían que escribir de esa manera, reivindicar el placer sexual y darle al cuerpo ese tratamiento reverente era un acto de rebeldía, un desafío a lo establecido, al poder. Los escritores eróticos eran, pues, pensadores revolucionarios. Diderot, por ejemplo. O Mirabeau, que desde la prisión escribe a Sofía de Monnier cartas de un contenido sexual muy fuerte. Para él esos escritos forman parte de una lucha por la transformación humana, por la reforma social. El caso más extremo, sería el marqués de Sade, aunque no creo que de los textos de Sade pueda decirse que son de exaltación del placer erótico. Hay algo intelectual, obsesivo, casi fanático en sus demostraciones sexuales”. (Vargas Llosa, Mario: "Sin erotismo no hay gran literatura".

Cierro por el momento este relampagueo. Decido descender, es decir, quedarme un instante pensando en estas tres poéticas, ahí, quedados los ojos, mudos, despiertos, atónitos sobre la tinta alada de cada afán. Son voces encantadas que ascienden y descienden, su cuerpo es ligero, tibiamente celeste en la plenitud de su propio universo. En Dina, Carmen y Aleyda el viento arroja estruendosas olas. Concientes de sus propios derroteros, saben que en cada pezón de las palabras y el verso hay un conjuro de laberintos. Y ese laberinto, no frugal, conduce a la intensidad del gozo cuerpo a cuerpo.

Barataria, 10/11.VIII.2008.

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