sábado, 5 de diciembre de 2009

tres poemas de Danilo Umaña Sacasa

Danilo Umaña Sacasa, El Salvador









Todos tenemos un secreto








Todos tenemos un secreto a flor de piel
para revelar lo que ocultamos,
un secreto quemándonos las uñas,
un secreto evaporándonos la sangre,
un secreto hurgándonos las sienes.
Todos tenemos un secreto desperdigado
para darle la cara a la gente,
para mantener los oídos bien cerrados,
para mordernos los labios con paciencia,
para mantener los ojos en su vaina,
para que los otros nos piensen sin pensarnos.
Mis secretos, por ejemplo,
se asoman a mis ojos
como niños en vitrina navideña,
van por mi piel como vehículo
cruzando veloz las carreteras,
como van las aves por las ramas
enjuagándose las manos,
como van los peces por las nubes
evadiendo la carnada criminal en los anzuelos.

¿Cómo serán tus secretos?
¿Serán como aurora boreal
iluminando el tragaluz de tu cabello?
¿O será un conjuro para encantar a los poetas?
¿Cómo serán tus secretos cotidianos?
¿Serán refugio de tristeza emancipada?
¿O serán como capullos transparentes
para convertirte en mariposa de rosal?

Todos tenemos un secreto
para revelar lo que ocultamos,
para olvidar nuestros olvidos,
para cicatrizar las cicatrices
y bebernos las heridas del naufragio.
Todos nos convertimos un día
en el secreto más iluminado.








A veces la soledad







Se me antoja creer
que a veces la soledad
es como un premio,
como una antorcha
en una calle a media noche,
como carbón encendido
para calentarnos los suspiros.

Se me antoja creer
que a veces la soledad
ocupa la inmensidad de los vacíos
para disiparse en los jardines.

Se me antoja creer
que a veces la soledad
es como un grito
que se repite con el eco,
como una toalla tibia
para secarnos la humedad de la tormenta,
como un sillón mullido
para reposar por la refriega.

Se me antoja creer
que a veces la soledad
es como un barco
para iniciar un nuevo viaje,
como un ramo de rosas
para continuar con el camino,
como un faro que ilumina los senderos.

Se me antoja creer
que a veces la soledad es bendición,
es una ficha cantada,
el presagio de una fiesta inesperada.








Y hasta entonces






No intentes llenar con otro amor
el vacío que dejó tu amor en estampida.
No lo intentes: te crecerá el vacío,
te crecerá el abismo en la mirada,
la oquedad de los suspiros
se te clavará en el alma,
la inmensidad de los nadales
se te alojará en la conciencia,
los pasos se te harán más cortos
y sentirás más pesados los caminos

No intentes quemar con las llamas de otro amor
la ceniza que inunda tus hogueras,
ni trates de borrar la sombra del recuerdo
con la luz que se desprende de otros labios,
ni creas que en el manantial de las pasiones
encontrarás el agua bendita
para curar la profundidad de tus heridas.

No lo intentes. No lo intentes.
Otros lo intentaron con premura
y perdieron el aroma de las rosas,
las aves volaron asustadas de sus manos,
las estrellas de sus cielos
se ocultaron en la oscuridad de la galaxia,
y de la inmensidad del universo
les quedó este poema únicamente.

Por eso escucha el leve silencio de tus sueños.
Ten la paciencia de las olas,
alójate en la firmeza sutil de la obsidiana,
aférrate al bálsamo que nos ofrece el tiempo.
Espera que el soplo fresco de la brisa
disipe el calor de tu corteza.
Deja que la luna vuelva a nacer cuarenta veces
o que la cosecha de cometas
ilumine el mar de tus sonrisas.

Entonces, sólo entonces, y hasta entonces,
báñate de nuevo con la tormenta del amor,
permite que se abra la flor del corazón,
deja que la ternura te descubra
y toma de la mano al ser que te merezca.
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