miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA POESÍA ES UN ASOMBRO ABSOLUTO

Carátula de Absolute amazement/ Absoluto asombro,
de Irma Lanzas, Published by RENEW, International, NJ, USA.





LA POESÍA, UN ASOMBRO ABSOLUTO

[Comentario al libro de Irma Lanzas: ABSOLUTO ASOMBRO]



André Cruchaga


Yo no supe dónde estaba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
SAN JUAN DE LA CRUZ
(Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación)





Por intermedio del poeta  René Chacón, he recibido el más reciente libro de la doctora Irma Lanzas, en edición bilingüe: Absolute Amazement/ Absoluto Asombro, Poesía Mística para el Siglo XXI, publicado por RENEW International. De inmediato capta mi atención, la nota que acompaña al libro: “Es un libro con una temática al parecer, pero solo al parecer, lejana a los intereses de una sociedad regida por la prisa, la tiranía del Internet, los celulares, y tantas otras cosas, pero que más que nunca está sedienta de un contacto con la fuerza que fundamente su propio ser. Como podrá ver con su sensibilidad de poeta, —acota—  a través de esta poesía simplemente comparto la posibilidad que tenemos de vivir al máximo en las pequeñas cosas de la vida cotidiana.” Y tiene razón, vivimos  un tiempo de continuos vahos y vértigos, con pocas posibilidades para la reflexión sobre nuestras vidas y la de los demás. Vivimos a menudo, genuflexos, oscuros en la techumbre del alma, astillados por la germinación de los pañuelos, con la incertidumbre que propicia el hollín en su avalancha postrera.
         Pero, ¿por qué la doctora Irma Lanzas, nos entrega ahora una poesía que se sale de la corriente de agua de nuestros tiempos? ¿Por qué poesía mística? Quizá ante la mirada torva de la cotidianidad, el alma busca y se busca y entre surcos y andamios andados, ella —la poeta— nos plasma en su libro, precisamente esto: una reflexión desde la claridad interior del mundo que ella concibe en una tierra de esperanza. Poesía que nos invita a vivir en la tierra, no en la bruma; descubrir, mostrarnos las espigas de la luz es su afán pero a partir de ese aplomo de la experiencia vívida junto al trepidante deleite del rocío.
       El libro se abre, formalmente, con un texto del Cantar de los Cantares: “Yo dormía,/ pero mi corazón estaba despierto./ oí la voz de mi amado que me llamaba.” Pero de ¿dónde la viene a la poeta esta entrega hacia Dios?   Irma Lanzas, es evangelizadora. Tiene un doctorado en filosofía por la Universidad de Bolonia, y una maestría en teología por la Universidad de Saint John en Nueva York. También tiene estudios posdoctorales en la Universidad de Madrid y la Sorbona de País. Además, ha ejercido la docencia. Enseñó teología en la Universidad de Saint Elizabeth, Morristown, Nueva Jersey. Irma Lanzas es “una mujer de profunda fe, una misionera que ha pasado la mayor parte de su vida difundiendo la Palabra de Dios entre los pobres, con amor y pasión.” Como vemos, aquí está, en gran medida la razón de este libro: mostrarnos el camino que ella ha transitado, camino claro está, nada fácil. Su poesía es el producto de ese camino: cualquier lector desprevenido puede golpearse, irse de bruces, pues sólo quien conoce las profundidades, es capaz de alumbrarnos con la sencillez que caracteriza a esta mujer. Ella ha sabido como nadie, hospedar la fecundidad del amor en su alma y, así, es como propaga el esplendor.
       Justo en el primer poema (Irma Lanzas es impecable en el uso de las formas clásicas de versificación) “Me has seducido” y como techo una cita de Jeremías, expresa: “Fue música tu voz que rumorosa/ vibró en todo mi ser como campana./ Me derretí en tu entraña luminosa/ cual gota de rocío en la mañana.” Y continúa así en el primer terceto: “Me hallaste en soledad, nido deshecho,/ sutil te me entregaste en un murmullo/ y yo te apretuje contra mi pecho.” La experiencia de Irma Lanzas con Dios es crucial pues implica una toma de conciencia, un despertar, Dios resplandeciente en lo interior y exterior, personificado, íntimo en su búsqueda, a menudo mordiendo las entrañas porque su fuego quema desde el aliento hasta la herida espesa del Gólgota que cotidianamente nos toca vivir.
Para entender el libro y, sobre todo para comprender la dimensión de poesía mística para el Siglo XXI, es necesario recordar o hacer una acotación fundamental: ¿Poesía devota o poesía mística? Pues aunque los conceptos están ligados, la dimensión es diferente. La poesía mística se diferencia de la poesía devota en el modo de relacionarse con Dios. Los versos religiosos hablan acerca de Dios, en cambio, los versos místicos hablan con Dios: el místico escucha en su alma a Dios, por tanto, la poesía mística es el fruto de la materialización de esta voz. Es así como, la excelencia de esta poesía consiste en: "darnos un vago sabor de lo infinito, aun cuando lo envuelve en formas y alegorías terrestres" más aún en ella encontramos la belleza infinita que se revela, pues "Dios solo comunica ciertos visos entre-oscuros de su divina hermosura, que hacen codiciar y desfallecer al alma con el deseo de lo restante". Justo en este hablar con Dios,  Irma Lanzas, en “Cuando llega la noche”, dice: “Te oigo vibrar en la sustancia/ del universo entero/ porque me has escogido/ para que escuche tu gravidez.” (…) En ti también/ todo se transforma/ y ahora soy luna/ bañada de flor/ plantada en tu silencio.” Lo cual la poeta, con estos versos no sólo nos refiere el encuentro, sino la transformación que ha tenido con ese encuentro. Dialoga con él en atinada consonancia, es decir una armonía tal que sólo hay diafanidad, pese a las aguas de la realidad que nos sumen en abismos. Pero la poeta es consciente, muy consciente del mar que la habita, de la hogaza de albor que la sosiega.
       Ya don Ramón Menéndez Pidal, (España) distingue a la poesía mística de la poesía sagrada, devota, ascética y moral. Plantea que no basta la devoción y el fervor para hacer poesía mística. Esta, aspira a la posesión de Dios por unión de amor, y procede como si Dios y el alma estuviesen solos en el mundo: “¡Oh lámparas de fuego,/ —nos dirá San Juan de la Cruz, en “canciones que hace el alma en la íntima unión con Dios— en cuyos resplandores/ las profundas cavernas del sentido,/ que estaba oscuro y ciego, con extraños primores/ calor y luz junto a su Querido!”    La poeta dirá por su parte, en el poema “Barrilete que tiembla”: Tu ternura me llena/ y se instala en mis ojos/ mientras me envuelves nuevamente/ en tu caricia intemporal. (…) Apenas logro hacer/ un esbozo impreciso/ del estupor en contemplarte/ circulando en mí misma,/ del absoluto asombro/ que hace de mi corazón/ un barrilete que tiembla/ mientras se encumbra/ en esa ráfaga poderosa/ que es tu amor.”
        Tal como lo expresa, Camilo Valverde Mudarra, (Artículo aparecido en Mundo cultural hispano)  Mística, pues, etimológicamente, sugiere la vida espiritual secreta, íntima, no ordinaria. Se produce, al entablarse una profunda relación sobrenatural, a la que Dios eleva a la criatura sobre las limitaciones de su naturaleza y le provee el conocimiento de un estadio superior inalcanzable por el mero concurso del esfuerzo humano; el logro de tal unión definitiva supone recorrer un camino que ha de sufrir diferentes etapas, las llamadas "vías": la vía purgativa consiste en "purgar", limpiar el alma de las cosas ajenas a Dios, mediante la oración y meditación en actitud ascética de renuncia y rechazo a lo corporal, gracias al proceso de purificación, incluso, con el castigo de la carne; de ahí, el alma llega a la vía iluminativa en que se ve alumbrada por la Pasión y Redención de Cristo, ante la contemplación de los bienes espirituales eternos; y pasa luego, a la vía unitiva, en la que consigue y se sumerge en la total comunión con Dios, en el "matrimonio espiritual". Esta última, es propiamente la mística; las anteriores, purgativa e iluminativa, son prácticas del ascetismo.
         La experiencia mística, —puntualiza Valverde Mudarra—en ese estadio de trascendencia, conlleva un desprendimiento del vivir corriente y la repulsa del mundo real, un despegue de la cotidianidad, por hallarse instalado en el plano de arriba, en la esfera del valor absoluto, envuelto en la avenencia y la concordia del Ser Supremo y la criatura. Tal ese ese grado de avenencia, que la poeta Irma lanzas, en “Añoranza”, nos deja sentir esa comunicación unívoca y unidireccional. Veamos: “Cuando a veces creo haber perdido ese contacto tan estrecho con Dios al que amo con todo mi ser, con toda mi alma, con toda mi mente, me quedo habitando en un desierto, anhelándolo, con una profunda sed. Lo busco entonces en cada rincón de mis días, y aunque sé que Él me ama siento que está escondido y le pido que regrese con la intensidad acostumbrada para que me devuelva mi plenitud. Soy entonces una solitaria enamorada que habla con los ríos, con las piedras, con la luna y los pájaros para contarles la historia de un alma que busca de esa manera al Dios que ama.”
        Sin duda, la poeta se solaza con esos “extraños” primores. Y sólo cuando está con él respira el sosiego y ese “amor herido” que la guía.  Valverde Mudarra, agrega en este punto: “El sentimiento místico mana en la interioridad y en el sufrimiento, se aviene a la serenidad y a la contemplación, vive de la renuncia, ayuno de artificios, lejano al afán consumista, al agobio del fragor desenfrenado, al hipnotismo del impulso visual de los medios de comunicación y ajeno al plasticismo sojuzgante del lucro publicitario; desconoce el vacío cultural moderno, anegado con su raquítica formación, en el fenómeno de la secularización globalizada, inmerso en la descristianización ramplona, en el relativismo y el hedonismo, en que la vida espiritual y el cultivo del espíritu está en desuso, por concepciones rebajadas y la ingenua materialidad, que orilla la religión en la irrelevancia social; la poesía mística entraña un acicate de la conciencia, una insistente advertencia de que los valores humanos se hallan en el repliegue interior, en el encuentro con Dios y en el vínculo con el hombre.”
       En razón de lo anterior, Irma Lanzas, hilvana el orden de la conciencia, y de manera sencilla, pero sobrehumana y calcinante, nos dice en “Tengo envidia de la primavera”, lo siguiente: “Tengo envidia de la primavera./ cada nueva estación/ los bulbos enterrados/ se olvidan del invierno/ que los tuvo sometidos./ se hinchan, se rompen,/ y con dolor de parto/ explotan en un río de flores./ Yo, en cambio,/ estoy entumecida,/ encerrada en la concha/ que yo misma endurezco cada día.” La poeta es un ser que se goza con las cosas elementales y deja traslucir esa perplejidad de comunión haciendo del despojo una voz resucitada. Es un alma contrita,  un alma encarnada en el arcano divino: asume como viaje inefable “esa transparencia íntima”, a tal punto que a ratos, le pide el  aroma de su esencia y el amor encendido en “poderosa florescencia”. Y agrega: “así “Como está la semilla en subsuelo/ quiero estar sumergida en tu regazo/ y me nutras con agua de tu cielo/ porque cuando tu voz vuelve a ser mía/ y me aprietas la vida con tu abrazo/ me hago paz, me hago luz, me hago alegría.” 
      En la experiencia de la poeta, “El poema resulta del fresco y rico manantial de vida interior, plenamente entroncada en Dios, Nuestro Padre, a través de la vía unitiva de la contemplación y del gozo; pero, surge no de un “motu pronto”, requiere también un esfuerzo de elaboración, aunque, tal vez, fluya por cauces remansados más feraces que los concernientes a las otras expresiones poéticas.” Así, en el poema “Ven”, se deja ver, leer esta vía unitiva: “Cuando pedí tu luz/ simplemente dijiste:/ quédate inmóvil/ sin decir nada,/ sin pedir nada,/ sin ofrecer nada./ Ven a mi soledad,/ ven a la oscuridad de mi silencio/ sólo ámame y espera.”  Sin duda, este libro de Irma Lanzas, constituye ese huerto donde se puede alzar el vuelo sin dolencias, pues todo él es montaña de asombro, asombro absoluto en el corazón que arde tras el gozo unitivo de la contemplación.
Contra todo lo adverso que pueda tener la realidad, siempre hay resquicios para colmar la conciencia y con serena lumbre llenar los vacíos. Aquí sembrado en el filo que lo hospeda, este soneto a sorbo trocado por el alma profunda:

NO ALCANZO A COMPRENDER

No alcanzo a comprender cómo pudiste
perdonar al que a ti quiso venderte
y en el umbral horrible de tu muerte
una oración de amor por el dijiste.

Cómo haces para amar al que traiciona
y adopta tristemente, siendo humano,
la mórbida textura del gusano
y a ti con menosprecio te abandona.

Enséñame a querer a tu manera
y contagiada al fin de tu locura
perdone yo también antes que muera.

Que si no logro yo ser quien perdone
y entregue mi dolor hecho ternura
seré yo quien ahora te traicione.

Barataria, 12 de diciembre de 2012


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