lunes, 24 de junio de 2024

“Los Hijos de Caín” o EL REGRESO DE LAS CENIZAS -de Hautefeuille al Montparnasse-

 

Carátula de Cadáver Baudelaire

“Los Hijos de Caín”

o EL REGRESO DE LAS CENIZAS

-de Hautefeuille al Montparnasse-

 

 

 

… ¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!...

 

…De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena,

¿Qué importa si, tornas —hada con ojos de terciopelo,

ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina! —

el universo menos horrible y los instantes menos pesados?...

CHARLES BAUDELAIRE

 

Que no sea el poema carne dada a los gusanos, que no sea el poeta caro data vermibus. Tengo enfrente “Cadáver Baudelaire”. Habrá entonces que recurrir a la necroscopia como recurso, como único procedimiento posible para retornar de las cenizas a la carne corrompida, y, de esta, a la belleza.

 No será fácil este recorrido por la congoja y la pesadumbre, este cruento vaticinio, –si no inventario– de la descomposición manifiestas. Hay podredumbre en la atmósfera. Ante la peste, el poeta estrecha sus fosas nasales, dilata y afina sus pupilas –la pesadilla es evidente e inevitable–.

 Nunca es posible sostenerse en las vértebras del caos, sin que la lucidez se abra al vacío

 Ante el insomnio, solo queda la posibilidad de cartografiar las oníricas evidencias de una decadencia en marcha. El poeta nos propone una ventana terrible, en donde, pese a todo, crecen pacientemente los jazmines de la ternura.

Veo al poeta, lo imagino en cualquiera de los dos posibles lados del rosetón, aferrado a su taburete, divagando en el infinito y sacando de sus pulmones a las criaturas alucinadas por Ernst. Intentando aliviar los espasmos que provocan las utopías perversas. Dialogando consigo mismo, –no con Dios– sobre lo que pudo ser un paraíso que trasnochó en [mundo-ciudad-país] ahora, en franco deterioro, en declive.

 el país es este opio de tedio, un mundo infame para respirar, un corazón

 con la dulzura de lo fúnebre

 Cruchaga es un autor abundante y fecundo, pasional, frenético y distópico. Un poeta contundente y feroz que nos tiene acostumbrados a durísimos registros forjados desde su presente y su memoria. Poesía reflexiva y desgarradora, fiel al recuento de lo que acontece en sus paisajes y entornos próximos.  La mirada en André Cruchaga es siempre una poética franca y doliente que no rehúye a las evidencias del exterior, que no esquiva los cataclismos internos, las sacudidas que acontecen en su espíritu.

 …A lo largo de todas estas calles, se advierten los milímetros de miedo…

Parece que la lluvia zozobra en medio de pañuelos fríos / parece que las paredes no detienen este drama onírico / recuerdo los litorales rotos de los malos engendros / tampoco sé si es el mismo ardor de los tejados a lo largo de las semanas…

Recorrer al poeta y sus cantos es disponerse a viajar por: Espejos funerarios y sus antípodas, hacer una pausa en Estación Huidobro, franquear Lejanías Rotas y precariedades, ir al Umbral de la sospecha o al Vacío habitado, disponerse recorrer Camino disperso y el Viaje cósmico, adentrarse en Motel o en la Ecología del manicomio, observar Cuervos imposibles y entregarse al Oficio del descreimiento y a la Metáfora del desconcierto, escalar la Noción de la extrañeza o descender al Sepulcro de la tierra.    

 Ya en este último título “Sepulcro de la tierra[i]” el poeta da asomo a un […canto que alude al desencanto...] […Hay en sus líneas desesperanza y aturdimiento, cansancio y hastío, dolor por los síntomas de la vida en descomposición, desilusión de país[ii]] En esta nueva propuesta que ha decidido bautizar Cadáver Baudelaire, el poeta condensa todo su arsenal simbólico y sus recursos escriturales para edificar, en 87 fragmentos (poemas), un colosal y sórdido verismo continuado. El poemario es un todo fraccionado, pero hábilmente entretejido, que opera como una suerte de inventario de la decadencia donde el autor sintetiza las visiones y percepciones históricas por las que ha pasado su país y de las que sin duda ha sido testigo. Esta nueva pieza lirica constituye una atenta y dolorosa auscultación de un periodo específico que comprende seis años (2016 - 2022), un recuento de las evidencias y los cambios que padece la patria del poeta. 

En un breve mensaje que recientemente ha llegado a mi buzón de voz el autor de Cadáver Baudelaire me comparte:

 […es un poemario excepcionalmente escrito y trabajado durante todos esos años, mismo que acoge y recoge las visiones y percepciones históricas por las que ha pasado el país. Supongo que ahí está el aire y el existir de un país enfermo, sus goces falsos y sus cansancios sociales que lo han llevado a una tempestad poco convaleciente…]

Fragmento a fragmento el autor de Cadáver Baudelaire construye un sólido y pulido mosaico que sostiene el discurso poiēmatikós, mismo, que opera como una suerte de sustrato o sedimento (socioideológico) desde el cual, poco a poco, el autor va levantando un intrincado andamiaje de visiones, personajes, accidentes, intersticios, y LOCUS –en tanto pequeños lugares en los que  acontecen eventos y dinamismos sociales, –si se quiere cotidianos e inadvertidos–, que de algún modo son reflejo o resultante de vidas inquietas y apesadumbradas. Eventos sobrevenidos en microgeografías donde la “cosa-humana” interactúa, escenifica y expresa –muchas de las veces en silencio– sus convulsiones. Criaturas que, sin saberlo, atienden y ejecutan una partitura invisible, que, sin embargo, es la que dicta y direcciona sus vidas. Sutilmente, el autor nos habla de la fragmentación, el automatismo y la enajenación del espíritu humano. Nos delinea, bosqueja, revela y evidencia escenarios y circunstancias que lentamente han arrastrado a un “territorio-país”, –el suyo– y el de sus prójimos, a un estado de metástasis donde el “corpus social «vivus Mortuus»no es capaz de percibir su propio cadáver.

Nadie se inmuta. Una manera de hacerlo es vaciar el silencio en una piedra; al otro lado de la calle se superponen las obscenidades del viento. Uno sabe que morir, es otra forma de rebelarse, una especie de ajustar cuentas ante lo que nos tortura

 En el mundo galopan bocas y miserias de niebla. Hay aves de rapiña, también, en la sal de la almohada, en la injusticia y el odio de este país donde todo es sombra y fila de gritos…

…Uno no puede fiarse de los espejos de los mingitorios, ni de ajos sostenidos en la viga del tabanco, ni del espantapájaros alrededor de la decrepitud. En fin, no se puede fiar del historial de la realidad y los deseos: la razón es solo otro cadáver, entre tantos cadáveres que se van acumulando la ponzoña…


Con una ferviente paciencia de artesano, el hablante lírico (el yo) en actitud carmínica observa y recuerda, recuerda y construye, construye y expresa las pesquisas y evidencias recogidas en una suerte de String of beads, donde como en un rosario, el lector puede palpar y reconocer las causas y los efectos de la putrefacción.

Cadáver Baudelaire de André Cruchaga comporta un sesudo ejercicio escritural, donde es ostensible la intención de contravenir las posibilidades del código. Es patente el propósito del autor por intentar una reelaboración en el ámbito del lenguaje de la “experiencia vital”, para transformarla en una experiencia esencialmente literaria. De algún modo estamos frente a un ejercicio de transgresión del lenguaje, donde Cruchaga, pese a intentar y procurar un giro estilístico, mezclando en esta ocasión de modo distinto sus recursos habituales, no abandona del todo su particular y usual forma de enfrentar el texto y disponer su arquitectura.

No son poco los lectores y críticos literarios que han reconocido en el autor salvadoreño el uso continuo de todo el arsenal escritural que caracterizó a las vanguardias: la asimetría semántica, el contra sentido, la polifonía y la polisemia, la dialéctica, la inversión de la metáfora[iii]. En el prólogo propuesto para el libro Lejanías Rotas, el escritor Alfonso Fajardo acusa al poeta de Autodefinirse como poeta surrealista, –aspecto que no comparto del todo–, pues, aunque Cruchaga está hondamente influenciado por los registros del surrealismo, no percibo que sea la intención del bardo autoproclamarse como poeta surrealista. Pero en todo caso, sí son acertados algunos de los aspectos que menciona el poeta Fajardo: “…Cruchaga le imprime al lenguaje todas las técnicas de la vanguardia del siglo XX, la escritura automática, lo onírico, lo maravilloso, la imagen visionaria, el oxímoron” ... En la misma línea de análisis, el académico español José Siles González va más allá en el prólogo de Vacío habitado, y ahonda con elegante claridad en estos entrelazamientos, extendiendo su análisis a categorías como la estética pan-sensorial, la sinestesia y la utilización del recurso fractal. Advirtiéndonos, además, a los lectores:

 

“…Pero más allá del lenguaje fractal, los avances de la ciencia cuántica, el creacionismo o la sinestesia empleada por diferentes ismos … … tal vez lo crucial en la poesía de Cruchaga radique en algo que es mucho más elemental y compartido por el universo poético: la falta de sentido de la vida[iv]

 

Y aquí probablemente Siles González, sin aún saberlo, proyecta e intuye las claves y los signos ocultos que darán sustento y permitirán vislumbrar los detonantes, las búsquedas, los delirios y las obcecaciones que dieciséis años después se erguirán como un laberinto vertical escheresco bajo el sugestivo título de Cadáver Baudelaire.

Cruchaga es un poeta que entiende, al igual que Charles Pierre que “…La poesía, en sus alcances más amplios, hace referencia a la ’operación de la imaginación‛ que consiste en transformar la naturaleza en una obra de arte…”[v]  Probablemente de ahí se derive la necesidad del autor salvadoreño por ser un “constructor creativo” que exprime y fuerza las posibilidades del lenguaje, llevándolas en apariencia, al dislate. Sin embargo, lo que como lectores podemos percibir como sinsentidos en algunos segmentos de los poemas propuestos en Cadáver Baudelaire, – los cuales el autor en, todos los casos, destaca utilizando la cursiva– son en realidad fragmentos que operan como mecanismos, y/o recursos, al que el autor deliberadamente recurre en un exacerbado intento por comprehendere –a sabiendas– de que el lenguaje no siempre es suficiente para desmontar las causas del sufrimiento latente y la angustia irremediablemente instalada en el día a día de la criatura humana, de la cual el poeta,  como no podría ser de otra manera, se sabe parte.

Cruchaga sufre su terruño. Siente en carne propia la agonía que sobrelleva su tribu ante las constantes ondulaciones de la historia-país. Va al pasado y busca. Regresa al presente y calibra. Disecciona lo ya muerto, y su imaginación poética, muy a su pesar, atisba, modela, propone y conjetura un turbio, confuso y, por tanto, incomprensible futuro.

Cruchaga padece la postmodernidad del siglo XX prolongada y condensada en el siglo XXI, probablemente de igual forma como Baudelaire padeció lo suyo, enfrentándose a las dislocaciones propias de una época de muchos cambios políticos, sociales, económicos y tecnológicos que marcaron profundamente a los individuos  de la naciente “modernidad” del siglo XIX, caracterizada esta por una sociedad desarticulada por los efectos propios de la segunda fase de la revolución industrial, en donde lo que se inhalaba era el cambio constante,  la incertidumbre y  el temor, eso que Marshall Berman define en “Todo lo solido se desvanece en el aire”, refiriéndose a la experiencia histórica como una experiencia vital de los individuos frente a la permuta. Circunstancias también recogidas y expresadas, sin duda alguna, por los artistas, escritores y los filósofos de esa época, en cuyas obras reflexionaban sobre los síntomas del impacto producido por estas nuevas vivencias.

El autor de Cadáver Baudelaire sufre su propio Spleen, eso que en Charles Pierre se simplifica en “el fracaso del poeta” ante un mundo en decadencia, que en Cruchaga es desesperanza y frustración, desasosiego expresado en protesta y rebeldía. 

 

“…Uno vive a secas esa doble cara de los relámpagos. Cada cual llega a conocer las arrugas de la ceniza, las palabras fruncidas detrás de cada mueca flamante. Nos hundimos en calles que nos desprecian y en alianzas de espuma. El sesgo alza sus absolutos, sobre esa el mañana que no deja de ser un absurdo...”.

“…Después de todo, con las palabras procuro aliviar la asfixia que nos deja la magulladura de los que ascienden o descienden a lo siniestro. Un prostíbulo es lo menos abyecto a mis ojos y entendimiento: allí son los ideales rotos; lo inmundo, de pronto, lo encontramos en los absolutos del poder…”.

 

André Cruchaga es un poeta atónito frente a los espeluznantes imanes del abismo, un vate siempre en vértigo, consternado por la inevitable irradiación de una caída inminente.

El autor de Cadáver Baudelaire padece su propia sífilis de espíritu y contagiado de pesimismo ante la impotencia de no poder expresar racionalmente –la mueca y remedo de país–, en que ha acaecido su patria, busca su flor azul. Recurre al simbolismo y al automatismo escritural como única forma de sobrellevar la pérdida de la cordura.

 Cruchaga construye una relación íntima con el dandi parisiense, se identifica con: “…esa alma que busca en el fondo de sí mismo un secreto, un conocimiento que escapa al común de los mortales, un conocimiento de sí que no puede ser transmitido sin horror y que condena al poeta a la soledad y a la incomprensión, a la misantropía y al dolor más incomunicable e irreparable, por tanto, irredimible…”[vi]

 

Por eso mismo André Cruchaga canta lo que canta. Sus coros surgen de ese conflicto pertinaz entre el poeta y la realidad

 

“…Hoy la tierra es salobre junto con sus muertos y deudos. Son así los mendrugos y las hambres embalsamadas, la tinta sobre el delirio del huerto. Son así las estaciones donde se ha construido el miedo. Son así las revelaciones de la historia en nuestras costillas. Es así de lóbrego el paisaje del país…”.

 

La grandeza humana decía Pascal, equivale a la conciencia que tiene uno de su miseria.

 Hay en Cruchaga la angustia de la que nos habla Kierkegaard trasmutado en el Vigilante de Copenhague.  Hay también algo de la Náusea de Jean-Paul en el poeta salvadoreño y de esa guía, que permite al dasein encontrar una vía para el ser sí mismo, de la que nos habla Heidegger. Cruchaga es un poeta existencial. Un ser condenado a viajar constantemente del presente al pasado, intentando mediante la memoria y la observación descifrar las causas de ese abominable futuro que intuye. Una criatura que sabe le fue negado el paraíso y que, excluido del mismo, ha sido forzado a un viaje interminable. De -Hautefeuille al Montparnasse- que es como decir, del pasado al presente, del barrio que lo vio nacer a la fría lápida como última morada que significa el futuro. Ahí mismo, mausoleo donde yace olvidado bajo la sombra de su padre, el frío y ya putrefacto cadáver de Baudelaire.

 

Melvyn Aguilar/Desde el Zoo

San Salvador /El Salvador

7 /1/ 2024



[i] Sepulcro de la tierra/André Cruchaga—San Salvador, El Sav: Teseo ediciones.2021.

[ii] RICTUS, entre lo real y lo imaginario o el poema como pausa, como arte de la dilatación / Prólogo Sepulcro de la tierra/ pág.15  

[iii] bid.: pág.13

[iv] Vacío habitado de André Cruchaga o la poesía como búsqueda de un lenguaje aprehensor del sentido sin sentido de la existencia / San Salvador, El Sav: Teseo ediciones.2020 / pág.7.

[v] La modernidad y las vanguardias como aventura y descubrimiento de lo nuevo / Juan Carlos Orejudo Pedrosa / Universidad Autónoma de Zacatecas, México / FILHA, vol. 18, núm. 28, pp. 1-26, 2023.

[vi] bid. : pág.2


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