La sustancia
poética de Ahora es de noche y tú no
tienes nombre. De nuevo la trascendencia sin concesiones de André Cruchaga
José Siles
Catedrático
Universidad de Alicante. Facultad Ciencias de la Salud (España)
André
Cruchaga (Nueva Concepción-Chalatenango, 1957), es una persona que rebosa
humanismo por los cuatro costados. Su vida, tan compleja y llena de matices
como su poesía, es, en cierta medida, el resultado de un amplio compendio de
actividades y dedicaciones, la mayor parte dedicadas a su faceta pedagógica en
enseñanza media y universitaria: docente, gestor educativo y, sobre todo, un
esteta que ama el lenguaje y lo emplea sin complejos para transformarlo en
arte…arte de la palabra como un artesano de la sublimación expresiva. Cruchaga,
salvadoreño y ciudadano del mundo, inició su andadura literaria en la década de
los noventa. Lo hizo a conciencia, pues se dedicó a escribir de tal forma que,
casi sin percatarse, acabó siendo abducido por la poesía hasta un punto de
dedicación colindante con la exclusividad. Su memoria, experiencias,
sensibilidad, intuición e inteligencia, a partir de dicha década (tal vez mucho
antes, pues estas cosas connaturales no se improvisan), se pusieron a
disposición de una creatividad insólita mediante la que este singular poeta
comenzó a drenar sus pulsiones otorgando a la poesía la potestad de erigirse en
su válvula de escape estética, su salida al mar para verter tamaño acopio de
impresiones, emociones y sentimientos acumulados a lo largo de una vida vivida
sin carencia de intensidades y tensiones.
Poeta ubicado entre la hipermnesia y el
olvido: La obra del poeta salvadoreño es tan dilatada que parece como si
hubiera sido “bendecido” con una buena dosis de hipermnesia, una afección que
le permite recordarlo todo a costa de mantenerse en un estado de vigilia perenne
manteniendo activa y sin descanso alguno su atención. Borges, en su “Funes el
memorioso” describe como Ireneo Funes recuerda hasta la extenuación todo lo
acontecido…hasta el último detalle, lo que puede resultar extremadamente
agobiante. Esta incapacidad para el olvido o la desmemoria, se debe al insomnio
que padece debido a un accidente que le impide tanto conciliar el sueño como
crear parcelas de olvido para purificar su memoria (Borges, 1988). Tal vez
Cruchaga sea un poeta insomne o sonámbulo, que es capaz de mantener activas de
forma continua todas sus capacidades perceptivas al servicio de la memoria con
el firme propósito de que no se le escape nada de lo que ocurre y se almacene
convenientemente en su depósito de retentivas. Así, nos encontramos que el
sonambulismo está presente en diferentes poemas: “Rebelión de sombras”, “Muelle
de pañuelos” , “Tierra difusa e irreal” o
“Ábaco de sombras”. Cruchaga, se sirve de la poesía para drenar los sentimientos
que se acumulan en su hospitalaria memoria, siempre dispuesta a dar asilo a los
ecos de sus experiencias vividas, soñadas o imaginadas. Sí, es posible que la
asociación entre experiencia vivida, recuerdo de la misma e intuición hayan
sido los pilares sobre los que se ha cimentado la talentosa y prolífica poesía
de Cruchaga, una poesía que se involucra, a pesar de esta aparente hipermnesia,
en el olvido con el propósito de
purificar el paisaje donde —como en los relojes blandos de Dalí—[1]
el sustrato lírico vence al tiempo cronológico manteniendo vigente una
insultante juventud que le permite desarrollar una lírica tan profunda como extensa.
Estas alegorías del olvido, esencial para enriquecer la memoria tal como
sostenía Nietzsche (1999), aparecen en diversos poemas de este nuevo poemario: “Escarcha
en la bahía”, “Ché la diritta via era smarrita”, “Turbiedad del tiempo
nuestro”, “Sumario de la materia”, “Estertor de la sangre”, “Ábaco de sombras”,
“Corazón de epifanías”, “Ahora, esto es la vida”, “Arqueología del tiempo
indefinido”, etcétera.
Para avalar el carácter prolífico de André
Cruchaga basta con echar una mirada a su amplia obra de alcance internacional
(ha sido traducido a nueve idiomas hasta la fecha con varias ediciones
bilingües) más de una veintena de poemarios, entre los que destacamos: “Alegoría
de la palabra” (1992), “Memoria de Marylhurst” (1993), “Visión de la muerte”
(1994), “Enigma del tiempo” (1996), “Roja Vigilia”
(1997), “Rumor de pájaros” (2002),”
Oscuridad sin fecha” (2006), “Pie en tierra” (2007), “Caminos cerrados” (2009),
“Viajar de la Ceniza” (2010); “Poeta en
Barataria” (2010), “Cielorraso” (2017), “Balcón del vértigo” (2014), “Lejanía”
(2015), “Viaje póstumo” (2015), “Via lliure” (2016), “Ars moriendi” (2018),
“Motel” (2018), “La experiencia de vivir” (2018), “Cuervo imposible” (2019),
“Vacío habitado” (2019), “Huidobro redivivo” (2019), “Lejanías rotas” (2020), ,
“Antípodas del espejo” (2021), “Umbral
de la sospecha” (2023), “Precariedades” (2023), “Metáfora del desconcierto”
(2023), “Camino disperso” (2023), “Travesía de la muerte” (2023), “Invención de la espera” (2024), “Cadáver
Baudelaire” (2024), “El hijo de la
estación de trenes” (2024), etcétera.
El reincidente Cruchaga nos vuelve a
sorprender con un nuevo poemario: “Ahora
es de noche y tú no tienes nombre”[2],
una obra integrada por 125 poemas en los que el poeta salvadoreño vuelve a
tratar esa vasta y variada temática cuyo arco cromático oscila entre el oficio
de vivir, el tiempo, la nostalgia por un pasado que se obstina en mantener su
huella en el presente, atisbos de
incertidumbre, piadosa barbarie que nos devuelve al atávico primitivismo,
ausencias, vacíos y presagios, injusticia, incomprensión y, obviamente, el heideggeriano misterio insondable de la
muerte. Sin embargo, el tono de intuitiva contención que mantiene el poeta nos
acerca a la idea —si no de aceptación— sí de constatación, a pesar de todo, de
la conciencia de vivir plenamente.
Una de las constantes que se mantienen vigentes en
este nuevo poemario es su originalidad,
una capacidad para innovar: “(…) tan
natural que deslumbra casi sin querer, confiere a sus versos (y a su prosa
poética) la trascendencia desnuda en sí misma, sin los abanderamientos
tendenciosos ni artificios baldíos; tal como hacen los grandes escritores que
no necesitan mutilar la realidad para hacer más fácil la comprensión de las
contradicciones de la vida (…)”. (Siles, 2024, 331). Otra de las
características que constituyen las señas de identidad de André Cruchaga
consiste en su acercamiento a las raíces de la realidad poética, allá donde
anida la trascendencia, con una clarividente perspicacia omnipresente en este
poemario.
Entre
la cadena de inmutables condiciones de la poesía cruchaguista, hay que destacar
su indiferencia y autonomía respecto a las tendencias poéticas vigentes, poco
dadas al radicalismo trascendente y más inclinadas a borborigmos pirotécnicos
ventoseados desde planteamientos tan tradicionales como intelectualmente
insustanciales (Ortiz, 2019). La radicalidad cruchaguiana se revela, por
ejemplo, en la enorme preocupación por la ausencia de identidad, en esa
oscuridad sin nombre (en alusión al título de este poemario), que esta poesía
delata conservando las inconfundibles señas de identidad, manteniendo con
firmeza y resolución una serie de líneas maestras que cimentan su obra.
Sin ánimo de etiquetar[3], tal vez la denominación más apropiada para describir
la poesía cruchaguiana con el menor artificio posible sea el concepto: “poesía
humanista y sensorial” (Siles, 2019). El
humanismo poético de Cruchaga se revela, además de centrar el arte de la
palabra en la persona, en las diversas fuentes de las que bebe su poesía:
creacionismo, ultraísmo, absurdismo, etc. Las influencias de Cruchaga son inabarcables
para el que suscribe (y para cualquiera que no sea el propio poeta), pero, por ejemplo,
resulta nítida la influencia de Vicente Huidobro quien equiparaba el arte
poético al ejercicio divino, dotando así a su poesía todo el potencial creativo
inherente a la libertad de los dioses.
Otra de las constantes de Cruchaga la
constituye su recurso a la sinestesia (polisensualismo)[4],
la metáfora y el simbolismo; siempre empleados como cargas de profundidad para
desenterrar las raíces más ignotas de la experiencia. Además del mencionado
Huidobro, tanto la sinestesia como el creacionismo se pueden percibir en la
obra de otros poetas que también han influido en la vida del salvadoreño: Juan Ramón, Quevedo, Vallejo, Alexandre,
etc. (Ynduraín, 1969; López Martínez, 1991; Córdoba et al, 2012).
Tanto el carácter sinestésico de esta poesía como su progresiva
decantación hacia una creatividad ilimitada o divina, denota también una
vinculación con el enfoque cuántico (al final todos somos fotones, luz, energía
en un eterno baile o trasiego) y con la dimensión fractal de la palabra como
mecanismo de superación de las limitaciones impuestas por la realidad (Durán,
2017; Martínez Simón, 2018). En “Rebelión de sombras”, Cruchaga explora la
capacidad del lenguaje para crear nuevas realidades describiendo su entrada a "vestiduras
que no tienen nombre" y su chapoteo "sin salir de los oscuros
follajes de la hipnosis" (Cruchaga, 2025, 19). Estas imágenes sugieren la
posibilidad de usar el lenguaje para crear espacios de libertad y resistencia
dentro de un mundo opresivo. De forma que en "Ahora es de noche y tú no tienes
nombre", el poeta insiste en la sinestesia como un adicto a la recurrencia
de tal recurso para evocar una atmósfera de desolación, pérdida y desarraigo
que, empero, no implica desapego a la existencia, sino más bien, una superación
desde el más íntimo plano del poeta.
La obra está colmada de ejemplos de sinestesia, donde los colores se
escuchan, los sonidos se palpan y los olores se visualizan. En el poema
“Ruido y furia” de resonancias faulknerianas, Cruchaga emplea la expresión
"aroma quemado” que se mezcla con la sensación visual y táctil de
"arder". “(…) sino en el aroma quemado que arde después de leer los
gritos duplicados del regazo (…)” (Cruchaga, 2025, 11). Asimismo, en “La tierra de los adioses”, el color
"amarillo" se asocia al sonido de los "gritos", creando una
imagen disonante y perturbadora: “(…) esa catarata de sangre en la boca y sus
límites amarillos/ de locura suspendida en la ferocidad de un nombre (…)”
(Cruchaga, 2025, 76). En “Es de noche y tú no tienes nombre” reaparece
la sensación visual de las "sombras" fusionándola con la
sensación táctil de "recorrer" el rostro: “(…) Sientes que solo hay
sombras que recorren tu rostro y no alcanzas a ver qué es lo que refleja el
espejo quemado (…)” (Cruchaga, 8).
En el poema “El ruido del poniente”, el sonido se describe como algo "amargo",
mezclando los sentidos del oído y el gusto: “(…) El ruido amargo del poniente es eso:
una perversa ventana de rodillas que hace de la angustia su propio talismán
(…)” (Cruchaga, 2025, 45). En “Criptas erigidas por la memoria”, la
lengua se describe como "sórdida", mezclando el sentido del gusto con
un juicio moral: “(…) He aquí en las postrimerías del tiempo unas llaves
oxidadas/ pateando el frío de la lengua sórdida de Lázaro.” (Cruchaga, 2025,
93). Así, se observa como mediante la sinestesia, Cruchaga logra
transmitir de manera poderosa las emociones y sensaciones que impregnan la obra,
dado que el lector no solo lee sobre la tristeza, el dolor y la desorientación,
sino que las experimenta sensorialmente a través de las imágenes sinestésicas
del poeta. En definitiva, el recurrente recurso a la sinestesia se convierte
así en una herramienta fundamental para la construcción del significado y la
atmósfera del poemario.
En “Ahora es de noche y tú no tienes nombre”, Cruchaga, explora la
condición humana a través de imágenes de oscuridad, soledad, abandono y pérdida
de identidad. Los poemas, escritos en un lenguaje poético y denso, se centran
en la búsqueda de un nombre propio en medio de la áspera experiencia de no
pertenencia donde se perciben sentimientos motivados por la incertidumbre y la
fugacidad del tiempo. Asimismo, en este poemario, a poco que se lea entre
líneas, se aprecian diferentes tipos de angustia y vacío descritos mediante un
acertado y muy original uso de la metáfora y la alegoría, como instrumentos
para mostrar simbólicamente esa lucha eterna que desde Virgilio constituye el
incesante combate en aras a encontrar un lugar en el mundo y la búsqueda de
sentido en medio de la fragilidad y la desilusión (Broch, 2019).
De manera que, desde estos sentimientos de inexistencia,
tales como: silencio, oscuridad, pérdida de identidad y muerte; Cruchaga ya
alude a la muerte, a la pérdida de identidad y a la inmersión en la oscuridad. Nos encontramos de bruces con la "materia
en penumbra del silencio" y "rostros mortuorios" que no tienen
nombre. La noche, además de la oscuridad, simboliza la muerte y la
incertidumbre. En “La Memoria Siempre y Sus Descreencias", la muerte se
presenta a través de imágenes como "sombras", "polvo y
sollozos", "candil en desuso", "lecho convertido en monólogo",
"escombro del éxtasis" y "manos sangrientas del despojo".
La muerte, pues, se relaciona con el paso del tiempo, la pérdida de la
inocencia y el deterioro de la memoria. En “Más Acá del Deseo y Más Allá de la
Muerte", Cruchaga explora la búsqueda de sentido en un mundo donde la condición
de mortalidad está omnipresente: "comensales de Leteo", "mugido
de los mataderos", "espectáculo más avieso del deseo confinado a las
estatuas", "bitácora de fosas y cadáveres", "piadosos
esqueletos", etc.
Sin embargo, para verificar la parte positiva o no
pesimista de este poemario, es conveniente recurrir a la clásica obra "El Ser
y el Tiempo", de Heidegger, quien sostiene que la idea consciente de la
muerte resulta sustancial para comprender el significado de la vida, pues tan
solo cuando se asume tanto su precariedad y finitud como la inevitable
certidumbre de su arribada, es posible su comprensión y hasta su aceptación.
Todo ser humano es un ser arrojado a la vida para la muerte, por eso mismo
somos para la muerte, pero esta conciencia de finitud, lejos de hacer caer al
poeta en una desesperanza incapacitante, constituye una llamada a la vida de
una forma significativa, intensa y profunda (Siles & Solano, 2007). La
muerte, pues, es aceptada de forma serena y sin aspavientos por el poeta salvadoreño, quien, asimismo, la
concibe como la raíz oculta de alguna forma de eternidad, una variante de
infinitud que solo se puede aprehender, al menos simbólicamente, mediante los significantes que nos aportan las
palabras (la fractalidad de las palabras en un entorno cuántico) dado que “el
fuego el fuego está ahí remoto en la ceniza”: “Ya hemos remontado el árbol de
sueños de la sombra del día./Y no hay nada más que hacer, aunque insista la
risa/ en la memoria de este viajero tardío que camina contra el olvido./ (No se
trata de adelantar o postergar las horas corrompidas,/ las significancias
ulteriores de la batalla, ni resucitar una oblea/ de estatuas), sino de
deshacer las estrías de nuestras manos,/ sino de recobrar la tibieza
prometida./ Aunque caminemos hacia la muerte con nuestros nombres/ descarnados,
el fuego está ahí remoto en la ceniza” (Cruchaga, 2025, 109).
Esta conciencia de finitud emerge en poemas como: “Asimetría del azogue” donde Cruchaga
reflexiona sobre una incertidumbre que cabalga a lomos de un oleaje de confusas
oscuridades: “Al ojo le vienen bien las
sombras del horizonte, las páginas negras/ con su pelaje de tinta, los espejos
enredados en las oscuridades./ Todo este trasiego de confusas oscuridades nos
sitúa en el límite/ de las paredes, en la asimetría del azogue de las distancias./
Somos insignificantes en el agujero del féretro por más que muertos/ evoquemos
la cuna tejida con azúcar respirada de las ingles (Cruchaga, 2025, 58).
En “Nadie somos”, además de mostrar los estragos que
el tiempo causa en la identidad, nos previene para que no ensalcemos nuestro
ego y controlemos con serena aceptación nuestra nimiedad, dado que nadie somos,
y menos aún seremos cuando el tiempo haga su trabajo y pasen varios siglos y
nadie tenga ya un hueco en su memoria para almacenar, siquiera, un resquicio de
lo que fuimos. En esta misma idea centra el significado del poema “Invocación
al tiempo” del poeta argentino Antonio Requeni: “Brizna de voluntad e incertidumbres,
/ temblor entre dos pausas infinitas. / Solo eso soy, un desamparo, un grito, /
una segura muerte que te invoca/ en tanto tú me roes o acaricias”. (Requeni,
2017, 30). Cruchaga invoca al tiempo reconociéndole su capacidad para
subordinar cualquier atisbo de propósito existencial al inevitable mugido del
dios Cronos. Así, en Más acá del deseo y más allá de la muerte, el poeta
salvadoreño nos previene sobre la despiadada insensibilidad del transcurrir de
las agujas del reloj: “(…) Entre los comensales de Leteo, nosotros, el mugido
de los mataderos/ abriéndose a los estragos del tiempo sin la necesaria compasión,
/si acaso, la herejía de cuestionar el espectáculo más avieso del deseo/
confinado a las estatuas y la abstinencia de pezuñas y arrugas (…)” (Cruchaga,
2025, 17).
Otra constante presente en este poemario es la
oscuridad, una negrura que aumenta la sensación de complejidad en los
sentimientos que inspiran la poesía del poeta salvadoreño. El tiempo se hace
oscuridad cuando cae la noche y Cruchaga En " Ahora es de noche y tú no
tienes nombre", indaga sin descanso acerca de la complejidad del
sentimiento partiendo de un enfoque poliédrico y sinestésico como única
alternativa para abarcar la laberíntica magnitud de la existencia: “En lugar de
simplificar las emociones, busca preservar su naturaleza compleja, explorando
las múltiples facetas y profundizando en las raíces del ser poético. Cruchaga,
como poeta sinestésico, va más allá de la percepción sensorial tradicional. Su
poesía busca la trascendencia en cada acto perceptivo, utilizando una variedad
de sentidos para despertar la conciencia del lector ante la realidad, incluso
frente a la muerte” (Siles, 2017). Esto queda patente en el poema “Nadie somos”:
“Nada es cuando la noche enronquece y nos deja solo la escarcha/ pululando
entre las sombras pálidas de la luna. Junto a la amenaza, / también el paisaje
se torna esquivo, imagen lejana, ahora, /de los jardines; monótonas arcadas nos
rodean haciendo/del firmamento un abismo. Muy cerca del silencio, el corazón/
ennegrece de rojos trenes, signados por el cine mudo de los sueños” (Cruchaga,
2025, 65).
Quizás los aspectos de la vida que más cuesta entender
son aquellos donde se alcanza la álgida intensidad de lo sublime. En lo
sublime, sentimiento ecléctico donde los haya, se mezclan el dolor, el amor y
el absurdo; por ejemplo, el padecimiento o el insondable misterio de la muerte,
como alegorías que encierran el significado más sublime y trascendente de la
existencia, como universo donde reside la especulación entre el ser, que es
capaz de sentir dolor, amor y miedo; y la desamparada orfandad de todo esto
cuando se deja de ser. Tal vez por eso mismo, la enigmática, cruda y fría
belleza de la muerte, aunque sea prematura, atrae casi tanto como el terror que
provoca lo desconocido en tanto que en lo ignoto puede caber cualquier
destino…incluso el devenir de la nada (Siles & Solano, 2016).
En definitiva, Cruchaga se encuentra a gusto en el
universo especulativo que le brinda la poesía. Así se puede comprobar en
“Estación de especulaciones”: “Y había un ruego
de cipreses y sedantes en aquella alegoría/ de parpadeos al azar: mientras
sentía los mordiscos en la piel/ de una otredad de extraviados zapatos y
guijarros,/ la boca devoraba todos los temores gestados en el escombro,/el
crematorio de los pensamientos en el fuego encallado,/el pez pulcro en la
última sonrisa enrarecida.(…) Hay muchas preguntas detrás de cada vida, mucha
trama/ sin destejerse; ahora sabemos que lo nuestro fue muerte prematura,/que
vivimos desheredados y con las manos vacías (Cruchaga, 2025,14).
Esta forma de enfrentarse sin remedos a la realidad,
siendo plenamente consciente de la impotencia que provoca su limitada
comprensión, constituye una de las características invariablemente presentes en
la obra de un poeta que no se amedranta ni ante las restricciones sensoriales,
ni mucho menos ante las estéticas.
Cruchaga despliega su subjetividad con una valiente serenidad: “(…) una
subjetividad consciente de la incapacidad del ser humano para percibir el mundo
en su enredada integridad, dado que estamos limitados a un reducido catálogo de
posibilidades sensitivas: colores, sabores, olores, tactos y sonidos” (Siles,
2024). En definitiva, el poeta salvadoreño, creativo, intuitivo y especulativo,
se vale de la poesía como herramienta que tritura las limitaciones sensoriales
e intelectuales para desenterrar y hacer visibles las raíces más insondables de
la experiencia.
En definitiva, Cruchaga, en "Ahora es de noche y tú no tienes
nombre", describe la experiencia de la identidad y el anonimato como una
lucha constante, un estado de pérdida y desorientación en un mundo hostil e
indiferente. A través de una serie de
poemas, el autor explora las diferentes facetas de esta experiencia, desde la
sensación de vacío y falta de arraigo hasta la angustia de vivir en un país
marcado por la violencia, el odio y que tiene por bandera la mentira. Así pues,
insiste en la pérdida del nombre como tema recurrente, simbolizando la ausencia
de identidad y la disolución del individuo en la masa anónima. Frases como "Ahora es de noche y tú no
tienes nombre", "Nadie tiene nombre en este vocerío de ojos, ni un
mapa de pretexto", y "Somos nadie en este país asolado por la peste
del odio y la mentira"; reflejan de
forma recurrente esta idea de anonimato que se percibe nítidamente en el poema
que da título a esta obra: “Nadie tiene nombre en este vocerío de ojos,/ ni un
mapa de pretexto./ Algún peñasco, entre bocanadas nos muerde. Nos derrama. /
Nadie ha vuelto a casa porque somos apátridas de este vestigio/ de dolor que se
llama país: en la claridad el páramo sumergido/ en el pecho como un uñazo de
matorral tuerto (Cruchaga, 2025, 8).
Por otro lado, el poeta salvadoreño describe la experiencia de la falta de
identidad como algo doloroso y deshumanizante vinculado a un anonimato que
implica soledad, desesperanza y ausencia de sentido. Así se comprueba en un
poema que parece un aviso a navegantes, “No entres aquí”: "En nuestros
dientes cercenados se encienden cuchillos y peñascos de aullidos que golpean la
tierra nuestra de cada día" (Cruchaga, 2025,7). La falta de un nombre propio implica la
negación de la individualidad y la reducción del ser humano a una mera cifra
perdida en la inmensidad de un océano de letras donde la incertidumbre es tan inabarcable
porque ni siquiera nos quedan ojos para observar. En “No tienes nombre, tampoco
ojos” Cruchaga nos advierte: “Ya no
tienes nombre, tampoco ojos, ni país, ni certezas, ni aire,/entonces no puedes
ver el infierno por la inanición/y el camino que se agita en las sombras/de la
indiferencia prolongada del desencanto;/no posees cara para inclinarla sobre
las mamposterías del atisbo,/solo esa dimensión de la noche conversando con tu
cuerpo/ entre esfinges frías y confusas lavanderías” (Cruchaga, 2024, 35).
Sin embargo, el poeta no claudica y sigue insistiendo, buscando alguna
salida que lo salve del absurdo. La búsqueda de la identidad se presenta como
una tarea ardua y, en ocasiones, infructuosa.
El autor explora la memoria, los recuerdos y la historia personal en
busca de un sentido de pertenencia y arraigo, pero a menudo se encuentra con la
frustración y el desencanto. Así se observa en “Estación de especulaciones”: “Siempre excavamos en la inercia de
los onomásticos de los abuelos,/ en el cadáver de las epifanías y en la miseria
de los techos:/nosotros siempre hemos sido nadie para respirar en el día/ y
quizás por ello no tengamos derecho a un epitafio, si acaso,/solo a las flores
marchitas de la tristeza, ahora profunda/en esta noche donde ha cesado el
sueño./Hay muchas preguntas detrás de cada vida, mucha trama/sin destejerse;
ahora sabemos que lo nuestro fue muerte prematura,/ que vivimos desheredados y
con las manos vacías” (Cruchaga, 2025, 14)
La palabra como espejo del alma es otro símbolo recurrente que se
corresponde con la identidad. La idea del espejo como imagen que se repite a lo
largo del poema constituye un emblema de la identidad, y el reflejo del yo (o
del nosotros como sociedad), en este caso, refleja una imagen vacía,
fragmentada y desconocida. El mar como espejo aparece en el poema
“Muelle de pañuelos”: “Este muelle en el que estamos es la danza cincelada de un infinito/ que
supongo no sabe de mar ni de gaviotas, ni despojos./Aquí, anónimos en un
derrotero de golpes y sonambulismo,/no diferente a mástiles ahorcados por las
aguas del Pacífico./Nada podemos reclamar porque el espejo se ha convertido en
bulto/de opacos tragaluces y peñascos./ Nos muerde la sal de la orilla y
callamos en su juego de regazo (Cruchaga, 2025, 25). La misma metáfora del
espejo surge como alteración o desordenada locura del reflejo especular en “Astillas
del aliento”: “Danzamos siendo pasto de la noche, esbeltos como un grito/ en
los dominios del fuego, tallados como el desquicio de un espejo:/la brasa borró
las huellas del sueño a la velocidad/ en que se pierden las entrañas y cordura
y la dignidad de ser alguien (Cruchaga, 2025, 26). En “Campanada a destiempo”
Cruchaga emplea el símbolo del espejo como testigo mudo de una ceremonia
transcendental donde, en un escenario desordenado y deprimente, se constata la mortalidad como única
certidumbre existencial: “Erguido el sudario de la locura en el espejo de
nuestra consagración,/mortal y los demonios oscuros ahogados en el pecho,/no
nos queda sino un laberinto de gritos en el fregadero/ de una ciudad envejecida
y hollada de anemia,/de una ciudad colmada de fríos y pesadillas (Cruchaga,
2025, 30).
El autor nos invita en este poemario a cuestionar nuestra propia
experiencia de la identidad y el anonimato en un contexto social y político
complejo. Por ejemplo, en “No entres aquí”: “No. No entres a este país porque
pueda que también te alcance/ el odio y embote tus sueños, igual que unos guantes
del grito/ de los que no pueden vencer la tormenta./En nuestros dientes
cercenados se encienden cuchillos/y peñascos de aullidos que golpean la tierra
nuestra de cada día./ Una y otra vez queremos escapar de este abandono
arqueado./Una y otra vez la boca en el barro,/la vida arrancada de sus
cimientos” (Cruchaga, 2025, 7); o en “Es de noche y tú no tienes nombre”:
“Ahora es de noche y tú no tienes nombre como tampoco lo tienen/ las estrías del aliento y la múltiple
levadura de la noche” (Cruchaga, 2025, 8). Esta misma
temática fue abordada por el poeta mexicano Jaime Sabines quien dedicó buena
parte de su obra a la reflexión sobre la muerte, la ausencia de identidad y la
soledad: “Los que tenemos frío de verdad, /los que estamos solos por todas partes,
/los sin nadie” (Sabines, 2016).
Asimismo, nos encontramos con cierta resignación ante la falta de
protagonismo de nuestras vidas que incluso se prolonga tras la arribada de la Parca
“Estación de especulaciones”: “Uno se acostumbraba a esos pellizcos desalmados
espaciándose/ con el laconismo de un lenguaje que no nos pertenece;/ a veces
los maniquíes y los ataúdes tienen nombres exactos/ y rimbombantes, para
nosotros sería un artificio de hipérbole./ Siempre excavamos en la inercia de
los onomásticos de los abuelos,/ en el cadáver de las epifanías y en la miseria
de los techos:/ nosotros siempre hemos sido nadie para respirar en el día/ y
quizás por ello no tengamos derecho a un epitafio, si acaso,/ solo a las flores
marchitas de la tristeza, ahora profunda/en esta noche donde ha cesado el
sueño”.
De nuevo, la ausencia de nombre propio simboliza una profunda crisis de
identidad, una desconexión con el mundo y consigo mismos. Así, en “Estación de
especulaciones”, el poeta confiesa su vaguedad identitaria respecto a un lenguaje que lo ignora: “Uno se
acostumbraba a esos pellizcos desalmados espaciándose/con el laconismo de un
lenguaje que no nos pertenece;/a veces los maniquíes y los ataúdes tienen
nombres exactos y rimbombantes, para nosotros sería un artificio de hipérbole./
Siempre excavamos en la inercia de los onomásticos de los abuelos,/en el
cadáver de las epifanías y en la miseria de los techos:/nosotros siempre hemos
sido nadie para respirar en el día(…)” (Cruchaga, 2025, 14). Se sugiere que
esta pérdida de identidad es un producto de la violencia, la opresión y la
desilusión que caracterizan al "país" donde los personajes
escenifican, bastante perdidos, sus existencias. De esta forma se manifiesta en
Sobre la esperanza perdida: “Entre la muchedumbre despreciada, abandonamos de
golpe el país;/al cabo sobre nuestros hombros llevamos toda la orfandad que
sabe/a cuchillo, a una cárcel que se disputa nuestra boca e identidad”
(Cruchaga, 2025, 55).
El contexto cultural y sociopolítico desempeña un papel importante en la
configuración de la identidad y el anonimato.
El autor describe un país asolado por la violencia, donde el miedo y la
represión silencian las voces
individuales y obligan a las personas a vivir en el anonimato; así se observa
en el poema “Es antiquísima la lluvia”: En esta tierra de aullidos no tenemos
nombre, solo el dedo que señala/y esconde su mano; antes en la almohada sentía
tu aliento del retozo,/ahora es el miedo reluciente hasta en los bolsillos,/la
noche como un tatuaje perverso de identidad./Sabemos que aquí no es sitio para
nosotros sino para el desastre” (Cruchaga, 2025, 50).
Recapitulando, tras la lectura de “Ahora es de noche y tú no tienes nombre”,
nos damos de bruces con un Cruchaga que nos
ofrece una reflexión profunda sobre la importancia de la identidad individual
en un mundo que a menudo busca homogeneizar y silenciar las voces
disidentes. A pesar de la crudeza de la
experiencia del anonimato, el autor deja entrever una pequeña esperanza: la
posibilidad de encontrar la identidad en la conexión con otros seres humanos y
en la resistencia contra la opresión. Así se evidencia en el poema Hemos ido
dejando calles conocidas”: "En el clima afantasmado de las seducciones,
los nombres de personajes del destiempo, el encanto tenebroso en palabras
embalsamadas. Todo resulta huraño cuando se carece de un nombre." (Cruchaga,
2025,42).
En esta profusa reflexión se pueden
destacar aspectos como:
- El peso
del pasado y la memoria con sus recuerdos dolorosos, fracasos y pérdidas; se
presenta como una carga pesada que dificulta la construcción de una identidad
sólida en el presente.
- La
fragilidad de la existencia humana: Los poemas transmiten una profunda
sensación de fragilidad e incertidumbre ante la vida. La muerte, la violencia y
el sufrimiento se repiten poniendo de manifiesto la precariedad de la
existencia humana.
-La incesante
búsqueda de sentido como raíz de inconformismo o rebeldía: A pesar del dolor y la desilusión,
los poemas también sugieren una búsqueda constante de sentido en un mundo
aparentemente absurdo e indiferente. El amor, la poesía y la conexión humana se
presentan, a pesar de su fragilidad, como posibles fuentes de esperanza y
redención..
-La
soledad como experiencia consigo mismo (mismidad) como desdén social y, a la
vez, refugio interior ante el abandono.
-La
pérdida de identidad y el anonimato constituyen los temas centrales en la
representación de la soledad. El título mismo del poema, que hace referencia a
la falta de un nombre, establece este motivo desde el inicio. Esta falta de nombre se extiende a otros
aspectos de la existencia, como el origen, la patria y el sentido de
pertenencia.
-
El autor utiliza la imagen del espejo
repetidamente a lo largo del poemario. El espejo, tradicionalmente un símbolo
de la identidad y el reflejo del yo, en este caso irradia una imagen vacía,
fragmentada y desconocida.
-La
noche se convierte en un espacio simbólico de la soledad, el abandono y la
inoperancia. La oscuridad, la falta de luz y la presencia de sombras
representan la incertidumbre, el miedo y la sensación de estar perdido.
-Las
alusiones al deterioro y la decadencia, como la "tierra carcomida",
"rostros mortuorios" y "ciudades despobladas" refuerzan la
sensación de abandono y desolación.
-La
ausencia de un hogar y la pérdida de la patria aumentan el sentimiento de aislamiento
y desarraigo. El hablante se describe como un "apátrida" que vaga sin
rumbo, sin un lugar al que pertenecer.
-La
naturaleza a veces ofrece un escape momentáneo, pero a menudo también refleja el
desierto que habita el poeta. Los cipreses, la lluvia, el viento y el mar, pueden
constituir elementos reconfortantes, pero también se vinculan con la tristeza,
la desolación y el miedo.
-De
forma natural en una situación de aislamiento donde la comunicación carece de
sentido, el silencio se convierte en un símbolo omnipresente de
enclaustramiento y de ausencia de conexión humana.
En resumen, este poemario de Cruchaga se caracteriza
por una exploración profunda y desgarradora marcada por la búsqueda de
identidad, la experiencia del abandono, la soledad y el poder evocador de la
memoria. La obra recurre a una estética sombría evocando un ambiente donde la
decadencia no es incompatible con ciertos atisbos de serena esperanza. En su
lenguaje poliédrico y metafórico, cuya densidad es obstinadamente
clarificadora, se aborda la fragilidad humana, la búsqueda de significado en la
oscuridad, y la confrontación con la muerte y el vacío. Sus poemas reflejan
imágenes vívidas en un clima poético único que nos invita a confrontar las
complejidades de la existencia. Asimismo, la poesía de Cruchaga mantiene una veta
combativa que denota una voluntad firme y activa mediante la que se busca sin
descanso la razón del ser con el propósito de hallar un significado que
contribuya a superar la crisis existencial de la sociedad contemporánea. Por
último, señalar que se trata de un poemario sin freno, ortopedia ni tratamiento
cosmético alguno, pues la poesía que transita entre sus páginas es fruto de la
libertad derramada a conciencia por su autor. Si están preparados para lanzarse
al vacío sin paracaídas en la lectura de “Ahora es de noche y tú no tienes
nombre” donde encontrarán una poesía rigurosamente original e independiente de
“ismos” mostrándoles una realidad sin andamiajes, ortopedias ni tratamientos
cosméticos; si todavía mantienen viva la llama de la curiosidad y son lo
suficientemente temerarios para enfrentarse a “las verdades del barquero”, les
invito a aceptar el reto de su lectura… no se arrepentirán.
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[1] La persistencia de la memoria, también conocido como Los relojes
blandos, o Los relojes derretidos es un cuadro del pintor Salvador Dalí
realizado en 1931 como fruto de su método crítico-onírico..
[2]El título del presente poema corresponde a un verso del libro «Las
adivinaciones» de José Manuel Caballero Bonald.
[3] Etiquetar a los poetas para integrarlos en una taxonomía lírica puede
llegar a ser una tarea mutiladora y artificiosa que siegue parte de la
pluralidad y matices que tienen las obras en sí mismas. Para manumitir la labor
hermenéutica de este riesgo potencial, es conveniente asumir que todo exégeta
parte de las experiencias vividas y leídas que se han incrustado en alguna zona
recóndita o límbica donde se desvanece la frontera entre el consciente y el
inconsciente.
[4] Se ha identificado de forma recurrente la utilización a la sinestesia
en poemarios anteriores de André Cruchaga (Siles, 205, 2017, 2019, 2024).
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