miércoles, 2 de mayo de 2007

El País_Poema de Gilberto Fajardo

Fotografía: Alfonso Fajardo



No nos une el amor
sino el espanto, será por eso
que la quiero tanto.
Borges


iii.i El País

I
Marzo es de vida y es de muerte y ello no es poético
sino monstruoso, paradoja de infierno que es vida,
espejo y raza inmolada, el hombre.
He aquí la sangre, el cáliz desbordado;
he aquí el vientre, el túnel a la luz;
el plomo de la palabra, la cuerda destemplada,
el caballo troyano, he aquí el sable.
En Marzo hay calor y hay frío y es insoportable
el aliento del viento cuando putrefacciones trae,
pero hay un árbol, pero hay una fuente,
pero ¡ay, ay de los que con sarna andan por el tiempo!
y es que hay un silencio, hay un cielo que no mide consecuencias,
gira su rostro, y viene la noche y viene el día
y el árbol que crece pese a la sombra y la fuente que mana
pese al desierto. Me basta, nos bastan
los puñales furtivos, las armas del crápula,
las hostias rotas y este lento caminar rumbo al amanecer.
En Marzo cae una voz, pero ella vive,
como la vela de los sueños,
en el creciente murmullo de una multitud.
Marzo 24 ‘00


II. Malahierba

Seremos la sombra del árbol,
nuestros muertos como ríos,
descansarán en el mar persistente de la memoria.
Sabemos decir palabras como ecos,
nombrar versos como espejos, sabemos
caminar entre pastizales amarillos y hojas secas.
Ciertas palabras me asaltan y me recuerdan
la raíz del desencanto que crece entre páginas de historia,
me bastan sus matices escarlatas, sus disparos pírricos
y todo el manso crujir de sus navegaciones
cuando cruzan el pacífico mar de las cofradías.
Existe un país, un ciprés de sombra alada,
un desencanto a mitad del camino y un arma
que relumbra cada vez que abrimos
el libro de las inconformidades.
Sabemos nombrar las cosas y señalarlas con el dedo índice,
hemos sabido decirle pan al pan y al vino, vino. Sabemos
tatuar quimeras en los hidrantes donde respira la bestia.
Pero he aquí que el cielo abre sus piernas, afloja su luz
y espera las cabezas recién nacidas como quien espera
el cambio tenue de las estaciones.

En nuestras memorias resuenan las colmenas rabiosas
de los juglares, petrificadas en mármol quedan
los epitafios de las palabras para siempre fosforescentes:
“esta es mi patria”, “el turno del ofendido por años silencioso”, etc.

Seremos, como la mala hierba de su tierra,
los nietos instigadores de la ignominia y la palabra.
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