viernes, 4 de mayo de 2007

La Ciudad_Poema de Jorge galán

Fotografía: Jorge Galán (Tomada por René Chacón)




La Ciudad




Ciudad solo en la niebla: tus hijos no te amamos,
hacia fuera del valle que te cerca creciste
y entonces engulliste la luz con tu poniente:
cuatro muros terribles que detienen el alba.
Te tendiste en los cerros como un cuerpo maligno.
Sin existir existes, regresas en los sueños,
un rumor de carruajes es el viento en las frondas,
joven, diáfana, breve, ataviada con pálidos
faroles como teas, en tu espalda el invierno
como un cabello oscuro, y en tus sienes plateadas
dos lentísimos ríos que te cuentan historias.
Iglesias derrumbadas son tus ojos cerrados.
Líneas de antiguos trenes se hacen mueca en tu boca.
Ciudad emancipada por columnas de humo
que hacia la noche avanzan como agujas de sombra,
por ellas van tus muertos escalando lentísimos:
tú te has quedado ciega, no puedes observarlos
pero sientes el frío como un presentimiento
cuando una mano trémula, sin quererlo, te toca.
Una lágrima sube: tu catedral sin alma
ni siquiera sospecha que alguna vez fue hermosa,
no comprende su aspecto, ese su cuerpo solemne
saturado de ropas, ni esa estación terrible
que la hizo un espejismo rodeado de palomas.
No comprende las voces que en sus salones lanzan,
en lenguajes extraños, sus letanías sórdidas.
Sus columnas no saben sostener la mañana.
Sus campanas no entienden por qué razones doblan.
Ciudad toda de esquinas, ámbito de esos cuerpos
que en prematuras muertes ven transcurrir los días
como lentos tranvías que ahora nadie aborda,
gran salón adornado con niños tan extraños
cuyos pálidos cuerpos ya no producen sombra,
tus trenes no regresan ni tus ríos podrían
reflejar algún rostro, si un rostro se asomara.
Tus carretas cruzaron la frontera nocturna:
sus siluetas se alejan, se dilatan, se borran.
Tu antiguo señorío se quedó en las postales
que nadie enviará nunca. Los sueños no retornan.
Ciudad solo en la niebla, gélido hogar que avanzas
por un valle sin vida desgranando esos panes
cuyas migajas ácimas se anudan en alfombras,
como un manto sombrío caes sobre los rostros
de tus hijos dormidos, y en sus sueños te nombran,
quizás te llaman madre, pero la noche pasa
y la luz te disipa: no existes en la aurora.
La aurora es esa túnica que olvidaste vestirte.
Desnuda como el frío, caminas y te encorvas:
ayer eras la niña, ciudad solo en la niebla,
pero hoy eres la anciana que el tiempo mismo ignora.
Tu nombre no posee más verdad que mi nombre:
un chasquido de lengua paladeando un idioma.
Realidades siniestras se abren ante nosotros,
que andamos sin ir juntos, triste ciudad insólita.
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