Fotografía: Miguel Ángel Espino (La Prensa Gráfica)
Tierra Mojada*
En el fondo de la tarde, la casita se hacía gris. El viento pasaba golpeando los tejados blancos. lloraba con un son ronco. Y la buena viejita, la señora Josefa, sacaba en un tiesto la ceniza ms blanca de la lumbre. Decía que era un conjuro milagroso eso de hacer una cruz de ceniza en el patio. Trazaba los brazos, grandes, trágicos; casi llegaban hasta la puerta de la cocina, olorosa de humo. Como el cielo era triste, la cruz tenía aspecto imponente. Ya por los tejados sonaban las gotas presurosas. Nosotros saltábamos. El aire rudo que nos golpeaba la cara sólo nos daba ganas de gritar. Y nos ponía un cantar en la boca. -"Ya viene el agua por la lomita. -que se me moja mi chamarrita.- Ya viene el agua por la barranca.- que se me moja mi ropa blanca". La señora Josefa era otro huracán, corriendo trás la ropa tendida, que se quería volar. Y luego a poner los cántaros. La abuelita gustaba de tomar agua así, con sabor a tierra, a terrón, a campiña, a mañana fresca en la finca. ¡Tierra Mojada, qué grato olor! y el chorro de la esquina caía musical, ronco, fuerte, acompasado. Yo recuerdo la alegría fresca bajo la lluvia.
El temporal llenaba el patio, rebalsaban las tinas, en la calle corría bullangera el agua. Nada de sol. Un frío húmedo. ¡Nada de sol! En la casa, las palabras de la abuela iluminaban la penumbra, cuando se ponía a rezar trisagios, y sacaba la Palma Bendita del Domingo de Ramos. Sin zapatos, descalzos, la delicia era chapotear en el agua. Barcos de papel tan ligeros no habrá otros> Los hacíamos con las hojas de los libros de versos que leía el tío. los míos nunca se hundían. Daban vueltas, corrían, se detenían, vacilaban. pero después surgían entre dos piedras, más airosas que antes mojados, temblorosos. Yo me moría de gusto. Después, en la casa, tras el temporal opaco, todo quedaba triste. La abuelita, encantada, tomaba su agua llovida con sonrisa de miel: agua del cielo para su boca apagada. El vaso turbio, zarco, era frasco de paz en aquellas manos benditas, hechas para contar cuentas en los rosarios de las iglesias, propias para adormecer mis locuras y derramnar luz en mis ilusiones de entonces.
Abuelita, soy el mismo que se ponía cantan en el patio cuando venía el aguacero. La cruz de ceniza que tú mandabas hacer... ¡quién sabe!... Sin tu presencia perdió el milagro....y ya no creo en el consuelo de sus brazos blancos. muchas veces, en días amargos, en las tierras lejanas que me decías, he ensayado tu conjuro. Y ha llovido amargura en mi corazón. Y el viento ha soplado inclemente deshojando ensueños... a pesar de tu recuerdo y a pesar de la cruz. Aún, aquellas tardes me llenan de amor. Tu ternura es mi bien, a través del tiempo. Y siempre que se nubla mi cielo, siempre que viene el chaparrón, corro al patio que antes fue florido y fresco y dulce. Y te veo, en la silla, crepuscular, santa, buena, con tu vaso opaco y tu sonrisa clara, envuelta en un aire que olía a pascua, a flor, a tierra mojada...
Tierra Mojada*
En el fondo de la tarde, la casita se hacía gris. El viento pasaba golpeando los tejados blancos. lloraba con un son ronco. Y la buena viejita, la señora Josefa, sacaba en un tiesto la ceniza ms blanca de la lumbre. Decía que era un conjuro milagroso eso de hacer una cruz de ceniza en el patio. Trazaba los brazos, grandes, trágicos; casi llegaban hasta la puerta de la cocina, olorosa de humo. Como el cielo era triste, la cruz tenía aspecto imponente. Ya por los tejados sonaban las gotas presurosas. Nosotros saltábamos. El aire rudo que nos golpeaba la cara sólo nos daba ganas de gritar. Y nos ponía un cantar en la boca. -"Ya viene el agua por la lomita. -que se me moja mi chamarrita.- Ya viene el agua por la barranca.- que se me moja mi ropa blanca". La señora Josefa era otro huracán, corriendo trás la ropa tendida, que se quería volar. Y luego a poner los cántaros. La abuelita gustaba de tomar agua así, con sabor a tierra, a terrón, a campiña, a mañana fresca en la finca. ¡Tierra Mojada, qué grato olor! y el chorro de la esquina caía musical, ronco, fuerte, acompasado. Yo recuerdo la alegría fresca bajo la lluvia.
El temporal llenaba el patio, rebalsaban las tinas, en la calle corría bullangera el agua. Nada de sol. Un frío húmedo. ¡Nada de sol! En la casa, las palabras de la abuela iluminaban la penumbra, cuando se ponía a rezar trisagios, y sacaba la Palma Bendita del Domingo de Ramos. Sin zapatos, descalzos, la delicia era chapotear en el agua. Barcos de papel tan ligeros no habrá otros> Los hacíamos con las hojas de los libros de versos que leía el tío. los míos nunca se hundían. Daban vueltas, corrían, se detenían, vacilaban. pero después surgían entre dos piedras, más airosas que antes mojados, temblorosos. Yo me moría de gusto. Después, en la casa, tras el temporal opaco, todo quedaba triste. La abuelita, encantada, tomaba su agua llovida con sonrisa de miel: agua del cielo para su boca apagada. El vaso turbio, zarco, era frasco de paz en aquellas manos benditas, hechas para contar cuentas en los rosarios de las iglesias, propias para adormecer mis locuras y derramnar luz en mis ilusiones de entonces.
Abuelita, soy el mismo que se ponía cantan en el patio cuando venía el aguacero. La cruz de ceniza que tú mandabas hacer... ¡quién sabe!... Sin tu presencia perdió el milagro....y ya no creo en el consuelo de sus brazos blancos. muchas veces, en días amargos, en las tierras lejanas que me decías, he ensayado tu conjuro. Y ha llovido amargura en mi corazón. Y el viento ha soplado inclemente deshojando ensueños... a pesar de tu recuerdo y a pesar de la cruz. Aún, aquellas tardes me llenan de amor. Tu ternura es mi bien, a través del tiempo. Y siempre que se nubla mi cielo, siempre que viene el chaparrón, corro al patio que antes fue florido y fresco y dulce. Y te veo, en la silla, crepuscular, santa, buena, con tu vaso opaco y tu sonrisa clara, envuelta en un aire que olía a pascua, a flor, a tierra mojada...
Yo soy aquel que alrededor de la cruz de ceniza, cantaba sus locuras. debes acordarte que la tormenta no me vencía. Después de cada rayo entonaba un grito y lanzaba una risa. Te debes acordar que la tormenta no me vencía, porque corría poner los cántaros bajos los chorros de las esquinas para que bebieras tu agüita del cielo. El paisaje para mí es sagrado. El patio. la tarde. El cielo y tú. de lo que yo me acuerdo es de la cruz que trazaba la señora Josefa con la ceniza más blanca que quizá arrancaba de su corazón.
*Precursor de la novela salvadoreña. Este año 2007, se le dedica la Semana Nacional de la lectura de El Salvador.
1 comentario:
Saludos...desde un pedacito de El Salvador en Argentina.
Casualmente encontre este Blog, y me encantó, seguiré visitando para tener noticias de todos estos eventos que destacan toda el arte que tenemos los salvadoreños.
Por cierto el dia de mañana 28 de Agosto estos paisajes que nos hacen soñar de Alfredo Espino seran vivenciados por unos niños Argentinos, espero poder transmitir toda esa magia que recorría su ser y que nos dejó como herencia.
Un Abrazo Cálido hasta mi tierra...
Publicar un comentario