Pasta del libro
La poesía es un poder del mundo en el espíritu.
Juan Diego Castro Fernández (Costa Rica, 1955) incorpora chumicos, trompos y hamacas en su orbe lírico.
Por predilección, sus ejes temáticos recuperan la infancia y sus nudos semánticos registran elementos de la cotidianeidad esencial. Es la suya, entonces, una manera de afirmar dicho universo, pleno de ideales y sueños de luz, que tanta falta nos hace a todos, en este difícil proceso de mundialización.
“Vértices de mis hamacas” es una apelación fervorosa con las raíces lúdicas de la infancia, que está en cada uno de nosotros, con un ojo abierto y otro cerrado, dispuesta a despertarse en algún momento de nuestra vida.
La hamaca es cronotopo y travesía. Sus ondulaciones son marcas deícticas: me toca a mí, vos ya te montaste, voy yo, sigue Juan Diego, etc.
Las hamacas son huellas cosmovisionarias en el universo de la cercanía, de lo pequeño, pero necesario y trascendente, para equilibrar el destino.
Sus vaivenes signan el oleaje encendido de la esperanza en los mecates sin fronteras. Su demarcación es territorio recreativo en la identidad holística del factor humano.
Otro acierto de este poemario es la incorporación de diversos elementos de la naturaleza, lo que le confiere el marco de una frondosidad telúrica, un fuego de vida, una existencia estelar desde los rincones precisos de la niñez no globalizada, como un universo de afirmación y disfrute de los juegos tradicionales, que nos han ido arrebatando el ipod, el celular, la computadora o la Internet.
En “Vértices de mis hamacas” hay predilección por las menciones cromáticas: azul, amarillo, verde, celeste, rojo, negro y blanco. Esa condición le confiere una estética visual y mucha vitalidad expresiva. Dicho cromatismo refleja un colorido en el tiempo de los estados anímicos, sobre la base de los influjos de la cotidianeidad.
En el poemario de Juan Diego Castro, la hamaca signa un elemento simbólico de movimiento, de observación. Desde ahí transcurre la vida, por ello, “los dos mecates de mi fuerte hamaca/ se trenzaron en un ángulo de tiempo azul”, es decir, la dimensión espacial se extiende por el mar y la montaña, pero su tono es esperanzador, porque “de las gotas de cabuya/ atan la tablita invisible de mis sueños”.
Este libro reivindica la hamaca, la humaniza y le confiere una cercanía con la realidad cotidiana de cada quien, pues “sentí la luz de sus raíces/ y ardí en el fuego de sus hojas”. El hablante lírico aduce “Amarré la hamaca a un cometa”, ante ello, la hamaca se distancia, pero también se acerca cuando expresa que “rompe en tejados de tiempo, el aire pendular de la vida”. En ese contexto, se le endiña imágenes como “navecilla de mecate”, o bien, como “hamaca de tantos sueños”.
La hamaca extiende su alcance “colgada del universo”, pues opera como una “arteria cósmica de sangre de cabuya/ puerta de salida de la oscuridad”. En otro orden, se le otorga gran dinamismo expresivo positivo “volemos juntos, / atrapando las toronjas de los vientos. De ese modo, la hamaca se convierte en un vector semiótico.
El poemario de Juan Diego rinde un gran homenaje lírico a las musas familiares: Sara, su esposa; Elena, su hija. De Sara, a quien está dedicado el libro, el hablante ofrenda finas construcciones: “Duermo anclado al fondo de tu bahía” / “Navegamos en una tormenta de labios” / “Sueño en la cubierta de nuestra pasión”. En estos versos se advierte la incorporación de elementos marinos, asociados con la delicadeza de la presencia femenina que puebla el libro con vocación de campana.
El hablante poetiza: “Sarita: / Sin dejar de amar, / sin dejar de navegar, armados de luna y sal, / sobre nuestro mar”. La delicadeza de los versos representa un reconocimiento amatorio a uno de los seres especiales que conforman el círculo de afinidades electivas del yo lírico.
En otro apartado, la figura de Sara extiende su red de asociaciones cotidianas “Sara, mi media lunita/ de cebolla y guanábana, / fuego de mi noche/ picante de mi día, / boquita de lago y canela”. En tiempos de alta agresividad familiar, estos poemas dedicados a Sara, significan un reconocimiento y ponen en evidencia, con certeza y honestidad, el lugar que merece la abnegada figura femenina, por derecho propio. Su orbe encara comprensión, entendimiento y amor. Ese es uno de los valores que maneja el presupuesto ético y estético de este libro.
Por ello, el yo lírico no escatima su canto como una ofrenda amorosa “Sé de la pureza que el oleaje de tus praderas da a mi tierra. / Sé cuánto vivifica mi aire el surco de tu cordillera”. Sé que tu piel y mi piel son un planeta”. Este verso final funciona como un sistema recolectivo de gran mérito.
Su hija Elena ocupa, igualmente, un espacio de luz y candor en el mapa lírico del autor costarricense “Dentro de la gran burbuja de hojas azules/ miré tus ojitos intercambiando brillo con los de Elena, / inundación de luz en el valle de mi existencia/ que desbordó el agua limpia de la memoria de su nacimiento”.
Asimismo, la muerte ha tocado las fibras del hablante en el seno familiar “Hermanita mía. / Desde que partiste me resisto a restringir tu territorio. Cada día te visito en los jardines de mi memoria”. Hay una apuesta por un recordar selectivo desde un espacio intangible, privado. No apela, necesariamente, por espacios visibles, sino en una introspección muy válida para ofrendar sus sentimientos de dolor fraternal.
Además, la hamaca retoma su protagonismo, cuando el yo lírico expresa: “Antes de morir/ colgaré mi hamaca/ en la venda de la herrumbrada justicia/ y me columpiaré fuertemente/ sobre los estrados de la inequidad”. La justicia, como un ingrediente imprescindible en la vida de todos los seres humanos, es un valor agregado por el cual el ilustre penalista lucha todos los días desde los estrados, donde también la palabra es otro poder.
Vértices de mis hamacas, confirma la adquisición de un estilo personalísimo: incorpora formas para la arquitectura lúdica del poema: catetos, vértices, triángulos, como una manera de construir la aritmética de la vida “que rompe en tajadas de tiempo/ el aire pendular de la vida”/ “tres vértices más/ de nuestro tiempo de hamaca”.
El texto contiene versos de gran mérito conceptual. Comparto con el lector algunos de ellos: “Cuando me ves así / hacés que los filosos arados de mis ojos/ siembren de azules tallos tres blancos pétalos”, o bien, “tu piel y mi piel, / se fundieron con agujas de zacate/ y forman una sola vela/ fogosa de viento y de sol/ navegante de nuestro mar secreto”.
Vértices de mis hamacas, tercer poemario del Lic. Juan Diego Castro es una obra del sello editorial JURISIS, señal inequívoca de que la poesía ocupa un espacio estelar en su agenda como penalista brillante. En este libro incorpora diversos nudos de significación. El tono amatorio prevalece en muchos de los poemas, así como el índice amoroso, a partir de construcciones finas, donde incorpora hechos esenciales de la cotidianeidad, como una manera de afirmar que la vida y la poesía se encuentran coligadas.
Su abordaje temático focaliza perspectivas personalísimas. Su estilo es preciso y contundente “hasta reventar todos los nuditos/ de tu noche hecha amanecer”. Destaco, con gran ventaja, una especie de ocupación femenina en su libro, pues permite constatar que, valores como el respeto a la dignidad de la mujer, como esposa o hija, el amor y la comprensión dentro del espacio hogareño, son ejes de praxis y no únicamente de discurso, que permiten la vivencia confraternitaria desde el hogar, máxime cuando este espacio ha dejado de ser, en nuestra sociedad, el topos de protección y bienestar.
La poesía costarricense incorpora una voz de madurez para desanudar los nudos de las hamacas en los vértices de una vida intensa, llena de asombro por la vida, el amor, la justicia y dispuesta a conquistar una nueva balanza para la ocupación de la poesía como una manera de reivindicar las fatigas.
El pintor Adrián Gómez aporta doce ilustraciones a los 33 poemas de este libro de Castro Fernández. De mi parte, suscribo algunos señalamientos interpretativos, desde el universo de la hamaca, aquí y ahora, porque cada columpio es una forja en el difícil aprendizaje que es el planeta de cada vida, la de ustedes y la mía, es decir, la humanidad como un todo, con el ojo retrospectivo de la infancia sin fin, desde donde estamos asidos para seguir viviendo.
miguelfajardokorea@hotmail.com
Juan Diego Castro en el universo de las hamacas
Lic. Miguel Fajardo Korea
Premio Nacional de Educación, Costa Rica-2008
Premio Nacional de Educación, Costa Rica-2008
La poesía es un poder del mundo en el espíritu.
Juan Diego Castro Fernández (Costa Rica, 1955) incorpora chumicos, trompos y hamacas en su orbe lírico.
Por predilección, sus ejes temáticos recuperan la infancia y sus nudos semánticos registran elementos de la cotidianeidad esencial. Es la suya, entonces, una manera de afirmar dicho universo, pleno de ideales y sueños de luz, que tanta falta nos hace a todos, en este difícil proceso de mundialización.
“Vértices de mis hamacas” es una apelación fervorosa con las raíces lúdicas de la infancia, que está en cada uno de nosotros, con un ojo abierto y otro cerrado, dispuesta a despertarse en algún momento de nuestra vida.
La hamaca es cronotopo y travesía. Sus ondulaciones son marcas deícticas: me toca a mí, vos ya te montaste, voy yo, sigue Juan Diego, etc.
Las hamacas son huellas cosmovisionarias en el universo de la cercanía, de lo pequeño, pero necesario y trascendente, para equilibrar el destino.
Sus vaivenes signan el oleaje encendido de la esperanza en los mecates sin fronteras. Su demarcación es territorio recreativo en la identidad holística del factor humano.
Otro acierto de este poemario es la incorporación de diversos elementos de la naturaleza, lo que le confiere el marco de una frondosidad telúrica, un fuego de vida, una existencia estelar desde los rincones precisos de la niñez no globalizada, como un universo de afirmación y disfrute de los juegos tradicionales, que nos han ido arrebatando el ipod, el celular, la computadora o la Internet.
En “Vértices de mis hamacas” hay predilección por las menciones cromáticas: azul, amarillo, verde, celeste, rojo, negro y blanco. Esa condición le confiere una estética visual y mucha vitalidad expresiva. Dicho cromatismo refleja un colorido en el tiempo de los estados anímicos, sobre la base de los influjos de la cotidianeidad.
En el poemario de Juan Diego Castro, la hamaca signa un elemento simbólico de movimiento, de observación. Desde ahí transcurre la vida, por ello, “los dos mecates de mi fuerte hamaca/ se trenzaron en un ángulo de tiempo azul”, es decir, la dimensión espacial se extiende por el mar y la montaña, pero su tono es esperanzador, porque “de las gotas de cabuya/ atan la tablita invisible de mis sueños”.
Este libro reivindica la hamaca, la humaniza y le confiere una cercanía con la realidad cotidiana de cada quien, pues “sentí la luz de sus raíces/ y ardí en el fuego de sus hojas”. El hablante lírico aduce “Amarré la hamaca a un cometa”, ante ello, la hamaca se distancia, pero también se acerca cuando expresa que “rompe en tejados de tiempo, el aire pendular de la vida”. En ese contexto, se le endiña imágenes como “navecilla de mecate”, o bien, como “hamaca de tantos sueños”.
La hamaca extiende su alcance “colgada del universo”, pues opera como una “arteria cósmica de sangre de cabuya/ puerta de salida de la oscuridad”. En otro orden, se le otorga gran dinamismo expresivo positivo “volemos juntos, / atrapando las toronjas de los vientos. De ese modo, la hamaca se convierte en un vector semiótico.
El poemario de Juan Diego rinde un gran homenaje lírico a las musas familiares: Sara, su esposa; Elena, su hija. De Sara, a quien está dedicado el libro, el hablante ofrenda finas construcciones: “Duermo anclado al fondo de tu bahía” / “Navegamos en una tormenta de labios” / “Sueño en la cubierta de nuestra pasión”. En estos versos se advierte la incorporación de elementos marinos, asociados con la delicadeza de la presencia femenina que puebla el libro con vocación de campana.
El hablante poetiza: “Sarita: / Sin dejar de amar, / sin dejar de navegar, armados de luna y sal, / sobre nuestro mar”. La delicadeza de los versos representa un reconocimiento amatorio a uno de los seres especiales que conforman el círculo de afinidades electivas del yo lírico.
En otro apartado, la figura de Sara extiende su red de asociaciones cotidianas “Sara, mi media lunita/ de cebolla y guanábana, / fuego de mi noche/ picante de mi día, / boquita de lago y canela”. En tiempos de alta agresividad familiar, estos poemas dedicados a Sara, significan un reconocimiento y ponen en evidencia, con certeza y honestidad, el lugar que merece la abnegada figura femenina, por derecho propio. Su orbe encara comprensión, entendimiento y amor. Ese es uno de los valores que maneja el presupuesto ético y estético de este libro.
Por ello, el yo lírico no escatima su canto como una ofrenda amorosa “Sé de la pureza que el oleaje de tus praderas da a mi tierra. / Sé cuánto vivifica mi aire el surco de tu cordillera”. Sé que tu piel y mi piel son un planeta”. Este verso final funciona como un sistema recolectivo de gran mérito.
Su hija Elena ocupa, igualmente, un espacio de luz y candor en el mapa lírico del autor costarricense “Dentro de la gran burbuja de hojas azules/ miré tus ojitos intercambiando brillo con los de Elena, / inundación de luz en el valle de mi existencia/ que desbordó el agua limpia de la memoria de su nacimiento”.
Asimismo, la muerte ha tocado las fibras del hablante en el seno familiar “Hermanita mía. / Desde que partiste me resisto a restringir tu territorio. Cada día te visito en los jardines de mi memoria”. Hay una apuesta por un recordar selectivo desde un espacio intangible, privado. No apela, necesariamente, por espacios visibles, sino en una introspección muy válida para ofrendar sus sentimientos de dolor fraternal.
Además, la hamaca retoma su protagonismo, cuando el yo lírico expresa: “Antes de morir/ colgaré mi hamaca/ en la venda de la herrumbrada justicia/ y me columpiaré fuertemente/ sobre los estrados de la inequidad”. La justicia, como un ingrediente imprescindible en la vida de todos los seres humanos, es un valor agregado por el cual el ilustre penalista lucha todos los días desde los estrados, donde también la palabra es otro poder.
Vértices de mis hamacas, confirma la adquisición de un estilo personalísimo: incorpora formas para la arquitectura lúdica del poema: catetos, vértices, triángulos, como una manera de construir la aritmética de la vida “que rompe en tajadas de tiempo/ el aire pendular de la vida”/ “tres vértices más/ de nuestro tiempo de hamaca”.
El texto contiene versos de gran mérito conceptual. Comparto con el lector algunos de ellos: “Cuando me ves así / hacés que los filosos arados de mis ojos/ siembren de azules tallos tres blancos pétalos”, o bien, “tu piel y mi piel, / se fundieron con agujas de zacate/ y forman una sola vela/ fogosa de viento y de sol/ navegante de nuestro mar secreto”.
Vértices de mis hamacas, tercer poemario del Lic. Juan Diego Castro es una obra del sello editorial JURISIS, señal inequívoca de que la poesía ocupa un espacio estelar en su agenda como penalista brillante. En este libro incorpora diversos nudos de significación. El tono amatorio prevalece en muchos de los poemas, así como el índice amoroso, a partir de construcciones finas, donde incorpora hechos esenciales de la cotidianeidad, como una manera de afirmar que la vida y la poesía se encuentran coligadas.
Su abordaje temático focaliza perspectivas personalísimas. Su estilo es preciso y contundente “hasta reventar todos los nuditos/ de tu noche hecha amanecer”. Destaco, con gran ventaja, una especie de ocupación femenina en su libro, pues permite constatar que, valores como el respeto a la dignidad de la mujer, como esposa o hija, el amor y la comprensión dentro del espacio hogareño, son ejes de praxis y no únicamente de discurso, que permiten la vivencia confraternitaria desde el hogar, máxime cuando este espacio ha dejado de ser, en nuestra sociedad, el topos de protección y bienestar.
La poesía costarricense incorpora una voz de madurez para desanudar los nudos de las hamacas en los vértices de una vida intensa, llena de asombro por la vida, el amor, la justicia y dispuesta a conquistar una nueva balanza para la ocupación de la poesía como una manera de reivindicar las fatigas.
El pintor Adrián Gómez aporta doce ilustraciones a los 33 poemas de este libro de Castro Fernández. De mi parte, suscribo algunos señalamientos interpretativos, desde el universo de la hamaca, aquí y ahora, porque cada columpio es una forja en el difícil aprendizaje que es el planeta de cada vida, la de ustedes y la mía, es decir, la humanidad como un todo, con el ojo retrospectivo de la infancia sin fin, desde donde estamos asidos para seguir viviendo.
miguelfajardokorea@hotmail.com