Claudia Hérodier, El Salvador
CLAUDIA
HÉRODIER
PRADERA ABAJO
Quiero
lanzar esta noche
mi corazón a rodar
pradera abajo.
Quiero dejar de mí,
el perfume de la sangre
anudado a todas las sangres.
El sabor de mis huesos,
en el hueso de todos.
Quiero acostumbrarme
a decir ¡NO!
¡NO! a la vergüenza
de no querer a nadie.
¡NO! a la indiferencia.
¡NO! al humano que nada quiere saber de mí,
y se esconde, y muere,
muere solo.
Quiero lanzar mi voz,
esencia de miles de parras
de diminutos y pálidos jazmines;
lanzar la soledad
en barcazas,
rumbo al infinito,
y sólo quedarme con el hombre.
Con él, que nada quiere de mi nombre
y toma de mi nombre
todo lo que es mío.
Quiero que mis aguas
rueden a carcajada fresca,
y se escondan traviesas
en esas melancolías tan humanas
y limpien el río cenagoso,
y brinquen claras por el guijarrerío.
Musgo quiero ser.
Panela de luz entre dos ojos.
Recuerdo alegre, duro,
triste, seco, ardiente, desvalido.
Quiero ser tu recuerdo, planeta desvelado.
Tu seda al sol. Tuya, tierra severa,
tierra mía y de todos,
dentro de lo mío.
Mayo 25/80 S.S.
EL SALVADOR
¡Oh, salvador del mundo!
(Por los jesuitas y sus empleadas
asesinados
vilmente...)
En esta ciudad en la que nací
en la que me
enseñaron a leer,
aquella en
la que hice, como todos,
mi primera
comunión,
(aunque ya
no sea católica)
en la que
fui bautizada,
aprendí a
jugar, crecí, menstrué por primera vez...
La ciudad en
donde me hice mujer;
la que quedó
libre de bombardeos en la Guerra del 69,
la que
asiste todos los domingos al fútbol,
la que le
gusta echarse sus cervezas,
dormir
siesta los sábados,
salir a
fiestear, si es posible, desde el jueves por la noche,
la que se ha
levantado a pesar de la ceniza de sus volcanes,
la que se
alegró de que el Divino Salvador del Mundo
no cayera
por tierra
destrozándose
en el
terremoto del 86,l
la que se
cree bendecida por el nombre que lleva
y a los
ciudadanos nos convierte en santos.
La que todos
los 6 de agosto sale a las calles
en
interminables procesiones...
y ni por eso
se transfigura.
La creyente.
La golpeadora de pechos. La cristiana.
La que nos ha enseñado que es el ombligo de la patria
y que ésta
es nuestra madre
y por ello
debemos estar orgullosos de su nombre.
Jurarle
nuestras vidas, consagrarnos al bien, a su bien.
Patria que nos dice que escribió su historia con sangre.
La muda. La
cómplice. ¡La asesina!
La que
permitió
que las
enseñanzas de muchos quedaran regadas,
coaguladas,
esparcidas en un césped
donde vuelan
las moscas...
Madre
corrupta, oportunista
engañadora.
La
cuenta-cuentos.
Madre
hedionda a cadáveres,
manoseando
nuestra comida.
La que nos emboba con sus cantos de sirena.
Madre
matricida.
Madre de los
cuerpos yacientes
en la
incultura,
el miedo,
la no-vida
acumulada.
La
mistificadora.
La que se
maquilla con sombras.
La madre de
los gusanos...
Y en tí, madre,
hay alas que
buscan su puntual matamoscas,
aún aquellas
que gobernantes
de un reino
de cadáveres
pretenden
vestir y ser, y
aparentar
y...¡El futuro está escrito
en los
pedazos de cráneo regados por el césped,
incrustados en
el muro!
En la sangre
encharcada, almohada nueva de los rostros,
en los ojos
hinchados, desprendidos,
en una
cabeza como vejiga desinflada,
en una mano
desfloronada,
en aquella
mirada que al último suspiro,
buscó en el
universo la respuesta
y sólo encontró
tus ojos
¡oh, madre!
Diciembre
18/89 S.S