David Escobar Galindo, El Salvador,
Fotografía: archivo de André Cruchaga
I
El azahar del aire revive tu palabra.
La canela del pan desata tu recuerdo.
El ojo de la lluvia multiplica tus ojos.
La luz de la cocina se cobija en tus manos.
La noche soledosa respira por tus libros.
La edad de la jalea pronuncia tu alegría.
El color de la tierra testifica tus pasos.
El sabor de la leche restaura tus mejillas.
El azúcar más clara ilumina tu frente.
Las fieles cabañuelas derraman tu enseñanza.
¡Oh dadora inefable,
fuerte mujer de harina,
pan prometido siempre
con promesa cumplida!
El destello del agua proclama tu limpieza.
La transparente nube reúne tu paisaje.
Tu corazón se llena de rocío remoto.
Los caminos recogen tus canciones antiguas.
Respeta el sol tu fresca Biblia de cuero viejo.
El espejo conserva la bondad de tu mano.
Las sillas te revelan por instinto de bosque.
Los árboles animan tu pulso para siempre.
En suave niebla nórdica tus brazos te dibujan.
Se dibujan tus brazos en lábaros del trópico.
La pasión del jardín te rodea y te alaba.
Anda el ángel buscándote con lumbre memoriosa,
pero tú no abandonas el sol de tu cariño,
la estancia donde reina el azahar del aire,
donde suena tu voz y encuentra corazones.
¡Oh dadora inefable,
fuerte mujer de harina,
pan prometido siempre
con promesa cumplida!
III
Lillian y Claudia fueron las amigas del viento,
el que ondula sin fin la flor de los cañales,
allá en los frescos días de Armenia provinciana,
cuando el siglo estrenaba sus primeros manteles,
por las suaves alturas del año dieciséis,
literalmente humanas las doncellas de nácar,
los ojos donde el ansia prende sus mariposas,
las canciones ingenuas del idioma extranjero,
la norteña llamada de los mares brumosos.
Así leyeron juntas a poetas y sabios,
mientras el agua verde doblaba los guarumos
y manchas de pericos sacudían la ausencia;
con las aguas del pozo se lavaban los rostros,
y en esa agua algún duende puso la flor sagrada,
la videncia y la voz del futuro naciente.
…hoy, Lillie y Claudia mías, abuelas insondables,
espíritus de grácil densidad fervorosa,
amigas en el eco de la edad repetida,
manantiales que se unen en la justa palabra,
a ustedes dos destino la vigilia del tiempo,
la pureza del humo que del norte florece
para coronación de ecuestres litorales.
Les canto como a diosas de un océano propio,
como a reveladoras de un culto sin reservas,
paralelas memorias que anuncian el misterio
de ser y trascender por incógnita sangre.
Yo las saludo en medio de sus luces pulsadas,
entro en sus corazones como en casa de arcángel.
XI
El aire en paz y el campo son morada
menor para tus ojos y tus manos,
hermana de los árboles lejanos
y madre de la suave madrugada.
Ahí brilla tu sombra, despertada
para los altos días soberanos,
y aquí en nuestros apegos más humanos
también está tu luz acompañada.
Qué fiel fuiste en nosotros, oh doncella,
oh amada, oh fuerte, oh lúcida, oh presente,
más viva que el color de lo vivido.
Por eso en tu primer pulsar de estrella
nos besas el quebranto de la frente
con beso que es lo eterno florecido.
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