sábado, 14 de abril de 2012

HITOS EN LA CUENTÍSTICA SALVADOREÑA DEL SIGLO XX *


Cuestistas salvadoreños,
Montaje de André Cruchaga





Por Carlos Velis




INTRODUCCIÓN

Antes de entrar en materia, discurramos un poco sobre la importancia del estudio de las letras de una sociedad, de una época, de un país, en fin, de una parte esencial de determinado conglomerado humano. La labor creadora es la que nos diferencia de los animales, la que hace civilizada una sociedad. No es la economía, ni la política, ni mucho menos lo militar, las actividades determinantes en el rumbo que toma la civilización. Es la actividad creativa, el arte, entendido en su más amplia acepción, es la cultura, desde su significado antropológico, que define y, a la larga, valida una sociedad. Por tanto, la única forma de transformar los valores de una sociedad, es a través de este campo privilegiado de la actividad humana.

Estos son momentos muy difíciles para todos los ámbitos de nuestra sociedad, por lo que a muchos puede parecer una sin razón el ocuparse de cuentos y cuentistas, en lugar de estar estudiando los problemas urgentes de las pandillas juveniles, la corrupción estatal y otros; naturalmente, a mí me viene a la mente aquella frase de Quino, como siempre, lo urgente no deja tiempo para lo importante. Por lo tanto, ahora yo me ocupo de analizar lo que, a mi juicio, vale la pena. El desarrollo del cuento salvadoreño, desde Francisco Gavidia, el salvadoreño más importante de la primera mitad del siglo XX, hasta José María méndez, pasando por Salarrué, dos personalidades determinantes en la salvadoreñidad actual.

En estos momentos de gran confusión, en que la oscuridad nos ha envuelto casi por completo, el arte, como reflejo y recreación del alma de una sociedad, es como la lámpara de Diógenes.

Es muy fácil, en especial en una sociedad tan proclive a la prepotencia y a las soluciones inmediatistas, despreciar las actividades artísticas y literarias, como improductivas e, inclusive, dejarlas en manos de comerciantes de la literatura, que producen uno que otro libro cada dos o tres años, como una especial deferencia a un escritor, mientras le exigen al creador, gastar sus días como oficial de tercera en una oficina burocrática.

Pues contra todo pronóstico de los poderosos que lucen una absoluta insensibilidad para la creación artistica, ésta se ha mantenido constante y estable a lo largo de toda la historia de nuestra sociedad. Para contrariedad de aquellas personalidades que padecen de estrechez histórica, el vehiculo que las sociedades usan para trascender en el tiempo, es la obra creadora de sus artistas. En ninguna parte ha quedado algún nombre de aquellos sagaces comerciantes que surcaban los mares y los desiertos, llevando y trayendo exóticas mercancías, ni siquiera se conservan rasgos de la personalidad de los tiranos que hicieron levantar los monumentos y sólo se conocen a través de las esculturas y murales que aún se conservan en aquellos muros otrora orgullo de hombres poderosos que pensaban serían inmortales. A propósito, los rostros de comerciantes, religiosos, guerreros y políticos de la Edad Media y el Renacimiento, se conocen por los retratos hechos por los famosos pintores, que sirvieron de plataforma, muy endeble, para la inmortalidad de los primeros, como un favor, al ligarlos a su nombre, a través de sus pinceles.

Ese es el propósito que anima este estudio, intentar llenar un vacío en nuestra vida intelectual y, a la vez, cumplir una deuda con tres creadores de la literatura de nuestro país, que, como todos, esperan un estudio que trate de darle una validez a la obra de toda una vida.

LA CUENTÍSTICA EN LA LITERATURA SALVADOREÑA

La literatura salvadoreña es muy joven. Las obras literarias más antiguas datan de la Independencia (1821). El siglo XIX nos ha dejado alguna producción poética y dramatúrgica, pero es la rama cuento, el Benjamín de nuestra literatura. No es sino a finales de 1800, con Salvador J. Carazo y Hermógenes Alvarado padre, que aparecen algunas creaciones publicadas en periódicos y revistas de la época.

No obstante tal juventud y a pesar de la aridez del medio salvadoreño para la difusión de la literatura, existe una respetable cantidad de cultivadores del género, con excelente calidad. Es de lamentar que, como en otras ramas del saber y la expresión, no se intentara nunca consignar las expresiones de tradición oral, propias de los cuenteros, que hicieron las delicias de los niños en las noches antes de que la televisión tomara el poder en las familias condenándonos a la vista al frente, como en un suplicio medieval.

Pero esa toma de poder fue tan completa, que esa tradición vernácula tan ancestral y profundamente arraigada, ha sido borrada de nuestra vida. En sociedades como la colombiana y la costarricense, es simplemente inconcebible que tal manifestación desaparezca. Valga hacer un paréntesis para decir que, en países como Cuba y Argentina, se está llevando adelante una fuerte campaña para conservar este arte. Existen los “narradores”, que son los cuenteros que han desarrollado su habilidad con un sentido académico. Francisco Garzón Céspedes, un actor cubano, recorre nuestro continente, como un moderno Johnny Apple Seed, regando la semillita del cuentero, realizando recitales y talleres para ampliar el área de expresión y evitar que esa forma artística tan importante no perezca.

Entre nosotros, existen recopilaciones de leyendas tradicionales, como La Siguanaba, El zipitío, La carreta chillona y otras de dominio popular en todo el continente y que, de alguna manera, ya tienen un reconocimiento “oficial”, pero no se ha llegado al corazón de los cuentos cotidianos, los cuentos de fogón y poyete. Yo recuerdo que mi infancia estuvo poblada de personajes fantásticos, como los millonarios que hacían pacto con el diablo, las brujas que se convertían en tuncas y muchos más, que llegaron hasta nosotros, a través de las mejillas enjutas de mi nana, una viejita adorable, mezcla de ángel y duende, la que con una voz, como de papel de china cuando se arruga, igual nos hablaba con cariño, nos contaba cuentos, que nos echaba la más fecunda lista de improperios, todo en el mismo momento. Lamentablemente, como ocurre siempre, nadie tomó papel y lápiz. Nadie lo hace a los diez años.

Mejor destino han tenido los cuentistas, los de pluma y papel. Su obra, además de estar en periódicos y revistas, se encuentra estudiada y consignada en dos obras antológicas: Antología del cuento salvadoreño 1880 1955, de Manuel Barba Salinas, publicada en el Departamento Editorial del Ministerio de Cultura, San Salvador 1959; y 3 por 15 mundos, de Carlos Cañas Dinarte y otros, públicado por UCA Editores, San Salvador 1993, en el que se incluye la obra de 1955 a ese año de publicación.

EL ENFOQUE DE ESTE TRABAJO

La labor de estudio de la literatura de un país, es muy delicada, en el sentido de que puede ser tan extensa, que no llega a concretar ideas o conceptos. La creación literaria, y en lo particular, cuentística de un país o de una época, puede abarcar muchos centenares de piezas, estilos, ideologías, temáticas y Dios sabe cuánto más. Uno de los peligros es el de que el ensayista se apoye en sus amigos y los que a él le gustan, excluyendo a los demás, lo que ha ocurrido mucho en El Salvador. Caso contrario, muy democráticamente, menciona a todos, con lo que queda una sopa de letras, pero sin consistencia científica. Si se les agrega los números telefónicos, sería una excelente agenda. Un buen trabajo sería tomar la creación por épocas, momentos históricos, generaciones, con lo que se conseguiría una visión más ordenada, aunque un tanto esquemática de la creación, al apoyarse en herramientas no literarias, sino más bien sociológicas e históricas y hasta políticas.

Para este trabajo, he elegido plantear una visión del desarrollo de la cuentística del siglo XX, a partir de tres de sus más grandes autores, como los puntos de referencia, tanto estilística, como temática de todo el periodo. No estoy hablando de calidad, mucho menos comparando a estos tres con los demás. Es nada más el intento de situar tres puntos álgidos en nuestra creación cuentística o, como indica el título de este ensayo, tres hitos históricos de la cuentística salvadoreña. Estos son: Francisco Gavidia (1863 65–1955), Salarrué (1899–1975) y José María Méndez (1916–2006). En estos tres autores se puede encontrar condensado el desarrollo de cada una de sus épocas. Son tres obras de mucha energía creadora y, en especial, que mantienen una continuidad en el tiempo.

Estas tres obras, además, tienen un denominador común: el mantener un temple literario y temático, auténtico, independiente de los vaivenes del inmediatismo. Tal es la razón por la que han sido excluidos de la agenda literaria de toda una época en que el maniqueísmo dominó casi por completo el arte y sus críticos. Estos tres creadores, a pesar de que no despreciaron los temas de índole social y hasta político, como se puede ver fácilmente con una somera revisión de su obra, no transigieron en calidad ni en forma y mantuvieron su propia personalidad contra las modas y los ismos de la época. Ahora que estamos en una nueva etapa histórica, aún muy comprometida con el pasado y, lo que es muy arriesgado, con los prejuicios y temores del pasado, es que se plantea la urgencia de penetrar en el pensamiento de estos tres creadores, que nos han legado una obra auténtica y que ha sabido hablarnos a nuestra esencia.

FRANCISCO GAVIDIA

Fenómeno asombroso de disciplina intelectual, nos ha dejado una enorme cantidad de creaciones, que abarcan todos los géneros literarios, desde la tragedia, la poesía de gran aliento, salutaciones a la reina, versos de abanico, ensayos sobre astronomía, lingüística, sociología, política, historia, etc., etc., etc y también cuentos. Esta obra monumental, no puede pasar desapercibida ni en nuestro país. Con motivo del centenario de su nacimiento, el Ministerio de Educación abrió un certamen sobre su vida y su obra. Producto de éste, vieron la luz seis obras de gran aliento: “Gavidia, la odisea de su genio”, de Roberto Armijo y José Napoleón Rodríguez, ganadora del primer lugar; “Gavidia el amigo de Darío”, de José Salvador Guandique; “Francisco Gavidia, entre raras fuerzas étnicas”, de Juan Felipe Toruño; “Magnificencia espiritual de Francisco Gavidia”, de José Mata Gavidia, “Gavidia y Darío”, de Cristóbal Humberto Ibarra y “Gavidia, poesia, literatura, humanismo”, de Mario Hernández Aguirre. Además, la Revista Cultura, a lo largo de sus años de existencia, ha publicado un buen número de ensayos sobre su persona y obra.

Nacido y formado en la recién nacida independencia republicana, aún colonial de Centroamérica, refleja en su obra, una marcada influencia francesa, especialmente la de Víctor Hugo. A sus dieciocho años de edad, llegó a la Capital, procedente de Chapeltique, San Miguel, en ese entonces un lugar remoto, donde no tenía los medios académicos suficientes, cuando ingresó a la Universidad a su primera clase, se dio cuenta que no aprendería más de lo que ya sabía. Así que se compró una buena pila de libros y se encerró en su dormitorio a devorarlos, con lo que adquirió una vastedad impresionante de conocimientos, que lo hicieron el más grande pensador de nuestra historia.

La esencia del pensamiento y la obra de Gavidia es la salvadoreñidad. Un intento por comprender, interpretar y dejar establecido el concepto de la idiosincracia salvadoreña, a la cual atribuía propiedades misteriosas y un cierto mesianismo mundial. En su inagotable trabajo ensayístico, dejó preclaros trabajos sobre el parlamentarismo, como alternativa al presidencialismo, que tanto daño ha hecho a nuestras débiles democracias. En sus poemas de gran aliento, clama por una Patria centroamericana y por un esoterismo propio. Producto de esto es el intento por construir un idioma nacional llamado “salvador”.

Mientras su contemporáneo Alberto Masferrer profesaba doctrinas induístas y esoterismos que dejó muy evidentes en su magna obra, Gavidia buscaba la traducción de éstas a la esencialidad salvadoreña. Su preocupación constante fue el perfilar de manera firme, la salvadoreñidad. Si en Masferrer tenemos un pastor, un educador moral y ético, tratando de transponer doctrinas universales a nuestra realidad, en Gavidia hay un científico, un educador epistemológico, que busca las doctrinas nacidas de la propia alma del salvadoreño. Masferrer se apoya en el hiduísmo, Gavidia trata de redefinir todas las doctrinas universales, dándole una interpretación propia de su gente, su historia y sus esperanzas. Si Masferrer busca la transformación del salvadoreño hacia un nivel moral más elevado, por el despertar de la autoconciencia a través de la meditación y la búsqueda del bien común, Gavidia intenta una introspección del salvadoreño para perfilar su propio ser y lograr un florecimiento de sí mismo y, por ende de su sociedad, con base en una lucha por superar su propia realidad y la creación de un E-sooter-ismo propio e inédito.

Es a través de este esquema que se comprende un hilo rector en toda la voluminosa obra gavidiana. A partir de su cultura clásica, adquirida de un estudio autodidáctico rayando en la manía, hace una fusión de conceptos y formas del griego con el precolombino y colonial. En su cuentística, títulos como El códice maya, La loba, Nemi, Gutzal y otros, reflejan esta visión del mundo clásico y las tradiciones salvadoreñas, tanto mitológicas, como históricas.

Sostiene que Hay hechos e ideas que son el alma de los pueblos. De esta manera, busca en los acontecimientos históricos, la manera de profundizar en ese alma. Sus palabras al respecto son lapidarias: Ninguna obra de historia científica tiene el poder del efecto emotivo y de vasta expresión de la obra literaria... La guerra al Imperio –Se refiere al imperio mexicano de Yturbide, inmediatamente después de la Independencia– y la proclamación de la República Democrática en 1823 es la piedra angular de la historia y el destino de Centro América. Es una cantera para el arte;y también para la ciencia.

Quiero citar, especialmente, un poema o un cuento poético, basado en un hecho mítico–histórico de los tiempos de la conquista. Este se llama La princesa Citalá, o La princesa Estrella.

Este cuento refiere la batalla de Acajutla, donde el conquistador Pedro de Alvarado sufrió una herida de flecha en la pierna, que lo lisió para toda su vida. Se dice que lo hirió el príncipe Atonal o Atlacatl, de quien se duda de su existencia, pero existe en la literatura y eso nos basta.

Donadiú, nombre que Gavidia da a Alvarado en el cuento, el cual significa el sol, capitanea un cruel combate contra la tribu que poblaba Acajutla. Atlacatl lo espera con un escudo de oro en alto: De pie sobre de un túmulo, con el nervudo brazo/ alza en alto Atlacatl, resplandeciente, su escudo de oro,/ blanco de ambos los campos, que retiñe sonoro.// Fue quien más deseara y él hace de competencia el caso,/ Pedro de Alvarado, tener entre sus manos tal presea./ –¡Ea, señores, ea! Gritaba. ¡Paso, paso!/ Que tal sol de oro, sólo estar destinado/ puede a otro sol y Donadiú es mi nombre.

Más adelante: La brillante armadura, su corcel corpulento,/ su voz de mando, muestran al Donadiú; desde la cima/ lanzó Atlacatl terrible, la enherbolada flecha/ que hizo silbar lúgubremente el aire, y como el rayo,/ pasando entre Quijote y rodillera, con la armadura,/ fue a atravesar el muslo de Pedro de Alvarado/ y lo clavó en la silla. Lo rodearon al punto; se alzó grave clamor en ambos campos; en el campo indio/ de triunfo ovante; de furor en las haces castellanas.

Continúa la historia, con las fiebres de Alvarado, como consecuencia de la herida. Llevan a Citalá, para que lo cure. Ella va con la consigna de asesinar al conquistador. Lleva escondida una pócima venenosa: Entonces toma/ del manto la ampolleta del veneno,/ pero cuando a verterlo se encamina/ siente la virgen palpitar su seno:/ se oye en el castellano campamento/ levantarse un clamor:/ –¡Salve Regina!/ Dulce más con fervor que atruena el viento./ –¿Qué es?/ –El canto a María./ –María ¿quién María?

Citalá ya no puede matar al conquistador y cambia el veneno por el bálsamo curativo, pero le arranca la promesa que esa vida se la pagará en algún momento, el cual llega a continuación, cuando Atlacatl, dando por hecho que Citalá ha matado a Alvarado, ataca el palacio y cae prisionero. Sin embargo, aún cuando por la intervención oportuna de la princesa, aquél se salva, consideran que ella ha cometido traición. El cuento termina así: Y sobre ella que triste sonreía,/ los arqueros sus flechas dispararon.// Sólo dijo ella al expirar:// –¡María!.

SALARRUÉ

Salvador Salazar Arrué, estudió pintura en Nueva York. A su regreso a El Salvador, inició su carrera de escritor, publicando en varios periódicos y revistas de la época. En 1926, publica su primera novela corta El Cristo negro. El año siguiente, ve la luz su segunda novela, más extensa, El señor de la burbuja. Y es en 1929 que publica su primer tomo de cuentos, O´yarkandal. Con este tomo da inicio su producción cuentística, que es muy extensa.

Es importantísimo el hecho de que Salarrué, desde su infancia, experimentó fenómenos psíquicos que determinaron su vida, puesto que lo obligaron a buscar explicaciones coherentes, para lo cual se internó en un permanente estudio de corrientes esotéricas, que dejaron una honda huella, tanto en su conducta, como su obra –pictórica y literaria–, la cual tiene un profundo contenido filosófico y misterioso. Valga decir que él no fue el único que incursionó por esas sendas; muchos intelectuales de su época fueron fervientes cultores de aquellos estimulantes pensamientos.

Todavía en la primera mitad del siglo, dominaba el mesianismo que invadió la segunda mitad del anterior, cuando Occidente vio el nacimiento de varias sectas religiosas, como los Adventistas, los Mormones, los Testigos de Jehová y filosofías metafísicas como la Teosofía, así como el crecimiento y la consolidación de las escuelas esotéricas ancestrales como los Rosacruces y la Masonería.

El Salvador recibió toda esa corriente de pensamiento, a pesar de una Iglesia muy rígida y cerrada. A pesar de que todas esas escuelas se manejaban en la clandestinidad, total o a medias, se puede ver la huella, especialmente en los nombres de los descendientes de aquellos sabios decimonónicos, comecuras sin piedad, que los bautizaron (sí, “bautizaron”, posiblemente por presiones del sector femenino de la familia) como “Ramsés”, “Osiris” y el caso más elocuente, “Lucifer”, que llevaba el venerado sabio salvadoreño recién muerto, don Jorge Lardé Larín.

Influencia determinante ejerció la Sociedad Teosófica, escuela de pensamiento esotérico fundada en el siglo XIX por Madam Blavaski, una rusa muy extraña, fea y que fumaba puro, asociada con Annie Bessant, activa intelectual inglesa, quien se involucró de lleno en el mundo de su época. Incluso figura como fundadora de la Social Democracia mundial. Otros fundadores de la teosofía fueron el pensador Led Beather y el coronel Olcott.

Mezcla de religiones indúes, cristianismo y filosofías iniciáticas ancestrales, como la egipcia, nace como la Orden de la Estrella, con un objetivo muy específico: Recibir la segunda venida de Cristo, la cual se produciría, según interpretaciones de diversas profecías, en la segunda mitad del XIX, en India. El Avatar, supuestamente fue encontrado en la persona de un niño delgado y semidesnudo, en una remota región de India, hijo de un ferroviario, llamado Krishna Murti. Fue enviado a Inglaterra y matriculado en una universidad de Londres. En el momento en que se suponía que el joven proclamaría su misión y se erigiría como el líder espiritual mundial, lejos de eso, dijo muy claramente que él no era el Cristo y que disolvía la Orden de la Estrella. Sin embargo, a la larga, fue un líder espiritual. Dedicó su vida a la difusión de la filosofía de la no-violencia y la educación a través del amor. Por su parte, los fundadores de la Orden de la Estrella, la convirtieron en la Sociedad Teosófica, la cual, en la primera mitad del XX, llegó a tener una presencia mundial, difundiendo un eclecticismo de ideas esotéricas.

Es muy difícil seguir la pista a estas escuelas en El Salvador, especialmente porque los herederos de aquellos no quieren que se divulgue ese aspecto del abuelito o abuelita. Rápidamente se aprestan a afirmar el catolicismo a toda prueba de los venerados antepasados y a desmentir cualquier duda al respecto. Pero eso no logra ocultar todas las pistas, que se pueden seguir con relativa facilidad.

Por lo menos, en el caso que nos ocupa, se sabe a ciencia cierta, que Salarrué fue un iniciado en las escuelas esotéricas y muy cercano a la Teosofía. Él mismo lo deja patente en su obra. Pero no sólo sus herederos han tratado de ocultar esos aspectos de la personalidad y la obra del maestro. Su vivencia espiritual, que lo alejara de los maniqueísmos tan de moda en la política y, por consiguiente, en la literatura y el arte de la época, le acarreó problemas con los mesianistas políticos, como los que predicaban doctrinas materialistas, que exigían a los artistas, un “mensaje” comprometido con las coyunturas. Salarrué se mantuvo al margen de ese requerimiento, por lo que le fuera vetada la parte esotérica de su obra; de esta manera, su libro costumbrista Cuentos de barro fue el único que alcanzara una divulgación internacional.

Luis Melgar Brizuela, en un discurso de homenaje al centenario de Salarrué dijo: “ Yo creería que, sobre todo la izquierda intelectual –Y aquí me voy a incluir haciendo mea culpa—en épocas anteriores a la guerra y en momentos de polarización ideológica, de una cierta incapacidad para salir de posiciones sectarias y hasta dogmáticas, habíamos exagerado la nota sobre el valor de Salarrué, asentado en su regionalismo y costumbrismo... me parece que, sobre todo la izquierda intelectual, fue un poco injusta al tratar de negar o desconocer o minimizar el valor del Salarrué esotérico”

Ya era hora que los intelectuales de la izquierda reconocieran su papel de inquisidores. Tal vez sea un buen indicio para tomar un compromiso más serio en aras de la ciencia y la buena literatura. En El Salvador, el maniqueísmo ha servido para promover mediocridades y censurar excelencias. Valga lo anterior como ejemplo.

En Salarrué, encuentro que hay tres obras, que sirven como importantísimos puntos de referencia para comprender la totalidad. El O´yarkandal, Cuentos de barro y Cuentos de cipotes. Es allí donde establece su poiesis que desarrollará a lo largo de los años.

El libro de cuentos O´yarkandal, es una colección de maravillosas fantasías, urdidas en un finísimo tejido de infinidad de culturas. Dice: Las fuentes que surten mi lengua y alimentan mi espíritu, proceden, no de una fantasía vacua y desbordante, sino de una tradición verbal y suntuosamente humana. En el cuento El último Sagatara, se presenta a sí mismo: Me llaman Saga, pero entre los ocultos descendientes de Dathdalía, mi nombre verdadero es Eur-Alas-Sagatara:“El Señor del Ensueño”. Eur-Alas es ensueño y Sagatara es señor. Y es que, en verdad, soy el último descendiente del “Xuataracali, la casa de los reyes de Samiramina. Como podemos ver, Eur-Alas es Salarrué al revés y Saga es, en la mitología escandinava, la diosa que canta las gestas de los dioses y héroes.

En ese mundo creado por Salarrué, vamos conociendo un nuevo Universo en el que encontramos flora, fauna, razas humanas, lenguas, instrumentos musicales, dioses, astros y todo lo que constituye la vida, en una desbordante fertilidad literaria. Él mismo descubre el secreto de su inspiración: No me enteré antes de los veinte años, de mi verdadero origen, que como véis es noble. Soy hijo último de Onidala, nieto de Dabmis, biznieto de Ababila. Ababila a su vez fue hijo de Reb-Il-Ug y nieto de Etoji-Uk de la línea directa del divino Otsirk de Therazán.
Al pronunciar este nombre, el narrador bajó la frente y se llevó gentilmente la diestra al corazón.

Si leemos al revés estos nombres, dirá así: Onidala, Aladino; Dabmis, Simbad; Ababila, Alibabá; Reb-Il-Ug, Gulliberg; Etoji-Uk, Quijote y Otsirk de Therazán, Cristo de Nazareth.

La otra gran corriente que encontramos en la cuentística de Salarrué, es el costumbrismo, del cual es el principal exponente, su libro Cuentos de barro, publicado en 1934. Una selección de treinticuatro cuentos cuyo ámbito es la campiña salvadoreña. Allí retrata el habla del campesino, las costumbres, los conflictos. Una prosa muy prolija y que sigue con fidelidad las normas clasicas del cuento. Son verdaderas piezas maestras en cuanto a la forma.

Permítanme compartir con ustedes, uno de mis preferidos, Semos malos.

Sabido es de todos el nomadismo del pueblo salvadoreño. La cercanía con Honduras, la poco definida frontera y la total identificación de raza y costumbres, hicieron de ese país, la tierra de las promesas, desde tiempos inmemorables. El cuento narra el viaje de Goyo Cuestas y su cipote hacia la promisoria Honduras, a donde llevan un fonógrafo.
Dicen quen Honduras abunda la plata.
Sí, tata, y por ái no conocen el fonógrafo dicen...

El camino en medio de la selva del Chamelecón, está plagado de peligros, para dos hombres sólo cargados de sueños. En las noches de soledad y temor, padre e hijo se acercaban en algo parecido al amor: Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía contra su pestífero pecho, duro como un tapexco; y, rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara añudada de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano.

Aquella aventura termina en sangre. Goyo y su hijo son muertos por salteadores, los que, por primera vez en su vida, sabrán lo que es un fonógrafo. Uno de ellos los ha visto en las bananeras y atina a conectar el disco. En medio de aquel mundo salvaje, la canción conmueve hondamente a los asesinos:
Cuando paró el fonógrafo, los cuatro asesinos se miraron. Suspiraron... Uno de ellos se echó llorando en la manga. Otro se mordió los labios. El más viejo miró al suelo barrioso, donde su sombra le servía de asiento y dijo después de pensarlo muy duro:
Semos malos.
Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.

Este cuento está incluido en la “Antología de los cuentos más tristes”, de Bárbara Jacobs y Augusto Monterroso.

Su obra costumbrista ve la luz en medio de una moda que envolvió a muchos escritores de la época. Posteriormente, en otros tomos, como Eso y más y La espada y otras narraciones, retoma el tema, pero con una visión filosóficá diferente, es decir, extrayéndolo de las estampas bucólicas.

El tercer libro a que me quiero referir es “Cuentos de cipotes”. Son pequeñas narraciones escritas para rellenar páginas en el periódico “Patria”. Comenzaron en los años veinte y fueron publicados en una primera edición incompleta en 1945. Posteriormente, la recopilación completa sale en 1961.

Son “cuenteretes”, como él los denomina, escritos a la manera en que se expresan los niños. Sólo una lectura a los títulos, ya es una experiencia literaria: El cuento de la primeritita comuñón de Menchedita Copalchines, El cuento del cipote tonto que iba parallá, El cuento de la monjita zapato sí, zapato no, pata blanca, caradiangel, pestañas de niñodiós chulón, El cuento del gran chambre de la calugnia con murmurasón de viejas con delantares mocosos. Y así siguen por algunos centenares. Comienzan con la palabra comodín muy salvadoreña puesiesque, la cual abre el telón de cualquier conversación, aún a la fecha. Termina con otro modismo muy local, y siacabuche.

Salarrué ha dejado una muy honda huella en la literatura de mi país, a pesar de que, en la época siguiente, se tendiera más a una literatura de tópicos sociales y temas políticos. El mismo Salarrué, en posteriores trabajos, hace literatura urbana, retoma formas de moda, como el absurdo, el existencialismo y la ciencia ficción, pero es en aquellos cuentos en que sintetiza la salvadoreñidad.

JOSÉ MARÍA MÉNDEZ

Nacido de una familia de intelectuales, el padre, excepcional jurista, la madre, excelente pianista. Desde su tierna infancia, se le cultivó la mente en libros clásicos del Derecho y la gran literatura, lo cual trajo como consecuencia, la producción de un científico social. Maravillosamente ágil de mente, dueño de una simpatía cautivadora y una facilidad de palabra y fabulación; algo cuentero, sólo tuvo que poner en el papel, sus ideas nacidas en las tertulias de su hogar.

Las palabras con las que él mismo resume su vida, son harto elocuentes: No creo en la influencia de los signos Zodiacales; pero sí acaso tengo mente clara y equilibrada, esas cualidades puede que se deriven de haber nacido bajo el signo de Libra. El día de mi nacimiento, unos húngaros trashumantes (gitanos), clientes de mi padre, que viajaban en carromatos pintarrajeados, usaban pañuelos rojos sobre sus cabezas y predecían la suerte, me regalaron diez monedas de oro y pronosticaron que sería afortunado. Por el obsequio y la predicción, mi madre aseguró durante mucho tiempo que yo llegaría a ser hombre rico. La riqueza nunca me llegó, ni siquiera la busqué y tampoco me fue favorable la suerte. Pero sí, con los altibajos inevitables, he ganado lo suficiente para llevar una vida cómoda, atender debidamente a mi familia y gozar ciertos placeres de los que muchos ricos se abstienen por codicia, falta de refinamiento o incapacidad epicúrea. ¿Cómo puede saborear un burdo cargado de dinero (pude decir un burro cargado de dinero), las delicias de escuchar una sinfonía dirigida por Toscanini, o la voz privilegiada de un Carusso, un Ruffo, un Chaliapin, una Lucrecia Bori o una Renata Tebaldi? ¿Qué capacidad tienen para diferenciar un vino espumante cualquiera de un vino puro, blanco o tinto, proveniente de uvas seleccionadas en los viñedos alemanes o franceses?.

Brillante abogado, ganador de innumerables títulos, honores y homenajes, entre los que se puede mencionar como más relevantes, ElJurista del Siglo XX, por la Federación de Asociaciones de Abogados de El Salvador, Escritor Distinguido, por la Asamblea Legislativa y Maestre de la Literatura Centroamericana, por los Juegos Florales de Quetzaltenango Guatemala. Ocupó varios importantes cargos públicos, como Secretario Privado de la Presidencia 1960 y Magistrado de la Corte Suprema de Justicia 1994-97. En sus primeros años de estudio, elaboró un ensayo brillantísimo: El cuerpo del delito, con el que, aun en aquella temprana edad, trascendió las fronteras patrias. Su tesis doctoral La confesión en materia penal, es una obra capital para la teoría del Derecho. Aún se le estudia en la universidad.

Ésta es un copioso tratado sobre la confesión, que abarca toda la doctrina penal, centrándose en una crítica a la aplicación que la legislación penal salvadoreña hacía de la misma, en la que era la excusa para los peores atropellos legales, como era el caso de la confesión extrajudicial, como prueba incriminatoria, aunque era de todo el mundo sabido bajo qué métodos los cuerpos policiales arrancaban esa confesión.

El párrafo final del trabajo es una tremenda acusación a todo el sistema penal: Sólo un procedimiento primitivo, no vivificado por los nuevos descubrimientos científicos, puede dar lugar a valorar la confesión como se hace en nuestro Código de Instrucción. Muchos de sus artículos debieron ser ya proscritos. Revive en ellos, puestos como imagen evocadora, la inmunda cárcel de la Edad Media, el suplicio inquisitivo y todo el espíritu supersticioso, oscurantista y fanático de una época que tuvo más pecados que virtudes, más errores que lamentar que triunfos de qué gloriarse, y que aún señala en negro el dedo de la Historia. Una de las satisfacciones que, a la larga, le brindara este trabajo, fue que, en las reformas a la normativa penal, se han ido incorporando las observaciones que el doctor Méndez formula en 1941, cuando aún no alcanzaba los veinticinco años de edad.

Toda esta vivencia científica del Derecho, que el maestro adquiriera a lo largo de una vida de dedicación, sazonada con una plenitud de juventud, buen humor y alegría por la vida, la ha plasmado en su obra literaria; para muestra, podemos mencionar el cuento Putosis, donde hace una crítica a la tesis de Lombroso, sobre el criminal nato.

En la década del 50, comienza su carrera de escritor en el periódico “Patria”, con una columna diaria llamada “Fliteando”, en la que critica al gobierno de turno, con una pluma terriblemente afilada. Con un estilo irónico fino, desnuda los entretelones del poder, despedaza las falacias e hipocresías de los medradores de la oficialidad. También reparte palos a escritores y pensadores mediocres y provincianos, que abundaban en El Salvador de los cincuenta. Y en los sesenta, setenta, ochenta, etc.

Quiero compartir con ustedes, dos ejemplos del inicio de esta brillante carrera:

En boca cerrada no entran moscas, es un refrán que respetan, entre nosotros, los diputados. Muchos de ellos no abren la boca durante los “debates” como si tuvieran miedo de que se les llenara de moscas. La mayoría se contenta con bajar la cabeza en signo de asentimiento cuando el presidente interroga. Hay quienes, más dinámicos, pujan en una especie de balido. De allí el nombre de “chivos” con el que nuestro pueblo ha bautizado a los padres de la patria.

Nachín Salinas publica un verso en Diario Latino del lunes de esta semana. El motivo inspirador es una muchacha que todos los días “con su regadera se pone a regar”. Hay versos bien logrados en el poema. La muchacha, dice Nachín, “parece amapola, también mariposa”. Lo que no me explico es el contenido de los últimos versos. Esa muchacha, dice el poeta: “a pensar invita en el bien y el mal”. ¿Cómo es que puedan surgir pensamientos sobre el bien y el mal, viendo a una muchacha regar? Yo le pregunto al poeta:
¿Por qué el torcido pensar/ ante la niña que riega,/ mi distinguido colega?/ ¿Es que la dulce muchacha/ con gran descuido se agacha/ cuando se pone a regar?

De allí, da el brinco a su creación literaria, la cual se caracteriza por su humor fino e incisivo. “Disparatario”, una recopilación de diversas colecciones de cuentos, tales como sus “Cuentos comprimidos”, de pequeñísimo formato: Se alimentaban diariamente con pan, sal y agua. Comían carne una vez al año, cada vez que la mujer paría. “Cuentos del alfabeto”, los cuales se componen de palabras que comienzan con la misma letra: “Coctel cianurado”, “General galardonado”, “Amor aniquilante” “Parricidio”: –Pareces preocupada, Pepita. Pareces presa por pesares profundos. ¿Padeces penas? Propongo platiquemos... Y los “Aforismos”: Las descarriadas son las más fáciles de acarrear. A las livianas, cualquiera las levanta, aunque pesen doscientas libras.

Después siguieron: “Tres mujeres al cuadrado”, “Espejo del tiempo”, “Tres consejos”, “Sueños y fabulaciones”, “Diccionario personal”, en los que despliega con fuerza su capacidad tanto humorística, como expresiva, al tomar temas más íntimos, como los cuentos del “Espejo del tiempo”.

La obra de José María Méndez establece un giro total del estilo costumbrista que se practicaba en los años anteriores. Aunque mayor en edad, su carrera de escritor coincide con la llamada Generación Comprometida, en la que se encuentran Ítalo López Vallecillos, Mercedes Durand y Roque Dalton, entre otros. Sus temas, netamente urbanos, tocan la justicia, la condición social, el hogar, todos vistos a través de la lente del humor negro. Con su pluma, abre nuevos horizontes a la literatura nacional. En el año 96, vieron la luz sus: “Antología definitiva” y “80 a los 78”, también antología, con las que decía un hasta aquí. Pero no cumplió su promesa y continuó escribiendo. Trabajó sin descanso, hasta que un derrame cerebral lo obligó a reposar en su senectud.

Estos tres cuentistas son, a mi juicio, la clave para comprender el desarrollo de la cuentística salvadoreña; depositarios de tres épocas muy determinadas en la historia. Pero, además, encuentro en ellos, un común denominador muy inportante y es la mística con que enfrentaron su trabajo literario, el cual nació, en ellos, como una imperiosa necesidad de decir algo y algo urgente y fundamental para nuestro pueblo. Entendida la palabra “pueblo”, no como la masa que voy a manipular para mi beneficio político, sino el conglomerado al cual yo pertenezco y él me pertenece a su vez.

Gavidia crea a partir de una conciente actitud mental, de un estudio disciplinado, sereno y hasta severo de la esencialidad de este pueblo. Su estilo literario, es pulido y fino como una filigrana. Ese es un inconveniente para mucha de su obra, que no logra trascender la parte filosófica intelectual hacia la emoción, la intuición, en fin, el arte. Salarrué, por su lado, crea en una actitud ritual, urgando sus númenes, sus arcanos más recónditos. Por eso nos habla de tiempos míticos, de continentes perdidos; establece un diálogo con nuestra intuición. Conmueve más nuestra alma que nuestra mente. El mismo define su estilo como “desaliñado”, como que su principal preocupación era el contenido, pero ha logrado verdaderas piezas maestras, en las que la forma es el contenido. José María, como un bon vivant, escribe apenas lo que llega hasta la punta de su lápiz, de todo aquel torrente que se derrama en gracia, simpatía y locuacidad con sus amigos. Escribe por deleite, de la misma forma en que vive. Esa es otra manera de ritual, el ritual de la amistad, de compartir la degustación de las palabras e ideas, lo mismo que un buen whisky, un buen paseo a Cojutepeque, a comer butifarras con vino Jerez, lo mismo que a interpretar la ciencia jurídica, tan profunda y digerida, que puede desmenuzarla en sabiduría, bromas, anécdotas, charadas o albures, como les llaman los mexicanos. Su estilo, es directo, pragmático, claro y depurado sin caer en el preciosismo.

Parafraseando el estilo de Salarrué, se diría que Gavidia vivía con su mente templada como el acero toledano; Saga, fresco y misterioso como la guaria en el fondo del bosque y Chema, alegre y generoso como una tarde de feria. Una perfecta combinación para configurar todo un siglo de creación literaria.

No es mi intención la de excluir a escritores de plumas tan elevadas, como Alvaro Ménen Desleal, Matilde Elena López, José Napoleón Rodríguez; especialmente, debo mencionar al prolífico David Escobar Galindo, quien mantiene una inagotable producción en todas las ramas de la literatura. También debo mencionar a mis amigos cofrades de la mala lengua, Mario Noél Rodríguez y Carmen González Huguet; y entre las más jóvenes Claudia Hernández y Jénnifer Valiente, quienes han ganado premios nacionales e internacionales. Pero esa labor se la dejo a los críticos del futuro, que sabrán valorar con mayor justicia, su creatividad.


NOTA DEL EDITOR DEL BLOG: El texto del escritor y dramaturgo salvadoreño Carlos Velis, ha sido tomado íntegramente de de la Revista Virtual: CONTRACULTURA, publiacada en El Salvador.

miércoles, 11 de abril de 2012

Poesía Salvadoreña Contemporánea


Carmen González Huguet, El Salvador




Poesía Salvadoreña Contemporánea (1)




Por Carmen González Huguet (2)
San Salvador, El Salvador




El fenómeno histórico que signa los últimos treinta y cinco años de la literatura salvadoreña es indudablemente el conflicto social que desembocó en la guerra civil y que polarizó a la nación entera. Al inicio de esta etapa ocurrió la muerte de los más prominentes poetas de la generación que consolidó un primer canon de literatura nacional: Claudia Lars (1899-1974), Raúl Contreras (1896-1973), Pedro Geoffroy Rivas (1908-1979), Vicente Rosales y Rosales (1894-1980), Serafín Quiteño (1906-1987), Hugo Lindo (1917-1985) y Lilian Serpas (1905-1985), entre otros. Este recambio, por demás natural, ocurrió en una etapa de gran efervescencia política iniciada con el secuestro y asesinato del empresario Ernesto Regalado Dueñas, en 1972; hecho ligado al origen del Ejército Revolucionario del Pueblo, uno de los cinco grupos que después formaron el Frente "Farabundo Martí" para la Liberación Nacional, FMLN. Ese mismo año, la Universidad de El Salvador (UES) fue ocupada por el ejército, lo que marcó el declive de ese importante centro de estudios, imbuido de las mismas contradicciones que ya dividían a la sociedad entera. Antes de la invasión, en la editorial universitaria se publicaron algunos de los libros fundamentales de la literatura salvadoreña, como las Obras escogidas de Salarrué (1969-1970), un primer intento de recopilación que incluye su único poemario Mundo nomasito (republicado en edición aparte en 1975). Dicha editorial fue dirigida por Ítalo López Vallecillos, quien publicó además las Obras Escogidas de Claudia Lars, con prólogo de Matilde Elena López, la Antología general de la poesía de El Salvador, de José Roberto Cea, el importante poema Los nietos del jaguar de Pedro Geoffroy Rivas, y muchos más. El otro poema fundacional de Geoffroy, Vida, pasión y muerte del antihombre, así como sus trabajos lingüísticos, vieron la luz por la misma época en la Dirección de Publicaciones. En esta etapa, los integrantes de la Generación Comprometida nacidos alrededor de los años treinta estaban en plena etapa de madurez y producción: Rafael Góchez Sosa (1927-1986), Álvaro Menéndez Leal (1931-2000), Ítalo López Vallecillos (1932-1986), Mercedes Durand (1933-1999), Irma Lanzas (1933), Waldo Chávez Velasco (1933-2005), Eugenio Martínez Orantes (1932-2005), Manlio Argueta (1935), Roberto Armijo (1937-1997), José Roberto Cea (1939) y Roque Dalton (1935-1975), entre otros. Fue la primera generación poética que pasó por las aulas universitarias, y desde ahí combinaron el quehacer poético y el trabajo sostenido en diversas disciplinas académicas. Además de ser el más depurado poeta lírico de su generación, como lo atestiguan sus poemarios Biografía del hombre triste, Imágenes sobre el otoño, Puro asombro, Inventario de soledad y Espejo (inédito), Ítalo López Vallecillos fue un destacado investigador histórico (El periodismo en El Salvador, Gerardo Barrios y su tiempo, La influencia de México en la Independencia de Centroamérica, La insurrección popular campesina de 1932 y La dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez), amén de dirigir tres de las más importantes editoriales universitarias centroamericanas: la de la UES; UCA Editores de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas", y la Editorial Universitaria Centroamericana, EDUCA, durante su exilio en San José de Costa Rica. Otros miembros de la Generación Comprometida se volcaron a diversos géneros, como Menéndez Leal, quien escribió teatro y cuento. Entre sus obras poéticas más relevantes, destacan: Los júbilos sencillos, Banderola de señales, Silva de varia música, Antología inédita, Antología heroica y Bip bip bip haikús. Expulsado de la academia militar, incursionó en el periodismo radial y la docencia universitaria. Irreverente, subversivo, polémico incluso, el mejor personaje de Álvaro Menén Desleal, como se firmó muchas veces, fue él mismo. Manlio Argueta es conocido sobre todo como novelista, pero en su obra poética temprana destacan Un hombre por la patria, El animal entre las patas y En el costado de la luz. Roberto Armijo publicó La noche ciega al corazón que canta, Seis poemas y una elegía, y participó en la antología colectiva De aquí en adelante junto con Manlio Argueta, Tirso Canales, José Roberto Cea y Alfonso Quijada Urías. Foto GrupoDe ese grupo, Argueta y Armijo se radicaron en el extranjero. Armijo partió becado a Francia en 1971 y Argueta, al exilio en Costa Rica a partir de 1972. Quijada Urías marchó a Nicaragua en 1981. Sólo Tirso Canales y José Roberto Cea continuaron trabajando en el país en forma ininterrumpida. Debido a su larga permanencia en el extranjero, la obra poética de Armijo, por lo demás muy importante, ha sido conocida tarde y mal en El Salvador.
Entre ambos grupos hubo otros escritores: Oswaldo Escobar Velado (1919-1961) muerto prematuramente de cáncer después de dejar perdurable influencia sobre la Generación Comprometida; Matilde Elena López (1919), quien desarrolló una destacada labor docente y ensayística, autora del poemario Los sollozos oscuros, y Claribel Alegría (1924), más conocida por su obra narrativa, quien ha publicado: Aprendizaje, Pagaré a cobrar y otros poemas, Sobrevivo, Suma y sigue, La mujer del río Sumpul, Y este poema rio, Variaciones en clave de mí, Umbrales, Luisa en el país de la realidad y Saudade. Aunque nacida en Nicaragua, es una de las escritoras salvadoreñas con un trabajo poético extenso y consistente.
Roque Dalton es el poeta salvadoreño más conocido a nivel internacional. Ganó el primer lugar en el certamen Casa de las Américas con Taberna y otros lugares (1969), un hito en la poética nacional. Anteriormente había sido finalista del mismo certamen con El turno del ofendido. En 1970 renunció a sus labores en el Comité de Colaboración de dicho instituto y en 1973 ingresó clandestinamente a El Salvador, donde se integró a las filas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Un grupo de miembros de esa organización lo asesinó el 10 de mayo de 1975. Cinco años antes, en Barcelona había publicado Los pequeños infiernos, con palabras de José Agustín Goytisolo; y en 1974, en México, Las historias prohibidas del Pulgarcito. Sus Poemas clandestinos circularon en San Salvador a partir de 1980 precisamente así: clandestinos y reproducidos en hojas mimeografiadas. Un libro rojo para Lenin apareció en Managua, en 1986, y Un libro levemente odioso, en México, en 1988. Referente obligado de una generación que creció a la sombra del personaje literario y político, Dalton ha sido para muchos poetas salvadoreños ese "paisano inevitable" que Darío fue para los nicaragüenses. De sus contemporáneos, José Roberto Cea incursionó en poesía con Los días enemigos; Casi el encuentro; Códice liberado, con el que ganó el segundo accésit del Premio Adonais, Madrid (1966); Todo el códice, primer finalista del Premio Leopoldo Panero (1967), Náufrago genuino, Mester de picardía, Misa-mitin, Los herederos de Farabundo y Los pies sobre la tierra de preseas. Nacido en Izalco, localidad con una fuerte presencia de hablantes del nahuat, Cea reivindica en su obra la raíz de la identidad indígena
En los cuarenta nacieron Alfonso Quijada Urías (1940), Francisco Andrés Escobar (1942), Rafael Rodríguez Díaz (1943), David Escobar Galindo (1943), Rafael Mendoza (1943), Dina Posada (1946), Ricardo Lindo (1947) y Alfonso Hernández (1948-1988). Con Sagradas escrituras (1969) y El otro infierno (1970), Alfonso Quijada Urías logró sendas menciones honoríficas en el certamen de Casa de las Américas, aunque fue Los estados sobrenaturales y otros poemas, en 1971, el libro que tuvo mayor impacto sobre la poesía salvadoreña. De este grupo, sin embargo, Escobar Galindo es quien tiene una trayectoria más destacada. Dueño de una indudable maestría en el uso del verso clásico, y con una obra torrencial de gran calidad que le ha granjeado numerosos premios internacionales, es autor de los poemarios Extraño mundo del amanecer, Destino manifiesto, Sonetos penitenciales, Las máscaras yacentes, El libro de Lilian, Doy fe de la esperanza, Cornamusa, Guijarros de humedad, Devocionario y El jardín sumergido, entre otros; amén de incursionar con éxito en la novela, el teatro y de publicar desde 1985 un cuento semanal en La Prensa Gráfica, Escobar Galindo también participó en la comisión negociadora que firmó los acuerdos de paz en 1992. Es rector de la Universidad "Dr. José Matías Delgado". Los demás poetas siguieron muy diversas trayectorias vitales: Rafael Mendoza estudió Derecho, Letras y se dedicó a la publicidad, sin abandonar la poesía. Ha publicado Los muertos y otras confesiones, Confesiones a Marcia, Testimonio de Voces, Los derechos humanos, Entendimientos, Los pájaros, Sermones, Homenaje Nacional, Elegía a Media Asta y Poemas para morir en una ciudad sitiada por la tristeza. También fundó, en 1966, el grupo Piedra y Siglo, del cual formaron parte Ricardo Castrorrivas, Jorge Campos, Luis Melgar, Chema Cuéllar Uriel Valencia, Jonathan Alvarado Saracay y Ovidio Villafuerte, así como la página La iguana en flor.
Alfonso Hernández murió tras un combate el 10 de noviembre de 1988 en las faldas del volcán de San Salvador. Miembro del grupo armado Fuerzas de la Resistencia Nacional, encarnó el ideal del poeta guerrillero. Fundó, junto con los escritores Jaime Suárez Quemain, Rigoberto Góngora; Mauricio Vallejo padre, Humberto Palma, Jorge Mora San, Marvin y Geovani Galeas, Nelson Brizuela, David Hernández y Chema Cuéllar, entre otros, la revista La cebolla púrpura. Por su parte, La masacuata agrupó a Roberto Monterrosa, Manuel Sorto, Rigoberto Góngora y Rolando Costa.
Rafael Rodríguez Díaz y Francisco Andrés Escobar han desarrollado una extensa e intensa labor docente dentro del Departamento de Letras de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas", UCA. El primero ha publicado Amor medieval y Oráculos para mi raza, además de animar peñas literarias, dirigir las revistas Taller de Letras y Papeles de la tertulia, y el programa Flor y canto de la radio YSUCA. Escobar ha escrito cuento, ensayo y teatro, además de sostener una intensa labor como docente, actor y director teatral. En 1995 ganó el Premio Nacional de Cultura, el galardón más importante que concede el estado salvadoreño. Ha publicado en poesía Petición y ofrenda y Solamente una vez. Dina Posada se destaca por una obra de profundo e irreverente erotismo. Reside desde hace más de veinte años en Guatemala y ha publicado Hilos de la noche y Fuego sobre el madero.
Nacidos en los cincuenta, Horacio Castellanos Moya (1957), David Hernández (1955) y Rafael Menjívar Ochoa (1959) han incursionado sobre todo en la narrativa. Junto con Castellanos Moya, Miguel Huezo Mixco (1954), Mario Noel Rodríguez (1955) y otros tres poetas publicaron La margarita emocionante (1979), en Editorial Universitaria. Huezo Mixco también ha publicado Pájaro y volcán, (UCA Editores, 1989) una antología de poetas combatientes. Maestro en el interior del país y poeta de preponderante vena lírica, André Cruchaga (1957) dio a la imprenta Enigma del tiempo, Roja vigilia y Rumor de pájaros. Jaime Suárez Quemain (1950-1980), dramaturgo, poeta y editor del periódico El Independiente, fue secuestrado y asesinado durante la peor etapa de represión de la guerra civil. Tras la firma de los acuerdos de paz, El Salvador entró en una etapa de crecimiento económico que se vio frenada posteriormente por la recesión. Esta etapa trajo una revitalización de la actividad cultural, pero el país aún arrastra un rezago enorme debido a múltiples causas, tanto económicas como políticas y sociales, que sería largo enumerar. El nuevo clima, sin embargo, ha permitido que surjan producciones más libres y voces nuevas. Quizá uno de los hechos más significativos de los últimos años ha sido la exploración de diversas identidades, lo que está contribuyendo a enriquecer el imaginario colectivo. Una de las manifestaciones de esto es el trabajo de un grupo creciente de escritoras que han comenzado a crear espacios propios y a definir una obra personal de mayor exigencia sin recurrir necesariamente a las instancias tradicionales, en su mayoría dominadas y dirigidas por los escritores, y sin supeditarse tampoco a unos cánones definidos también mayoritariamente por los hombres. Claudia Herodier (1950), licenciada en Filosofía, ha publicado Volcán de mimbre (1978), con el que ganó el segundo lugar en poesía en los Juegos Florales de Quetzaltenango, Guatemala; María Cristina Orantes (1955), hija de los escritores Alfonso Orantes y Elisa Huezo Paredes, publicó Llama y espina (2002); Carmen González Huguet (1958) ganó los Juegos Florales de Quetzaltenango, Guatemala, en 1999, y publicó Testimonio (1994), además del monólogo teatral Jimmy Hendrix toca mientras cae la lluvia (2004); Silvia Elena Regalado (1961) dirige la Unidad de Cultura "Roberto Armijo" de la Universidad Tecnológica y dio origen en 2002 a la colección "Juntas llegamos a la palabra" donde editó su libro Izquierda que aún palpitas, además de Traición a la palabra, de Claudia Herodier, Insumisa primavera, de Silvia Matus (1950), Atravesarte a pie toda la vida, de Nora Méndez (1967), Al costado del paraíso, de Eva Ortiz (1961), y Oficio de mujer, de Carmen González Huguet. Regalado publicó además Pieles de mujer (1995). Roxana Beltrán (1967) y Susana Reyes (1971) pertenecen también a esta generación. Susana tiene publicada Historia de los espejos (2004) y Nora, La estación de los pájaros (2004). Entre los poetas nacidos hasta 1973 las voces más importantes son René Rodas (1963), Otoniel Guevara (1967), Luis Alvarenga (1969) y Jorge Galán (1973). Rodas vive en Canadá desde hace muchos años, ha publicado Diario de invierno y Balada de Lisa Island. Guevara formó parte del taller literario Xibalbá, el cual integró a varios poetas jóvenes en los años ochenta. Publicó El Solar (1987); El violento hormiguero (1988); Lo que ando (1993); Lejos de la Hierba (1994); y Tanto (1996). Licenciado en Filosofía, Alvarenga publicó Otras guerras (1995) y Libro del sábado (2001) además de desarrollar una importante labor como investigador literario. Galán es Maestre de Poesía por parte de CONCULTURA y ha ganado los Juegos Florales de Quetzaltenango (2004). Publicó El día interminable (2004).
Desde sus inicios, la poesía salvadoreña encontró difusión en revistas y periódicos. Un país donde la producción editorial es menos que exigua no permite otra cosa. Han sido muy importantes las revistas El Papo, cosa poética; La cebolla púrpura, La masacuata, Abra, Taller de Letras, Papeles de la tertulia, Realidad, Cultura, Alkimia y Paradoxa, entre otras, además de los distintos suplementos culturales de los periódicos, como Latino Cultural, Tres mil, Astrolabio, La iguana en flor, Búho, y muchos más.
________________________________________

(*) Artículo aparecido en Cuadernos Hispanoamericanos, n. 678, diciembre 2006.


(1) Carmen González Huguet. Poeta salvadoreña nacida en la ciudad de San Salvador en 1958.Después de su grado como bachiller inició estudios de Ingeniería Química, suspendiéndolos semestres después para dedicarse por completo a la literatura, campo en el cual obtuvo la pasantía en Educación Radiofónica, y la Licenciatura en Literatura por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Ha ocupado varios cargos como investigadora literaria y catedrática universitaria. Entre los numerosos galardones obtenidos, se destacan la Mención de honor en el Certamen Nacional de Editores en 1989 con su poemario "Testimonio", el Premio de la Comisión Interamericana de Mujeres en 1987, el primer lugar en los Certámenes de San Miguel en 1988, Juegos Florales de San Salvador en 1993, Santa Ana en 1997, Ahuachapán en 1997, Primer premio en los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango en 1999, con Locuramor y Premio Internacional Rogelio Sinán 2005 por su poemario Palabra de Diosa. Conserva inéditos varios poemarios y dos libros de cuentos. Actualmente se desempeña como catedrática de Historia del Arte, Redacción periodística y Literatura Hispanoamericana en la Universidad José Matías Delgado.

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: La imagen como el texto, han sido tomados de la página virtual/Omni-bus.