miércoles, 24 de febrero de 2010

poemas de alberto quiñónez


Alberto Quiñónez, El Salvador






Selección






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¿Cómo saber que el ayer está encerrado en el mausoleo del tiempo?
cómo saberlo
si no crecieron alhelíes en las heridas enterradas
si el basalto fulminó la caritativa memoria de las arterias
si el reloj arrastra reminiscencias de soles antaños
¿Cómo saberlo?

Ayer noche nos preocupó la muerte
y bordé con mis venas un camino hacia mi propia alma
que se frustró en la niebla como un famélico estropajo sin nombre
pero ya alguien había hecho un festín con la luz y con la llama
Y me encontré solo
con una multitud que celebraba el nacimiento de mis años de condena
mientras quemaban mis manos
y un bufón contaba la historia de mis dedos pulgares.

Sé que soy culpable
que cierro los ojos para no oírme pronunciar tu nombre
que desciendo a las aguas para lavar la sangre que hice a la medida de tu sangre.

Ahora estoy solo
y en cada amanecer el sol está tejido de tristeza.
No hay desayuno para el hambre de las puertas
No hay camino que nos quite la distancia
No hay palabra que nos traiga de regreso
a la presencia de un inefable corazón que no hemos visto.

Mas qué será dentro de 3 ó 4 días de este corazón muerto hace siglos

La vida sufre el yugo de la vida
con las cadenas del tiempo y el espacio aprisionando la decadencia de su carne
sumergida en los seísmos de una muerte anunciada
y se hunde en un promontorio de infancias muertas
de pequeñas cruces trabajadas a la luz de cerrojos y candados.

Fuimos sólo un sueño
una lastima
el coito gangrénico de algún dios
primera y última conjugación del verbo.









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Mi infancia fue la herida concertada por partituras de tempestades brutas
un pesebre golpeado despiadadamente fue testigo
brillaba un sol magro
en un cielo gris de grises nubes
en un cielo gris que perdió su sangre en el primer intento de acallar a la muerte.

Esos días se perdieron entre una multitud de memorias amarillentas
no sé qué le sucedió a las cosas
qué sucedió con la risa
con la voz del aire golpeando las hojas del castaño.
Qué pasó con el canto, con el trino
con las marcas dejadas sobre las huellas del arado
y mi madre que plantó tierra, ojos y tormentos en la tierra
mis manos siemprevivas, siempre lirios intermitentes entrecortados
las grietas vegetativas para el arrepentimiento de los cristales
y los nidos de llagas que se comen entre sí en el epicentro de los miembros.

Olvidé el amor que subió al cadalso de las paternidades del desprecio
de crines desdentadas y profusas comisuras que colgaban de un rostro vuelto sangre de
ceniza
y un altar de ridículas beldades y serenidades tan leves como las costuras de un suspiro
la manera de no querer que la noche venga
y sepulte vivas las alas de una niñez adormecida con el hartazgo de segar todas las
inmolaciones posibles.
Porque a tientas he salvado el rigor de los escaños
las escaleras interminables de una herida interminable
y el extracto de vidrio aun más vidrio
y el extracto de alma con su rostro orinado por el tiempo.







*****





Y vine al mundo
ciego de las venas y las manos
como una fuente donde reverberan manojos de sangre ennegrecida
sin la esperanza de un riñón que pueda enrojecer la sangre.

Hoy he abierto mis alas descarnadas en el pináculo del mundo
y ha sido frustrante caer y no dejar de caer
llegar a un horizonte de oropeles mutilados
saberse nimio junto a la suciedad de las uñas
sentir quillas y nudos en la garganta tibia.
Consolarse a solas
porque el alma está condenada a un silencio más eterno
condenada a no palpar esta ausencia sólo comparable a sí misma
ausencia de la edad y del momento
ausencia de nuestra voz calmando la híspida conciencia.

Nos salva esta manera de estar tristes
este odio mutuo contra los espejos.







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En algún día caerá la deshora de mi muerte
mostraré mis ópalos contra barlovento
un cajón saldrá al encuentro de las calles
Al fin ha muerto!
Al fin ha muerto!
Mi madre, compungida, romperá en lágrimas de carne
y mi sangre se irá con el viento
seré menos que luz herida por negros párpados de tiempo.






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Me hubiera gustado venir al día con un poco más de suerte
sin importarme el zapato, la congoja y esta manera lapidaria de crecer,
esta hora donde la sed y el cilicio trepanan la carne
y el desaliento se come el amor que queda en cada ser vivo de la ciudad
un tergiverso mar de sed me lanza
fuera, hacia el límite craso de lo concreto
y soy
estéril, fugaz y cognoscible
como un balido de cordero.

Un poco más de suerte
y no la vida
entonces me ocuparía del líquido que arde en el corazón de cieno
trataría de quitar de vuestros hijos el vendaje que la ceguera elaboró sobre sus manos
intentaría no marearte con el acorde de mis músculos que se rompen
que se desligan como tiernas raíces en el hambre ebria de un hombre setecientas veces
ebrio
podría construir en tu regazo la ternura de nuestra primera sangre
y despreciar el cáliz hecho para mí, para la consagración de las desgracias
y la condenación de las constelaciones en su despreciable eternidad quejumbrosa.

Mas no tuvo razón la palabra soñada
no tuvo razón el delirio en consonancia con el sueño
porque no hay suerte
tal es algo aprendido en los interiores de la luz
y yo odio el polvo
(soy parricida)
odio sus miles de brazos que buscan la sensibilidad de mi sangre
su palabra que me designa como heredero de lo cautivo, como hijo suyo,
como herrumbre en el metal de hoces que no siegan,
como liquen en la copiosa hecatombe de las canteras.
Odio el polvo que hace sus nidos en las coyunturas inamovibles de las lámparas
donde mi herida se abre en relámpagos, voluciones y destellos
y se nutre y multiplica en los crematorios de la viña del señor
y muere
resucitando el ayer anciano
al que aun le palpita el corazón grotesco.







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Y vine al mundo
ciego de las venas y las manos
como una fuente donde reverberan manojos de sangre ennegrecida
sin la esperanza de un riñón que pueda enrojecer la sangre.

Hoy he abierto mis alas descarnadas en el pináculo del mundo
y ha sido frustrante caer y no dejar de caer
llegar a un horizonte de oropeles mutilados
saberse nimio junto a la suciedad de las uñas
sentir quillas y nudos en la garganta tibia.
Consolarse a solas
porque el alma está condenada a un silencio más eterno
condenada a no palpar esta ausencia sólo comparable a sí misma
ausencia de la edad y del momento
ausencia de nuestra voz calmando la híspida conciencia.

Nos salva esta manera de estar tristes
este odio mutuo contra los espejos.

1 comentario:

Montoya dijo...

me encanto tus poemas espero podas visitar mi blogg y darme una opinion sobre los mios aunque no son tan buenos
http://poetalocal.blogspot.com/