Osvaldo Hernández, El Salvador. (Fotografía: Silvia Elenw regalado)
I
de nadie son estas erradas luces
este chocar de copas
estas cuidadas muecas de vecino bueno
uno se despide de uno ante el espejo
y se echa de nuevo a la calle
pisa las mismas grietas de la acera
el mismo estiércol seco de todos los perros del barrio
menos del tuyo
porque no tienes uno que te ofrezca un rabo alegre si regresas
y repites el mismo camino
y no piensas en la muerte
y la muerte existe y busca y encuentra
pero no la ves
y vuelves de noche y abordas la misma acera y cruzas el umbral
y no la ves
y Mario está sentado envuelto en todos sus dolores
el riñón seco
el cansancio agudo
el hígado obsoleto.
y la bandera blanca del vencido en la mirada
y no la ves
a ella no la ves
pero suena el teléfono e imaginas su voz
y piensas en la línea horizontal en la pantalla
y en Mario
que vacío de dolores
apaga la luz
y sonríe
I
de nadie son estas erradas luces
este chocar de copas
estas cuidadas muecas de vecino bueno
uno se despide de uno ante el espejo
y se echa de nuevo a la calle
pisa las mismas grietas de la acera
el mismo estiércol seco de todos los perros del barrio
menos del tuyo
porque no tienes uno que te ofrezca un rabo alegre si regresas
y repites el mismo camino
y no piensas en la muerte
y la muerte existe y busca y encuentra
pero no la ves
y vuelves de noche y abordas la misma acera y cruzas el umbral
y no la ves
y Mario está sentado envuelto en todos sus dolores
el riñón seco
el cansancio agudo
el hígado obsoleto.
y la bandera blanca del vencido en la mirada
y no la ves
a ella no la ves
pero suena el teléfono e imaginas su voz
y piensas en la línea horizontal en la pantalla
y en Mario
que vacío de dolores
apaga la luz
y sonríe
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