Portada: Miguel Ángel Polanco, El Salvador
Hace unos días, el pintor Miguel Ángel Polanco ha puesto en mis manos el libro: “Polanco, Volver la vista atrás, 1960-20082”, una retrospectiva de su trabajo pictórico de casi cincuenta años. Ante todo el libro, muy cuidado por cierto, es un acierto. Ha querido Miguel Ángel Polanco en cada pincelada acompañada de la palabra, juntar las almas: la suya, la de Dios, la de sus creaciones, la de Alba, más allá de una aventura de la vida. En cada trazo, color, forma luz está también el poeta: ese pota del color que hace posible la aprehensión sutil de la llama de los sentidos y el eco luminoso de sus criaturas.
Miguel Ángel Polanco es pintor de Academia. Discípulo del viento, del agua, del silencio, de la tierra. Apasionado en la esperanza; nunca se apaga el verde de sus destellos, ni la rama azul del sueño, ni las hormigas de sus recuerdos, ni los amarillos de su sombra que a la par se vuelven nidos entrañables. Su estro lo ha llevado a recorrer el mundo, la geografía del suelo, y en ese tránsito de presencias y ausencias, las manos y sus ojos fueron desvelando humedecidas pieles, pero también ardidos vientos de tormenta.
Pintor de convicciones bíblicas. Haber vivido tantos años fuera de El Salvador, no sólo le marcó la existencia, sino que lo unió más al terruño: este terruño nuestro de mercados, la gente a menudo con su acento doloroso, el fuego descalzo de la niñez en el aliento, la brasa o el rescoldo de las frutas del trópico, el costado del respiro en la feminidad enhiesta. Todo esto es el pintor porque ha sabido penetrar en alma de la salvadoreñidad con sus ancestrales tribulaciones y su también surco de almácigos.
Artista completo y en plena madurez de su obra. Fue don Valero Lecha [España] quien supo orientar ese talento desbordante de Miguel Ángel Polanco. Luego estudiaría, becado, en la Academia di Belli Arti de Roma. Ahí, “aprendería el trazo fino para trazar la figura humana, las técnicas del fresco y del temple, así como el enorme legado del barroco”. Y aunque se dicho de manera reiterada que es un artista figurativo, sin duda ha incursionado en otros istmos. Pero veamos: “Su pintura es figurativa y al mismo tiempo espiritual, sus personajes, en la mayoría femeninos, generan una serenidad y también una sutil inquietud que hace que las imágenes permanezcan en la mente mucho después de observadas. La sensualidad y la sexualidad son presencia casi universal en su obra. Los entornos parten de lo cotidiano, y son a su vez vehículos para despertar sensaciones casi de ensueño.”
Lo marcó el exilio y la nacionalidad. Por eso hoy vuelve la vista atrás para desvelar su partida, es decir, el comienzo del camino que él mismo se trazó. “La vida es nuestra razón.” Por eso la festejamos con puntual reverencia, por eso el blanco, el amarillo, el azul, el negro, el verde custodian la magia de los párpados en la ráfaga audible del sueño.
Miguel sabe, como bien lo expresó José Bergamín, que “La luz es nuestro camino./ La ilusión nuestro destino./ (La ilusión que te ilumina —te ciega para mirar—/ El que por la luz camina —se hace sombra el caminar.)/ La ilusión es el camino./ La luz es nuestro destino.” Así es el artista con el pincel o la palabra. Miguel Ángel lo sabe cuando trasfigura su fantasía y se entrega desnudo como desafiante vela en el vértigo de sus propios resplandores.
__Miguel Ángel Polanco__
Respiro del color, caminante del tiempo
Respiro del color, caminante del tiempo
Hace unos días, el pintor Miguel Ángel Polanco ha puesto en mis manos el libro: “Polanco, Volver la vista atrás, 1960-20082”, una retrospectiva de su trabajo pictórico de casi cincuenta años. Ante todo el libro, muy cuidado por cierto, es un acierto. Ha querido Miguel Ángel Polanco en cada pincelada acompañada de la palabra, juntar las almas: la suya, la de Dios, la de sus creaciones, la de Alba, más allá de una aventura de la vida. En cada trazo, color, forma luz está también el poeta: ese pota del color que hace posible la aprehensión sutil de la llama de los sentidos y el eco luminoso de sus criaturas.
Miguel Ángel Polanco es pintor de Academia. Discípulo del viento, del agua, del silencio, de la tierra. Apasionado en la esperanza; nunca se apaga el verde de sus destellos, ni la rama azul del sueño, ni las hormigas de sus recuerdos, ni los amarillos de su sombra que a la par se vuelven nidos entrañables. Su estro lo ha llevado a recorrer el mundo, la geografía del suelo, y en ese tránsito de presencias y ausencias, las manos y sus ojos fueron desvelando humedecidas pieles, pero también ardidos vientos de tormenta.
Pintor de convicciones bíblicas. Haber vivido tantos años fuera de El Salvador, no sólo le marcó la existencia, sino que lo unió más al terruño: este terruño nuestro de mercados, la gente a menudo con su acento doloroso, el fuego descalzo de la niñez en el aliento, la brasa o el rescoldo de las frutas del trópico, el costado del respiro en la feminidad enhiesta. Todo esto es el pintor porque ha sabido penetrar en alma de la salvadoreñidad con sus ancestrales tribulaciones y su también surco de almácigos.
Artista completo y en plena madurez de su obra. Fue don Valero Lecha [España] quien supo orientar ese talento desbordante de Miguel Ángel Polanco. Luego estudiaría, becado, en la Academia di Belli Arti de Roma. Ahí, “aprendería el trazo fino para trazar la figura humana, las técnicas del fresco y del temple, así como el enorme legado del barroco”. Y aunque se dicho de manera reiterada que es un artista figurativo, sin duda ha incursionado en otros istmos. Pero veamos: “Su pintura es figurativa y al mismo tiempo espiritual, sus personajes, en la mayoría femeninos, generan una serenidad y también una sutil inquietud que hace que las imágenes permanezcan en la mente mucho después de observadas. La sensualidad y la sexualidad son presencia casi universal en su obra. Los entornos parten de lo cotidiano, y son a su vez vehículos para despertar sensaciones casi de ensueño.”
Lo marcó el exilio y la nacionalidad. Por eso hoy vuelve la vista atrás para desvelar su partida, es decir, el comienzo del camino que él mismo se trazó. “La vida es nuestra razón.” Por eso la festejamos con puntual reverencia, por eso el blanco, el amarillo, el azul, el negro, el verde custodian la magia de los párpados en la ráfaga audible del sueño.
Miguel sabe, como bien lo expresó José Bergamín, que “La luz es nuestro camino./ La ilusión nuestro destino./ (La ilusión que te ilumina —te ciega para mirar—/ El que por la luz camina —se hace sombra el caminar.)/ La ilusión es el camino./ La luz es nuestro destino.” Así es el artista con el pincel o la palabra. Miguel Ángel lo sabe cuando trasfigura su fantasía y se entrega desnudo como desafiante vela en el vértigo de sus propios resplandores.
André Cruchaga,
Barataria, 23.I.2009
Barataria, 23.I.2009
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