martes, 19 de enero de 2010

poemas de rafael mendoza [El Viejo]


Rafael mendoza, El Salvador
Fotografía tomada del blog de la poeta Aída Párraga






Presento tres poemas del notable poeta salvadoreño Rafael Mendoza. Es un privilegio que haya accedido a mi petición. Ha sido y sigue siendo uno una de las voces más dignas y representativas de las letras salvadoreñas. Fiel a su vocación, desvela la palabra como lo hace la alborada del alba.
RARA AVIS



Soy un fantasma indócil.
Integrado pero indócil.
No hay conjuro que logre aprisionarme
ni engatusar me dejo por pasajeras artes
de pájaras que invadan mi estación.

Soy un fantasma impuro.
Hago el amor en parques con las estatuas.
Hurgo luminiscencias de angelicales cópulas.
Me deslizo en los sueños de las adolescentes
y exorcizo a los manes que sus antepasados
disponen cada noche junto a ellas
para enfriarles el alma.
También acostumbro sembrar tentaciones terribles
en el pulso de las beatas que no aman a Dios
más que a sus escapularios.

Soy un fantasma impredecible.
Borro a diario mi nombre de los misterios.
Cambio el curso del frío cuando entristezco.
Me desangelizo después de cada creación.
Y en todos los ciclos de mi existencia
dejo mi impronta clara. Inconfundible.

Soy un fantasma ingenuo.
No he dejado de creer en el hombre.
Y todavía brindo por la paz
cuando bebo tristezas ajenas.
Después regreso a mi locura
y repaso la lección.





YA GIMEN TUS INDOMITOS MASTINES


Estás ahí, dragona,
esperando en la oscuridad,
velando tus armas, salaz,
con el codicioso organismo ovillando apetito,
fiera desnuda disponiendo la lid.

Mírate los enhiestos botones del pecho,
dominan el claroscuro con su brillo;
y las piernas apretando el imponente caracol,
verticilo ardiente, suave, limoso,
en sereno control del torrente
que las ansias agitan.

¡Ah, golondra!
Ya gimen tus indómitos mastines.
Reclaman mi cabeza.
Calculan la tremenda acometida,
el envión del esperado invasor,
la refriega en el rítmico galope,
las mil y una escaramuzas que adoptarás,
en la ya irrefrenable sofoquina,
para salvaguardar tu retaguardia de los embates.
Y al cabo de la carga decisiva,
laxos por fin los indomables muslos,
la capitulación de todas tus defensas.

Sí. Sé que estás ahí, jadeante, sudorosa,
tomando posiciones en tu acecho,
repasando la estrategia a implementar,
las tácticas de manos, labios, dientes y saliva,
esperando la hora en que yo me levante de escribir
y me vaya a la cama, a la celada urdida.

Después, como si nada,
saldrás como siempre a pasearte en la playa
con tu insolente aire de ingenuidad,
leyendo los nuevos poemas que nacieron,
como muchos otros hoy libres,
bajo tu permanente estado de sitio.

23 de julio, 2002












EL SON DEL JUBILADO


(A Guayo Molina, otro loco intemporal)


Sentado mientras escucho al Bebo Valdez
veo mis manos juntas entrelazadas
y pienso en el día-noche en que ya no podré vérmelas
ni sentirlas.

Para entonces las manos del Bebo
tal vez aún le arranquen sones al piano que es su patria.
Tal vez esa visita me sorprenda cuando las manos de mis nietos
afanadas estén en armar sílabas o juegos.
Tal vez las pobres manos sufridas manos de mi mujer
al ver el tiempo detenido para siempre en mis pupilas
dejen caer el bastidor de los bordados con que mata las horas
secas horas de la vejez y los malos recuerdos que mi tozudez
le ha dejado clavados en lo más tierno de su corazón.

“Hay que saber que la vida
se aleja y nos deja
llorando quimeras…”
dice El Cigala cantaó.

Y en los surcos resecos de esas dos armas con que me gané la vida
y en sus lunares
y en las más hondas huellas de caricias que ellas dieron
veo el camino largo
largo viaje del hombre
queriendo aproximarse a la verdad que nunca alcanzará.

Y la tarde sonríe con la sonrisa cínica
del tiempo que se nos fue poblando de mentiras
las que imaginamos cuando salimos del bosque lluvioso
a atacarnos unos a otros.

Mientras del piano salen más notas “pa’gozá”
me observa en esta meditación mi inseparable vaso de mi cerveza.
con su majestuoso y refrescante oro transparentando el atardecer.
Desde ahí me sonríen con benevolencia la Historia y sus héroes
La apuro con la normal parsimonia del jubilado que permanece cada día
cada hora
conscientemente
a la espera del mítico can.

En eso sale el Cigala con Lágrimas Negras
y me pongo a bailar solo
y oigo el grito de mi mujer anunciando que la comida está servida
y entonces entiendo que las manos de esa artífice
aunque pequeñas
son más manos
son más
son
son son son…
¿Noviembre - Diciembre 2006?

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