ANDRÉ
CRUCHAGA EN LA RUTA DE TYRESIAS
Aún en caminos dispersos y con
el habla no olvidada, el poeta André Cruchaga siempre vivirá la lejanía del Crepúsculo
(con mayúscula), la densidad de los mares y la bruma que aparta con las manos
para compartir, traduciéndolo, el espesor de los despojos que inflama nuestra
desnudez. Con este techo comienza el último libro del profesor y poeta nacido
en El Salvador, patria también de los grandes poetas Roque Dalton, Claribel
Alegría, Dina Posada o Alberto Masferrer, entre otros muchos que poblaron y
pueblan este país donde en la época precolombina existía un importante núcleo
indígena conocido como el Señorío de Cuscatlán, que en lengua Náhuat significa
‘lugar de joyas’ o ‘lugar de collares’. Patria de poetas, en suma.
Joyas arrancadas del suelo de su
país nos ofrece André Cruchaga en su puro castellano a pesar de su apellido
vasco y su amor por la lengua catalana —su obra es frecuentemente vertida por
Pere Bessó—, a la que se añade el francés materno situado en la grafía de su nombre
de pila. Este poeta que a menudo sueña con ser Ulises, en realidad escribe como
un mar furioso con vocación de catarata que le envuelve, arrebata y sumerge
entre la semántica de sus espumas. Las espumas entre las que irremediablemente
—como en un destino irreversible nos envuelven—, son sus versos arrebatados por
una furia que se debe al instinto irremediablemente humano de autodestrucción,
aunque en realidad busque siempre una salida, tal como aquel Ulises maldecido
por el anciano Tiresias que sufrió la condena de no regresar jamás a Ítaca,
navegando sin rumbo fijo por los ijares de un mar que bulle en carne humana.
Al leerlo —hace algunos años que
sigo su escritura— juro que siempre sobresale en medio de la angustia desnuda
ofrecida por sus versos, la calidad del gran profesor de lenguaje obligado a
empuñar el arado gramatical impuesto por el deber de la lengua escrita, para
romper los pellones de sílabas de arcilla que siente su corazón, sito en la
periferia del amor, por los costados del alba a la que cuesta llegar para
respirar sin ahogarse uno. Y así volando, buscar una salida.
André, gran lector desde niño, ha
acumulado cientos de sinapsis de neuronas en su lóbulo central que le hacen u
obligan a manar metáforas en cascada, lo cual es una fuente de delicias para
los sentidos del que lee. Y él lo dice y confiesa a su modo y manera mientras
acumula citas de Joyce, de Rimbaud, de Lautréamont, René Char, María Zambrano…
Apilados
en el pecho los espejos rojos del último viento que despierta en medio de las
hojas de tinta del cuaderno de los muertos: allí, el barro acumulado en la
ternura de las infancias descalzas, la mesa con sus estragos de ojos, salpicada
de asfixias. Recuerdo la última noche disuelta en mis manos, mientras asusta el
hilo de insomnios en el vacío de los párpados. Al reloj le sucede este
silencio, torpe, terrible y ambiguo y los temores de una espera infructuosa.
Mas
El poema, al cabo es un suicidio contra el silencio. Y con tal convicción
embiste hacia sus senderos de mar, escapando de los límites del confín antes de
que huyan de su mirada, para encontrarse fraternalmente con Wittgenstein entre
himnos de espuma, en la Dovela Central del Universo… Porque sabe que la
escritura recoge el habla desde sus orígenes más remotos para establecer
monólogos que giran, luchan y se escuchan o mueren con los vientos sin límite
alguno para sembrar de nuevos quejidos a los úteros que hagan latir vida entre
sus células. Porque también cree que a veces toda una vida cabe en una sola página
de fiebres o en cualquier resoplido de funeraria. Mas A merced de tanto morirme
empiezo a soñar con el alba.
Se
trata de que en el alba surge, suceda cuanto suceda aquí abajo, aquella luz que
a pesar de todo habrán de ratificar solamente las palabras de la madre. Como
dejé dicho en mi libro “Fuga Desnuda”: Ahora vamos más adentro todavía, para
dudar creciendo: ¿Cómo podría fecundarse un Logos, realizada la seducción del
silencio, como matriz para alumbrar poesía?, ¿quizás dividiendo bien el Logos,
repartiéndolo por tus entrañas, según la fórmula inmortal de Empédocles? Yo
recojo ahora tales pensamientos como brillante flor de cardo entre la grama de
este «Camino Disperso», cuyos retazos de estrellas musicales son tan inmunes al
paso del tiempo como dispuestos a recomponerse en orden silábico, abandonando
ya toda dispersión desde la boca a la pluma del poeta.
Y
directamente desde ella, recojan estas burbujas de saliva: Para vivir, algún
día, tal vez no sean necesarios los paraguas amortajados del invierno, ni la
sangre doliéndome en cada latido, ni un quirófano como una carpintería
necesaria. En los brazos abiertos también caben caminos dispersos, sean duros
o adustos. Y caben en tu mente, lector. En tu mente, ya transformada traspasada
por la fuerza descomunal de la poesía. Aprende a no temer al miedo y recuerda
las palabras de Rilke: «Deja que todo suceda: la belleza y el espanto» pues en
el último libro de André Cruchaga todo puede suceder. Vaya por último mi abrazo
agradecido por el poema «Sangra la herida», que ha tenido la delicadeza de
dedicarme.
Miguel
Veyrat, Sevilla 2023.
Poeta,
periodista y traductor español.
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