GNOSEOLOGÍA
POÉTICA: EL LENGUAJE DESCOYUNTADO NOMBRA LA TORSIÓN
Dr. D. Enrique Ortiz Aguirre
La
metáfora es un procedimiento intelectual por cuyo
medio
conseguimos aprender lo que se halla más lejos
de nuestra potencia intelectual… Es la
metáfora un
suplemento
a nuestro brazo intelectivo y representa,
en
lógica, lo que la caña de pescar o el fusil.
JOSÉ
ORTEGA Y GASSET
El poeta André Cruchaga no es solo un
poeta en la indiscutible madurez de su creación, sino un prolífico escritor cuya
genialidad reside tanto en la profundísima originalidad de su voz cuanto en un
peculiar modo de interpretar la tradición. Con este asombroso poemario, Metáfora
del desconcierto, profundiza nuevamente una poética surreal desde un
imaginismo innovador, capaz de conducir el lenguaje hacia dimensiones otras que
nombran espacios en derredor imposibles de referir desde concepciones del
razonamiento convencional. En puridad, con Metáfora del desconcierto el
poeta le devuelve su naturaleza al lenguaje poético, toda una gramática para articular
el pensamiento poético. Sin duda, la poesía de André es tan torrencial como
proteica, tan poliédrica como fundacional, pero su auténtica esencia descansa
en la exploración de un lenguaje que permite, al mismo tiempo, decir lo otro y
comprender/aprender lo otro. No puede concebirse lo otro simplemente como lo
ajeno, lo extraño, aquello que no puede identificarse con el sujeto, sino -muy
al contrario- que se habita lo otro que corresponde a nuestra dimensión más
humana inaccesible desde la racionalidad convencional; por tanto, ese magma no
convencional que nutre una realidad compleja, variopinta, se conoce y se nombra
desde la peculiaridad de un lenguaje articulado mediante la construcción de
imágenes insólitas.
El predicamento surrealista,
atemporal, se adapta al siglo XXI para mantener la consigna bretoniana: "el
vertiginoso descenso en el interior del espíritu"; por ello, la poesía de
Cruchaga no dibuja mundos externos, evasivos, ajenos, sino que constituye una
experiencia humana total, profundamente introspectiva sin renunciar a la
dimensión desintegradora que también forma parte de la naturaleza humana. De
este modo, Metáfora del desconcierto no puede considerarse una propuesta
estética sin más, ya que la poética cruchaguiana se articula en la totalidad.
De ahí que nos encontremos ante una estética ética, ante una exploración del
ser humano individual en una reivindicación de la poesía como fuerza liberadora
de lo humano en perfecta identificación con lo vital. Nuevamente, el anverso y
el reverso se funden para confundirse en una poética de la piel, tan
introspectiva y replegada hacia lo más íntimo (el lenguaje de lo inconfesable
que nos identifica) como en contacto permanente con un exterior
desestructurador de lo humano, necesitado de una forma de expresión alucinada generadora
de conocimiento mediante otro tipo de racionalidad: de nuevo, el pensamiento mediante
la emoción torrencial, la racionalidad dinámica de lo irracional semoviente para
irradiar luz en las geografías más inhóspitas de lo humano.
¿Cómo lograr esta sintaxis del
milagro? Evidentemente, Metáfora del desconcierto encierra un lenguaje
milagroso, ancestral y visionario que, en parte nombra lo soterrado, convoca el
significado mítico y anticipador de la palabra poética en un magma del misterio
que designa el arcano del hombre pero la clave de lo totalizador reside en la
conciliación de contrarios y, singularmente, en la capacidad transformadora de
la metáfora para esgrimir el lenguaje de las imágenes, no solo para describir lo
ignoto sino para recrearlo frente a los ojos atónitos del lector, entregado a
una lengua torrencial que se articula mediante la yuxtaposición de imágenes. Este
poemario de Cruchaga deviene ejercicio liberador para polemizar frente a los
convencionalismos, enemigos de lo humano. Así, cada artefacto participa de una
respiración cósmica que desde su lejanía sideral invoca lo insondable de las
profundidades más humanas; palabra, imagen, respiración, vigilia, sueño,
desnudez y armadura se diluyen en los dominios de la exacerbación de lo humano.
Todo ello pretende vencer la dimensión de lo aparente para habitar lo esencial;
esa poesía que ilumina (en su evidencia gnoseológica que la convierte en forma
de conocimiento) tanto como quema (en su naturaleza vivencial dinamizada en
significantes metamorfoseados en imágenes insólitas para vehicular una
racionalidad otra) en su celebración mística, en el canto desgarrado de la
fusión entre lo poético y lo humano. El pensamiento surreal, pues, comunica los
opuestos en el universo de lo imaginario y lo real como elementos
complementarios que se sustancian en el alejamiento entre los términos que
esgrimen las metáforas inmensas de la entropía. La intensidad del alejamiento
semántico entre los términos de las imágenes entronca con el lenguaje mismo del
espíritu y tensiona al lenguaje poético desde la combinación de versos y de
prosa poética en lo híbrido como intersticio que comunica las diferentes
dimensiones; así, lo poético y el lenguaje del mito, en los umbrales de la
significación, se confunden con los neologismos y los vocablos más rabiosamente
actuales (Tuit en “Desmesura”; rap en “En medio de huesos”…); el vacío y
el silencio se tornan significantes en “Extrañezas”, “Siempre he sido extraño
habitante”, “Lazo de silencio”, “Como el cuerpo de una campana”, “Del lado del
sonido ahuecado”, “Justo aquí se guarda silencio” o “En las aguas interiores”;
se convierte en central y en profundamente lúcido el pensamiento lateral
en “Permanentes incendios”, “Estado de paranoia” o “En el homicidio de la razón”;
el amor y el erotismo conectan con el origen y con el acabamiento en “El amor se me va”, “Ya en la piel se insinúa”,
“Podríamos morir en un beso”, “Fábula del ahogo”, “Entre los dos cuerpos, un
río” o “Sobre el agua que se cierne”; arroja luz lo sombrío, se reivindica lo
secreto plegándose en su propio sortilegio en “Ojal de sombra”, “Cerradura de
la sombra”, “Ante la demasía de la oscuridad”, “Aquí los adoquines oscuros”, “No
sé por qué las sombras”, “Suelo escapar de las zonas oscuras”, “En la oscuridad
de las aceras”, “En la sombra”, “A mitad de la noche”, “Que me trague la noche”
o “Encuentro con la noche”; la negación se hace militante, afirmativa, en “Ahí
no se escucha voz”, “No quiero”, “El país se nos niega”, “Cada bolsillo se nos
llena”, “No quiero un país de sal”, “Mientras la ciudad y sus calles” o “Y al
parecer el viento borra”; pero -sobre todo- el existencialismo desgarrador habita
lo gnoseológico (como el dolor poético cesarvallejiano) en la mayoría de estos
geniales artefactos (entre otros, en “Al filo del ahogo”, “Testimonio sin
reparo”, “Subsuelo del país”; “Nada tiene sentido”, “Travesía de la memoria”, “Mudo
aprendiz”, “No hay nada infalible”, “Breve historia de mis manos”, “Biografía
del tiempo”, “Sobre el nicho mojado, “Sobresaltos del sueño”, “Firmamento de la
noche”, “Siguen los sueños decapitados”, “Pez de sangre”, “Estado
desvalimiento”, “Igual que la hojarasca del viento”, “Todo es tiempo”, “En la
fila de los desamparados”, “Siempre escribí esa otra manera”, “Nací con una
madurez a cuestas”, “Hay una extraña manera”, “Antes, el reverso de los
jardines”, “Este país tiene paredes”, “La noche otra vez”, “Beatitud de viejas
consignas”, “Por si acaso el viento”, “En los huesos todavía”, “Entre la niebla
de los autores”, “En medio del vestigio”, “Encima de tus brazos”, “Siempre
estamos con ese golpe”, “Después de los
trajines envejezco”, “Siempre hay un deseo de olvido”, “Consumidas las
distancias”, “Con un diluvio de peces”, “esas manos que he visto siempre”, “Cadáveres
de agua”, “Jaula de recuerdos”, “Y entonces, en la mueca del país”, “Labor del
sueño”, “En el umbral de la puerta”, o “En la aurora del hierro”). “Travesía
del desequilibrio”, de tintes huidobrianos, es un poema central del libro que aborda
poéticamente un aquí relacional, cambiante, poliédrico y propone el
desequilibrio como postura auténtica de lo humano.
Este conjunto de artefactos conforma
un surrealismo renovado, una experiencia radical de lo poético, absolutamente
novedoso y hondamente latinoamericano en su perfecta aleación entre la
influencia europea (del mejor surrealismo francés; sonríe y se ilumina Pierre
Unik, pórtico de este asombro torrencial) y el acento centroamericano enmarcado
en los mejores mimbres de la América latina. Sea como fuere, el tejido
riquísimo de intertextualidades, la polifonía coral aquiescente se conjura en
la entropía para construir una de las voces más singulares de América.
Se celebra como un milagro asomarse
de nuevo a este vértigo, a esta sublimidad cruchaguiana que se convierte en
espejo y en prospección de lo más profundamente humano.
Dr.
D. Enrique Ortiz Aguirre
Catedrático
de Literatura
PDI
Universidad Complutense de Madrid
Abril
de 2023
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