miércoles, 2 de diciembre de 2009

dos poemas de beatriz henriquez

Beatriz Henríquez, joven poeta salvadoreña






dos poemas de Beatriz Henríquez






URBANO







No hay cartas aletargadas en las aceras clandestinas...

la lluvia q sana el olor de cirios encontrándose en la tiniebla, los pasos truncados de las noches de poesía, maldita poesía, los hombres, mudos ahogándose de boca entre el fango infernal de ayer q fue un día por lo menos triste... después, vienen tus alaridos sembrados en el concreto y tu huella perpetua agujereando la telaraña del vacío universal. La desnudez sincera del ardiente secreto del callejón y el asfalto de golpe ante la luz diciendo no se que oración de una religión mundana, el cadáver de la flor, la luminosidad del tabaco.... el camino amplio e insuficiente, la boca mas grande devorándose al mundo, la sombra, el rictus, los bares, la mirada...

Nada…

Pirotécnicas manos se aferran al silencio de los muslos... q acabe, q acabe. Nosotros los seres periféricos del mundo, osamos con nuestra lengua acariciar a los más sublimes y con el filo de nuestro aliento besarles las pupilas con plomo. Seamos buenos, buenos amantes y poetas, ignoremos la herrumbre y el pudor. Al final seremos arcilla desecha entre piedras claras, imaginándonos que son lunares. Más allá de la gloria y la impotencia, nuestras madres raquíticas de sal, la ignominia sapiens y el licor entrañable del amor más dulce q conocimos.

Nada... gris aun.

La dosis necesaria de todo lo innecesario.

Caer, como dijo aquel en septiembre y aun lo repite, frente al paredón inicuo que profetiza con aire universal y descarada furia la pólvora que acecha las noches de los sueños

de los niños de las tierras de inmundicia

de dios de los mares

de tu nombre y de tu nombre. Tu imagen resquebrajada como si fueras humano. Nosotros los seres más profundos y terribles, nos tocamos el alma ensangrentada para disipar las dudas del disparo. Y aquí vivimos, en la capital del quebranto. Hombres hechos humo, en las avenidas mas visitadas por el mito urbano de la soledad. Y la soledad nos ha hecho libres.

2

Al despertar Alicia descubre que su garganta está cortada de un lado a otro. Rota, convertida en sangre. Una abertura seca la atraviesa, una fisura por donde los caminos de la muerte admiten su olor a sal. Ante esto Alicia experimenta introducir sus delgados dedos por entre los pliegues orgánicos que le ocultan el alma, con la curiosidad con que se juega con un nuevo instrumento musical. Mide el grosor de su yugular mientras se pregunta atónita la razón por la cual el invierno se ha retrasado tanto este año.

Busca, en el lugar usual, la repisa donde, con ojos somnolientos, suele descansar el gato de Cheshire confundiéndose con los universos falsos de los cuadros en las paredes.

Alicia pregunta:

“-¿Es necesario desgarrarse en un intento de locura para sentir el húmedo olor de la tierra?”

El gato, abstraído en una fiesta musical que su memoria le sugiere, contesta:

“- Si miraras de vez en cuando hacia la ventana en lugar de los gigantescos girasoles muertos en el interior de las pinturas, podrías quizá responder a tu tonta pregunta.”

Miró extasiado a Alicia desnuda, esperando el eco de su respuesta en aquellos enormes ojos que se extinguían entre un cielo de sábanas. Y dulcemente sonrió.
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