jueves, 28 de febrero de 2008

Poema de Ernesto Bautista

Fotografía: Ernesto Bautista, El Salvador.




Entonces habrás invocado celajes marchitos… y 20 puertas dormidas.



Cuando me nombres
cien soldados de fuego
te buscaran rompiendo cadenas
contra esta pared de silencios
y este grito ahogado en la tierra.
Mas allá de mis escombros
mas allá de las hogueras
donde aun arden cenizas de guerra
donde la piel de la brisa te cobija de lumbre
a ti y al cuerpo sobre ti.
A tu voz que tiembla y a su voz que arrancaré del pecho.
Y con mis gritos de piedra partiré la tierra
y me tragare el silencioy al silencio
y a la piedra y a los cien soldados y al amante.
Y vertiré el sonido de mis labios en la tormenta
y caerán temblando y esparciendo huracanes.
Y sus ramas oscuras tatuadas de luz y relámpagos
te tocaran el pecho y buscaran tus labios
y abrazaras al fuego porque el fuego seré yo
y la tormenta serán mis manos.
Y el grito tomara vuelo
y su amor que va sangrando estrellas
nos tocara la espalda y tu voz abierta
convirtiendo este fuego de piel y tormentas en sombras desbandadas.

Tomados de ¡Silencio!: Puertas dormidas)
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Carta de marzo_Poema de Mario Zetino

Fotografía: Mario Zetino, El Salvador.






Carta de marzo




Hoy que se marchen todas las hojas de este marzo
tal vez pueda decirte estas palabras ciegas.
Hoy cuando partan todas las calles y las alas,
cuando tus alas partan y partas tú con ellas.

Este verano tuvo la luz de mil veranos
y tuvo los crepúsculos más verdes de la tierra.
El nombre del verano fue el verde nombre tuyo.
Este verano tuvo tu claridad de estrella.

Hoy que se quemen todas las hojas de este marzo
y me quede en las manos la luz de sus hogueras,
te diré que ya nunca será igual el ocaso,
que nunca será el mismo verano sin tus huellas.

Me queda tu alegría de luz volando crines
en las velocidades del sueño y las colmenas.
Tu melodía mía para viajar el tiempo
y el eco de tu abrazo diciendo adiós me quedan.

Diré que este verano duró lo suficiente
para incendiar los días del tiempo con luciérnagas.
Diré cuánto te quise. Me hilvanaré en el alma
cenizas que me extingan cuando ya no te quiera.

Hoy que ya vuelan todas las hojas de este marzo
desenredo las lámparas boreales de tu ausencia.
Y hacia la tarde arrojo caballos de silencio,
y lanzo al horizonte estas palabras ciegas.
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martes, 26 de febrero de 2008

Tarjeta postal de San Salvador_Poema de Manuel Luna

Fotografía: Manuel Luna, El Salvador-USA.






TARJETA POSTAL DE SAN SALVADOR




De re-encuentro a mi ciudad, acercándome a ella
Y cercado por ese montículo viviente de verde volcán
Que aparece donde estamos y adonde vamos
Que reaparece donde nos detenemos
Que nos persigue y sigue, que nos cerca y rodea
Que esta donde existimos.
De re-encuentro, preguntando por sus monumentos
Que antes no existían
Erigidos, por los que diezmaron cuando la guerra
Monumentos por los desaparecidos
Monumentos, por los que nunca regresaran, los lejanos
Reconociendo paisajes urbanos
Paisajes humanos con los que nacimos y continúan ahí
Donde ahora nos advierten:
No camines por esas calles de ese barrio
A esas horas del día ni de la noche
Hay gentes que nacieron antes de la guerra
Después Vivian en la guerra
Más después, trabajaban para la guerra
Cercado por esta ciudad
Donde te advierten:
No vayas por esas calles
A esas horas del día ni de la noche
Que continúa la violencia en serie y sin amagos
Que esto comenzó cuando la guerra y antes de la guerra
Hay cuerpos tatuados manipulando un lenguaje
De ademanes, de sobre vivencia en territorio de otra guerra
No vayas por esas calles de ese barrio
A esas horas del día ni de la noche
Huele a intemperie de una ciudad abandonada desde siempre
Huele a ciénega en los cabellos de los niños de la calle
Son hordas de niños cantando en autobuses
Y desde esas voces y desde esos monumentos
No puedes proclamar el triunfo de nada.

De re-encuentro con mi ciudad
Cercado por ese volcán viviente
Que nos persigue, que nos cerca,
Que aparece adonde vamos
Que reaparece donde te detienes
Que esta donde existimos
Preguntándome, diciéndome, que sobrevivimos
Que no podemos proclamar el triunfo de nada.
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