sábado, 20 de febrero de 2010

tres poemas de vicente rosales y rosales

Vicente Rosales y Rosales, El Salvador







Blasfemia







Mi vida ha sido un largo pecado; tú lo hiciste;
Yo que lo vivo siento
Horror… ¡Tú debes estar más triste!
Tú más triste, Señor, porque lo has creado;
Quien peca tiene el arrepentimiento,
¡Y el arrepentimiento no es pecado!

Tú pecas, pues, dos veces, porque siembras espinas
En mi vida: el mal. Después en mí lo sientes
Y lo sufres hasta en mi pensamiento:
Y si después de todo te arrepientes,
Purgas mi solo mal, pero el mal que originas
Se queda en ti como un remordimiento
Nunca jamás purgado
Ni con el dolor ni con el sufrimiento,
¡Porque el remordimiento sí es pecado!

Yo te pido perdón porque he pecado,
Yo espero tu perdón porque te infiero
Culpas que, si las he justificado,
Ha sido por lo mucho que te quiero.
©Vicente Rosales y Rosales







Queja en futuro imperfecto







Si no creaste otras cosas en tu sabiduría
Un futuro imperfecto más te atormentaría
Si yo no hubiera sido,
Mi vida no sería
Bajo los astros soplo de la tuya, Señor,
¡Cuánta fe faltaría!

Pero tú bien quisiste
En la iglesia de siglos de tu labor increada,
Angustiar esta llama de mi lámpara triste
Que casi no ardió nada

Alargar esta llama que mi carne consume,
Y ponerme muy hondo de este aliento
La intimidad del alma que en apenas perfume
De tu presentimiento.

Tus manos filotécnicas en su alquimia incompleta
Ungen siempre un encanto sobre todas las cosas;
Das al mundo grotesco su ilusión, un poeta
Cuya vida en tus áureas balanzas milagrosas
Fluctúa con el peso sideral de un planeta
Y un manojo de rosas.

Si yo no hubiera sido,
¡Qué tristeza no habría
En un alma dolida de ti mismo, Señor;
Cuánta fe faltaría,
Qué hondo anhelo de olvido,
Qué gran forma de amor!
©Vicente Rosales y Rosales







Mediodía







El día hincha sus llamas,
Buscan acribillados la sombra algunos asnos;
Y por entre las ramas
Levantan las cabezas y botan los duraznos.

Niños desherados de hambre y de sed maltrechos
Se acercan al pomar casi maduro.
Una niña harapienta muestra en parte los pechos
Y al ver que hurgo y deploro sus harapos deshechos
Se cubre con las manos el tesoro más puro.

Mi corazón se dora como un durazno. Siento
Deseos de ser árbol y darme en largos frutos
Y que me utilizaran en un ciento por ciento
Estos niños desnudos que por el desaliento
Viven entre las patas y el humor de los brutos.

El día allá en el fondo de un gran calor resuella;
Sobre un sonoro yunque desespera un martillo.
Dos niños comen tierra; la niña que es muy bella
Me ofrece desde lejos un durazno amarillo.
©Vicente Rosales y Rosales