sábado, 16 de agosto de 2008

Roberto Armijo:Poeta de la soledad y el exilio_André Cruchaga

André Cruchaga, Chalatenango, El Salvador



Roberto Armijo: Poeta de la soledad y el exilio

Roberto Armijo, Chalatenango, El Salvador
Soy así…No he cambiado mi rutina…
¿Cuántas veces sentado bajo el cielo
Le he dicho a Dios que soy enfermo y triste?
ROBERTO ARMIJO




Quiero comenzar estas digresiones sobre la poesía de Roberto Armijo (Chalatenango, El Salvador, 1937-1997) con dos conceptos básicos: soledad y exilio. La soledad como concepto de martirio, de sacrificio pero también de heroísmo. La experiencia de la soledad tiene una serie de componentes psicológicos, aunque aquí me refiero a la soledad como condición y como experiencia que deriva en tristeza. En la sociedad hay una construcción social de este fenómeno que en el artista y en este caso en el poeta Armijo son evidentes y marcan su derrotero.

Dentro de las perspectivas conceptuales bajo las cuales se ha abordado el estudio de la soledad destacan la filosófica, la social, antropológica y psicológica. [1] Desde la filosofía la soledad es condición de la autoconciencia, ‘la soledad está arraigada en la realidad primaria del individuo’[2] pero también postulado esencial del existencialismo como condición ontológica es que el “ser humano tiene como condición de vida la permanente contradicción entre la separatividad física y la necesidad de vinculación afectiva”[3] Tan arraigada está la soledad en el poeta que nos dice: Sólo son los ángeles / del vino que estrujan sus esponjas / y nos llevan a instantáneos laberintos / donde arden las lumbradas del vómito. / Solo es el vacío, / lo inasible que nos besa los ojos, / siluetas de ceniza que nos beben por instantes / la tristeza. /…Solo es la sorpresa, / el júbilo; / después la soledad, / el horror que nos besó, la piel, / que es latido en los cabellos, / que se nos mete en los trajes, / en la cartera, / en los zapatos,/ niebla que nos invaden el alba / y nos vuelven tristes, / con una sensación que llega y no se sabe / si es tristeza... [4]

Si bien los estudiosos de este fenómeno afirman que la soledad es provocada por disrupciones en el sistema de apego, [5] lo cierto es que en el caso de este poeta la soledad fue parte de su entorno pueblerino y rural de Chalatenango; la soledad fue inherente a su especificidad de hombre. A mi modo de ver esta condición le valió para centrar su pensamiento en el estudio y ejercicio ensayístico y poético. Así tenemos: “La noche ciega al corazón que canta”, donde el poeta empieza a esbozar esa condición que en su obra final se hará más patente. Veamos: I. Son cuatro inviernos de agonía hermana./ De amanecer el corazón abierto./ Quisiera ser, pero el futuro incierto/Me ensombrece la senda del mañana./ Cuatro años de penumbra cotidiana./ De presentir vivir, viviendo muerto./ De abrir el corazón, sentirlo yerto,/ Sin escuchar su musical campana./ El dolor es espina en mi sonrisa./ Aunque nací para cantar, presiento/Ser un gorrión fugaz hacia la brisa./ Esta acerba dolencia me acongoja./ Soy un árbol que lento se deshoja/ Y voy de paso con mi hermano el viento. [6] Soledad y dolor serán el rostro de su palabra, el manantial ebrio de su memoria, la lengua ensangrentada de su alfabeto, la ventana bajo la cual se deja ver su alma contrita, su alma herida sobre los tumbos de la muerte. En la parte enyística destaca para este propósito, “T.S. Elliot, el poeta más solitario del mundo contemporáneo”, donde capitaliza de alguna manera la soledad que llena habitaciones: luz y tristeza como formas aladas de los pájaros en su propia música vacía.

El poeta no deja de sorprendernos en su desgarramiento y contrito (en versos de Cernuda) nos dice: Cómo llenarte, soledad, / sino contigo misma... Y continua: Tú, verdad solitaria, / transparente pasión, mi soledad de siempre, / eres inmenso abrazo; / el sol, el mar, / la oscuridad, la estepa,/ el hombre y su deseo, / la airada muchedumbre, / ¿qué son sino tú misma?[7] Armijo por su parte dirá al igual que en su tiempo lo hizo José de Esproceda con su poema: mi alma yace en soledad profunda,[…] Mi corazón hirviéndome palpita…“Soledad del alma”, (J. E. Espronceda). “…caminaba atontado/—acota Armijo— como un niño en la oscuridad de la calle/ hablaba solo/ le hablaba a las piedras de los parques/ me arrecostaba en la hierba a imaginarme/ un mundo poblado de rosas por tus pies descalzos/ y de repente la bruma y la nieve/ sobre mi cabeza de caballo…”

En Armijo como seguramente en otros poetas, la soledad no es un mero tema obsesivo si bien se constituye como parte de su poética; tampoco es mera moda existencial para lanzar bocanadas de ceniza, la soledad es una condición profunda del poeta que desde luego sabe ponerle alas, como lo pidiera e hiciera en su momento Alejandra Pizarnik. Tampoco debe verse como evasión de la realidad. Todo lo contrario, en esta condición el poeta asume con verdadero estoicismo toda esa realidad que se nos presenta descarnada y a menudo inmutable. En Armijo también las preocupaciones políticas e ideológicas abonaron a su condición y a participar en su genuino compromiso con sus valores.

El poeta lírico —dice Octavio Paz—entabla un diálogo con el mundo; en ese diálogo hay dos situaciones extremas; una, de soledad; otra, de comunión. El poeta siempre intenta comulgar, unirse (reunirse, mejor dicho), con su objeto; su propia alma, la amada de Dios, la naturaleza... La poesía mueve al poeta hacia lo desconocido. (xvii)[8] Se completa así la propuesta poética esencial del libro: La poesía es la forma de la vida y se compone de conocimiento, salvación, poder y abandono. La vida como la poesía es un tramado de conocimiento, poder, salvación y abandono. [9]. Aleixandre lo testimonia y radiografía en los siguientes versos: ¡Cuán solos!/ Miramos por los cristales. Las ropas, caídas;/ el aire, pesado; el agua, sonando. Y el cuarto,/ helado en este duro invierno que, fuera, es distinto.[10] sí, en el exterior es distinto a como en su interior el poeta se devana. En Armijo la existencia tiene extraños ojos y resplandores de pesarosos caminos, su vivir lo concibe, siempre, en su contenida respiración, porque a fin de cuentas “la soledad no miente” a través de la pupila herida.

“Yo soy así como la tarde, —expresa el poeta—a veces;/ sonrío, lloro, me entristezco y canto./ Mis amigos dicen que soy triste/ que tengo languidez de alas en la voz/ y cansancio de estrellas en los ojos”…(Elegía al corazón enfermo) y más adelante en: La noche ciega al corazón que canta, agrega: “Esperar, esperar lo que no llega./ Andar, andar bajo la noche ciega./ ¡La noche ciega al corazón que canta!” [11] Toda esta poesía es anterior a su exilio, pero ya en él persistirá ese tuétano imprecando su voz dolorida.

Dejemos de lado la soledad y pasemos al segundo ingrediente. El exilio a su vez lo vamos a entender aquí como el estado de estar lejos de la propia tierra (ya sea ciudad o nación) y puede definirse como la expatriación, voluntaria o forzada, de un individuo. Éste es doloroso en cualesquiera de sus manifestaciones: descarna y oscurece; se llora con el alma rota, los jardines de la sangre se tornan hojarasca, en definitiva cambia la vida de las personas, pero también como el caso de muchos poetas entre ellos Rafael Alberti, Armijo enriqueció su escritura evocando el país lejano. En buena parte de su obra poética “expresa la desesperación y desarraigo inicial, hasta un optimismo visionario, aún lejos del reencuentro real.” A menudo resulta incierto y enigma el viento y azarosa la hospitalidad tal lo expresa Benedetti: Un viento misionero sacude las persianas/ no sé qué jueves trae/ no sé qué noche lleva/ ni siquiera el dialecto que propone/…[12]

Brigitte Leguen [13] —nos dice al respecto—Cada escritor, cada poeta, que en un momento determinado de su existencia ha vivido la dolorosa experiencia del exilio y ha intentado expresar a través de su obra la condición del proscrito, de «el que sale» sin ninguna promesa de regreso, vuelve a repetir, conscientemente o no, los gestos y el discurso de otros exiliados pertenecientes a otro tiempo y a otro lugar. Como dijo Saint John Perse «l'exil vient de loin» y si existe un «estado de exilio» existe igualmente un discurso del exilio que se remonta históricamente a la antigüedad'.

…recordar —agrega Luguen[14]—forma parte de la actividad habitual del proscrito pero esta acción adquiere entonces mayor amplitud. El sueño se convierte en viaje iniciático, experiencia risueña, acceso al paraíso perdido. Ya no se trata de rememorar con nostalgia sino de recrear e incluso de reinventar el recuerdo a la deriva. Víctor Hugo escribe «qui délivre le mot, délivre la pensée» y cuando habla de «pensamiento» o de «idea» se puede entender también «imagen» y sobre todo imagen poética.

Luego viene el tema del retorno anhelado que en otros poetas caso Cavafis hace evidente con su poema a Ítaca: …ten siempre en la memoria a Itaca./ Llegar alli es tu meta. / Mas no apresures el viaje. / Mejor que se extienda largos años. / Y en tu vejez arribes a la isla / con cuanto hayas ganado en el camino, / sin esperar que Itaca te enriquezca»./…; en Armijo se puede ver en el siguiente fragmento. “Apenas respiraba el crucigrama de la noche/ Comenzaba a preparar el viaje/ él se llenaba de tierra/ porque el mar era gaviota/ noche inmensa/ pececillos/ navaja de frío cortando nariz orejas/ dedos gordos morados/ Sólo el cisne marino a veces chillando en la madrugada/ Siempre el torbellino rumoroso de sal/ reventando las uñas/mordiendo pelos orejas”[15]

En 1961, siendo trabajador de la Universidad de El Salvador, fue capturado y tenido preso por considerársele sospechoso de actividades subversivas. Ante un recurso de exhibición personal fue liberado. Armijo viajó con una beca a Francia y ahí Miguel Ángel Asturias lo introdujo en la vida de la docencia parisina. Su exilio como lo acota Luis Alvarenga [16] supuso cambios en su vida personal, cambios que para bien o para mal abrieron y restañaron heridas. En la oscuridad golpeó con ternura; en la luz, “hirió las mañanas con sus versos decantados y prometeicos.

Ya al final de su ciclo vital, en el Hospital de la Citè París, 1996, escribió Poemas de ninguna parte (Poèmes de Nulle Part)[17] entre los cuales destaca: “Regreso a oír los pinos de Chalatenango/ y sólo veo piedras y más piedras/ El río Padre corre delgado y sinuoso/ sobre paisajes abruptos/bajo un sol de desierto/ ¿Dónde están pregunto los pinos/ sonoros de la infancia?/… Ahora sólo piedras y más piedras/ se acabaron para siempre los/ pinos de Chalatenango.” Sin duda como se puede intuir es un doloroso retorno desde la memoria, su corazón sumergido en la propia agonía no tiene más que reunir el inventario de su tristeza.
Barataria, 13.VIII.2008

[1] Montero, María Moreno, et. al. La soledad como un fenómeno psicológico: un análisis conceptual. Universidad Autónoma del Estado de México.
[2]Op. cit. Montero, pág.19.
[3] Mijuzkovic, BL. Loneliss. Libra, San Diego, 1985. Citado por Montero.
[4] Poema, Embriaguez.
[5] Op. cit. Montero…pág.19
[6] Soneto perteneciente a Tríptico doloroso del libro: La noche ciega al corazón que canta.
[7] Cernuda, Luis. Cómo llenarte soledad, poema.
[8] Patricio Eufraccio Solano (monografía) La palabra erguida, Universidad Complutense de Madrid.
[9]Patricio Eufraccio Solano, op cit.
[10]Vicente Aleixandre, el sueño (poema).
[11] Armijo, Roberto. En busca de Ítaca. Obra escogida, El Salvador, 2007
[12] Mario Benedetti, viento del exilio, poema.
[13] Brigitte Leguen. el sentimiento del exilio en dos poetas alejados de su patria: el Duque de Rivas y Víctor Hugo.
[14] Brigitte Leguen, op cit.
[15] Armijo, Roberto. Cuando se enciendan las lámparas en Obra escogida, 2007. La cita obedece a que este poema está referido a Ulyses e Ítaca (Armijo y El Salvador)
[16] Alvarenga, Luis. Prólogo a En busca de Ítaca. Obra escogida, El Salvador, 2007. El poeta Alvarenga, es un acucioso investigador y compilador de la obra de Roberto Armijo.
[17] Armijo, Roberto, op cit.
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lunes, 11 de agosto de 2008

Aventura erótica y erosiva en la poesía

André Cruchaga, El Salvador.






Aventura erótica y erosiva en la poesía
de (Dina Posada, Carmen Gozález Huguet y Aleyda Quevedo Rojas)



Por André Cruchaga


Rasgo habitual del mundo erótico es la aventura mediante la cual el/la poeta cree liberarse del hastío del código moral que la sociedad impone. Surgen en este mundo, típicamente desaforado, permisivo, ojos transidos por la seducción de una poética que vaya más allá del amor como un manifestación meramente sentimental, que abandona su bienestar tedioso para correr la juerga del amor lascivo. Hoy en día no nos resulta extraño que mujeres y hombres vuelquen su quehacer literario hacia la poesía erótica como forma de liberar el yo interno. Desde luego que esta poesía erótica predominante en todas las épocas, no es necesariamente el adulterio (tal vez sea un desencanto de la vida íntima o un anhelo en el plano de la realización), o pura rebelión del descontento o la inconformidad, siendo el poema esa vía a través del cual el afán y el deseo se resuelven.

Parto de un hecho que no el único, pues hay poesía de esta naturaleza antes de…pero en mi caso quiero partir de lo siguiente: el desvarío de don Quijote en cuyas múltiples aventuras está la conquista de Dulcinea u Oriana la desposada por Amadís de Gaula. Como punto de partida me interesa (ya después cada quien haga sus elucubraciones) la referencia que hace en el capítulo I: —¡Oh pricesa Dulcinea, señora de este cautivo corazón! …Plégaos, (acordaros) señora, de este vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece”… Es amor ansiado, deseado que a menudo hace desfallecer a quien lo padece. Claro está que este erotismo es sutil, a la usanza de la época. Luego hay a lo largo del libro otras alusiones más incisivas.

En la poesía erótica el poeta usualmente saca de sus dientes el instinto. Hay ansias de unión entre hombre y mujer o viceversa, pese a cualquier código. Poetas y poetisas levantan jardines de deseos y construyen atardeceres de aguas ardientes. Neruda es un caso típico, quizá el más conocido y difundido. Al respecto Volodia Teitelboim al referirse al erotismo de Pablo Neruda (Chile, 1904) dice: “El poeta se convirtió en secretario de los amantes. Multitud de enamorados se apropian de sus versos y pretenden que son suyos, a fin de conquistar a Dulcinea.””Su pecho como un fuego de dos llamas/ ardía en dos regiones levantado,/ y en doble río llegaba a sus pies,/ grandes y claros”.Ángela adónica, pág.40, Residencia en la tierra, Seix Barral. “Es como un huracán de gelatina,/ como una catarata de espermas y medusas./ Veo correr un arco iris turbio./ Veo pasar sus aguas a través de los huesos”.Agua sexual, Op. Cit, Pág. 113.

También Gonzalo Rojas (Chile, 1997) es otro ejemplo típico de la poesía erótica, aunque con un tono distinto a la de Neruda o a la de las tres poetisas que abordaré más adelante. En “Pareja Humana, dice: “Hartazgo y orgasmo son dos pétalos en español de un mismo lirio tronchado/ cuando la piel y vértebras, olfato y frenesí tristemente tiritan/ en su blancura última, dos pétalos de nieve/ y lava, dos espléndidos cuerpos deseosos/ y cautelosos, asustados por el asombro, ligeramente heridos/en la luz sanguinaria de los desnudos:/un volcán/que empieza lentamente a hundirse… Así el amor es el flujo espontáneo de unas venas/ encendidas por el hambre de no morir, así la muerte: la eternidad así del beso, el instante/ concupiscente, la pureza de los locos,/ así el así de todo después del paraíso:/—Dios, ábrenos de una vez”. (Rojas, Gonzalo. Metamorfosis de lo mismos, Visor, pág. 220). Erotismo y divinidad se juntan en una sola argamasa. Asombro y lava como realidad del vértigo. Vacío donde el mundo sólo existe en dos seres buscando el aire, el vuelo, el encanto carnal, hondo de dos lascivos espejos. El poeta juega con las palabras. ¿Qué hago yo —dice el poeta Rojas— que no soy Freud en ese abismo? Abismo será, pero gozoso abismo donde feroz se apaciguan las tormentas y los sesos se pierden en la lluvia.

Poesía erótica hubo y habrá siempre. Cambian, sin lugar a dudas, los lenguajes: imagen, metáfora, símbolos dominantes de cada época. Los valores que la sociedad sustenta en un momento determinado son cruciales. Hay momentos que la poesía erótica es irreverencia frente a, o ante las prohiciones que la sociedad misma hace desde la familia. No siempre es fácil delimitar lo que es poesía erótica y su proximidad a la pornografía. Los temas son variados y van desde la sodomía, pasando por el onanismo hasta el elogio del falo. Lo interesante es que existan cultoras y cultores que a través de la palabra trepen las escaleras de la brisa con el lienzo fragoroso de la pluma. “Un poeta elevado, escribiendo sobre asuntos de Venus, elegirá un tratamiento sentimental de la materia, una descripción de los juegos amatorios por medio de metáforas, símbolos u otras figuras retóricas, o la presentación descarnada de escenas sexuales. Estas tres posibilidades, traducibles en la práctica en literatura amorosa, erótica y pornográfica, muestran tres modos de plasmar un contenido significativo idéntico, contenido que desembocará en uno de esos tres resultados según el interés del escritor por producir un efecto u otro en sus lectores, pero que históricamente no se ha visto influido en nuestra literatura por la clase social o el estamento del autor (y baste pensar en el rey Alfonso X). Lo único cierto es que un escritor de baja cultura no tiene a su disposición los tres registros, y que éstos, de todos modos, no son, la mayoría de las veces, delimitables con rigurosidad filosófica.” ( Huertas Cabrera, Carlos. La erótica como forma de la trangresión social, España).

En este contexto es importante traer a colación el material de tres mujeres, valiosísimas. Dina Posada, (El Salvador, 1946). Fina cultora del verso. Su poesía es una lluvia empapada de peces, repta el horizonte hasta alcanzar las estrellas, voz que se libera en la materia del sueño. Veamos que nos dice: “El vaho se come los alientos/ el paladar mete en fuga latidos/ mi lengua dilatada se desnace/ picando los bordes de la vida / tu trance llevando mi pulso/ gravita en mi tiempo colmado.” (Orgasmo IV). Poeta irreverente, desnuda las puertas azules de la carne y estremece la raíz del espasmo, hasta despertar en la cadencia sempiterna del suspiro. Ajeno a mis pensamientos/ huiste a un casto silencio/ Hoy/que sedienta mi sangre te busca/ ni a golpes ni a ruegos/ te insinúas/ enajenado prosigues/ riguroso y oprimido y largamente oscuro/ como pasillo de convento desolado/ Tú/ ángel de dura delicia/ apático orgasmo rebelde/ erizado temblor/ pólvora vulnerable/ regresa a mí/ y aniquílame. (Plegaria del orgasmo) Dina sabe transitar felizmente por estas enredaderas. Mujer culta y por lo mismo con vasto dominio del ejercicio poético. Ella escribe y deslía la madeja del cuerpo, abre el ejército de las palabras y reconoce la tierra de las pupilas en su estallido de ráfaga amorosa.

Su propuesta es sugerente a través de los títulos de los poemas. El orgasmo como plenitud del cuerpo y la mente: es la asunción de cuerpo. Mira desde el interior, observa y transmite significados. Nada es comparable con la vivencia plena y eso sólo lo dan esos ramajes mágicos de los efluvios, la delicia articulada, espléndida, consciente de la propia corporeidad. Hay esa constante invocación al espectral espejo de la silueta, a que la entraña arda en júbilo y el manantial del suspiro transmita su sangre estival.

Carmen González Huguet, (El Salvador, 1958). Ha sabido construir la geometría del gozo desde la “Locuramor” de su herida existencial. "Explora mis panales, mi recinto/ secreto donde oculta miel destila./ El tiempo su madeja fiel deshila/ confiado a los fervores del instinto./ Bebe el beso que el dulce labio afila,/ devora la epidermis del jacinto:/ el deseo saciado, nunca extinto,/ desde tu tersa torre me vigila./ Tus manos, tu mirada, tu dulzura/ desbordan en el vértigo del fuego/ donde en olvido la razón se quema./ Coróneme el rocío y su luz pura/ en el instante eterno en que me entrego/ doblando su fervor en su diadema." (Del libro: Ausencia). Carmen recorre en el poema sutilmente el cuerpo, aquí y allá para descubrir y reconocer los hilos luminosos del cuerpo, el suspiro porfiado y agolpado de la ventana que espera que el rayo entre benigno con fuego líquido. En sus poemas la brasa del amor quema, es luz insosegada, azotada por sus ramas en las sienes. “Íntimo fuego del que soy destello:/ A brasa fiel mi boca se condena/ Para mirar arder tu fino cuello.” (Carmen González Huget, op. cit).

Carmen juega más a lo amoroso. Está, me parece, más cerca de la poesía amorosa de Delmira Agustini. Y aunque su lenguaje levanta fuego, el vaso no alcanza a llenarse. La angustia socava todo goce, aunque dedos y lengua hagan lo suyo alrededor de la isla donde uno enloquece. Eso no quita, desde luego, que en su poesía flameen los ecos del deseo y la herida misteriosa sea un prolongado picoteo de pájaros. Amada y amado sueñan en los destellos del fuego y ascienden desnudos hacia un arroyo de lujurioso deseo.

En los últimos días he conocido a una poetisa joven. Se trata de Aleyda Quevedo Rojas, (Ecuador, 1972). Aleyda tiene una conciencia plena de la poesía y transita, por supuesto por esos límites infinitos de la materia desnuda sobre la montura del alma abriéndose a reveladores arco iris. Pero su poesía es todavía más atrevida, más incendiaria y galopante. “Estoy condenada/a amar a un ojo gris/ a punto de quemarme/ quemarme la lengua/ con la saliva bendita por tus dedos/ que hechizan mi espacio/ cada vez que humedeces el goce / Es imposible no sepultarme/ en esta angustia/ de no verte pegado a mi almohada/ Visto de negro/ porque me siento poseída/por tu sombra/ alrededor de mi sexo / Tu sexo haciendo circuito/ con este tejido difuso/ donde he aprendido/ a susurrar acertijos/ que son tu nombre/de grillo húmedo/”… (Fragmento del poema: Estoy condenada). En otro poema, no menos intenso, Aleyda nos dice: “Mirabas abstraído el sagrario de mis placeres. Donde el cisne/ blanquísimo del deseo esconde la virginidad de su cuello. ¡Cómo lo recuerdo! / Como una loca…!/ Fue sobre el diván de rojo terciopelo. En una tarde doliente de marzo. / De pronto,/ Se mustiaron tus ojos enfermos de histerismo…/ Enloquecida con el ansia del primer encuentro: vago, cariñoso, divino, / te di el humilde dolor de mis lágrimas./ Sandor, mi cuerpo se deshoja en tus pupilas ingrávidas”… (Poema: Y Fue sobre un diván).

En mi poesía—acota Aleyda— el erotismo es omnipresente. En el mundo Eros mueve civilizaciones. Escribir poesía erótica ha sido una necesidad que aún no se agota.

Esta necesidad, la asumí como la relación íntima entre erotismo y sexualidad. Pero hay fronteras divisorias, que a veces, parecen confundirse: el sexo es un acto y el erotismo es fantasía pura. El erotismo es invención inagotable. La imaginación es el mejor vehículo del erotismo, desde que el mundo es mundo, y desde que publiqué mi primer libro, titulado: “Cambio en los climas del corazón”, editado en 1989, de este poemario, el poema 7: “Los jadeos/ Empañando/ Eléctricamente/ la puerta cerrada/ Laten/ Nalgas/ y forman arcos/ Una repentina/ Calma/ Reposa/ sobre las cabelleras/ Pulsan/ sus sexos/ húmedos y tibios/ Otra vez/ los jadeos/ los arcos perfectos de las nalgas/ El cansancio/ que produce/ la agitada posición/ Y la calma/ Final/ que abre la puerta.”(Quevedo Rojas, Aleyda. La poesía en mi vida, Jornal de poesía)

“En acerca de la masturbación y el sol de la dificultad”, expresa: “Hay algo de obsceno y lascivo en la palabra masturbación, esto es lo que siempre me ha atraído. Como el sol de la dificultad en la literatura, en la poesía. Como el confuso pensamiento de un escritor de cuentos, encuentro caos y atracción en la masturbación. Turbarse más de lo permitido. Más allá de la imaginación, sin límites. Perturbarse mucho más allá de los bordes emocionales y físicos. Pronunciar y sentir las palabras más desaforadas, desvergonzadas y feroces. Auto turbarse activando el mundo de lo sensorial, recorriendo el cuerpo por mano propia. Ejercer la libertad de auto proporcionarse placer y goce, en soledad”…Dicho esto, con sus propias palabras, la poesía de Aleyda no requiere de sábanas, sino de ese feroz desgarramiento de los cuerpos en el fuego puro. Las palabras y las consonantes son un jadeo de permanente eclosión. Es poesía de oleaje, de imantación turbulenta, sin duda un diluvio quemando los relámpagos del cuerpo.

Aleyda. Carmen, Dina ennoblecen esta vertiente de la poesía. Saben despertar la luminosidad y dejar los pupitres, a no ser que ellos se conviertan en otra araucaria para hacer crecer la música ciega de los labios o esos dientes de envolvente desnudez. El amor erótico no se siente aquí porque duela, sino porque suelta sus colibríes de enredadera hipnótica.

En este orden de ideas y en palabras de Gonzalo Soberano, por ejemplo, “la segunda mitad del siglo XIX, época de restauraciones, creciente democratización del trato social, extendida incredulidad religiosa, positivismo dogmático e irracionalismo naciente en oposición a él, época de aclimatación de la burguesía a los placeres del lujo y de progreso uniformador, época en fin tan constrictora de las aspiraciones plenarias del amor, adquiere vigencia una nueva sensibilidad erótica para la cual el incentivo primordial consiste en combatir el aburrimiento con los resplandores de la aventura. La exquisitez, la rareza, la anomalía entran, a fin de siglo, a formar parte de la sensibilidad artística y de la sensibilidad erótica.”

Un brazo desnudo, una pantorrilla, unas medias o unas faldas ajustadas resultan detalles propicios para un funcionamiento erótico. El poema erótico provoca en el lector “una extraña sensación de placer mórbido debido al desafío permanente del lenguaje que reviste los fantasmas, en una guerrilla permanente contra los distintos tabúes levantados alrededor de la sexualidad y de su «libre» ejercicio y el sabroso y doloroso espectáculo de la frustración y de la esperanza, renovada de acabar algún día con ella.”

Jean Franco en “Cuerpos en pedazos, dice: “El imaginario del cuerpo, por supuesto, ha pasado por muchas transformaciones. Sor Juana, cuya obra ha sido magistralmente editada y comentada por Margo, imaginaba el cuerpo no sólo según un orden jerárquico sino también como una fábrica bien administrada, en la cual la «científica oficina», el pulmón-fuelle y los humores cálidos trabajan «en arterial concierto». Sin embargo hace tiempo el cuerpo ha cesado de ser una imagen de la armonía y la unidad de la persona, o garante de la individualidad, para convertirse en fragmentos mercantilizables.”Esto desde luego lo podemos ver más que en la literatura en revistas donde modelos y actrices muestran sus gracias hasta hacer explotar los sentidos

"La frontera entre erotismo y pornografía sólo se puede definir en términos estéticos. Toda literatura que se refiere al placer sexual y que alcanza un determinado coeficiente estético puede ser llamada literatura erótica. Si se queda por debajo de ese mínimo que da categoría de obra artística a un texto, es pornografía. Si la materia importa más que la expresión, un texto podrá ser clínico o sociológico, pero no tendrá valor literario. El erotismo es un enriquecimiento del acto sexual y de todo lo que lo rodea gracias a la cultura, gracias a la forma estética. Lo erótico consiste en dotar al acto sexual de un decorado, de una teatralidad para, sin escamotear el placer y el sexo, añadirle una dimensión artística.

Ese tipo de literatura alcanzó su apogeo en el siglo XVIII. Los de ese siglo son grandes textos eróticos que a la vez son grandes textos artísticos. A esto habría que añadirle que en ellos hay una carga crítica que hoy se ha perdido. Los autores de esa época creían que escribir de esa manera, reivindicar el placer sexual y darle al cuerpo ese tratamiento reverente era un acto de rebeldía, un desafío a lo establecido, al poder. Los escritores eróticos eran, pues, pensadores revolucionarios. Diderot, por ejemplo. O Mirabeau, que desde la prisión escribe a Sofía de Monnier cartas de un contenido sexual muy fuerte. Para él esos escritos forman parte de una lucha por la transformación humana, por la reforma social. El caso más extremo, sería el marqués de Sade, aunque no creo que de los textos de Sade pueda decirse que son de exaltación del placer erótico. Hay algo intelectual, obsesivo, casi fanático en sus demostraciones sexuales”. (Vargas Llosa, Mario: "Sin erotismo no hay gran literatura".

Cierro por el momento este relampagueo. Decido descender, es decir, quedarme un instante pensando en estas tres poéticas, ahí, quedados los ojos, mudos, despiertos, atónitos sobre la tinta alada de cada afán. Son voces encantadas que ascienden y descienden, su cuerpo es ligero, tibiamente celeste en la plenitud de su propio universo. En Dina, Carmen y Aleyda el viento arroja estruendosas olas. Concientes de sus propios derroteros, saben que en cada pezón de las palabras y el verso hay un conjuro de laberintos. Y ese laberinto, no frugal, conduce a la intensidad del gozo cuerpo a cuerpo.

Barataria, 10/11.VIII.2008.