lunes, 4 de agosto de 2008

Inma Arrabal:Palabra y reminiscencias_André Cruchaga

André Cruchaga, El Salvador







Inma Arrabal: Palabra y reminiscencias








Por esos azares insospechados de la vida nos hemos encontrado con Inma Arrabal (Jerez de la Frontera, España), aunque muy barcelonesa y andaluza como muy bien ella se describe define a sí misma. En ese cruce de nacionalidades y poesía, me ha hecho llegar sus libros de poesía, relatos y novela.

Inma Arrabal es portadora de una larga tradición poética. Sí, poética sin recelos, diáfana, precisa, sin concesiones al desperdicio. Poesía decantada, libre, con un gran dominio de la imagen y la metáfora, es poesía “perfumada” que hace soñar los sueños que mueven a todo ser humano de carne y huesos. En cada recuerdo hay un poema: su mundo es la palabra, nítido y reconocible por la emoción que le imprime. El poema es su conciencia —toda la emoción posible articulada en el poema.

Amayamar, (Huerga y Fierro, editores, España, 2004). En este libro salta en cada palabra el lirismo erótico, verde, rojo, sustancial, las nostalgias. Incita a las luces del desasosiego, pero lo hace con el manejo que el tema demanda. No es un erotismo a ultranza ni tratado con frivolidad, sino con delicadeza, es el aguacero de los sueños en los cometas de los senos, la lengua mordiendo el malecón de las palabras hasta ser “lava ardiente y nieve derretida”. Inma se mueve bien entre los tiempos: presente, futuro, pasado: “Después, tú y yo, más tarde, nos perderemos/ en los cálidos senos de la noche/ y la tierra temblará más allá de tus ojos… (La partida, pag. 35. “Para mi tan sólo existe un Sur/ y al Este, tu cabeza amorosa/ cobijada en mi regazo”, Al fin mujer, pág.23). En “A un minuto de mí, pág.26, el encuentro con lo carnal se torna una sutil comparación: “…Mientras el viento baila con las cigarras,/ yo, doblada como un junco,/ bebo sabia blanca de tu rojo pino”… La alusión al Sur del amado y la amada es siempre un cálido galope entre la ternura y el gozo, entre el poema y la palabra que lo constituye.

Entre la ternura, el gozo y las caídas que el amor erótico nos dá, la poesía de Inma se yergue como ese anhelo del minuto hecho eternidad alada, nunca deja de respirarse por su magia envolvente. “Es el sueño de lo asequible, de lo real, / de lo que es y no existe, de lo que no existe y es”: sueño y aguacero en las sienes. Inma también juega con el color, con ese arco iris que el corazón desanda. “Aquí las tomateras no son de yerba verde y tierra/ sino de brisa dorada que tiñe los cabellos con luces naranjas…” (Aquí también se llora, pág. 53).

Después del amor viene el olvido o, en todo caso el desencanto, los cuerpos como hierros fríos, vueltos a su estado después del fuego que los mantuvo cárdenos. Así lo dice Inma: “Me olvidaste/ y no recuerdas para nada mi sabor/ ni mi vuelo de gaviota/ ni siquiera el lunar de mi espalda/ que tanto te gustaba…” (Prefiero los gatos, pág. 57). La vida no deja de ser locura y hasta “inhóspito manicomio”. Ver hacia el fututo, después de la tormenta, del gozo, implica como bien lo dice inma: borrar los versos de todas las palabras, que el tiempo no sea “lentejuela enmohecida”, ni pálida sabiduría de los ojos.

Por su parte, Sura, (ediciones Torremozas, Madrid, 2001) anterior a Amayamar, es un libro de evocaciones, escrito con esa claridad del verso. Entre el mar y la casa natal, nos va envolviendo con brisa. Inma está consciente que “También el aire puede, a veces, / susurrarnos palabras de esperanzas/ al oído… (La casa natal, pág. 13). Toda la actividad poética de Inma está en la noche con sus demonios, el silencio y el destino con esos cielos inmensos que el conocimiento y la experiencia producen.

Sura está estructurado en seis apartados: El recuerdo, la oscuridad, el destino, el silencio, el relámpago, poemas de Sura. Es un libro de la geografía vital, conciencia de su material, de él brota el desasosiego y también la esperanza. “Los pensamientos, teñidos de negro, / juegan al pasar por túneles ahumados.” Sin disfrazar siquiera un instante para que el mar encumbre los sombreros de las olas.

La soledad existencial y el dolor arrecian con sus dentelladas. “El dolor me acompañó todo el camino, / por los valles grises y los últimos sueños, / por ríos de palabras e imaginados mares…/ Y ahora, solitaria y cansada/ de caminar aristas, / he llegado hasta aquí como he podido. Es decir que aún después de pasar penalidades, frustraciones, soledades, avatares mismos de la vida, se está en pie frente a la vida.

En suma, estamos ante una poesía entendida como comunicación, y por lo mismo seductora; su lenguaje no está sometido a lo coloquial, ni a lo cotidiano. El yo poético de Inma destaca por su lirismo, por su meditación existencial al pasar del tiempo. Este libro en particular está transido de temporalidad y memoria unitaria de su verbalización. Aquí ya no es contemplación del amado en los que con más fuerza se aprecia el deseo de capturar el gozo que produce, es sin duda alguna, el registro de sus propios espectros existenciales. El rememorar le da sentido a su palabra. En poesía la sensibilidad es indispensable para expresar la realidad.


El tercer libro: Los que no volvimos, (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2006), si no cambia su perspectiva frente al lenguaje, se trata después de todo de retornar a sus raíces. Así lo advierte en las palabras iniciales del libro: “mi propósito, con estas pinceladas remozadas de recuerdos y sentimientos personales, no es otro que el evocar y jugar con palabras casi olvidas e intentar plasmar la grandeza de algunas cosas, que sólo sabemos apreciar cuando las perdemos”. Son los destellos de la luz volcados en poesía. Es la vida recobrándose así misma desde lo ido o perdido.

Sabores y sonidos de su infancia andaluza se mezclan entre castañuelas, nardos y azahares. Es la infancia perdida, pero recobrada gracias a la memoria y la palabra. El libro está dividido en cinco partes, a saber: Demasiado temprano, Los que no volvimos, Costumbres ancestrales, la mutación y Un almirez de agua. Su segunda parte destaca porque de inmediato y sin quererlo me ha recordado a don Antonio Machado con quien he transitado aguas y olmos. El Guadalquivir con sus riberas verdes y la lluvia goteando en las palabras, duende que no escapa a la memoria. Aquí, como lo dice Inma. “el aire se pasea/ por los blancos caminos andaluces/ salpicados de azahar…” (Caminos andaluces, p´g. 35).

En su memoria están, todavía, las paredes encaladas y la campiña de “cortijos blancos”. El alba “ardiendo en la alfarería de las torres” y la brisa arrastrando los atardeceres con los susurros ancestrales del canto. Inma ha sabido, desde su poética, aquilatar con iniguable música cada esquina de esa Andalucía castellanizada (Andalusiya de al-Ándalus) que algunos conocemos a través de referencias y lecturas: La Andalucía visigoda, bizantina y musulmana, etc. “cantos y lloros” se acomodan en su voz hasta el punto de oír en la lejanía aquel Cante jondo de García Lorca como ramas de incienso en esa voz dolida por el escalofrío del recuerdo. Sin duda el libro me ha hecho detenerme en la evocación de lugares y monumentos como las Mezquitas, La Giralda, El Patio de los Leones y por supuesto los olivares y las dehesas de Boyal.

Dejo para un próximo recorrido por la patria literaria de Inma Arrabal: Ellas también cuentan-Espíritus líquidos (relatos) y Por matar el tiempo (novela). El arma fundamental en estos dos libros es el lenguaje el que Inma usa con soltura y afinada destreza. De la mano de ella, iré cada vez recorriendo esos parajes y personajes creados pero que al tocar tierra se tornan tan reales como los sombreros cordobeses.

André Cruchaga
Barataria, 02.VIII.2008.
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