miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA POESÍA ES UN ASOMBRO ABSOLUTO

Carátula de Absolute amazement/ Absoluto asombro,
de Irma Lanzas, Published by RENEW, International, NJ, USA.





LA POESÍA, UN ASOMBRO ABSOLUTO

[Comentario al libro de Irma Lanzas: ABSOLUTO ASOMBRO]



André Cruchaga


Yo no supe dónde estaba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
SAN JUAN DE LA CRUZ
(Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación)





Por intermedio del poeta  René Chacón, he recibido el más reciente libro de la doctora Irma Lanzas, en edición bilingüe: Absolute Amazement/ Absoluto Asombro, Poesía Mística para el Siglo XXI, publicado por RENEW International. De inmediato capta mi atención, la nota que acompaña al libro: “Es un libro con una temática al parecer, pero solo al parecer, lejana a los intereses de una sociedad regida por la prisa, la tiranía del Internet, los celulares, y tantas otras cosas, pero que más que nunca está sedienta de un contacto con la fuerza que fundamente su propio ser. Como podrá ver con su sensibilidad de poeta, —acota—  a través de esta poesía simplemente comparto la posibilidad que tenemos de vivir al máximo en las pequeñas cosas de la vida cotidiana.” Y tiene razón, vivimos  un tiempo de continuos vahos y vértigos, con pocas posibilidades para la reflexión sobre nuestras vidas y la de los demás. Vivimos a menudo, genuflexos, oscuros en la techumbre del alma, astillados por la germinación de los pañuelos, con la incertidumbre que propicia el hollín en su avalancha postrera.
         Pero, ¿por qué la doctora Irma Lanzas, nos entrega ahora una poesía que se sale de la corriente de agua de nuestros tiempos? ¿Por qué poesía mística? Quizá ante la mirada torva de la cotidianidad, el alma busca y se busca y entre surcos y andamios andados, ella —la poeta— nos plasma en su libro, precisamente esto: una reflexión desde la claridad interior del mundo que ella concibe en una tierra de esperanza. Poesía que nos invita a vivir en la tierra, no en la bruma; descubrir, mostrarnos las espigas de la luz es su afán pero a partir de ese aplomo de la experiencia vívida junto al trepidante deleite del rocío.
       El libro se abre, formalmente, con un texto del Cantar de los Cantares: “Yo dormía,/ pero mi corazón estaba despierto./ oí la voz de mi amado que me llamaba.” Pero de ¿dónde la viene a la poeta esta entrega hacia Dios?   Irma Lanzas, es evangelizadora. Tiene un doctorado en filosofía por la Universidad de Bolonia, y una maestría en teología por la Universidad de Saint John en Nueva York. También tiene estudios posdoctorales en la Universidad de Madrid y la Sorbona de País. Además, ha ejercido la docencia. Enseñó teología en la Universidad de Saint Elizabeth, Morristown, Nueva Jersey. Irma Lanzas es “una mujer de profunda fe, una misionera que ha pasado la mayor parte de su vida difundiendo la Palabra de Dios entre los pobres, con amor y pasión.” Como vemos, aquí está, en gran medida la razón de este libro: mostrarnos el camino que ella ha transitado, camino claro está, nada fácil. Su poesía es el producto de ese camino: cualquier lector desprevenido puede golpearse, irse de bruces, pues sólo quien conoce las profundidades, es capaz de alumbrarnos con la sencillez que caracteriza a esta mujer. Ella ha sabido como nadie, hospedar la fecundidad del amor en su alma y, así, es como propaga el esplendor.
       Justo en el primer poema (Irma Lanzas es impecable en el uso de las formas clásicas de versificación) “Me has seducido” y como techo una cita de Jeremías, expresa: “Fue música tu voz que rumorosa/ vibró en todo mi ser como campana./ Me derretí en tu entraña luminosa/ cual gota de rocío en la mañana.” Y continúa así en el primer terceto: “Me hallaste en soledad, nido deshecho,/ sutil te me entregaste en un murmullo/ y yo te apretuje contra mi pecho.” La experiencia de Irma Lanzas con Dios es crucial pues implica una toma de conciencia, un despertar, Dios resplandeciente en lo interior y exterior, personificado, íntimo en su búsqueda, a menudo mordiendo las entrañas porque su fuego quema desde el aliento hasta la herida espesa del Gólgota que cotidianamente nos toca vivir.
Para entender el libro y, sobre todo para comprender la dimensión de poesía mística para el Siglo XXI, es necesario recordar o hacer una acotación fundamental: ¿Poesía devota o poesía mística? Pues aunque los conceptos están ligados, la dimensión es diferente. La poesía mística se diferencia de la poesía devota en el modo de relacionarse con Dios. Los versos religiosos hablan acerca de Dios, en cambio, los versos místicos hablan con Dios: el místico escucha en su alma a Dios, por tanto, la poesía mística es el fruto de la materialización de esta voz. Es así como, la excelencia de esta poesía consiste en: "darnos un vago sabor de lo infinito, aun cuando lo envuelve en formas y alegorías terrestres" más aún en ella encontramos la belleza infinita que se revela, pues "Dios solo comunica ciertos visos entre-oscuros de su divina hermosura, que hacen codiciar y desfallecer al alma con el deseo de lo restante". Justo en este hablar con Dios,  Irma Lanzas, en “Cuando llega la noche”, dice: “Te oigo vibrar en la sustancia/ del universo entero/ porque me has escogido/ para que escuche tu gravidez.” (…) En ti también/ todo se transforma/ y ahora soy luna/ bañada de flor/ plantada en tu silencio.” Lo cual la poeta, con estos versos no sólo nos refiere el encuentro, sino la transformación que ha tenido con ese encuentro. Dialoga con él en atinada consonancia, es decir una armonía tal que sólo hay diafanidad, pese a las aguas de la realidad que nos sumen en abismos. Pero la poeta es consciente, muy consciente del mar que la habita, de la hogaza de albor que la sosiega.
       Ya don Ramón Menéndez Pidal, (España) distingue a la poesía mística de la poesía sagrada, devota, ascética y moral. Plantea que no basta la devoción y el fervor para hacer poesía mística. Esta, aspira a la posesión de Dios por unión de amor, y procede como si Dios y el alma estuviesen solos en el mundo: “¡Oh lámparas de fuego,/ —nos dirá San Juan de la Cruz, en “canciones que hace el alma en la íntima unión con Dios— en cuyos resplandores/ las profundas cavernas del sentido,/ que estaba oscuro y ciego, con extraños primores/ calor y luz junto a su Querido!”    La poeta dirá por su parte, en el poema “Barrilete que tiembla”: Tu ternura me llena/ y se instala en mis ojos/ mientras me envuelves nuevamente/ en tu caricia intemporal. (…) Apenas logro hacer/ un esbozo impreciso/ del estupor en contemplarte/ circulando en mí misma,/ del absoluto asombro/ que hace de mi corazón/ un barrilete que tiembla/ mientras se encumbra/ en esa ráfaga poderosa/ que es tu amor.”
        Tal como lo expresa, Camilo Valverde Mudarra, (Artículo aparecido en Mundo cultural hispano)  Mística, pues, etimológicamente, sugiere la vida espiritual secreta, íntima, no ordinaria. Se produce, al entablarse una profunda relación sobrenatural, a la que Dios eleva a la criatura sobre las limitaciones de su naturaleza y le provee el conocimiento de un estadio superior inalcanzable por el mero concurso del esfuerzo humano; el logro de tal unión definitiva supone recorrer un camino que ha de sufrir diferentes etapas, las llamadas "vías": la vía purgativa consiste en "purgar", limpiar el alma de las cosas ajenas a Dios, mediante la oración y meditación en actitud ascética de renuncia y rechazo a lo corporal, gracias al proceso de purificación, incluso, con el castigo de la carne; de ahí, el alma llega a la vía iluminativa en que se ve alumbrada por la Pasión y Redención de Cristo, ante la contemplación de los bienes espirituales eternos; y pasa luego, a la vía unitiva, en la que consigue y se sumerge en la total comunión con Dios, en el "matrimonio espiritual". Esta última, es propiamente la mística; las anteriores, purgativa e iluminativa, son prácticas del ascetismo.
         La experiencia mística, —puntualiza Valverde Mudarra—en ese estadio de trascendencia, conlleva un desprendimiento del vivir corriente y la repulsa del mundo real, un despegue de la cotidianidad, por hallarse instalado en el plano de arriba, en la esfera del valor absoluto, envuelto en la avenencia y la concordia del Ser Supremo y la criatura. Tal ese ese grado de avenencia, que la poeta Irma lanzas, en “Añoranza”, nos deja sentir esa comunicación unívoca y unidireccional. Veamos: “Cuando a veces creo haber perdido ese contacto tan estrecho con Dios al que amo con todo mi ser, con toda mi alma, con toda mi mente, me quedo habitando en un desierto, anhelándolo, con una profunda sed. Lo busco entonces en cada rincón de mis días, y aunque sé que Él me ama siento que está escondido y le pido que regrese con la intensidad acostumbrada para que me devuelva mi plenitud. Soy entonces una solitaria enamorada que habla con los ríos, con las piedras, con la luna y los pájaros para contarles la historia de un alma que busca de esa manera al Dios que ama.”
        Sin duda, la poeta se solaza con esos “extraños” primores. Y sólo cuando está con él respira el sosiego y ese “amor herido” que la guía.  Valverde Mudarra, agrega en este punto: “El sentimiento místico mana en la interioridad y en el sufrimiento, se aviene a la serenidad y a la contemplación, vive de la renuncia, ayuno de artificios, lejano al afán consumista, al agobio del fragor desenfrenado, al hipnotismo del impulso visual de los medios de comunicación y ajeno al plasticismo sojuzgante del lucro publicitario; desconoce el vacío cultural moderno, anegado con su raquítica formación, en el fenómeno de la secularización globalizada, inmerso en la descristianización ramplona, en el relativismo y el hedonismo, en que la vida espiritual y el cultivo del espíritu está en desuso, por concepciones rebajadas y la ingenua materialidad, que orilla la religión en la irrelevancia social; la poesía mística entraña un acicate de la conciencia, una insistente advertencia de que los valores humanos se hallan en el repliegue interior, en el encuentro con Dios y en el vínculo con el hombre.”
       En razón de lo anterior, Irma Lanzas, hilvana el orden de la conciencia, y de manera sencilla, pero sobrehumana y calcinante, nos dice en “Tengo envidia de la primavera”, lo siguiente: “Tengo envidia de la primavera./ cada nueva estación/ los bulbos enterrados/ se olvidan del invierno/ que los tuvo sometidos./ se hinchan, se rompen,/ y con dolor de parto/ explotan en un río de flores./ Yo, en cambio,/ estoy entumecida,/ encerrada en la concha/ que yo misma endurezco cada día.” La poeta es un ser que se goza con las cosas elementales y deja traslucir esa perplejidad de comunión haciendo del despojo una voz resucitada. Es un alma contrita,  un alma encarnada en el arcano divino: asume como viaje inefable “esa transparencia íntima”, a tal punto que a ratos, le pide el  aroma de su esencia y el amor encendido en “poderosa florescencia”. Y agrega: “así “Como está la semilla en subsuelo/ quiero estar sumergida en tu regazo/ y me nutras con agua de tu cielo/ porque cuando tu voz vuelve a ser mía/ y me aprietas la vida con tu abrazo/ me hago paz, me hago luz, me hago alegría.” 
      En la experiencia de la poeta, “El poema resulta del fresco y rico manantial de vida interior, plenamente entroncada en Dios, Nuestro Padre, a través de la vía unitiva de la contemplación y del gozo; pero, surge no de un “motu pronto”, requiere también un esfuerzo de elaboración, aunque, tal vez, fluya por cauces remansados más feraces que los concernientes a las otras expresiones poéticas.” Así, en el poema “Ven”, se deja ver, leer esta vía unitiva: “Cuando pedí tu luz/ simplemente dijiste:/ quédate inmóvil/ sin decir nada,/ sin pedir nada,/ sin ofrecer nada./ Ven a mi soledad,/ ven a la oscuridad de mi silencio/ sólo ámame y espera.”  Sin duda, este libro de Irma Lanzas, constituye ese huerto donde se puede alzar el vuelo sin dolencias, pues todo él es montaña de asombro, asombro absoluto en el corazón que arde tras el gozo unitivo de la contemplación.
Contra todo lo adverso que pueda tener la realidad, siempre hay resquicios para colmar la conciencia y con serena lumbre llenar los vacíos. Aquí sembrado en el filo que lo hospeda, este soneto a sorbo trocado por el alma profunda:

NO ALCANZO A COMPRENDER

No alcanzo a comprender cómo pudiste
perdonar al que a ti quiso venderte
y en el umbral horrible de tu muerte
una oración de amor por el dijiste.

Cómo haces para amar al que traiciona
y adopta tristemente, siendo humano,
la mórbida textura del gusano
y a ti con menosprecio te abandona.

Enséñame a querer a tu manera
y contagiada al fin de tu locura
perdone yo también antes que muera.

Que si no logro yo ser quien perdone
y entregue mi dolor hecho ternura
seré yo quien ahora te traicione.

Barataria, 12 de diciembre de 2012


martes, 11 de diciembre de 2012

EL PÁJARO DE LAS MANOS LLENAS

Portada del libro de reciente publicación "Les Roses de Lancelot",
 presentado en Mislata el 20 de abril de 2012.








EL PÁJARO DE LAS MANOS LLENAS

[Comentario al libro: LES ROSES DE LANCELOT de Pere Bessó]



Por André Cruchaga



     Este maravilloso libro de Pere Bessó, Les Roses de Lancelot (Alupa editorial, Mislata, Valencia, 2012), reúne de manera singular la poesía escrita por él durante los años dos mil seis, dos mil siete. Y tal como el caballero de Lancelot ou le Chevalier de la charrette, Pere nos poetiza su experiencia humana, ineludible por lo demás para quien concienzudamente trabaja la palabra. Aquí hay un caballero que nos rapta la atención desde la primera cópula del verso, convirtiéndose en el Lancelot moderno, el poeta de la rebeldía y el transgresionismo, no el sumiso, aunque guardando el decoro hacia los alcances del resuello herido. Así descubre y reinventa esa extraña maravilla de las rosas junto a otros nombres ocultos, inocentes y cercanos a las campanas.
     Poeta de larga data. Amigo sin par. Poeta comprometido políticamente con la historia, conocedor de plazas y calles, tierno en su pecho rebelde, amante de la libertad y la esperanza, genuino y solidario, poeta de inigualable temperancia, riguroso y entregado, inquietante y meticuloso. Pere Bessó no tiene límites: es como un río, un carpintero con su garlopa, el ebanista que sabe fregar sus instrumentos con el calostro que va emergiendo de la memoria. Ante cada destello de la palabra, el alelí o el jengibre o el cierzo, el matorral o un blues que nos acerca a esa atmósfera de desnudez y tristeza. El poeta es así, asciende y se reinventa en los juegos de la desnudez y el hambre.
     Pere Bessó tiene el talante de un juglar. Un intelectual visceral, consciente del devenir de la propia experiencia humana. Conocedor de esa larga estela que nos han dejado las vanguardias, sobre de España y de los movimientos periféricos. Su poesía nos revela las relaciones profundas con el lenguaje: retador, fecundo, por propia voluntad. Les Roses de Lancelot, representa unitariamente el sentimiento de Pere, sin fragmentaciones y con buen tino su convicción poética, sus ideas o realidades a fin de cuentas.
     Por esas cosas del destino, y por la feliz mediación del poeta argentino Aldo Luis Novelli, Pere y yo, empezamos a intercambiarnos poemas. Y así dentro de una atmósfera de cotidianidad, va y viene la lectura de poesía, la traducción, el comentario. La poesía, pues, nos ha hermanado y a mí, particularmente, me ha enriquecido. “Al anochecer de esta noche alta —dice el poeta— nadie hay bajo el árbol del bullicio.” Y agrega: “como una hojita a punto de caer: un mirlo despellejado vive en la niebla.” Profundo es entonces el silencio, densa la soledad al punto de rozar sus sueños con esas otras otredades, las del poeta en vilo ante la inmensidad del cincel plegado a la brisa o al pájaro muerto del tejado de los sueños.
     ¿Qué nos queda del poema? ¿Qué inquietudes mueven al poeta? Sé que las respuestas pueden ser diversas. El lenguaje es el claustro del poeta y la añoranza: “Es tiempo de confiar la palabra,/ de dibujar el canto de los pájaros de la isla más umbría,/ de escuchar la mirada del niño viejo que prodiga la esperanza/ en otros tiempos soñados,/ de abordar el río melancólico de verdor que se aleja de los ríos”… El lenguaje es visceral y orgánico, materia racional e irracional: “El alba significa que el ser es perfectible,/ y puede girar tu mirada arbitraria,/ desnudar la piel de ceniza del hombre”…
     Les Roses de Lancelot, constituye, pues, un libro carnal y espiritual, soberbio, mapa acaso que el poeta ha confeccionado como aquellos que elaboraban navegantes intrépidos en busca de mares, tierras, doncellas, etc. Poemas engarzados en la memoria y la realidad, libro como la epidermis blanca de la rosa en los largos caminos absorbidos por los fuegos circundantes al poeta: “Hay gente aquí, —nos dice el poeta— que camina toda la noche./ Al amanecer, se alza la bruma de los pequeños canales del sollozo/ para esconder los barcos cuando descargan en el puerto,/  una larga meada que parecida al hastío se alarga.”
     La poesía siempre ha sido “la vigilia del espíritu”, la sangre reflejada en el espejo, el cobijo y el surco por donde corre la semilla de la poesía: conciencia a fin de cuentas de esa herida profunda que lleva el poeta consigo y que como pájaro lo hace alzar el vuelo. Pere, escribe al filo de la daga, consciente de los derroteros que nos da la luz, pero también la oscuridad. Su arte poética es como el agua injuriada del sexo, la orquídea de la virgen negra y el “Tumulto de la carne,/ de la tierra, y del agua, y del aire.” Pere Bessó, hiende con bisturí en mano, esas mediatintas del recato de nuestra posmodernidad, se burla, bajo las aguas oníricas y tectónicas de la palabra: “ voluntad, no obstante, cada corazón el centro de toda cosa,/ cada gusano devuelve el destino de la manzana al ramaje del árbol/ al caer dentro de la manzana a tierra,/ dejándole los huevos,/ la seda,/ el día perfecto.”
     La herida del poeta, de todo poeta no cicatriza mientras sábana y abismo es de todos los días. El poeta lo sabe cuando “golpea de par en par la puerta de su intimidad,” y aunque los ojos no sangren ya de tanto sangrar, la mirada siempre tropieza con lo torvo y aun con la carne ajada del más allá y aun con “el tiempo prisionero de su pecaminosa silla.”  Pere Bessó, es un ciervo durmiendo a los pies de la poesía, a su sombra; en su poesía revolotean no sólo el mirlo sino todos los pájaros, es un árbol viviente, tal como lo dice el Panchatranta. Anillos indóciles juntan el karma, la mirada pendular de las hélices de lo inhóspito. En su poesía, “La rama más cercana cruje insistentemente y se rasguña, como la memoria en la ventana del despacho de Janet Moore.”  Desde la lectura de Safo hasta llegar a las pequeñas cosas, Pere Bessó, no da tregua en desovillar las viejas sombras luminosas de la gravedad. El poeta nos avienta en cada poema, bocanadas de luz, como en “La caída de Sodoma”: “Su pecado no fue pecado./ No hubo en eso nada de sexo: demasiada manteca de cerdo en el desayuno/ o demasiado poco tiempo gateando por el piso/ antes de ir a  la cama.” Pere, maneja muy bien el doble sentido, la ironía en el poema, sabe que así el aliento del incauto tropieza con mayores posibilidades en el asfalto.
     Les Roses de Lancelot, nos anuncia, nos dice que hay tránsito de un guerrero y tanto “Al sur del sur o al norte de ninguna parte/ el mundo gira como de costumbre/ y alguien tira colas de langosta/ entre cisnes de oro y peces de plata/ mientras el agua se hierve en ondas subacuáticas”“Afuera, en el patio,/ tejiendo una duda que colgase/ del árbol del sueño,/ suena,/ remedo de mujer,/ el salto de agua de la peña del águila.”  En lo posible, el poeta corporeiza de manera sistemática las texturas y las contexturas de su garganta asolada, la poesía que a fin de cuentas canta y decanta en maceradas sombras, la sombra del alma del poeta. Andando el libro, nos damos cuenta de las reiteradas evocaciones del poeta, o en todo caso, las insinuaciones hacia los rescoldos del sofoco que en muchos casos se torna telúrico y entrañable.
Al poeta, sin duda alguna, lo zarandean los cuadriláteros de la herrumbre, las tajadas de ceniza del horizonte, ese dolor incesante de la última bocanada, la muerte como un callejón irreversible. En su poema “Visita al cementerio”, expresa que está en la tierra muelle de la noche absoluta con la garganta asolada de exequias. Llegados ahí, se abre lo inminente. Nada se afirma en el bajorrelieve de los párpados, ni en las pupilas; cada quien se anula vertiginosamente, cada quien, ahoga sus pensamientos en la noche para hacer más patéticas las telarañas de las cavilaciones, a menos que ésta sea otra forma  de leer los párrafos inconclusos de los periódicos  en la deshora del extravío. 
       El tiempo y la tragedia es la misma a los días de la semana: nada ha cambiado desde que se coleccionan cosméticos. Nada ha cambiado en los agujeros de la sed, salvo las sábanas colgadas del aire en las manos, las horas ciegas de los mástiles, el motín de sombras como ferretería del tiempo en el epígrafe de la levedad, el delantal de la nostalgia como una fotografía para coleccionistas y los labios ahogándose en los termómetros de la fiebre de circo de la pólvora china ante la espuma enredada en los zapatos. Siempre la intuición ha sido un arma insustituible: advierte sin miramientos los días oscuros devorando los harapos; al final, toca asistir al funeral del propio calendario con la diligencia necesaria para que no haya demora y se apague por fin la llama que cuelga del paladar; ahora, el poeta, regresa a la almohada de siempre: la intemperie con sus soledades, que a fin de cuentas no hay mejor lugar para avivar la voz entre los árboles: lo imaginado y los visto siempre han sido un abismo, al igual que  la falsa sabiduría del zodíaco, quizás como todo lo inminente,  las sombras “La cámara empapada de sudor donde el amor yace/ levitó como un falso milagro de buenas nuevas.”
        “Y más lejos todavía”, el poeta: “Dormido, una mano suavemente enraizada, como si acabase de atrapar un pájaro, el pez vendido de la ingle, su rosa exangüe, como lo llamado que después gotea, como si se estimase el sedoso peso del pétalo, el peso del mundo debajo de las piernas.” A menudo, Pere Bessó, se deja guiar por ese automatismo acumulativo propio de la poesía surrealista; en ocasiones, lúdico cuando aborda el tema del erotismo, tan singular en el poeta. Y desde la metáfora, su metáfora que se aparta de los convencionalismos. En Pere Bessó, la sorpresa y la creación están garantizadas: “Sólo el desazonado de la hoguera se engrandece/ en el encuentro,/ en la esperanza del dulce cauterio:/ acepta el fuego,/ acepta de buen grado sacrificio grande,/ el parvo honor de la ceniza.” Sí, al roce de la fruta, distribuye los fósforos del hervor y el fervor cóncavo de los goznes.
       El poeta, domador de trenes, hace gala de la suprarrealidad que lo habita y circunda, sorpresa en la distorsión de la espacialidad y temporalidad. Así, “La casa abandonada se vuelve la proa de lo arbitrario. Los pájaros han sido dibujados  en los muros como copas de papel de color con flores a la manera del Aduanero, usando los motivos ya existentes de una tapicería antigua; aquí y allá se descubre la ternura inusitada de una pluma reposada en los sueños espumosos de un copo de nieve de la memoria. Al medio la majestad indemne de la higuera.” La poesía de Pere Bessó, cava en dos mundos convergentes, “la duda como como forma del conocimiento y el grito de ser libre y pleno”, la muerte como existencialidad-realidad del tiempo en curso. El pubis de la ventana que prolonga el paladar hacia horizontes de vacíos y estampillas.
        Pere Bessó, es consciente de las dimensiones del poema, más allá de André Bretón y otros poetas que él conoce muy desde dentro, su poesía tiene un alto efecto por su dominio de la arbitrariedad poética, lo aparentemente ilógico, como: “El eunuco de la rosa del tiempo/ se apoya en el muro con un poco de comida/ y una garrafa de vino casi vacía”, o “el sueño como un niño que dibuja el deseo, el velo de la luz extinguida, las estampas con las cuitas del pacto borrado, pero sólo por la presencia efímera de las palabras heridas.” Luego, el poeta, dentro mundo polifónico, advierte, le advierte al o la interlocutora: “Y dirás que la paz no vale este amor/ que va de tierra en tierra plantando sus rosas en secreto,/ inmensa la noche como el cuerpo que se diluye al descarte de la lejía en la palma de la mano.”
      En su poesía, siempre hay un choque y una intersección de yuxtaposiciones, es decir, las imágenes y metáforas son tales que entrecruzan el sentido de la linealidad, así logra que el poema tenga múltiples significaciones. “Ah, cómo persiste aquel ruido en el aire movedizo y caldo en gañir el columpio de la memoria. Y yo volvía entonces, ebrio de tiempo de verano, cansado de todo aquello, de haber sido, yo, el muchacho osado y vivo, y tú, la mujer escondida, descarriado de haberte llevado todo el día a la espalda…” Para decirnos, después, que “La vida no se puede inventar sino a favor del amor primero, (alude a La invenció de l’amor de Daniel Filipo) refractándose hasta el agudo del grito, sosteniendo lo insondable. La imposible nota de un adagio incesante. Lengua de fuego purificando el espíritu. Ánima del tocar. Subversión de las frías neuronas por las incandescencias del poema.” Al poeta, sólo le es necesaria la palabra. La palabra cerca al poema mismo despojada de su semántica adjetival. Pere Bessó es un caudal de luminosas efervescencias y asume la condición de ser uno en el poema, condición que le permite azuzar constantemente su espíritu, su alma, dirán otros, hasta hacer de la materia del poema su más cotidiana y profunda indagación. Su poesía transita entre símbolos, entre lenguas de fuego para purificar su espíritu, muelle al fin para subvertir la mesura del tiempo.
        Sucesivamente, Pere Bessó, nos entrega en Les Roses de Lancelot, contrario a los purismos en la poesía, una poesía desasosegada, de angustia existencial y ansias por vertebrar las aguas del océano y así deshilar botones y ojales: milagros de sastrería, le abre un hoyo al alba, un destino de sal y antibióticos, de diademas y misiles, de solemnidades expulsadas del paraíso. Es, pues, una rosa abierta frente al gusano sórdido de pétalo y polen.  “Fortaleza de las cenizas sabiendo que lo inexpugnable/ es menos cuestión de piedra o de tejas de barro al sol/ que de la repetición de la memoria,/ hogaza,/ monotonía del dedo que señala/ y se obstina en tentar el regreso de la lluvia”…
       La poesía de Pere Bessó, la contenida en este libro  Les Roses de Lancelot, y la otra, es precisa en su actitud perseverante, hay certezas y testimonios, aprehensiones sin dramatismos. “De alguna manera, —nos confía el poeta— soy el sueño de un mozo viejo,/ la pasión del soldadito de plomo hundido en el ataúd de la rosa piadosa,/ la memoria selectiva de la araña hembra,/ cuando la figurilla ebúrnea baila el tema de Purcell,”…  En el intertexto del poema “Las razones del transterrado” el poeta nos agrega: “[La diáspora y migración de la gente,/ pensamiento y discurso en relación con la sexualidad/ y transformación de la identidad en general,/ el sujeto de este taller./ Nos aproximaremos a través del debate de las representaciones/ y las experiencias de los deseos migrantes…]” Su poesía, pues, no puede separarse de esa ingente necesidad de cosmovisión frente a la gran metáfora y al acto creador que siempre supone un ecosistema de encrucijadas, el marco propio del poeta desde el cual, hondo, trasunta los espectros de su andadura.
      De este libro, Les Roses de Lancelot,  podemos decir categóricamente con palabras del mismo poeta que “nunca hubo pájaro feliz ni ave carroñera,/ ningún árbol de conciencia que nos diera la vuelta,/ ni siquiera la llave,/ la llave de los sentidos que nos rebailara como una trompa ./ Acaso tampoco hay nadie aquí,/ embebida la lámpara de las últimas luces postradas,/ fuera del corral,/ en campo abierto,/ donde los pasos cortos de la memoria no hacen ruido.” Acaso porque el otoño desgarra los nombres y el aullido se hace camino sobre el césped. “Sigue corriendo por las orillas” de este libro, la creciente “comisura de la boca.” Las rosas y las pistolas y el tributo de Anaxágoras a la mala sombra que arrastra hacia el fondo de lo oscuro. La visión de la poética de Pere Bessó, es en esencia, la celebración de la diversidad, entendiendo como tal lo moderno y lo posmoderno como entidades forjadoras de una expresión y una identidad. Su fuerza poética radica en la expresión de búsqueda, decantada por su madurez de humanista, poesía que trasciende el destino del hombre. Dicho ésto, los anaqueles de la alacena quedan limpios para el próximo poema y para el próximo libro. Así sea.

Barataria, 11 de diciembre de 2012.