YVES TANGUY
CALIGRAFÍA
ÍNTIMA EN LA POESÍA DE ODALYS INTERIÁN,
VIAJE A SU GEOGRAFÍA ONÍRICA.
«Hablar de un poeta —expresa Elizabeth Azcona
Cromwell, en torno a Poemas completos de Dylan Thomas—, es tan sólo poner de manifiesto lo que tal poeta dice
de sí mismo. Es tratar de expresar cómo la vida se nombra en él. La dificultad
consiste en descubrir tras los gestos de lo cotidiano, las máscaras de sus
ceremonias ignoradas; tras los miedos, el goce, la mirada, el fracaso o el
exceso, reconocer su rasgo esencial, su palabra primaria, la caligrafía íntima
de su propia contemplación.» Hablamos, entonces, de una poesía sustancialmente
lírica, ateniéndonos a la muy atinada y clara definición que nos da Cioran: una
fuerza que surge de lo más hondo del ser, «del centro sustancial de la
subjetividad». Es según sus palabras «la prueba de una gran profundidad
interior». La poesía en algún punto se convierte en sospecha de algo, en
vértigo, la metáfora que nos salva de las realidades y los tiempos, así lo
expresa la poeta: «Me quedé en la sospecha/ en el vértigo de la llama/ de esa
lluvia que fluye horizontal y benévola.» Un poema es la unión de muchos pedazos
de vida, y a veces la destrucción de la sintaxis, como proponía Marinetti. Algo
en lo que coincido plenamente.
En la
creación poética de las mujeres cubanas se observan regularidades y rupturas
que han hecho del proceso de la escritura un acto de continuidad, donde, a
pesar de las evidentes diferencias formales instituidas por generaciones y
movimientos literarios, es posible definir una noción de cubanidad y a la vez
de feminidad que funden, sin que sean necesariamente visibles, las raíces de la
identidad con las de la espiritualidad femenina. El hilo conductor se mantiene
invariable en autoras de diferentes estilos o etapas y en las que el pasado y
el presente históricos, la pasión, la nostalgia, la política, y sobre todo, sus
vivencias humanizadas en cada realidad, resultan la génesis de temáticas
comunes que apuntan hacia el doble reconocimiento de quiénes son como mujeres y
escritoras americanas. (Álvarez Amargós, Michelle María., et al. (2014) Si bien prevalecen muchas de estas
características, también es cierto que existe un desarraigo más acentuado en
las poéticas del exilio: el pasado, el presente y el futuro no son momentos
diferentes, sino que se encuentran como éxtasis (salidas de sí mismo)
esencialmente entrelazados, pero con un dejo de añoranza, desgarramiento,
desarraigo, a veces de impotencia dado que la poesía, insondable e
inasible, solo nos expresa la condición del ser desde el yo poético. «El yo
poético es el mediador del poeta, pues a través de éste, manifiesta sus
sentimientos, deseos, sueños, razones y experiencias; es la voz a través de la
cual los pensamientos del escritor o escritora adquieren sentido. El yo poético
dialoga, propone, sugiere y seduce a lectoras y lectores.»
Este
dolor no es aire
está
en su espasmo
en
su garra y metal
golpea.
Pero
las palabras jamás se ponen de rodilla.
Sería
más fácil pasar la muerte
por
el ojo de la aguja
el
óxido sufriente del dolor
que
despoblarlas
de
su preñez sagrada
y
luminosa.
Sería
mejor una sola tumba
como
un gran trapecio.
Si
no saltas te pudres como el mar.
Del
libro: «Bienaventurado el odio con que me odiarán»
si no ha visto su entraña íntima
el hambre a raudales
el germen totémico y crepuscular
de la tristeza alzándose
la grotesca irrealidad de la
memoria
en sus viejas simulaciones.
Porque un país puede ser un abismo
crecer en ese aire silencioso y
amargo
de las despedidas…
Los deícticos son las rendijas que
nos conducen a lo connotacional como matriz del verso o enunciado. La metáfora
de la existencialidad del ser mistérico prueba su plena conciencia de una
poética con sucesivos eslabones que bien puede llamarse «poética de la
plenitud.» La poesía de Odalys Interián suscita varias inquietudes, por los
supuestos teóricos que encarna cada poema, así como por la temática varia y
versátil, pero siempre en el centro, cierta circularidad y tesitura que encaja con las teorías poéticas
de la posmodernidad. En sus poemas podemos encontrar una dialéctica simbólicamente
parecida al también poetizado dinamismo respiratorio, una armoniosa concatenación
de elementos descritos, una especie de geometría del sentido que va generando
metáforas de índole circular donde caben binomios como éstos: razón-corazón,
luz-sombra, noche-día, serpiente-camino, ceniza-música o muerte-vida, presencia-ausencia,
pasado-memoria, etc. La muerte, el recuerdo, la memoria, morada de la
nostalgia, trazos que nos anuncian el aguacero de la soledad existencial,
crepitan en su balbucir, adentro, el regresar y sentir la losa como una
lucecilla que se apaga.
Siempre y después de la oscuridad
fulge el nuevo día
la inconmovible sorpresa de la luz
los álamos abiertos a la frescura
milenaria de la vida.
Siempre el árbol
contra un cielo emboscado y el pájaro
y la vigilia
y la nochecita que venía alzándose
junto al pote de escarabajos
y el aire limpio de la infancia.
Las manos que regaron la semilla
de la muerte
la aurora total del mundo.
El ruido de las manos y las voces.
La palabra ofrecida
en su honda matriz de lluvia
renovada.
Un sol madurando lentamente en el
lenguaje
poesía y silencio.
La casa es la estación más larga.
La tarde que termina
es una hoja de lila
al revés.
Y nosotras Emily
– somos los Pájaros – que se quedan
que siempre se quedan.
Del libro: «Aunque la higuera no
florezca»
En el terceto anterior podemos
constatar: luz-sombra, muerte-vida. Los fenómenos literarios y síquicos— se fundamentan en el lenguaje,
en el lugar que ocupan en el proceso psicoanalítico los sueños y fantasmas
también considerados como materia prima de la literatura. Jean Bellemin Noël
(1978). En razón de esto, «El poeta sería a este
respecto un soñador y sus poemas —de los que una lectura psicoanalítica podría
destacar el llamado “mito personal” o fantasma recurrente— pura revelación de su
inconsciente, en la medida en que la combinación y matización de palabras pertenecientes
al habla ordinaria adquieren bajo su pluma la capacidad para apuntar a cosas
imprevisibles, a mundos misteriosos, a la muerte llamada Misteriosa y a lo mistérico,
que engloba todo cuanto escapa al conocimiento del ser humano.» Guy Merlin Nana
Tadoun (1992-2002). Veamos este fragmento, justo como acercamiento al tema que
estamos tratando, aunque no siempre se trate de anulación, sino como renacer:
Aquí estoy halando la sombra de la
muerte.
Halando la catástrofe /el grito de
socorro
de la ciudad a orillas del
desastre.
Hilando con los ojos
las brevas maduras del porvenir.
El desmoronamiento de los discursos
hegemónicos de la modernidad ha sido uno de los oráculos del fenómeno
postmoderno. La heterogeneidad y la hibridez pasan a ser pilares de esta nueva
era, apoyadas, a su vez, en la fragmentación. La visión unitaria y el afán
abarcador que caracterizan la modernidad se suplantan por el estilo
fragmentario que deviene uno de los rasgos principales citados por los
críticos. Se habla así de un sujeto fragmentario comparándolo con el Hombre
moderno, de discurso fragmentario frente a los discursos totalizadores y los
Grandes Relatos (y las narraciones abarcadoras como en el boom, en el ámbito
hispanoamericano), de «minorías en creciente fragmentación», añade Enrique
Anderson Imbert, y sobre todo de arte fragmentario. Para Alberto J. Pérez lo
postmoderno aparece como un momento de fragmentación y de dispersión de las
tendencias del arte internacional, según Djibril Mbaye, de la Université Cheikh
Anta Diop de Dakar (Senegal). Esta visión retrospectiva sobre el período
aludido es apasionante y, más, si tratamos de cruzarla con la posvanguardia «caracterizada
por la aparición de movimientos de escritores que coincidían en la búsqueda de
la novedad desde una postura radical.
En general, sus propuestas e
inquietudes fueron plasmadas en manifiestos en los que se planteaba su espíritu
de renovación del arte, en un intento de ruptura o reacción contra las formas
tradicionales de la literatura, y procurando la libertad en los contenidos y en
el lenguaje.» Frente a la poesía canonizada, la poeta sigue otra línea del
discurso poético: la ausencia de puntuación, a menudo, le da otro sentido a la
segmentación semántica del verso. «Dado que en su poemas faltan señales gráficas
(la puntuación, excepto el punto) de la segmentación sintáctica, para nuestra
percepción es decisiva la segmentación —y
la entonación— versal», es decir, al suprimir la puntuación la
entonación versal se pone «al desnudo» de un modo muy llamativo, y a la vez se recalca
su función estructural. (Bělič, 2000). Ello implica una lectura signada por la
incertidumbre que es una manera de explicar el mundo y un mecanismo para
derribar barreras.
La poesía de Odalys Interián, al
igual que la de Eliseo Diego, guardando las distancias de una y otra persona,
es que tienen un tono personal inconfundible así como una peculiaridad para
abordar los temas diversos de su poesía, aun aquellos que política e
históricamente atañen a la política de su país. Y lo hace de manera decorosa,
sin contaminarlos de consignas. Desde su postura esencialmente lírica hace
referencia a la pérdida de su patria que es, como perder de nuevo la inocencia,
aunque en la poeta la inocencia es perdurable. Los libros de Interián no se
quedan en la convencionalidad, sino que guardan entre sí, la necesaria unicidad,
lo que conlleva a entender su vida, su mundo, emociones, sentimientos y sentido
de realidad. Su voz poética es una voz cristalina, emocionada y emocionante,
con sueños afincados en ese lugar mítico, la memoria. También hay que destacar
que su actitud frente al hecho poético, ideológico y político, contrasta con
aquel grupo de poetas cubanos que se autodenominaron «los novísimos», entre los
que sobresalieron Miguel Barnet y Nancy Morejón, poetas que proclamaron su
adhesión al proceso revolucionario de aquella época, según, Salvador Bueno, «Apuntes
sobre la poesía en la Cuba del siglo XX», en «Con un mismo fuego, POESÍA CUBANA»,
Litoral/UNESCO, 1997. En este sentido, el poema que a continuación transcribo
tiene ese aire revelador del que venimos hablando en líneas anteriores:
A media asta Celan
a media asta hoy y siempre
la memoria.
Nos separaron el no del si.
Nos dieron sombra y sombra
sin ningún sentido.
Nos arrullaron en su nana
nos llenaron las arterias de
vocales vacías.
Ellos eran la anulación
marcaban con hierro candente
golpeaban y golpeaban
querían que callásemos.
Habrá un final.
Habrá para ellos un final.
Ahora somos un susurro
que crece.
Lo que viene por nosotros
irá devastándolos
hasta su propio exterminio.
Habrá respuesta
habrá para ellos respuestas.
Qué dirán cuando digamos
no tendrán paz.
Cuando rompa el silencio
la sílaba airada de Dios.
Ottmar
Ette, de la Universität Potsdam, en su ensayo: “vanguardia, postvanguardia,
posmodernidad. Max Aub, Jusep Torres Campalans y la vacunación vanguardista”,
plantea que «La fina separación entre la Vanguardia —que pertenece a la
Modernidad—, y la Posmodernidad se representa mediante una línea de rotura: la
de la existencia o encubrimiento de un metalenguaje. La Posmodernidad —dice
Eco— ha tomado conciencia del hecho de que el procedimiento de la destrucción,
como lo había practicado la Vanguardia —y al decir esto el novelista y
semiótico italiano tenía presente la de los años sesenta, a la que él mismo
perteneció—, ya no sirve. Sin embargo, la explicitación de Eco evita irónicamente
la separación hecha entre Vanguardia y Postmodernidad gracias precisamente a la
existencia de un metadiscurso inseparable que hace que el discurso amoroso se
intercale o se transforme en un metadiscurso.» Esto a fin de superar los
límites tradicionales como lo hicieron, entre otros, Rimbaud, Lautréamont;
implica a su vez, un estado de liberación.
Lo
admirable para mí en la poética de Odalys Interián no está solo en su capacidad
de retórica, sino en la dramática conciencia de la vida, la expresión estética
de sus sentimientos; este estoicismo que la hace peculiar le ayuda a superar
los miedos, la angustia, la rebeldía y la reconciliación frente al
desgarramiento que le produce su tierra y su gente. De hecho, en su libro «Esta
es la oscuridad» Ed. Dos Islas, 2021, expresa respecto a esta obra en
particular: «Poesía intensa, visceral,
descarnada. (…) Testimonios de angustia, de situaciones límites, de nostalgias
y mucha imposibilidad.» En otro, «Los que no sueñan más que con la luz», Ed.
Dos Islas, 2022, el escritor y filósofo Dn. José Hugo Fernández, (prologuista
de esta obra) con atinada enjundia manifiesta: «Por aquí discurre la muerte en
orgánica cohabitación con los efluvios amorosos, de un modo parecido, aunque no
igual, a aquel con que les convocaron a coexistir los grandes poetas románticos
y también los medievales. La diferencia, para el caso, podría radicar tal vez
en el hecho de que tales antecesores abordaban el amor vinculado, sobre todo,
al sufrimiento y a otras tribulaciones, motivo por el cual la muerte era
propuesta generalmente como un desenlace liberador.»
No/yo no me escondo.
Yo hablo del innombrable
sin sentir vergüenza
que puede importarme un pobre mirlo
el verdadero gorjeo de un mirlo
que agoniza
él sólo puede tocar la niebla
el silencio en su errática penumbra
él solo estará vaciando su nombre
sus ojos / sus propios ojos
al final del terror.
Pero yo amo mi beatitud de bestia
en su ronda y rumor
en su ternura empujando el verbo
en vía crucis contra el tiempo amargo
de las revelaciones.
Ondeo y ondeo junto a montones de sílabas
quiero estar lejos de la pulsión
del gesto hipócrita
y no me callo /con mi voz de poeta
sigo pariendo un árbol a mitad de la noche
un racimo de astros imperturbables
con que golpear la muerte.
Me quedé en la sospecha
en el vértigo de la llama
de esa lluvia que fluye horizontal y benévola.
Miren estoy castrada en el silencio
lustrando mis heridas con palabras
pegada al polvo
como una semilla en su pulido esplendor
y
dinamismo.
La poeta, sin titubeo alguno, nos
introduce en su mundo, una visión de realidad que alberga lo vital, la
condición humana, escruta todo ese territorio para darle sentido a la realidad
visible. Su poesía es un adentrarse a la existencia, sin clichés, en sintonía
con el ideal de su conciencia. La soledad, la dualidad pasado-presente, el
motivo de la muerte, la noche, el tiempo cíclico, las ruinas, están presentes
en su poesía. «La poesía, —como lo apunta Selena Millares Martín, en La génesis
poética de Pablo Neruda, Madrid, 1992— más
que tratar sobre la realidad, quiere ser la realidad, se trata de una poesía
orgánica, viva;» es en cierto modo, la dialéctica de la naturaleza como lucha y
sucesión de contrarios, donde la muerte está íntimamente imbricada con la vida.
También implica liberar a la imaginación de los límites fijados por la lógica y
por las leyes del utilitarismo, ya que «tan sólo la imaginación permite llegar
a saber lo que puede llegar a ser» (André Bretón). Es aquí el punto crucial,
desentrañar las entrañas toscas de los grises u oscuros pasadizos del tiempo.
En el resplandor oscuro de la tierra de ganancias y pérdidas que nos empuja al
sueño.
El desarrollo del poema
—expresa José Luis Martínez, en la reseña que escribe del libro: Tres, dos,
uno... jazz, de Luis Artigue, Fundación Jorge Guillen — es otro aspecto de
interés. En determinados poetas, el primer verso está cuajado como una perla y es
como un golpe de aldaba para el lector. Él verso de inicio parece resumir un
mundo, como un precipitado químico que ha resultado de reacciones íntimas
previas (por ejemplo: “Me he sentado en
el centro del bosque a respirar” verso con que Colinas inicia uno de los
poemas de Noche más allá de la noche); no es así de ordinario en los
poemas de Odalys Interián, que suelen comenzar con versos de talante narrativo
para ir contrapunteando el poema con ritmos rápidos y pausados, desarrollos más
o menos extensos con versos fulgurantes o afilados como estiletes, creando
huecos entre los versos o escalonándolos para que se vea el poema como un
cuerpo material también que alterna ritmos y parece ofrecer una guía de lectura
tanto rítmica como semántica; y de igual manera, en el poema se suceden
fragmentos narrativos, reflexivos, evocadores para terminar, generalmente, con
un golpe de efecto que no cierra emocionalmente el poema, sino que lo deja
vibrando, resonando. Valga como ejemplo el poema titulado «Esto no es un
poema»:
ESTO NO ES UN POEMA
es un fragmento de metralla
un hueco de eternidad
labrándose en el humo
en la marcha final de las palabras.
…
Grazna como el pájaro demente
a la orilla del límite
gira y gira / persiste
la poesía es un pétalo cayendo
sobre el azar contemplativo.
Un fragmento de aire
incontaminado
un abierto horizonte
golpea.
Sobre mí su ojo desmesurado
su vigilia solemne
su antiquísima flor también
abierta.
La luz que ofrece sus migajas
los viejos cantos lustrando el
polvo
donde amanecemos.
Ahora la poesía tiene el rostro del
futuro
irá llaga a llaga
mostrándose.
De: «Pájaro que lleva en su pico la jaula», Ed. Dos
Islas,
Siempre que abordo la poesía
cubana, me toca pensar necesariamente en Vitier, Lezama, Eliseo Diego, García
Marruz, porque entrañan en mi opinión, gozo y prestigio y una racionalidad de
primer orden. Odalys Interián sigue, ha seguido esa tradición de la palabra,
afirma esa cubanía, aun estando fuera de su tierra patria. Su poesía está
nutrida de una atmósfera mágica y, sobre todo, del deseo de libertad. Y ello se
manifiesta en su aliento y personalidad poética. Encuentro en su poesía un tono
más íntimo, diferente a lo que tradicionalmente conocemos como íntimo, una
conciencia escindida del ser humano sobreviviente o náufrago; el tema de la
muerte, a menudo recurrente como preocupación de existencialidad. Se puede
intuir, inferir y luego extrapolar la noche histórica, el dolor que quema y que
va gastando a un país día a día. A veces no sabemos sus nombres, los muertos
que van naciendo, los muertos que contagian a los vivos.
Estabas mutilada
exhibirte querían.
Un frasco de formol para tus ojos
un tramo de piel rota.
Querían deshacerte
Ellos
en la dispersión de las palabras
solícitos /aligeran el horror.
Estoy /estás
bienaventurada en los olvidos
y las oscuridades.
La flor exuberante de la muerte
se lee en ti.
(Fragmento de: «Dónde pondrá la
muerte su mirada.»)
El mundo exterior es vital en
su poesía. Éste nos expresa ese sentimiento de comunión de la poeta con los
otros, la intimidad expresiva, es la conciencia de su tiempo. Encontramos,
además unos límites dispersos, es decir, desdibujados, recurrentes, la
cotidianidad como objeto y sujeto de la esperanza que linda con lo confesional.
De hecho, toda poesía lo es en cierta forma. Pero aún más importante el uso de
la memoria personal reconstruida como fuente de conocimiento de lo vivido. Pero
no es una copia, sino una poetización de su experiencia en su doble condición:
mujer y ser humano sintiente. «Hay recuerdos que quedan en nosotros
estacionarios y definitivos»; ellos totalizan la
vida y le dan su propia vestidura al cuerpo, al corpus poético. La vida implica
una lucha constante e impulsa a la conquista de la expresión propia. Algo que
la poeta hace, posesa de sus espejos en la gota que cae, transparente desde la
palma a la luz de la liberación. La supresión de la puntuación en poesía se
suele ligar al versolibrismo, a un intento por destacar el verso como unidad,
con independencia de la sintaxis, como ya apuntaba Gili Gaya (1993): «Hasta tal
punto el verso libre desborda la sintaxis, que con frecuencia los autores
prescinden de la puntuación ortográfica, como indicándonos que en su versículo
las unidades de sentido son otras». Y ello tiene un trasfondo: supone el centrar
la atención en el mensaje, que en mi opinión es lo que cuenta. Y, es, asimismo,
un signo de quitarse las esposas.
La palabra que cruza como una gaviota
el ojo frío de la luz y no se
detiene
que cruza el fósforo de esas
migraciones
el horizonte transversal del poema
y sobrevive a los diálogos.
Palabra sangre como espigas
derramando su noche.
Palabra metralla que reparte los ecos
la poesía solidaria.
Palabra plegaria saltando sobre las
nubes
y los incontables silencios del
lenguaje.
Palabras (hilván) sonando
un evangelio /un largo versículo
una nana para despertar a los
ángeles.
Aquí estoy halando la sombra de la
muerte.
Halando la catástrofe /el grito de
socorro
de la ciudad a orillas del
desastre.
Hilando con los ojos
las brevas maduras del porvenir.
(Fragmento de: «Los que no sueñan más
que con la luz.»
Me resulta revelador el verso primero
del poema «En mi verso soy libre», de Dulce María Loinaz: «En mi verso soy
libre: él es mi mar.» ¿Acaso solo en el verso? El concepto de libertad como
temática temporal vertebra parte de la poesía cubana de posrevolución,
desplegándose en tres direcciones fundamentales: la intimista o biográfica, muy
bien perceptible en la corriente del neo romanticismo; la cívico—política,
centrada en los problemas históricos de la sociedad cubana con énfasis, y
ejemplarmente representada por la “poesía social”; y finalmente, las poéticas o
voces que se fundan desde el exilio, una poesía de inquietud universal o
metafísica, que sondea el misterio filosófico del Tiempo histórico como realidad
sustantiva donde el sujeto le da sentido real a lo subjetivo. Dicho en otras palabras
y cito: «Es a los individuos a los que les ocurren cosas y es en ellos por
donde pasa el ocurrir histórico, pero es a los individuos que forman un grupo
social y a los que la pertenencia al cuerpo social les afecta intrínsecamente,
a los que les afecta el ocurrir de la historia y lo que en la historia ocurre.»
El sentido pleno de lo expresado se puede inferir del poema que transcribo a
continuación:
PORQUE UNO VIVE ENTENDIENDO EL
SILENCIO
las paredes huecas que tiene la luz
esas líneas de tiempo incurable
que nos cercan.
Siempre frente a la turba
y la palabra inservible.
Siempre frente a la rabia
y la oscuridad del otro.
Cállate el miedo
que tu silueta vaya como un náufrago
borrando el sol.
No estrenes tu piedad con el incendiario
con los que ponen un límite
con los que se ocupan en mentir
y disfrazar la vida.
…
Estrena tu infierno
la sed con las que serán sorbidas
todas las realidades.
La lluvia donde será quebrado
el hueso de flexible oscuridad.
Un triángulo del cielo que se abre
para dejar pasar los pájaros de
siempre
De: «Flores de Youtan Poluo», Ed. Dos
Islas, 2121
Las diversas formas de estar en la
realidad hacen posible la poesía o la literatura en general. Además, podemos
decir que la fuga del tiempo, la precariedad de la vida humana en determinadas
sociedades, el anhelo vehemente de libertad y perduración fuera de la
temporalidad, es decir, la trascendencia de una escritura, el desgarro
emocional de la existencia, la persistencia de algunas experiencias positivas
en medio de la desolación, permiten construir una poesía moralmente
arquetípica. Por cierto que la poesía construye otra realidad, no como réplica,
sino como reflexión con significado y esencia. Así, podemos encontrar en su
poesía las particularidades de una realidad enunciativa, humana, con derecho
legítimo a la rebelión, misma que conlleva un nivel de redención. El arte
poética está condicionada por una zona de lo material, tangible que luego
trasciende a la zona de lo humano, como trozos de realidad intrínseca, es
partir de aquí que la poesía emerge robustecida por cuanto conlleva un sustrato
de reflexión última: el poema. Otro elemento a destacar como es característico
en su poesía, particularmente en el ultraísmo y el surrealismo, las imágenes
están basadas en la superposición de elementos distantes. A partir de este
procedimiento se produce la sinestesia, muy frecuente, fundiendo la dimensión
cromática y la sonora e incluso la humanización como forma de darle vida a la
naturaleza muerta:
Se nos pudrió la boca
de tanto callarnos
se secaron los ojos de ver tanta
mentira.
Siempre el miedo.
Ese delirio de la luz que deja al
descubierto
tanta podredumbre.
Como invocar la claridad
con tanto crepúsculo asesinado.
Nos tragábamos las voces
los diálogos.
Era tanta la carencia
que nos abolieron el deseo.
Qué látigo sobrevuela ahora
qué pájaro /el nido de despojos
que acumula el recuerdo.
Ahora muerte créele a la ternura
a este ojo que insiste en florecer
aunque lo corten.
Ahora esperanza
llega con tu caravana de buenas nuevas
y que yo escuche /que yo siga despierta
que la verdad se quede
que vaya acordonándose sobre la vida
con
su cerco infinito.
Hay que destacar en esta caligrafía íntima
de Odalys Interián, tal como lo expresa Blanco, D. (2009). Vigencia de la
semiótica y otros ensayos. Lima: Fondo Editorial de la Universidad de Lima: En
el caso del texto literario se introducen a través de la palabra «códigos
visuales (formas, colores, espacios…), códigos sonoros (ruidos, melodías,
gritos…), códigos táctiles (consistencias, rugosidades, lisuras…), códigos
olfativos (olores, perfumes…) y códigos gustativos (sabores diversos). Pero no
solo ellos aparecen en el texto literario, sino también códigos más
sofisticados y de mayor alcance, como los códigos de los gestos, los códigos
del comportamiento ordinario, los códigos emblemáticos (banderas, símbolos,
logotipos, monogramas, señales de todo tipo), los códigos del relato y tantos
otros». No descarto en su poesía, como necesidad ingente, el dinamismo que la
luz supone, la sombra y otros elementos que le dan sentido y armonía a sus
textos poéticos.
Desarrópame
y
déjame en el frío
encuéntrame
helada
y
desconocida
en
ese caos
intangible
que
es la noche.
A lo dicho antes, podemos advertir el
deseo de no afectación y la búsqueda de lo sustancial, el gusto por
composiciones de verso corto en contraposición al verso largo whitmaniano, el
abandono de la complejidad conceptual. La poesía, dice David Cortés Cabán, «La
poesía siempre traza sus entrañables caminos, lo que un día vimos o no en una
lectura apresurada nos sobrecoge en otra lectura más objetiva sobre lo que
revela un poema. Esa gran poesía que tiene que ver con el ser y la vida, es lo
que permite que nuestro paso por el mundo tenga sentido.» Más aún, no puede haber plena experiencia y
vivencia de sí mismo, sino en la marcha y continuidad de la vida. La poeta con
sus capacidades está en el mundo de dos realidades: la exterior e interior lo
cual le permite ser y estar humanamente en la palabra, no en la simple
transmisión de sentimientos y valores. Este acercamiento a esas dos realidades
le confiere mayor fuerza emotiva y más autenticidad poética. La poeta deja,
desde cierto grado de oniricidad, que las palabras hablen sin ataduras ni
reticencias. Veamos el siguiente texto a modo de ilustrar lo que hemos venido
diciendo:
…
en la espiral del deseo sin lámpara
en la estrella que florece
contemplativa
la estrella de David
en su surtido polen de maravilla
y fe
en sus cifras idóneas
escondiendo el amor
la vendimia exquisita
y deslumbradora de la vida.
Escribo esta es la lucidez
este el hambre
que va como bandera
exhibiéndose.
Escribo mientras el frío es otra huella
y el corazón reboza de ojos
y silencios.
El amor que ventaja
resarciéndose
qué impunidad
qué huella malograda en su
intemperie
qué
rosa sí /qué rosa amarga.
Aquí cambia la muerte de rostro.
Aquí el día es un abismo donde
todos naufragan.
Este dolor es mucho
esta verdad que pesa como un
trueno.
Escribo muerte
y muerte es este fruto rodando
sobre el desamparo que es la vida.
De: «Poesía para el único día nuestro, » 2018.
Si lo «poético» es lo «valioso» de la literatura, —tal como señala Pedro Luis Pérez en El Lenguaje poético después de la estilística. Cuestiones de historia y materia— y este valor procede de la funcionalidad del «sistema expresivo» del texto, es evidente que el máximo grado de valor, la cumbre de lo «valioso», corresponde a la máxima expresividad, lo que lleva consigo la perdurabilidad de la obra. Si la poesía en su momento evolutivo prescinde del metro y la rima y se opta por el verso libre, no se abandonan los temas eternos de la poesía como lo son: vida, amor, naturaleza, muerte, Dios. En este punto está claro que la poesía de los últimos años, en cualquier país del mundo, no escapa a postulados simbolistas, mismos que enarbolaron Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Walt Whitman y aun Góngora, maestro este último de una renovación que muy pocos ven en él. Odalys Interián construye un «lenguaje poético» que le es propio y a través del cual transmite todo lo humano: sentimientos, emociones, escepticismos, cansancios sin evadir y romper los vínculos con la realidad.
Qué látigo sobrevuela ahora
qué pájaro /el nido de despojos
que acumula el recuerdo.
Ahora muerte créele a la ternura
a este ojo que insiste en florecer
aunque lo corten.
Ahora esperanza
llega con tu caravana de buenas
nuevas
y que yo escuche /que
yo siga despierta
que la verdad se
quede
que vaya
acordonándose sobre la vida
con su cerco
infinito.
Nada es impuro para convertirse en
materia de lo poético; la poesía como metáfora, seguirá siendo «la espina
dorsal de la vida», quizás una sinfonía que unifique como el Ulyses de James
Joyce, lo mítico y no mítico de la condición humana. La poesía es, ante todo,
como expresó D. Claudio Rodríguez; «participación que el poeta establece en las
cosas y su experiencia poética de ellas dentro del lenguaje.» Odalys Interián
le da existencia desde una realidad que es parte de ella. La vida es una
multiplicación de la memoria sin la cual no tendríamos registro de nada, por
ello, a través de la poesía —parafraseando a Henriquez Ureña—, hay que devolverle a la utopía sus caracteres plenamente
humanos y espirituales, para lograr que el hombre llegue a ser plenamente
humano, libre, 'abierto a los cuatro vientos del espíritu'. Mientras me hundo
en su polifonía, ella es poeta de la belleza, poeta de la verdad, como lo
dejara entrever Apollinaire.
Sigue
desnudando esos pájaros de luz ciega
acompáñalos
tú con tu piedad
aliméntalos
con las absurdas vanidades.
Sigue
sembrando ojos
en
la libertad de las palabras.
Deja
que termine de pasar
la
célebre imagen de la muerte.
Todo
ese ramaje de muertos
de
buenos difuntos
que
visten mi país
tú
país.
Ni
siguiera la muerte
nos
acercará a la libertad
ni
siquiera estar muertos
nos
dará una apariencia gloriosa.
De: «Nos va a nombrar ahora la
nostalgia»
André Cruchaga,
Barataria, El Salvador,
octubre de 2022.
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