sábado, 4 de agosto de 2007

La bajada_Francisco Andrés Escobar

Fotografía: Francisco Andrés Escobar. Tomada de la Revista Hablemos de El Diario de Hoy

La bajada

Que ¡ay! Que ¡así! Que ¡ya no! Que ¡más arriba! Que ¡sshhh! Que ¡más! Que ¡qué rico! Que ¡hacele duro! Que ¡shhh! Que ¡aayyy...!

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Te despabilan los ruidos de al lado y te quedás lelo. En casivigilia, recordabas a tu difunta abuela y la vez aquella cuando te llevó a ver “la Bajada” y le recetaste tamaño machucón a una cipota. En la duermevela, el alarido de la niña coincidió con el vértice orgiástico de la pareja que se devana en la pieza vecina a la tuya, en el hotel donde gastás la semana veraniega que te has recetado en Miami.

Cuando la pareja termina sus abluciones postorgásmicas y se abarranca en el sueño, vos trepás en tus recuerdos. Aquel año, hace ya tantos, tu abuela te llevó a las fiestas de la capital de tu tierra hoy lejana. Viste “el Correo”, con sus esperpentos y colores; las carrozas, que día con día fulguraron por las calles mayores: la carroza del barrio La Vega, la del barrio Cisneros, la de Concepción, la de los militares, la de los estudiantes, la de los obreros... Fuiste al Campo de Marte, a jugar palo ensebado, cuche ensebado, carreras de encostalados, y a dar empellones en los repartos de juguetes y dulces, mientras tu anciana te hacía tiempo, en una banca. “¡Cuidado como me viene todo verguiado, porque lo remango!” Comiste regio en el pituco hotel que ella prefería, mientras tu ‘nana’ era un íntegro pollo comprado entre la mantelería de lino y la platería de los cubiertos. Y así pasaron los días, hasta que llegó el cinco de agosto.

Te invade un batallón de memorias. Para atemperarlas, abrís la billetera y sacás la última carta de tu hermano menor: “Querido Oliverto: gracias por la ‘lactoc’ que le mandaste a la Rina. Es una chucha cuta, trabajando en ella. No le da agua. Y todos los deberes los lleva bien presentados. Solo ochos y nueves saca en la universidad. // Mi mamá, siempre con sus dolamas. Sobre todo después de la caída en que se astilló la cadera. Con el pisto que nos mandaste en diciembre, le compramos la andadera metálica: ya camina, aunque sea pasito tun tun. // La Amalia y mis tres hijos nos estamos preparando para irnos a la capital, a ver ‘la Bajada’. Hace años que no vamos ni la vemos por la tele. ¿Te acordás de antes, cuando ‘el Colocho’ bajaba en aquel ‘carro’ tan alto, que hasta los trabajadores de la luz tenían que ir quitando los alambres para que pudiera pasar? ¿Y te acordás del ‘descubrimiento’, en la esquina donde antes era el cine Popular? (Yo tengo bien presente cuando en esa mera esquina se quebró un poste, y el montón de cipotes que se había subido se vino para abajo, como garrapiñada. Hasta Carbilio, aquel primo de nosotros, sacó terminación en la trifulca.) Ahora parece que al ‘Colocho’ lo pasean en una andarilla chiquita, luego lo encaraman a otra carroza alta, y hacen ‘el descubrimiento’. En fin, nosotros vamos a ir a ver, para cerciorarnos de cómo es todo ahora, y porque la fe es fe y el ‘Colocho’ es lo que es: bajado o encaramado...”

Parás la lectura. En la pieza vecina ha tronado la cama. La pareja clandestra va a otra ronda de empujes. Encendés un cigarrillo y te vas a la terraza. Que los amantes amen. Toda menor ternura es quizás preferible a la mayor soledad.

Tomado de: La Prensa gráfica, El Salvador, 04.08.2007
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