domingo, 10 de enero de 2010

poemas de josé antonio domínguez


José Antonio Domínguez, El Salvador


Se que estás en todas partes

Arquímedes, hermano.

Llegás al cafetín universitario
te abrazo, sonreís
decís que no has muerto
que estás aquí y en todas partes.
Volvemos a las calles
a deletrear la patria interminablemente
enamorando viejecitas
de mirada triste y lacerada.
Hablamos de la flor silvestre
cortada en madrugada de posta y de recuerdos
de las hormigas cargando el alimento
“sin egoísmos, muy disciplinadas”
de nuestras hijas
intercambiamos fotografías, travesuras y silencios
de la mujer que amamos, nostalgias.
De quienes murieron en el año ochenta
del nombre más querido
del heroísmo de los compás
de las hienas, de los cómplices, de los asesinos…hablamos
Los payasos de la plaza
sueltan poemas tristes en cada carcajada, nosotros callamos.
Hablamos de la eterna embriaguez en plenilunio
de las debilidades y las dudas
de la cobardía y el arrojo
y vos, que la ciudad es una cosa
y la montaña es otra
pero el amor, en primera fila
y a su lado la muerte, me decís.
La catedral se agiganta
es noche
y yo, que aún es temprano
y vos, que las medidas de seguridad
y yo que no te vayas
y vos que estás en todas partes…
Has vuelto a la sombra
he quedado sin fechas, sin señales
para otro contacto
pero hoy sé que estás en todas partes!
Quizá volvás el día cuando todo termine
justo a tiempo para el café de otra tarde
con más de algún poema que se coló en tu agenda
con la sonrisa aquella, de escolar o maestro?
Dirás que basta un silabario de ternura
un cutuquito de yeso
y una aritmética de estrellas
para empezar el futuro.


Ella

Lejos
más allá de mi transpirar está ella
Espera
como las rocas de ignorada presencia
resignadas a un tiempo que no existe
Espera
como raíz escondida en su oscuridad vital
Y la espera es un grito
que se nutre de espanto
intruso pernoctando en sus entrañas
lianas de de sangre
creciendo como el bosque
que persigue al sol.

La calle es un abismo que se traga los pasos.
Ella no sabe dónde empiezan y terminan las sombras
y cuando será el grito que irremisiblemente
pedirá que se haga la luz.


Muelle

El silencio se hizo alfombra, cómplice de tu paso.
Caminando por el muelle te fuiste para siempre.
El quinqué donde ardían las promesas
consumió la última gota de las horas amadas.
Recuerdo que una niña, reía en el regazo del sueño
que aquél viejo contaba sus peces plateados
-relámpagos agónicos de la madrugada-
de pie, desafiando la inmensidad y su muralla oscura
grotescos querubines brotaban de tus ojos
comprendí que sólo eras un destello de ternura
en un alma marchita infatuada de gulas.

El mar bostezó incandescencias desde el vientre
amanecieron los botes y sus lívidos colores
exhalando holocaustos y salmueras.
Los pescadores huyeron con el alba
insomne bandada perseguida por los dioses
y su mirada de sal.
El muelle fue un desierto
hondeando atarrayas de alma remendada
cansadas de lanzarse
tras el mismo ritual desde hace siglos
el mar las traga y las vomita indiferente
a veces les da vida
otras, sólo escurren nada
pero tú, sorda a las voces de su entramado triste
no escuchaste lamentos o ilusiones
ajena a sus ojos de brisa y de sol.
El oleaje era un adagio repitiendo tu nombre
no el que te nombra, el de tu vida
moneda que se transa y anula cualquier mano
sonrisa que no admiten los espejos
sonaja de papel anunciando los misterios simples de la mentira.
Así, reinas en la espuma de vulgares licores
ahogada en saliva y alcalinas semillas
ataviada de rosas inodoras, falsas…
Tu rostro nunca fue el mar
ni tu boca, besos o locura
sólo aliento de marismas y herrumbres
que el viento escupe
y el horizonte olvida.

(Todos los textos tomados de Testimonios del olvido)